miércoles, mayo 16, 2012

Miramón por Trueba Lara-(Sexenio-Puebla 07/05/12)


En el famoso año del bicentenario se publicaron un mar de novelas abordando personajes y/o momentos históricos. Algunas buenas, otras muy desafortunadas. Muy pocas se centraron en hablar de personajes controversiales en la Historia de México.

José Luis Trueba Lara, en su más reciente novela: “La derrota de Dios”, emprendió la aventurar de hablar sobre uno de los personajes más interesantes de la  Historia de México: Miguel Miramón; a quien la historia ha decidido castigar tras haberse convertido en un aliado del Imperio de Maximiliano, al no encontrar otra mejor opción.

Con una narrativa ligera, amena, buen ritmo y una gran verosimilitud; Trueba Lara retrata a la perfección quién fue Miguel Miramón: un mexicano que amaba a México y creía fervientemente que el mejor camino para educarlo era a través de los valores católicos.

Trueba Lara ha decidido combinar con éxito el dato histórico y la ficción, dándole así una narración fluida a la novela, donde el lector podrá enterarse de como el afán que tuvo para luchar por el amor de Concha de Lombardo, fue el mismo que demostró en cada batalla librada.

A lo largo de esta novela, Trueba Lara muestra datos importantes para cambiar la percepción que se tiene de Miguel Miramón: su rechazo a una invasión, a un imperio, pero si su aprobación a un gobierno largo: una dictadura. Otro dato, que recuerda Trueba Lara: su gran carrera militar en la defensa de México contra la invasión norteamericana, al lado de los famosos niños héroes. Su afiliación al gobierno de Maximiliano se debe al amor que tiene por sus ideales: religión y gobierno; además de que Juárez jamás ofreció perdón a Miramón si se unía al grupo liberal para defender a México.

“La derrota de Dios” hace justicia a Miramón, ciertamente al final pareciera que acabo siendo un traidor a la patria; pero no por ello debe olvidarse su valor al defender México de los norteamericanos. Ni debe castigársele por ser fiel a sus ideales.

Disentir es un verbo (Diario Milenio/Opinión 15/05/12)


La semana pasada, uno de los candidatos a la Presidencia de la República, Enrique Peña Nieto, visitó el campus de una prestigiosa universidad privada y jesuita en México: la Universidad Iberoamericana. Como lo atestiguan numerosas grabaciones en YouTube, y como lo han enfatizado tanto los que aplauden como los que condenan la acción, el encuentro entre estudiantes y candidato fue ríspido y dramático. Tanto la bienvenida como la despedida estuvieron signadas por las consignas enunciadas a coro, el abucheo espontáneo, los brazos alzados. Nada menos, pero tampoco nada más. En un país en que una guerra absurda e ilegítima ha desatado una violencia atroz que, según comentan analistas internacionales, ha alcanzado ya los niveles catastróficos, esta expresión de disenso solo puede ser calificada como civil. Vivimos, después de todo, en un país que nos ha acostumbrado a despertar con noticias atroces —49 cadáveres sin cabezas ni manos aparecieron ayer mismo en Cadereyta, para mencionar solo el hecho más reciente.

Para los que estamos acostumbrados al cariz crítico de los ámbitos universitarios, especialmente aquellos que pretendemos contribuir a la formación de un pensamiento y una acción críticas tanto dentro de nuestros salones de clase como en las relaciones que se establecen entre la universidad y la comunidad que le da sentido, las expresiones de desacuerdo acontecidas en el campus Santa Fe de la Universidad Iberoamericana son poco más que parte consuetudinaria de la energía estudiantil. Solo aquellos acostumbrados a jerarquías inamovibles y a estructuras rígidas de poder, o a los que viven en una torre de marfil, pueden en verdad sorprenderse ante la existencia de este tipo de manifestaciones. En las condiciones extremas en que se desarrolla la vida social del país, lo extraño no es que ocurran, sino que no ocurran más seguido.

Más importante que los gritos y las consignas que se corearon en los espacios públicos del campus universitario fueron, sin duda, el silencio y el respeto que campearon durante el desarrollo del evento dentro del auditorio de la institución de educación superior. El candidato del partido que gobernó a México durante aproximadamente 70 años del siglo XX tuvo la oportunidad de exponer sus puntos en un discurso solo de vez en cuando interrumpido, y eso más por aquéllos que gritaban en su apoyo que en su contra. Es de llamar la atención que, como puede comprobarse en la grabación que la universidad misma puso a disposición del público a través de su cuenta en Twitter, la sesión de preguntas y respuestas transcurrió de una manera organizada y dinámica, en un ambiente donde prevaleció el silencio sobre el grito.

Tanto los alumnos que pasaban al frente del auditorio para plantear preguntas como aquéllos que las hacían por teléfono desde filiales en Guadalajara y en Coahuila, se identificaban con sus nombres completos, brindando también información sobre su carrera y el semestre que cursaban. Todos saludaron al candidato, algunos usando el respetuoso usted e, incluso, el muy respetuoso “don”. Cualquier persona que haya sido profesor debió haber notado que no pocos de los estudiantes que se dirigieron al micrófono para plantear sus preguntas hicieron referencia directa a información obtenida o discutida en sus clases en el momento de contextualizar o, en su caso, explicar detalladamente, el contenido de sus preguntas (por ejemplo, cuando uno de ellos tuvo que regresar al micrófono para dar una definición de la palabra anomia, que el candidato no entendió).

Contra estereotipos que presentan a los estudiantes, y a los jóvenes en general, como criaturas sin memoria, o sin preocupación alguna por la memoria ya sea individual o social, los estudiantes de la Ibero plantearon preguntas surgidas desde el territorio tenso y crítico de una memoria colectiva y reciente. Se acordaron, por ejemplo, de la intervención del candidato en la Feria del Libro de Guadalajara, y citaron su elección de la Biblia como uno de sus libros de cabecera. Se acordaron, y citaron, las cifras de los femenicidios en el Estado de México. Se acordaron, y por eso pidieron una explicación, de las violaciones a los derechos humanos que acompañaron a la represión ocurrida en San Salvador Atenco en el 2006, cuando Peña Nieto era gobernador del Estado de México.

Pero a los alumnos de la Ibero no solo les importaba la memoria reciente, sino también, acaso sobre todo, la memoria futura. Armados de artefactos tecnológicos propios de su condición privilegiada, los estudiantes no dejaron de grabar el evento de principio a fin y desde tantos puntos de vista como fueron posibles. Tal vez ellos no vivieron en carne propia las manipulaciones mediáticas del PRI en el pasado, pero en tanto parte de una posmemoria colectiva, se prepararon para defender su versión de los hechos.

Yo no sé qué tanta influencia tengan los hechos de la Ibero en la elección que celebraremos en poco tiempo. La historia de México nos ha enseñado una y otra vez, sin embargo, que cuando el malestar colectivo alcanza a los sectores medios, especialmente a los hijos de las clases medidas, se han registrado cambios cualitativos en el sentir social respecto al poder existente, y la legitimidad de ese poder. Mientras tanto, qué orgullosos deben sentirse los profesores de esos estudiantes que hacen preguntas relevantes y disienten sin caer en la violencia ni la confrontación gratuita. Yo, en todo caso, lo estaría.

lunes, mayo 14, 2012

Miedo a los dinosaurios (Diario Milenio/Opinión 14/05/12)


Me gustaría decir que no les temo, pero es verdad que llevo la vida entera huyéndoles. Alguna vez, cuando me preparaba para pelear contra ellos cursando la carrera que conducía directo a sus dominios, miré en mi derredor y descubrí que incluso mis compañeros más combativos hacían cuanto podían por encontrar lugar en la manada, con el pretexto de que solo así sería posible cambiar la situación y eventualmente darles batalla. Cuando advertí que más de uno me saludaba haciendo justamente sus mismos ademanes y engolando la voz a la manera de ellos, no supe más que huir despavorido en busca de un destino menos espeluznante. Sé que ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero los dinosaurios todavía me asustan.

Cierto, no soy el único. Es seguro que somos millones, y de hecho decenas de millones, quienes tememos a los dinosaurios. Tanto así que los hemos mistificado y aún después de vencerlos vivimos espantados por su eventual retorno, como quien se ha curado de su enfermedad y sueña cada noche con la recaída. Y no era para menos, si fue bajo el imperio de los dinosaurios —desde siempre habituados a tratarnos como niños— que aprendimos a creer poco o nada en nosotros mismos. Nada tiene de raro, por lo tanto, que ahora seamos víctimas de un pavor entre ciego e histérico, pues ellos aprendieron a encontrar camuflaje con esa habilidad que tienen los reptiles para mimetizarse con su entorno. Si antes se pavoneaban por ser lo que eran, hoy ya no es tan sencillo reconocerlos.

La desmemoria ayuda, cómo no. De hecho, es su mejor aliada. ¿Qué tendría de extraño, por lo tanto, ver a los dinosaurios del siglo XXI despotricando contra los del XX, armados de esas jetas de yo-no-fui que no terminan de ocultarles la cola? Afortunadamente, el miedo deja huellas indelebles, y es así que ahora mismo lo pienso un par de veces antes de ir adelante y mencionar el nombre de uno de ellos, acaso el más conspicuo: Bartlett. Doy un raudo vistazo a las candidaturas al Senado y advierto que no hay nombre que me inspire más miedo y desconfianza. Verlo, además, abanderando a una supuesta izquierda, me provoca una mezcla de risa y repulsión.

Cuando aquel señor Bartlett estaba en el poder, su mera sombra solía ser motivo de aprensión, no solamente por su leyenda negra —a diario alimentada por historias siniestras que asimismo incluían a sus guardaespaldas—, sino de paso por esa expresión fría que no dejaba dudas en cuanto a su firmeza y permitía fantasear en torno a una crueldad en la que uno creía a ojos cerrados. Y ahora que Mister Bartlett, cuya estampa sería suficiente para dar cuerpo y alma a un villano de David Lynch, se nos presenta como adalid del progreso y la buena conciencia, me viene a la memoria un par de versos de Piedra de Sol, por aquello de “el tigre con chistera, presidente del Club Vegetariano y la Cruz Roja”.

Cierto que ya no son los mismos tiempos, pero he aquí que las palabras de Octavio Paz no dejan de flotar sobre estas líneas, si a la sombra de cada dinosaurio se asoma “el escorpión meloso y con bonete”. Por no hablar de “el burro pedagogo, el cocodrilo metido a redentor, padre de pueblos, el Jefe, el tiburón, el arquitecto del porvenir, el cerdo uniformado, el hijo pedilecto de la Iglesia que se lava la negra dentadura con el agua bendita y toma clases de inglés y democracia”. Como buen mexicano y además chilango, echo un vistazo en el retrovisor y me da por creer que los dinos están más cerca de lo que aparentan.

Por más que intento, no consigo evitarlos. Hoy día están en todas las conversaciones, aunque ya casi nadie les llame dinosaurios, pues como he dicho van bien disfrazados, pero quiero pensar que no me engañan, aun si sus redentores intentan convencerme de que un día se cayeron del caballo y se volvieron buenos como San Pablo. Y de nada me sirve que un santón, no menos dinosaurio, se coloque a su izquierda para hacerme creer que ya evolucionaron, cuando lo único urgente es que se extingan.

Me van a perdonar, pero aún les tengo miedo, en especial si traen un antifaz y se cuelgan la aureola y se dicen honestos sin que nadie pregunte y lanzan invectivas contra los de su especie. Cuidadito con ésos, que son los más antiguos.