Tal vez los chicos que
ahora organizan movilizaciones multitudinarias en las calles de varias ciudades
de México ni siquiera recuerden el temor de sus mayores cuando se empezaba a
popularizar el uso de internet. Estar conectado, se decía entonces, era algo
así como el principio del mal —desbancando claramente al ocio de su puesto
estelar. El uso de internet, especialmente el de las redes sociales, iba a
destruir las relaciones personales, a convertirnos en autómatas inexpresivos e
incapaces de relacionarnos con nuestro entorno, mucho menos con las personas de
ese entorno, y a transformarnos, gracias a la posibilidad de crear varias
identidades en la red, en una bola de mentirosos. Algunos más, bastantes
escritores de varias edades entre ellos, nos advirtieron con toda prontitud y
con el conservadurismo del caso sobre los peligros más evidentes de la red: la
banalización de las altas artes y la filosofía profunda, así como la potencial
uniformidad de los productos escriturales. Menciono y exagero las cosas que se
han dicho y se dicen alrededor de las ansiedades que produjo la irrupción de
las tecnologías digitales en las vidas cotidianas de la ciudadanía no sólo
porque, como ya había quedado claro en la primavera árabe y, luego, en el
movmiento Occupy, las redes sociales también han jugado un papel fundamental en
el surgimiento, y el registro del surgimiento, del movimiento La
@MarchaYoSoy132 en México.
Es de llamar la atención que una
tecnología que se alimentó, y a la vez nutrió, una idea fluida y mutante de la
identidad, es decir, una idea relacional y contextual del fenómeno
posidentatario, sea el encargado de reclamar transparencia y verdad. Cuando a
la vieja usanza, el PRI se aprestaba para dar su golpe maestro, estigmatizando
la identidad de los estudiantes de la Ibero como
“acarreados” o “manipulados”, los estudiantes contestaron con algo más bien
simple. Los estudiantes contestaron con la verdad. En lugar de poner a circular
nociones de identidad flexible o en fuga, recurrieron a uno de los elementos
básicos que suspenden y fijan tal identidad: la credencial escolar. Los
documentos de identificación. Recuérdese que muchos trabajadores y otros
marginales de fines del XIX e inicios del XX resistieron muchas veces los
avances del Estado que, gracias al ejercicio de la fotografía, intentaba, eventualmente
con éxito, fijar identidades sociales que permitieran una lectura vertical y
una manipulación efectiva del todo social. Es de suyo interesante, pues, que
dentro del contexto de las plataformas 2.0, ese mismo ejercicio haya sustentado
un reclamo de verdad.
Aunque gran parte de la
inconformidad estudiantil se presente en ciertos medios informativos como un
movimiento por acceso a la información, la forma y los modos de la protesta
apuntan a una realidad más compleja. Por principio de cuentas, cuando los
estudiantes empezaron a grabar y, casi inmediatamente, a producir videos y
otras formas de comunicación capaces de expresar su propia versión de las
cosas, estaban reclamando más bien su acceso a los medios de producción de
información. La crítica iba dirigida, pues, no sólo a la información producida
por otros, sino a la apropiación y diseminación de los medios que hacen posible
su producción en primera instancia. Ya sea enunciada abiertamente o no, la
protesta juvenil no sólo critica a la información sino a una cierta forma de
poder que, atañendo a la producción de la información, también se refiere,
acaso sobre todo, a una cierta forma del poder en el todo social. Después de
todo, desde la horizontalidad de redes sociales como Twitter, resulta particularmente
evidente la verticalidad de la televisión y la verticalidad, también, del
Estado mexicano y su manera de desplegarse en el espacio urbano.
La obsesión de las narrativas
épicas por las hazañas del héroe y los medios tecnológicos que con frecuencia permitieron
subsumir movilizaciones enteras a la cara o máscara de unos cuantos individuos,
pocas veces nos dejaron ver la participación masiva de mujeres en una gran
diversidad de movimientos revolucionarios o de protesta. Las tecnologías
digitales y su impulso horizontal han dejado en claro lo que tantos
historiadores sociales saben demasiado bien: que las mujeres, aún cuando se les
omita en los recuentos oficiales, han sido participantes activas y dinámicas en
la historia de México. Tanto en el video que los estudiantes de la Ibero
utilizaron para acabar de tajo cualquier sospechosismo priísta como en las
imágenes de las distintas movilizaciones urbanas que se han registrado después,
resulta evidente la participación mayoritaria de jóvenes mujeres en el YoSoy132.
Mientras cundía en el mundo la
protesta juvenil, no fueron pocos los que se preguntaron por qué en México no
pasaba lo mismo. Naturalmente, lo que pasaba y pasa en México es el horrorismo
de una guerra espuria que continúa amedrentando nuestras ciudades y carreteras
y poblados con algo así como 60 mil muertos. No sé qué vaya a pasar con el
movimiento Yosoy132, pero sí confío en que sólo una sociedad civil activa podrá
exigir un alto a esa política criminal que ha asolado a la ciudadanía durante
el más reciente sexenio panista.