viernes, mayo 17, 2013

Un like para Trino y Velázquez-(Sexenio-Puebla 08/05/13)


El controvertido narrador Carlos Velázquez y el gran humorista e ilustrador Trino, han unido sus talentos para dar vida al cómic: ¿Pichas, cachas o dejas postear? Anti-manual de uso de las redes sociales.

Las nuevas generaciones, incluyendo la mía, -que sería la denominada Millennial o Y[1]-, se ha desarrollado en un mar de tecnologías como son: cd, laptops, cámaras digitales, consolas de videojuego, dvd y la telefonía celular. Elementos que junto algunas series televisión, caricaturas e ídolos del deporte, la música y el cine; forman parte de nuestra educación sentimental.

Recientemente la aparición de las redes sociales, siendo las primeras Hi5 y MySpace; han revolucionado la interacción que el ser humano tiene con el mundo. Facebook y Twitter son hasta el momento las redes sociales que son más utilizadas y quizá, junto con Instagram o Foursquare, se han vuelto ya en las aplicaciones más elementales que no deben faltar en un smartphone, tablet o laptop.

Alrededor de estas redes sociales hay tantos mitos como realidades y estos dos personajes deciden burlarse de cada una de ellas, así como criticar a los usuarios que han convertido a las redes sociales en una parte fundamental de su vida. La rapidez comunicativa, la invención, la libre expresión, la configuración e invención de una identidad, el intercambio de información, la homogeneidad y más son revisados de forma hilarante en este libro; sin olvidar términos propios de las redes sociales como: Trenden topic, hastag, troll, zombie, la creación de eventos, etc.

Con un humor irreverente Velázquez y Trino abordan cómo dichas redes han cambiado para bien o para mal las relaciones que muchos jóvenes tienen con sus congéneres, ya sean novios, amigos o padres. De igual forma, retratan cómo la sociedad se ha comportado ante tal fenómeno. Y sin proponérselo –pienso- invitan a la reflexión, pues al final la espontaneidad y el contenido que dichas redes tienen, proviene de la vida misma.

Sin duda, ¿Pichas, cachas o dejas postear? es un libro que no debe faltarle a todos los usuarios de estas redes sociales y para quienes aún no las conocen, se antoja como una agradable introducción.
O dicho de otra forma, a este libro yo le doy like, lo faveo y lo retuiteo.


[1] Según el número 1 de Algarabía-tópicos: Soy mi generación. Julio-agosto 2011.

Las montañas culminantes (Diario Milenio/Opinión 14/05/13)


Subir una montaña no es cosa menor. Colocar un pie y, después, otro, sobre el camino terrizo a más de 4,000 metros sobre el nivel del mar sí quita el aire. La hiperventilación. La disminución del volumen sistólico. La hipoxia. Tal vez todas estas reacciones del cuerpo frente a la altitud sólo contribuyan a acentuar la relación extraña, poderosa, tremendamente cercana, que ofrecen las cumbres altas.
3:16 A paso de tortuga, vamos. Poco a poquito. La voz de la niña. El acento de la infancia. ¿Desde dónde? Los ecos. Las voces. Tan difícil entender algo, cualquier cosa, a lo lejos. El ruido del aire contra los pabellones de las orejas. La voz de una mujer. Alguien abre los brazos y mira hacia arriba. Lo que dirá la montaña de todo esto. 3:19*

Algunos afirman que el Nevado de Toluca o Xinantécatl es un volcán extinto, pero prefiero a aquellos que, al decir que es un volcán activo en estado de quietud, sugieren que poco sabemos en realidad de los grandes ciclos de la Tierra. Nada, ni el fin de un volcán, está escrito en piedra. Algunos afirman, igualmente, que lo más probable es que el topónimo náhuatl del Nevado de Toluca haya sido Chicnauhtécatl, que significa Nueve Cerros, una voz ligada con Chicnahuapan, el topónimo náhuatl del río Lerma, que significa Nueve Aguas o Nueve Manantiales, pero yo prefiero ese significado, para algunos extravagante, que ha asociado el topónimo Xinantécatl con Hombre Desnudo. En matlatzinca: Nro’maani Nechhútatá, Casa del Dios de las Aguas. En otomí: Tastobo, Montaña Blanca, de tasi, blanco, y tobo, montaña.

3:20 Sobre una piedra sola en medio de la vereda. Una especie de mesa ancestral. Una silla. Hallar la palabra que describe o encarna el ruido que hace la punta del zapato cuando choca contra la tierra suelta y, luego, el ruido que hace al dejarla atrás. Adentro, el corazón, que existe. Un latido es un la-ti-do. Afuera, la respiración agitada de los otros. Los otros pasos que es difícil o improbable describir. Aquí no se siente tanto la presión del aire, dice alguien que avanza. Las nubes a lo lejos. El cielo tan azul. Y las tolvaneras. 3:22

Aunque la morfología actual de la montaña data del periodo cuaternario, con una geología compuesta de rocas ígneas extrusivas intermedias, las primeras deformaciones que le dieron origen ocurrieron en el oligoceno tardío y el mioceno temprano medio, hace aproximadamente 1,600,000 de años. Y no es necesario tener toda esa información en la mente para que los pies sepan lo que intuye el intelecto o la imaginación: la materia es tiempo con forma. Al avanzar, el cuerpo lo sabe: no se camina tanto por el espacio como a través del tiempo. Eras geológicas de por medio.

3:25 Si ya venimos caminando desde la mañana, continuemos ahora. Una señora de 35 a su hijo de 7 o 9. Vienen subiendo la montaña, ella y tres niños, desde las 9 am. No nos dijeron que hoy no podíamos usar el auto, explica. Un perro, al que llaman Kaiser, pasa corriendo. La horda de adolescentes. Sus risas. Y, luego, los ecos de sus risas. 3:27

Tal vez pocos decretos presidenciales contengan tantos adjetivos llenos de admiración como el que convirtió al Nevado de Toluca en un parque nacional el 25 de enero de 1936. Montañas culminantes. Majestuosas cumbres. Bello contraste. Firmado por el entonces presidente Lázaro Cárdenas, el documento hace un llamado a proteger los “bosques, pastos y yerbales” de “la montaña denominada Nevado de Toluca, cuyas cumbres, coronadas de nieves, imprimen al panorama un bello contraste con el territorio intertropical que se extiende en sus faldas”. Además de la preservación de la flora y la fauna, las consideraciones para emitir el decreto eran, sobre todo, tres: preservar los recursos acuíferos del lugar, asegurándose que el agua cubriera las necesidades de la industria y de la agricultura por igual; ayudar a la preservación del buen clima; asegurar recursos para el turismo.

3:29 El latir loco del corazón. La sombra de la mano sobre el papel. Los mocos resbalando por la nariz, sobre el labio superior. El sabor a sal. Alguien, más lejos, empieza a subir por el pliegue más alto a paso regular. Su figura como sobre la cuerda última que da al abismo. Su figura como la de un increíblemente pequeño en la distancia. 3: 31

“En su labio se encuentran dos domos dacíticos, fuertemente alterados, el pico del Águila y el del Fraile.”

3:34 Otra cúspide. De pie. Los pastizales sobre la ladera. El color gris oscuro. El color granito. O carbón, a veces. La gota de sudor que baja, primero lentísima y, luego, apresurada, por la sien izquierda. La boca tremendamente seca. El latir ya no loco, sino loco y hondo en un lado del pecho. ¿Por qué desaparecieron todos? La respiración. Esto existe. 3:35

Las palabras de fray Bernardino de Sahagún en el siglo XVI, lo describen bien: Es un monte alto que tiene encima dos fuentes, que por ninguna parte corren, y el agua es clarísima y ninguna cosa se cría en ella, porque es frigidísima. Una de estas fuentes es profundísima; parecen gran cantidad de ofrendas en ella, y poco ha que yendo allí religiosos a ver aquellas fuentes, hallaron que había ofrenda allí, reciente ofrecida de papel y copal y petates de pequeñitos, que había muy poco que se habían ofrecido, que estaba dentro del agua.

Es fácil concebir, desde su cima, el pasado y el futuro en toda su demente amplitud. El presente. A unos 4,690 metros sobre el nivel del mar, en el punto 19° 16’ 04.4” - 99° 46’ 02.4” del globo terráqueo, es posible observar los embalses perennes más altos de México: las así llamadas lagunas del Sol y de la Luna que, desde tiempos inmemoriales, han recibido ofrendas y sacrificios. Ahí, en sus orillas, caminando por sus orillas y, luego, descansando en sus orillas, introduciendo una mano primero y un pie después en sus aguas heladas, es posible entender que un cráter es esto: puro presente. Un presente en estado de quietud.
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*El texto en itálicas es parte de “Apuntes sin aire”, notas que empiezo a escribir justo cuando el ascenso me deja sin aire y dejo de escribir cuando recupero el ritmo regular de la respiración.

martes, mayo 14, 2013

La mujer, fuente de Fuentes (Diario Milenio/Opinión 13/05/13)


Silvia querida,
Te conocí diez años atrás, en el más improbable de los lugares: el jardín de mi casa. Que en realidad era un departamento, lleno todo de triques y papeles, de manera que el solo acto de entrar suponía ir saltando los obstáculos y pisar uno que otro irremediablemente. Libros, discos, periódicos, revistas, cachivaches y una descomunal colección de basura que según creía yo aún podía servir. Nada más me avisaron mis editores que tenía una entrevista programada contigo, me invadió un revoltijo de alborozo y terror. ¿En ese tiradero pensaba recibirte? ¿Cuántas decenas de horas me tomaría escombrar? De sólo imaginar la pulcritud reinante en el estudio de Carlos Fuentes, salí volando en busca de unos bonitos muebles de jardín.
Tardé años en contarte aquella anécdota —Carlos y tú soltaron la carcajada unísona— si bien cuando lo hice no me atreví a decirles el divertido apodo que colgué a las mesitas, la sombrilla y las sillas donde nos conocimos: Conjunto Fuentes. En todo caso era una broma seria, cuya injusticia implícita (para el caso, tendría que haber sido el Conjunto Lemus) tomaba en cuenta la admiración de ambos por aquel Fuentes a quien mucho tiempo atrás elegí a la distancia por maestro, y al que tú acostumbrabas llamar así, por el puro apellido, de un modo cariñoso y a su manera chusco. Fue todavía al cobijo del Conjunto Fuentes que al fin de la entrevista me invitaste a comer, en el mero principio de una simpatía que en menos de un par de horas se hizo complicidad.
“Voy a pasarte a Fuentes”, me decías, cada vez que marcaba tu teléfono y ocurría que estabas a su lado. Es decir, casi siempre. No negaré el gustazo que me daba escuchar su saludo campechano, seguido por alguna broma rauda que yo hacía malabares inaudibles por responder a tiempo y en su sitio. Fuentes me intimidaba, cómo no, aun si su desparpajo invitaba a la alegre ligereza que me tomó algún tiempo comenzar a asumir. Sería quizás por eso que jamás me propuse impresionarlo y en lugar de ello me apliqué, cuando pude, a divertirlo. Pues la risa del maestro suele ser recompensa incalculable para el ingenio alerta del discípulo.
Le llamaba a tu número cada once de noviembre, su cumpleaños, y entonces no tardabas en pasármelo. Pero otras veces era a ti a quien buscaba y con quien me reía en el teléfono. Nunca te dije cómo y cuánto admiraba esa diestra prudencia con la que entrabas y salías de escena, ni te conté de la noche en que Fuentes me habló de ti al calor de unas copas de vino, como quien se refiere a la mujer-santuario que a la manera de ninguna otra le abre espacios de vida e inventiva. Si otros creen que escribir es por fuerza martirio y el que escribe debiera soportar la desdicha con el morbo usurero de quien gana perdiendo, tú te encargabas de probar lo contrario con la sabiduría que a un simple novelista le es por naturaleza inalcanzable.
No quisiera alardear a costa de unos cuantos recuerdos compartidos. Si te escribo estas líneas justo ahora, en las proximidades de un triste aniversario que tal vez más valdría olvidar, es porque al fin soy hombre y escribo novelas y entiendo lo difícil que ha de ser compartir el destino de quien ve en la escritura un sacerdocio y en la vida una suerte de cósmica aventura cuyo principio y fin son las palabras. Sé que otro en mi lugar ocuparía este espacio en recorrer la obra del mayor novelista mexicano y reafirmar su sitio en el mapa y la historia universales, pero creo también que muy poco, si acaso, podemos añadir los todavía vivos al trabajo vivísimo que Fuentes nos dejó. Es por eso que elijo escribir una carta para ti, protagonista a un tiempo brillante y transparente cuya vida dio aliento y alas al narrador.
Dice Rosa Montero que la gente es eterna cuando ama, y asimismo mientras inventa historias. ¿Cómo negar, al cabo, el papel principal de quien amamos en el transcurso de cuanto escribimos? ¿Qué mira quien inventa sino aquello que admira? Recuerdo tu sonrisa secuaz y divertida cuando al fin pude ver aquel estudio en Londres, donde Fuentes armaba sus novelas en mitad de un inmenso tiradero de libros y papeles que apenas le dejaba unos cuantos centímetros cuadrados de escritorio, y no puedo por menos de acabar recurriendo al epígrafe de Aura que tan bien los describe, a ti y a Fuentes:
“El hombre caza y lucha, la mujer intriga y sueña; es la madre de la fantasía, de los dioses. Posee la segunda visión, las alas que le permiten volar hacia el infinito del deseo y de la imaginación. Los dioses son como los hombres: nacen y mueren sobre el pecho de una mujer.”