Resulta sintomático que el
terreno de la discusión de la primera gesta electoral de la era digital en
México se haya dividido tan drásticamente entre el poder de la televisión y el
poder de las redes sociales, especialmente Twitter. Vivimos, después de todo, a
decir del teórico y activista italiano Berardi Bifo, en tiempos del
semiocapitalismo posindustrial, un periodo en el que el valor de las mercancías
no depende ya más del trabajo real invertido en su manufacturación, sino más
bien del intercambio lingüístico dentro del cual esta producción se lleva a
cabo. Argumenta Bifo, el legendario gestor del anarco-obrerismo y autor de Después del futuro,
que atrás quedó ya el modelo burgués cuyo proceso de acumulación capitalista
involucraba una relación física y territorial entre el trabajo y el valor.
Atrás ese mundo que se dividía entre el proletariado y los capitalistas. Ahora,
en un momento en que el capital financiero y a producción económica funcionan
en esferas separadas, el conflicto mayor se establece entre el congnateriado
—trabajadores intelectuales que producen mercancías semióticas de acuerdo a un
sistema de disponibilidad permanente— y la clase administradora, cuya única
habilidad es la competencia, de preferencia letal. Es en ese contexto que el
lenguaje, “gracias al cual creamos mundos compartidos, formulamos declaraciones
ambiguas, elaboramos metáforas, simulamos eventos, o simplemente mentimos”, ha
tomado precedencia sobre cualquier otra forma de producción de valor. Y Twitter
es, eso ya lo había argumentado hace bastante tiempo, un laboratorio
contemporáneo de nuestro lenguaje.
Pero el lenguaje no es una calle
de un solo sentido. Lejos de ser una mera herramienta de representación, el
lenguaje se ha convertido en la mayor fuente de acumulación capitalista:
“espectáculo y especulación se confunden debido a la naturaleza intrínsecamente
inflacionaria (metafórica) del lenguaje. La red de producción semiótica es un
juego de espejos que inevitablemente lleva a una crisis de sobreproducción”. De
acuerdo con Bifo, pues, cuando la relación entre el trabajo y el valor se
rompe, cuando el capital financiero poco tiene que ver con la economía real, se
crea un vacío que llena la más pura violencia o, de plano, la simulación.
México tiene una relación espectacular con esa violencia, pero ahora, a la luz
de las marchas que atravesaron el país contra la mentira, el engaño y el
fraude, lo que nos toca discutir es su relación con la simulación.
Seguramente los miles y miles que
el pasado 19 de mayo participaron en las distintas marchas contra Enrique Peña
Nieto, el candidato no sólo de un partido político sino de un conglomerado
televisivo, no tuvieron que leer a Bifo para saber que, en los tiempos que
corren, manifestarse contra la mentira y el engaño y el fraude es mucho más que
una posición moralista o secundaria o ingenua. Los miles y miles de jóvenes que
dejaron las pantallas para retomar el espacio público de sus ciudades saben
bien que cuando el valor de las mercancías depende de la simulación se ha roto
ya una relación básica entre el valor y el trabajo que invita a la
desregularización neoliberal que, entre otras cosas, le ha abierto las puertas
a la violencia catastrófica que lleva, al menos en México, poco más de 50 mil
víctimas.
Cada forma de dominio produce,
sin duda, sus formas de contradominio —no necesariamente caracterizadas por la
oposición rígida tanto como por el flujo posidentatario, horizontal y
relacional, en constante circulación. Resulta de suyo interesante que, en plena
era posindustrial, el poder alguna vez indiscutible de la televisión no sea
contestado por neoluditas nostálgicos, sino por los activos usuarios de redes
sociales, aquellos que han abrazado las nuevas tecnologías digitales con
entusiasmo. El uso horizontal de las redes sociales ha permitido, después de
todo, que un sinnúmero de ciudadanos tengan acceso a la producción y
diseminación de información. Lejos de ser los pasivos participantes de una
fragmentaria red celular que invita a la reproducción acrítica del sistema, los
usuarios de estas redes, especialmente los más jóvenes, han entendido que el
lenguaje, ciertamente, puede contribuir a fenómenos de simulación que terminan
incrementando el papel de la mentira y el engaño y el fraude en nuestra vida
social, pero también, por esos mismos medios, puede circular exponencialmente
para contribuir a la formación de prácticas críticas que van de la pantalla a
la calle sin contradicción alguna de por medio.
Berardi Bifo termina su Después del futuro con una nota más bien desanimada: el
agotamiento y la pasividad como formas de subjetividad en la era digital. Pero
eso era a fines del XX. Los jóvenes de México van demostrando a inicios del XXI
que entre la pantalla y la calle hay tantas conexiones como las que seamos
capaces de crear, especialmente en y a través de ese laboratorio contemporáneo
del lenguaje que es Twitter.