Porque estamos tan
enamorados y, sin embargo, nos morimos. Siempre me pareció tremendamente triste
esta cita de Living Theatre. Es una respuesta, o eso parece indicar el porque
sin acento con el que inicia la oración, para la que no existe la pregunta. Se trata,
valdría la pena considerarlo así, de la pregunta como ausencia o como lugar de
la invención. La respuesta, en todo caso, no pone en cuestión la existencia del
amor: ese cliché o ese cinismo. No es que el amor sea o no posible, después de
todo, puesto que el amor ya está aquí, y es. Lo triste es que, siendo, no sea
suficiente para evitar lo inevitable: nuestra mortalidad, el hecho
incontrovertible de que todos, día a día, en todo momento, morimos. Gerundio
fatal. La respuesta a esa pregunta que habríamos de inventar tiene la virtud o
la fatalidad de colocar dos términos monstruosos muy cerca: el amor y la
muerte. Tal vez sea la omnipresencia de esa muerte sobre la geografía política
de lo que llamamos, todavía, México, lo que obliga a veces a pensar con rabia o
con convicción, con ansias o como rezando, en el amor. Porque, ¿qué puede estar
más lejos de la violencia sino el amor? Si, como argumenta Badiou en su Elogio del amor, el
amor es el Escenario de Dos, esa manera de ver al mundo desde la diferencia y
no desde la identidad, el amor tendría que encontrarse, en efecto, en el otro
extremo de esa cuerda tensa o floja que es la vida social.
Hay que
reinventar el amor, dijo hace tantos años Rimbaud. Hay que reinventarlo,
sostiene sin rubor alguno Alain Badiou. Vaya escándalo. En una época que
fabrica amores sin riesgo, y luego entonces sin sustancia, o amores en el
límite entre el consumo y el deshecho, Badiou piensa en el amor como un
comunismo minimalista: el triunfo del bien común sobre los intereses del
egoísmo; la victoria de la voluntad colectiva sobre la privada. Ver a dos.
Experimentar el mundo, y el tiempo, desde la trinchera de otros ojos y otro
cuerpo. En Elogio al amor, el amor es ciertamente una aventura,
pero por ser una aventura en el tiempo, es una aventura tenaz. Vaya paradoja. O
no.
La historia, de
existir, empezaría así: en la contingencia. El amor contiene, puesto que lo
pone en escena, un elemento de separación, de dislocación y de diferencia: el
terrible instante en que el uno se descubre en dos. Todo parte de un encuentro,
eso se sabe. Menos una experiencia, en el sentido literal, y más un evento en
el sentido que le da Badiou al término: algo que no entra en el orden inmediato
de las cosas, algo “que permanecerá bastante opaco y sólo encontrará realidad
en las múltiples resonancias del mundo real”. Pudo haber existido o no.
Pudimos, acaso,
estar hechos el uno para el otro, o no. El asunto, cuando el asunto es el amor,
suele involucrar la transformación de lo contingente en lo necesario. El azar
como destino. Pudo no haber existido, en efecto, pero existe, y existirá. El
amor es un siempre.
Pero, ¿cómo va
del puro azar al destino, este amor? A través de la declaración amorosa,
sostiene Badiou. Se trata, después de todo, de “enunciar la palabra cuyos
efectos, en la existencia, pueden ser infinitos”. El antes y después de la
declaración amorosa: ese abismo.
Todo “te amo”
sería así, en sentido estricto, un parteaguas. Puede ser clara y feroz, o
tentativa y sinuosa, en pleno proceso de auto-reiteración, pero la declaración
amorosa sella el encuentro y produce un más allá: la promesa de re-inventar la
vida, el acuerdo de embarcarse en una nueva manera de producir la experiencia
del cuerpo en el tiempo. En el contexto de un amor que se declara, esta
declaración, dice Badiou, aún si permanece latente, es lo que produce los
efectos del deseo, y no el deseo mismo, como suele creerse. El amor se constata
a sí mismo al permear el deseo y no al contario.
Siempre me han
parecido sospechosas las definiciones del amor que involucran la palabra
trabajo, naturalmente. Pero más allá del amor loco o de la idea romántico del
amor como fusión absoluta o con el absoluto, Badiou sostiene que la Escena de
Dos, para permanecer tal cual, de dos, requiere de la categoría del tiempo y,
el tiempo, con su inclinación narrativa, propone un proceso de construcción.
“El amor inventa una nueva forma de duración en la vida”, asegura. De acuerdo
con Badiou, quien en entrevista con Nicolas Truong ha dejado en claro que en
este, como en otros temas, le interesan más los procesos y la duración que los
inicios, le parece que en tanto proceso de construcción, el amor es un
procedimiento de verdad. ¿De qué verdad? De la verdad de ese dos que él ha
dignificado en escena primordial. Si la Escena de Dos está fundada en la
diferencia, luego entonces, el procedimiento de verdad que acarrea el amor no
puede no ser una verdad acerca de esa diferencia. Y he ahí, en su
cuestionamiento de la identidad y lo que la identidad produce, una de las
facetas más radicales del amor. He ahí, como el pensador francés lo resumió en
otra entrevista, “su valor de ruptura, su valor de casi locura, su valor
revolucionario”. He ahí las razones por las que es vital “reinventarlo para
defenderlo”. Badiou ha agregado: “No hay que dejar que el amor sea domesticado
por la sociedad actual —que siempre busca domesticarlo—. En otros tiempos, las
sociedades clericales y tradicionales buscaron domesticarlo por el matrimonio y
la familia. Hoy se busca domesticar al amor con un mezcla de pornografía libre
y de contrato financiero. Pero debemos preservar la potencia subversiva del
amor y apartarlo de esas amenazas”. Vaya escándalo. O no.