lunes, junio 03, 2013

Entre 'Ladies' y 'Gentlemen' (Diario Milenio/Opinión 03/06/13)

No es nada más que sean guarros y atrabiliarios, amén de acomplejados y cobardes, sino que encima se creen especiales. Cada uno, a su manera, se ve a sí mismo lejos y por encima de la manada, tanto así que le extraña, subleva y enfurece que los simples mortales se atrevan a negarle o regatearle su derecho divino a la excepción. A sus ojos, las reglas son para el peladaje. Por eso no les basta con el gozo discreto del privilegio; necesitan que los demás se enteren, cual si los habitara un ánima ancestral sedienta de revancha y reivindicación. Si otros le sacan jugo a su Ferrari acelerando a tope en la carretera, a ellos les basta con estacionarlo sobre la banqueta.
No están acostumbrados a los desaires y toman como afrenta los obstáculos. O al menos de eso quieren convencernos, pues buena parte de su apuesta es un coctel de bluff y bravuconería. Pero mienten con tan auténtica vehemencia que se creen al instante lo que cuentan y pierden la cabeza tan pronto como temen que la farsa no alcance para torcer las reglas a la medida exacta de sus pretensiones. ¿Cómo se atreven a hablarles así? ¿No se dan cuenta acaso con quién están hablando?
Cuando decimos que alguien es una Lady, necesitamos de otra entonación, un ademán o un gesto para implicar cursivas o comillas, según la gravedad de la ironía. Sirve también decirlo tal como suena: leidi, para implicar que la dama en cuestión se educó en la bragueta de un gendarme. A saber cuantos miles de familias encuentran cotidianas frases del tipo: “Llévale sus croquetas a la Leidi”. En contraposición, los patanes reciben el título burlón de gentleman o lord, si bien también funciona decir que el aludido es un tipazo y alzar las cejas para desmentirlo.
De un tiempo para acá, el título de Lady o Gentleman se otorga de manera oficial en YouTube: basta con que lo agarren a uno en su hora negra para estelarizar un linchamiento contra el que no hay defensa concebible. Casi todos hemos desempeñado alguna vez el papelón de Gentleman oLady, aun si ahora no queremos recordarlo porque haría falta ser demasiado gaznápiro y vulgar para enorgullecerse de esos pendejazos. Llevaría uno prisa, tal vez. Vendría de mal humor. Recién se habría peleado con algún imbécil. Estaría pasando lo que se dice un pésimo día. ¿Y cómo no, si al cabo medio mundo lo sabe y ya le llaman por un nuevo apodo?
No es suficiente con ser barbaján para unirse al elenco de Ladies Gentlemen, si su característica más apreciada consiste en abusar, vejar y degradar a algún ser indefenso. Conserjes, policías, empleados: gente que necesita su trabajo y no se puede dar el lujo de arriesgarlo. Si el extraño que los insulta, discrimina, desprecia y amenaza disfruta el privilegio del anonimato, ellos tienen muy cerca al superior y sus palabras y actos son natural objeto de escrutinio. Parte de su trabajo, ya en la práctica, consiste en aguantar el asalto de los atrabiliarios con la cara de palo de un eunuco moral. Y eso lo saben tanto la Lady como el Gentleman: gente que encuentra chic ese hobby impetuoso de abofetear meseros.
¿Misantropía, arrogancia, miedo, zafiedad, clasismo, sevicia, desequilibrio, frustración, arribismo, intolerancia, perversidad, corrupción, racismo, frivolidad, sexismo, hipocresía, histeria, victimismo? En todo caso es gente urgida de respeto. Pero no cualquier clase de respeto, sino uno inaccesible al resto del rebaño. Pues siempre que uno de ellos nos exige respeto debemos entender que lo que espera es sumisión y pleitesía. Vamos, los da por hechos, de ahí que le sorprenda y escandalice que un hijo de vecino le desconozca. Tal es su indignación en estos casos que en aras del “respeto” escamoteado renuncia al más artero de sus privilegios, que es el de conservar su calidad de anónimo. “¿Qué no sabes quién soy, criado infeliz?”, respira por la herida la vanidad del Gentleman.
Le gusta a uno pensar que está lejos de Ladies y Gentlemen, pero justo es decir que hay empleados pazguatos e indolentes —o groseros y estúpidos, que no menos abundan— cuya mera actitud es una invitación abierta a la ignominia, de forma que ninguno estamos a resguardo de ir a dar algún día a la picota. Por más que algunos hagan más y mejores méritos, convertirse en laLady del día o el Gentleman del momento depende solamente de la puntualidad del camarógrafo. Es una lotería de la desgracia, pero quienes la ganan nos redimen a todos. ¿Gentleman yo? No mames, pinche gato agachado.

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