lunes, enero 28, 2013

A dos topes del infierno (Diario Milenio/Opinión 28/01/13)


¿De qué tamaño es un tope mexicano? La pregunta es muy simple, pero difícilmente hay quien la responda. Tampoco está muy claro qué requisitos es preciso cubrir para instalar un tope en una cierta calle. Es decir, para hacerlo instalar. Uno supone que hay una autoridad facultada para evaluar la pertinencia de una medida así, y en su caso ordenar que se pongan manos y pesos a la obra. Pero he aquí que nuestros topes son especiales: rara vez se parecen entre sí, diríase que cada uno lleva impresa la firma de su autor.
De pronto hay quien los pinta, y hasta quien los repinta si es que se decoloran, pero lo más común es que estén camuflados con el mismo color del pavimento. Conocer la ciudad, en esta situación, implica guardar cierta memoria de sus topes. Nada delata más al conductor fuereño que el brinco intempestivo de la carrocería cada vez que algún tope traicionero se cruza en su camino. Aunque claro, los topes se reproducen. Para mañana habrá otros y en ellos toparemos por sorpresa y habrá siempre un imbécil que se ría cuando nos mire sobarnos el coco. ¿O alguien por ahí no sabe que los topes, igual que los semáforos, son coadyuvantes lógicos de las leyes de Murphy?
Para entender, no obstante, la lógica del tope, necesita uno entrar en la cabeza del vecino imperial. Todos tenemos uno, cuando menos. Por su naturaleza expansionista, el vecino imperial tiende a pensar que la banqueta es de su propiedad, así como el espacio donde deja su coche. No es extraño, por tanto, que el vecino imperial aparte su(s) lugar(es) con cubetas rellenas de cemento, o incluso siembre tubos con cadena y candado, no faltaba más. Y ya puesto a expandirse, lo de menos será juzgar que en sus dominios nadie tiene derecho a andar con prisas y es hora de plantar un nuevo tope. Al vecino imperial le complace imponer reglas de convivencia, siente que de ese modo se hace respetar. ¿Y cómo no, si cada uno que pasa por su casa se detiene en el tope, cual si hiciera una breve caravana?
De más está decir que menudean los topes aberrantes, algunos al extremo de coincidir con un semáforo activo. A la vista del absurdo patente, los fuereños acusan recibo del mensaje: la estupidez existe y aquí manda. Al igual que las leyes arbitrarias, los topes aberrantes cumplen con la función de recordar a la gente pequeña el escaso valor de sus derechos allí donde gobiernan los antojos. “¿A poco la calle es suya?”, preguntaba uno antes, en estos casos. Ahora ya ni eso hace porque abundan los frescos que responden que sí, la calle es mía, ¿y qué?
Otro extremo del tope aberrante suele ser el que parte en dos la calle para facilitar el cruce a media cuadra de los alumnos de una cierta escuela. Es decir que los niños se enseñan cada día a cruzarse la calle lejos de la esquina, conducta a todas luces silvestre y temeraria que muy probablemente repetirán en otras avenidas. Pues si en la escuela lo hacen, a la vista de padres y maestros, a ver quién va a explicarles que a partir de la próxima cuadra nada de eso se vale y es peligroso. Ya se sabe lo que aprenden los niños de quien dice lo opuesto de lo que hace.
Topes por triplicado. Topes en vía rápida. Topes de contentillo. Topes en plena curva. Topes facinerosos. Topes por no dejar. Topes de cooperacha. Topes accidentados. Topes feudalistas. Topes en cordillera. Topes de un día para otro. Topes vindicatorios. Topes impresentables. Topes premeditados, alevosos y ventajistas. Topes que multiplican el monóxido. Topes verdes de envidia. Topes sin ton ni son. Topes que hablan muy mal del país donde abundan. Topes que nos recuerdan que hace tiempo las calles dejaron de ser nuestras y la autoridad es de quien pueda comprarse un saco de cemento.
Vale más ni hacer cuentas relativas al gasto de combustible y la abundancia de contaminantes que implica la cultura rústica del tope; es seguro que son astronómicas, y en tanto eso nos ponen en ridículo. Cada vez que le tengo que explicar a un extranjero el por qué y para qué de los miles de topes, me siento lugareño de una isla infestada de paletos salvajes que se entienden no más que a garrotazos.
Se cuenta que una vez llegó desde Alemania una pregunta de cierto fabricante de automóviles a su filial local: ¿Cuál es la medida estándar de los topes en México? Es probable que hasta hoy duren las carcajadas de los ingenieros.

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