miércoles, marzo 28, 2012

Auster y el poder de autonovelarse-(Sexenio-Puebla 19/03/12)

Escribir sobre sí mismo suele ser complicado. Escribir sobre el camino andado con objetividad es, casi, imposible. Autonovelarse con precisión, belleza y juicio, se antoja inexistente. Sin embargo, Paul Auster lo ha logrado en su reciente libro: Diario de invierno, el cual se une a otro par de libros escritos en el mismo estilo: La invención de la soledad y A salto de mata.

Auster tiene 65 años y con ello viene la nostalgia y las ganas de saber si lo hecho hasta el momento valió la pena.

A modo de diario cronológico y narrado desde la tercera persona, Auster ofrece al lector una autobiografía novelada, lejana de todo panfleto sentimentalista y donde el juicio personal tiene amplia cabida.

Diario de invierno es un libro admirable, pues posee una precisión narrativa, como se puede ver en los relatos que hace de sus recuerdos de infancia o de las amplias narraciones de los 21 cuartos o casas en las que ha habitado, las cuales han tenido un significado para él en su vida. Cada cuarto es la metáfora de su propia evolución. Tal es la precisión contenida en cada párrafo que inmediatamente uno logra sentirse caminando al lado de Auster, uno sufre con Auster; aunque también se goza con él al revivir sus encuentros sexuales. Pero también uno se enamora, al leer la forma en que describe a su esposa, después de tantos años de compartir la vida, así como la elegancia que tiene para referirse a sus viejos amores.

Auster comparte con sus lectores –sin temor a ser juzgado- todo tipo de recuerdos que trazaron, modificaron e influyeron cada una de sus decisiones: las enfermedades, las pérdidas de familiares, los momentos engorrosos de la infancia, las amistades memorables; entre otros. Muchos de estos recuerdos, como el lector descubrirá al adentrarse en sus páginas, fueron el origen de algunas de sus novelas.

Diario de invierno, para el lector y los escritores, es el ejemplo más claro de cómo escribir una autobiografía novelada. Para Paul Auster, pienso, es la forma de conversar consigo, de reconocer sus aciertos, ubicar sus errores y perdonarse.

Una lectura que no debe dejar pasar.

Repensar los encuentros literarios (Diario Milenio/Opinión 27/03/12)

La columnista da cuenta de un encuentro celebrado en Monterrey, dedicado a realzar el ejercicio literario en el marco de una estética interdisciplinaria.

Los encuentros literarios se convierten con apabulladora frecuencia en largos rituales en que los escritores invitados leen en voz alta trabajos publicados, a veces con bastante anterioridad, para espectadores que muchas veces se conforman o se resignan con la corroboración de lo ya conocido. Como buscan atraer a públicos masivos, los organizadores suelen invitar a escritores aprobados por el mercado, es decir, escritores que “venden”, sin importar mucho la conexión específica con la comunidad o las búsquedas estéticas que podrían o no unirlos entre ellos. Pocas veces, aunque hay que reconocer que van aumentando en número, se organizan talleres a través de los cuales pudiera extenderse el diálogo productivo entre el escritor invitado y los escritores locales. En casi ningún caso, y aquí habría que mencionar la peculiaridad de la feria de libro del Guadalajara, los escritores son invitados a visitar escuelas locales o a establecer conversaciones en corto con grupos de jóvenes, o con clubes de lectura, del lugar. Así, independientemente de lo que muestran los números que los organizadores muestran con orgullo, el legado concreto de los encuentros literarios para las comunidades dentro de las cuales se realizan dista mucho de alcanzar su potencial.

Llevado a cabo entre el 21 y el 23 de marzo del 2012, en la ciudad de Monterrey, Nuevo Léon —una de las urbes más golpeadas por la violencia del narco— “Los límites del lenguaje: la degramaticalidad increíble”, fue un encuentro singular desde muchos puntos de vista. Financiado por Conarte y la Casa de la Cultura de Nuevo León, y curado por la escritora Minerva Reynosa, “Los límites del lenguaje” respondió a una estética interdisciplinaria que buscaba explícitamente “realzar la importancia del ejercicio literario en la coyuntura con otras artes, otros discursos”. Así, convocados no con base en el número de ventas, sino en una perspectiva estética común, entendida ésta en los términos más amplios posibles, se esperaba que los escritores “entraran en un diálogo crítico”. Todo eso, y más, sucedió, en efecto, en la Sultana del Norte por al menos tres días.

Como lo demostraron las salas llenas durante estas jornadas, son muchos los objetivos que se logran cuando a un evento de este tipo lo guía una búsqueda estética. Como estas exploraciones suelen llevarse a cabo en distintas regiones entre gente de diversa edad y de géneros variados, no fue de ninguna manera sorpresivo aparecieran entre los invitados tanto especialistas en poesía digital de los Estados Unidos, como Loss Pequeño Glazier, que da clases en el muy prestigioso Electronic Poetry Center de Cunny Buffalo; y jóvenes practicantes de la poesía indígena y, luego entonces, de la traducción, en este caso desde el zoque y el tzotzil, como Enriqueta Lunes y Mikeas Sánchez. ¿Y hace cuánto que en un encuentro de escritores se oía el español, el inglés, y el zoque en un mismo foro?

Tal vez la parte más emocionante del programa fue la presentación de trabajos inéditos o, en su caso, de piezas poco difundidas, así como de obras que, debido a su naturaleza performancera, eran también irrepetibles y únicas. El colectivo Benerva (formado por Benjamin Moreno y Minerva Reynosa) dio a conocer una pieza digital que, valiéndose de programas que modificaban tanto las imágenes como los sonidos de las palabras, rompía literalmente las grafías y las enunciaciones de un poema para ofrecer al espectador una experiencia en efecto limítrofe del lenguaje. Marco Antonio Huerta, poeta conceptual de Tamaulipas, utilizó el vocabulario de ciertos discursos públicos —encontrados tanto en periódicos como en la sección amarilla de los directorios telefónicos— para componer textos relacionados con el aquí y ahora de otro estado mexicano herido por la violencia ligada al narcotráfico. Efraín Velasco, poeta de Oaxaca, invitó a la audiencia a hacer bizcos para poder apreciar las piezas que combinaban imágenes y textos a la manera de las imágenes estereoscópicas de antaño. No puedo mencionarlos a todos en este corto espacio, pero válgame decir que el “a ver en qué anda este cuate ahora” es tal vez la mejor tarjeta de presentación para una serie de trabajos que se quieren vivos, en proceso, perpetuamente inacabados. Inconformes con fórmulas heredadas, ajenos a cualquier deber ser, y rigurosos con las preguntas generadas por sus propias búsquedas, estos trabajos son, más que el futuro de la literatura mexicana, su presente más palpitante y, también, el más jocoso.

Tal vez el nutrido grupo de asistentes a estos eventos también se debiera a que, justo antes de dar inicio las jornadas del encuentro, tres de los escritores invitados impartieron un número equivalente de talleres. Otro de los escritores, de hecho, dio una plática en una escuela de diseño. Las preguntas que los jóvenes hacían durante esas sesiones, y las charlas con las que continuaban las mismas en los pasillos, dejaba en claro que el interés por los temas era algo más que pasajero.

Aunque acotada por la violencia, hubo en este encuentro, como en todo que se precie de serlo, convivencia y comida y bebida. Pero pocas veces he visto a tantos escritores chismear tan poco sobre el medio y hablar tanto, y tan apasionadamente, sobre su trabajo —el que acababan de hacer, el que estaba por venir. Así da gusto dejar la comodidad de la casa propia para pasearse con dificultad o azoro, da lo mismo, por los pasillos de tantas otras casas que, gracias a encuentros como éste, ya no son casas ajenas.

El club de los perplejos (Diario Milenio/Opinión 26/03/12)

Hay en México más de 30% de electores con bajo apetito democrático. Son los indefinidos y no se tragan cualquier bocado.

Indefinidos”, suelen llamarnos quienes hacen las encuestas, aunque a veces también nos dicen “indecisos”. Una categoría donde cabemos tantos y tan distintos votantes potenciales que de muy poco sirve ser casi mayoría. Ni siquiera dos puntos porcentuales nos separan del candidato más aventajado, si bien lo que nos une es puro escepticismo, cuando no hueva vil y pegajosa. Porque vamos al alza, pese a todo. Si entre otras mayorías es notorio cuando menos algún impostado entusiasmo, la nuestra ve al futuro con cara de fuchi. De ser esto un programa de televisión, hace rato que habríamos cambiado de canal.

Como es de comprenderse, los menos convencidos somos también los más hostigados. De nosotros depende en buena parte quiénes, entre tantos golosos, habrán de repartirse el pastel del poder. Nada tiene de raro que mientras nos asedian con propaganda hueca y dulces carantoñas se relaman de paso los bigotes y den un trago largo de saliva, si al cabo lo que quieren es un poco de teta, por el amor de Dios. Pero los indecisos somos de teta díscola, más todavía si ésta se nos exige a toda hora y por todos los medios. Más sencillo sería contagiar el espíritu navideño mediante sobredosis de villancicos que inyectar entusiasmo democrático en un indefinido con propaganda estólida y machacona.

En rigor, deberían llamarnos perplejos. Es decir, dudosos, inciertos, irresolutos, confusos, no porque las opciones parezcan suculentas sino justo al contrario: hemos de decidirnos entre bocados poco apetitosos. Si otros ya se anticipan al banquete con la glotonería impresa en las pupilas, al perplejo le bastaría con saber cuál de los tres manjares será menos dañino, toda vez que ninguno termina de antojársele. Peor aún si tomamos en cuenta que un comistrajo de estos ha de tragarse a diario durante varios años. Pues tal es el problema: puede uno masticar las porquerías y pretender que no saben tan mal, pero de ahí a tragárselas hay demasiadas náuseas de por medio.

Si existiera un registro de razones por las que decidimos que un candidato es preferible al otro, es seguro que miles o millones de ellas merecerían el rango de sinrazón. Más todavía cuando lo que interesa es encontrar al menos pernicioso. Elegir entre fruta descompuesta, filete con triquina y pescado agusanado no es la mejor manera de hacer hambre; de ahí que seamos tantos los inapetentes. Es, sin duda, probable que el menú resulte un poco menos insalubre de lo que nuestras bascas anticipan —tal es la alegre apuesta de los propagandistas—, sin embargo los números son elocuentes: somos una legión con la nariz tapada.

“Nunca en mi vida votaría por el PRI”, presumimos algunos, como dando por hecho que las otras opciones no se le parecen. ¿Qué es la izquierda tartufa del PRD, sino una calca hedionda del PRI chapucero y retrógrada de los años setenta? ¿Y cómo es que en el PAN menudean los liberales vergonzantes, prestos a cortejar al viejo perredismo echeverrista que a su vez los acusa de priístas? Si uno al fin decidiera hacerle el feo al PRI en el fondo de las urnas, tendría que quedarse sin votar. Y tal vez aun así lo favorecería.

Tenemos, pues, al PRI de hoy luchando contra el PRI del siglo pasado, y en medio de los dos a una buena señora de sonrisa impertérrita que por lo visto vive rodeada de ineptos decididos a hacerla tropezar. Sería refrescante que al fin una mujer luciera sobre el pecho la banda tricolor en un país regido según los estatutos del Club de Toby, pero habría que ser un sexista asqueroso para insinuar que el género femenino de por sí garantiza un gobierno mejor. De pronto la igualdad entre los sexos pasa por aceptar que en numerosas ocasiones mujeres y hombres somos igual de torpes.

Es, pues, lo más probable es que haya en este mundo similar proporción de ineptas e ineptos. Vistos desde el rincón de los perplejos, nada nos garantiza que la candidata y sus impulsores se hallen libres de ser así censados. Y eso es lo que termina de aperplejarnos en este carnaval de dinosaurios donde el pasado oscuro es una taenia solium que termina nutriéndose de cuanto nos tragamos. ¿Cómo no vamos a pensarlo mil veces antes de decidirnos a deglutirlo?

“Se ve muy rico, gracias, pero es que no tengo hambre”, se excusa uno en estas situaciones, y se condena así a que se le persiga cucharón en mano. “Trágate esto”, nos gritan, y por toda respuesta nos tapamos la boca, la nariz y los ojos. Por mí, que de una vez nos llamen Los Asqueados.