martes, mayo 07, 2013

Rulfo, la “mijería” y el progreso / y II (Diario Milenio/Opinión 07/05/13)


A la par, aunque de manera más escueta, Rulfo también le dedicó comentarios elogiosos, comentarios que también involucraban el uso del vocablo “esperanza”, a Luis Rodríguez, o don Luis, como lo llamó haciendo eco del trato respetuoso que le prodigaban los mixes a su líder. En su descripción de Zacatepec, una capital del distrito mixe, Rulfo hizo hincapié en la similitud del paisaje de miseria que compartía con otros poblados de la sierra, pero también recalcó que “en categoría política sobrepasa a cualquiera. Allí radica “el hombre” que mueve los ánimos de los hombres mixes, el patriarca de una raza que ha sabido subsistir a pesar de todas las adversidades: Luis Rodríguez, o don Luis, como se le nombra con respeto. Basta una orden suya para poner en movimiento al imperio mixe de un confín a otro. Basta un consejo, una palabra de consuelo, para que Tlahuitoltepec o Ayutla, azotados por algún mal, recobren la esperanza.”. A don Luis, tanto como al ingeniero Sandoval, Rulfo le atribuye una “visión extraordinaria”.
En una serie de frases sueltas que no llegó a convertir en una argumentación articulada en párrafos, Rulfo esbozó, sin embargo, algunas de sus ideas fundamentales acerca del mundo indígena y su relación con el impulso modernizador de la época. Lejos de detenerse en consideraciones esencialistas que tanto han privilegiado el “alma” de los pueblos o la diferencia inmanente del indígena, Rulfo se concentró en sus procesos de trabajo, especialmente el trabajo colectivo, también conocido como tequio, en tanto “formidable elemento de producción” y en tanto modo “solidario y orgánico” de producir comunidad. Es ahí donde radica, a su ver, es decir, de acuerdo con la visión del que estuvo ahí y lo vio todo, “la utilidad social” que había hecho posible la construcción de obras “en beneficio de su nación”. Si se destruían los vínculos generados por el trabajo colectivo, auguraba Rulfo, “la nación se convertiría en comunidades dispersas … fácil sería entonces que se vieran despojados de sus tierras”.
Muchos años después, hacia finales del siglo XX, Floriberto Díaz, el antropólogo mixe que impulsó el Comité de Defensa de los Recursos Humanos y Culturales Mixes, el cual tendría continuidad en la Asamblea de Autoridades Mixes, y la fundación de Servicios del Pueblo Mixe en 1998, prestó una similar atención a la relación del trabajo colectivo con la formación y la sobrevivencia de los pueblos indígenas. Además de considerar que “las plantas, el agua, las rocas, las montañas también expresan y captan sentimientos,” es decir, que el ser humano, el jää´y, no es el único con estas capacidades, los mixes han hecho del trabajo, en especial del trabajo colectivo conocido como tequio, la liga de producción que los une a la tierra y la liga de liderazgo que los estructura como entidad política. “Kutunk, en mixe, nada tiene que ver con el significado occidental de la palabra autoridad, significa, literalmente, “cabeza de trabajo”; en la práctica es quien con su ejemplo motiva que la comunidad realice las actividades necesarias para su desarrollo” (61). El trabajo comunal, el tequio, es “una energía transformadora que mantiene, además, al ser humano en constante contacto creativo con la naturaleza” (63).
No deja de ser llamativo que en “Una visión del Pueblo Mixe”, uno de los capítulos que integran el libro Floriberto Díaz. Escrito. Comunidad, energía viva del pensamiento mixe, compilado por Sofía Robles Hernández y Rafael Cardoso Jiménez, Díaz muestre una especial animadversión por el tipo de proyectos modernizadores que, generados desde el centro del país desde una óptica mestiza e integradora, nunca comprendieron la relevancia del trabajo colectivo de las comunidades indígenas, produciendo así despojo, dislocación y pobreza. Acusando la injusta adjudicación de tierras comunales mixes por parte de representantes de “los intereses de la nación” (las comillas son usadas así, en el original), Díaz acusó especialmente a “la Comisión del Papaloapan, Fábricas de Papel Tuxtepec, y el propio Instituto Nacional Indigenista y sus representantes regionales” (83). El ángel melancólico del progreso agita sus alas con desesperación: Juan Rulfo, escritor ejemplar, fue empleado en distintos tiempos de su vida por al menos dos de estas agencias citadas por Díaz. Asesor e investigador de campo para la Comisión del Papaloapan. Integrante del Departamento de Publicaciones, cuando estaba a cargo de Carlos Solórzano, del Instituto Nacional Indigenista desde 1963, hasta su muerte en 1986. Y el ángel del progreso guarda silencio.
En varios de los obituarios que se le dedicaron al ingeniero Raúl Sandoval en 1956 se comentó, casi al pasar, que su muerte había sido resultado de un accidente. Omar González, autor del texto “Juan Rulfo: Oaxaca”, publicado en el semanario Punto y Aparte el 19 de mayo del 2011 afirma, citando a su vez un artículo de Alberto Vidal en el número 409 de México en la cultura, que la muerte del apresurado constructor de la presa Miguel Alemán, el “domador de ríos” y, a decir de Rulfo, “el héroe de esos doscientos cincuenta mil huérfanos de la cuenca del Papaloapan”, fue producto de un asesinato “mientras investigaba negocios turbios en torno a la obra [de a Comisión del Papaloapan]”. Una fotografía de Rulfo, la ahora famosa “Músicos mixes” fue utilizada, en todo caso, para ilustrar el número con el que México en la cultura honoró la muerte de Raúl Sandoval. En el reverso, la foto llevaba la inscripción “Músicos Zacatepec-Mixes, Oax”.

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