sábado, enero 07, 2012

Lista de libros leídos en 2011

Dejo aquí, ante ustedes, la lista de libros que leí durante el 2011.

1. Los buenos oficios de Miguel Maldonado (Poesía).

2. Tijuana: crimen y olvido de Luis Humberto Crosthwaite (Novela).

3. Oficios ejemplares de Paola Tinoco (Cuento).

4. El ejército de Sodoma de Rowena Bali (Novela).

5. Ciudadela de Miguel Maldonado (Poesía).

6. Catálogo de las aves de Pedro Ángel Palou (Poesía).

7. De la función social de las gitanas de Benito Taibo (Poesía).

8. Los textos del yo de Cristina Rivera Garza (Poesía).

9. La rosa de la China de Jaime Panqueva (Novela).

10. Lo escrito mañana de Sandra Lorenzano. Coord. (Ensayo).

11. Decencia de Álvaro Enrigue (Novela).

12. Disecado de Mario Bellatin (Novela).

13. Los ingrávidos de Valeria Luiselli (Novela).

14. Epidemia de zopilotes de Arturo Ordorica (Cuento).

15. Involuciones de Eduardo Sabugal (Cuento).

16. La profundidad de la piel de Pedro Ángel Palou (Novela).

17. Verde Shanghai de Cristina Rivera Garza (Novela).

18. Sobre todas las cosas de Ximena Sánchez Echenique (Novela).

19. Llovizna de Edson Lechuga (Cuento).

20. La muerte me da de Anne-Marie Bianco-CRG (Poesía).

21. Fragmentos: poemas, notas personales y cartas de Marilyn Monroe (Varios).

22. Días de ira de Jorge Volpi (Novela corta).

23. Derrumbe de Ricardo Menéndez Salmón (Novela).

24. Pobre Patria Mía de Pedro Ángel Palou (Novela).

25. Washington Square de Henry James-Traducción: Sergio Pitol (Novela).

26. Instrucciones para cruzar la frontera de Luis Humberto Crosthwaite (Relato).

27. Varón de deseos de Pedro Ángel Palou (Novela).

28. La cresta de Ilión de Cristina Rivera Garza (Novela).

29. La Ofensa de Ricardo Menéndez Salmón (Novela).

30. Lo anterior de Cristina Rivera Garza (Novela).

31. Disparos en la oscuridad de Fabrizio Mejía Madrid (Novela).

lunes, enero 02, 2012

El gordo y los flacos (Diario Milenio/Opinión 02/01/12)

Al peor patrón del mundo lo delatan sus números. ¿Qué decir de un país donde una vida entera de trabajo no se cotiza en más de cien dólares?

1 Embriaguez pitagórica

Según aconsejaba Dean Martin, el mejor remedio contra la resaca consiste en permanecer ebrio. Algo igual de riesgoso podría decirse de los números, que así como son útiles para poner en orden las ideas, suelen pintarse solos para sacar de quicio al más equilibrado. Cierto es que algunas veces la numeralia miente, tanto como que otras expresa las verdades de una manera tan despiadada que incluso la mentira sería preferible. Hoy, por ejemplo, que acometo estas líneas —primer día del año, tiene que haber centenares de millones de mortales sufriendo los rigores de lacruda— me ha servido de poco despertar razonablemente libre de resabios etílicos, una vez que el vacío propio de esta suerte de doble domingo me ha hecho caer en una honda ebriedad numérica, cuya resaca evito aplicando la cura del bueno de Dean Martin. Una vez que los números conspiran en el empeño de desquiciarlo a uno, solamente otros números conseguirán salvarle del abismo. ¿Cuántas noches no han llegado los negros, por irreales que fueran, a rescatarnos del feroz insomnio causado por los rojos, maldita sea su estampa?

Abundan, por supuesto, las noticias que le dejan a uno la conciencia atascada de números rojos. Como aquellas que hablan de los países donde ciertas empresas multinacionales encuentran la manera de explotar a niños y adultos en la maquila de sus productos. Horarios inclementes, pagas misérrimas y situaciones de esclavitud virtual son moneda corriente en estos casos, de modo que más de uno elige combatir el malestar que estas noticias le provocan a fuerza de evitar consumir las marcas identificadas con esas infamias, y asimismo recomendar a sus amistades que se unan al boicot. Funciona, en estos casos, apelar al auxilio hiperbólico de la numeralia. ¿Cuántas horas, digamos, tendría que trabajar un niño hambreado por la maquiladora para comprar tan sólo un par de tenis como los que ésta produce? He ahí una oportunidad de oro para lanzarse hasta el fondo del pozo de la embriaguez numérica y el morbo consecuente. De ahí a calcular los ingresos totales de la compañía y contrastar salarios diminutos con ingresos astronómicos ya no hay casi distancia. Los números invitan, todo es cuestión de seguir embriagándose.

2. ¿Quién dijo esclavos?

Justamente el primer día del año, Georgina Higueras ha publicado en El País uno de aquellos enojosos reportajes que expanden la conciencia hacia abismos donde hasta los más sobrios quedan sujetos a los efectos de la resaca moral. Luego de entrevistar a dos contrabandistas norcoreanos —vendedores de champiñones, cazadores de ranas, importadores a ínfima escala de videos prohibidos— que tras meses de intensa peripecia consiguieron llegar a Seúl, la periodista acude a algunas cifras que ya de por sí expresan la hondura del abismo, como los trece años que un norcoreano debe pasarse en el servicio militar, pero seguramente la más perturbadora de sus cifras tiene que ver con el salario promedio al que puede aspirar: 10 centavos de euro. Esto es, 13 centavos de dólar. Un peso mexicano con ochenta centavos cada mes, o en su caso seis centavitos diarios.

Con el fin de evitar, al menos por ahora, comparaciones drásticas y tragicómicas, tomemos un ejemplo conservador: bajo el régimen de los hermanos Castro, un trabajador adscrito a una maquiladora multinacional gana un salario neto equivalente a 20 dólares al mes, una vez que el Estado le retiene 380 como impuesto automático. Para ganar lo que un afortunado obrero o profesionista cubano recibe cada mes, los norcoreanos deben tallarse el lomo a lo largo de doce años y nueve meses. Ahora bien, si la meta fuese llegar al sueldo bruto de 400 dólares por mes, el súbdito de Kim Jong-un debería trabajar durante poco más de 256 años. En términos realistas, 64 años de trabajo fecundo le rendirían un total de cien dólares. Es decir que si empieza a trabajar a los dieciséis años y ahorra desde entonces la heroica mitad de lo que gana, tendrá a los ochenta años el dinero bastante para comprarse unos tenis baratos, aunque no tenga dónde ni cómo. ¿Numeralia tramposa, ocio fácil, quirofricción mental? ¿Y qué más puede hacerse con tamañas cifras?

3. Engordando la nómina

Sobra decir que la información disponible para el común de los mortales sobre la economía norcoreana suele ser tan dudosa como contradictoria. Supongamos que así es y los norcoreanos ganan en realidad el doble, o el quíntuple, o hasta diez veces más el sueldo aquí citado. ¿Sería siquiera un poco reconfortante saber que se les paga el equivalente a dieciocho pesos mexicanos al mes? Volvamos, pues, a esos 13 centavos de dólar y echemos a volar la fantasía, nosotros que podemos. Pues si para uno resulta complicado figurarse cómo se vive con un sueldo así, la casi totalidad de los veinticuatro millones de norcoreanos son sin duda incapaces de imaginar las dimensiones de un sueldo anual como el de, digamos, Novak Djokovic, quien nada más que jugando al tenis se embolsó en 2011 la friolera de 12 millones y 600 mil dólares. Esto es, el sueldo anual de ocho millones de norcoreanos.

Desde que la televisión norcoreana transmitiera supuestamente en vivo el entierro del sátrapa rollizo, las imágenes de todos esos miles de llorones enjutos han suscitado toda clase de hipótesis. ¿Lloraban por ingenuos, por serviles o nada más buscando salvar el pellejo? ¿Cómo era que berreaban todos al unísono? ¿Cumplían instrucciones, hacían méritos, sentíanse quizás desamparados ante la ausencia súbita del patrón más abusivo del mundo? Podría uno pasarse el reinado completo del rechoncho heredero especulando en torno a estas ideas, sin por ello reunir las mínimas certezas al respecto. Pero ahí están los números y son demoledores. Si hay quienes creen, acaso con razón, que efectuar esas cuentas inclementes significa una triste pérdida de tiempo, ¿qué decir de las dudas sobre si los dolientes del gordolobo lloraban de verdad o hacían de plañideras para no malquistar a sus mandamases? ¿Es menos indignante saberlos oprimidos como esclavos o engañados como niños pequeños? ¿Qué hacer con esta clase de resacas?

domingo, enero 01, 2012

Poesía y política (Diario Milenio/Opinión 27/12/11)

La pregunta que no es posible dejar de plantearse es qué o cuál será la mejor manera de rendir cuentas sobre lo que acontece ahora

La guerra que pelean una férrea casta de tecnócratas neoliberales contra un grupo de empresarios transnacionales que se dedican a la producción y comercio de sustancias hasta ahora consideradas como ilegales ha sumido a México en una de las etapas más sangrientas de las que se tenga historia desde inicios del siglo XX. Interpretar críticamente estos fenómenos es acaso una de las tareas más urgentes en nuestros días para comprender y, luego entonces, proponer alternativas al estado de creciente crueldad y horror. Pensar críticamente en momentos de dislocamiento y ruina, de violencia extrema y duelo, no es cosa fácil. Como lo asegura Achilles Mbembe en relación al reto de pensar África fuera del eje de la teoría occidental, “lo que la teoría social no ha podido comprender es su tiempo [el tiempo histórico de África] como tiempo vivido,no sincrónica o diacrónicamente, sino en su multiplicidad y en su simultaneidad, su presencia y ausencia, más allá de las perezosas categorías de cambio y permanencia tan socorridas por tantos historiadores”. Contra los muchos estereotipos que, más que explicar, oscurecen la compleja realidad de la vida cotidiana y política de África, Mbembe asegura en On the Postcolony que “las fluctuaciones y la indeterminación de estos países no necesariamente significan una falta de orden. Cada representación de un mundo inestable no puede ser automáticamente subsumida bajo la etiqueta de ‘caos’. Pero, reducida por la ignorancia y la impaciencia, dejándose llevar por cierto delirio verbal, slogans, y en general la impericia lingüística, la literatura al respecto recurre con mucha facilidad a la repetición y el plagiarismo, a las declaraciones dogmáticas y las interpretaciones arrogantes, y las conclusiones superficiales están a la orden del día”.

No se necesita ser un crítico avezado para estar en general de acuerdo con Mbembe en lo que respecta a África e, incluso, en lo que podría tocar a la realidad mexicana de hoy. La pregunta que no es posible dejar de plantearse es, sin embargo, qué o cuál será la mejor manera de rendir cuentas sobre lo que acontece ahora. Heme aquí diciéndolo de nueva cuenta: Contra ese estado de cosas, aquí y allá, la poesía. No pienso, por supuesto, en la práctica versificadora que tiende a encerrarse en la torre de marfil de ciertos lenguajes prestigiosos que poco o nada tienen que ver con lo poético. No pienso, claro está, en el lenguaje imperialista (dar voz a otros) y con frecuencia ramplón que, con la excusa de acercarse a la comunidad que la produce, deja de exigirle a la poesía ese práctica de cuestionamiento del lenguaje que la determina. En lo que pienso mientras trato de elaborar un argumento sobre la urgencia y, por suerte, la presencia de una luminosa poesía política en nuestro medio es, sobre todo, en tres libros publicados recientemente en México. Se trata de Degenerativa, de Alejandro Tarrab; El baile de las condiciones, de Oscar de Pablo; y Hechos diversos, de Mónica Nepote. Es posible que estos tres libros no me hayan ayudado a entender (en el sentido meramente intelectual del término) lo que sucede en el país, pero no me cabe duda que me han acercado de manera punzante y riesgosa, de manera humana y crítica a lo que testifico en mi día a día.

En Degenerativa, un ejercicio casi orgánico de apropiación que resulta en una serie intrigante de variaciones y versiones de un material que ya nunca más podrá ser El Original, Tarrab trabaja de cerca con lecturas y otros artefactos artísticos pero no se olvida de dirigirnos “Hacia las maquiladoras, hacia el abismo de las sepulturas/ se entiende este reducto”. Y el lector de Tarrab puede, si así lo desea, detenerse en el casco de las viejas ciudades “donde puede llorar despierto” hasta las periferias que en mucho se parecen a las fotocopias y los loops donde la experiencia se daña y se difumina y cambia.

En El baile de las condiciones, un título que es una referencia poco discreta a un escrito de Karl Marx de 1844, Óscar de Pablo le da la mano a las condiciones de expresa desigualdad y explotación que caracterizan el mundo de hoy y, sin empacho, con inusual sentido del humor y agilidad lingüística y referencias tanto religiosas como históricas, las saca, en efecto, a bailar. De entre todos, sólo comento ese largo poema alrededor y dentro de la fábrica Modelo, donde los turnos de trabajo se transforman en mareas y los trabajadores, marineros imprevistos de una ciudad vuelta toda océano de químicos y de orina y de hartazgo, resisten el vómito y, sí, piden cerveza en el naufragio.

La poesía de Hechos diversos se produce justo en el lugar de la costura del libro que divide (o junta) las páginas donde se llevan a cabo los ejercicios con la sintaxis y las imágenes (a la izquierda) y aquéllas donde se plasma el lenguaje informativo de las noticias (a la derecha o en la parte inferior de la página, pero siempre en otra tinta). La yuxtaposición, que además involucra hechos ocurridos tanto dentro como fuera de México, trae a colación lo nimio, en efecto, pero también los fenómenos macroeconómicos sin los cuales eso nimio —la violencia doméstica, el nombre que se registra con sangre porque de otra manera se olvida, la mirada sobre el cuerpo desmembrado que alumbra la cámara de un paparazzi— no tendría por qué ser registrado. Lejos del facilismo de la representación directa o de la empatía superficial, Nepote pone a funcionar, y con estilete, el nivel de la investigación del lenguaje. En la primera línea del poema “Las muchachas bailan”, por ejemplo, las preguntas indirectas, que se establecen con el uso del tilde sobre el pronombre interrogativo, se atropellan una a otra a través de comas que, lejos de proponer una respuesta o, incluso un terreno propicio para la respuesta, insisten en la pregunta misma. “Dónde están bailando, dónde las muchachas, todas”. En la tercera línea, aparece, se diría que de la nada o de esas condiciones que ha sacado a bailar De Pablo, el primer imperativo: “Digan”, conmina la poeta. “Digan, dónde las muchachas bailan, dónde levantan las manos pálidas, no sus huesos”. Y en ese “digan”, que es plural, va el lector y va también el que no lee. En ese digan, mucho me temo, vamos todos.

Más podría decirse de estos tres libros, pero el espacio apremia: tres de entre los mejores libros de poesía política del México de hoy. Es decir, tres de entre los mejores libros de poesía que han tocado este país.

El proletario epicúreo (Diario Milenio/Opinión 26/12/11)

No sería un fotógrafo, sino un cocinero, quien retratara al hoy difunto líder Kim Jong-il como un glotón excéntrico y caprichoso

1 Un espía en la cocina

La verosimilitud también tiene un límite: cuesta trabajo creer aquello que se anuncia demasiado común, y en tanto ello parece sacado de la manga. Es el caso de Kenji Fujimoto, nombre que pide a gritos ser descreído. Y sin embargo tiene que haber centenares de tipos que se llaman así, de modo que buscar a uno entre tantos sería un trabajo ingrato y quizás infinito. O al menos eso espera el cocinero japonés “Kenji Fujimoto”, autor del bestseller que lo condenó a vivir desde entonces escondido de los esbirros de su antiguo patrón, el virtual emperador Kim Jong-il. Más de diez años trabajando como chef del sátrapa coreano pueden delatar menos al hombre público que al sibarita íntimo, toda vez que el habilidoso Fujimoto era miembro esencial de su selecta corte. Alimentado según la dieta prescrita y diseñada por un equipo de doscientas personas entregadas a ese solo objetivo, Kim Jong-il tenía en su cocinero personal a un facilitador entregado a mimar su exquisito hedonismo, cruzando para ello mares y continentes en busca de materias primas y manjares sin límite para su proletario apetito.

Carne de puerco de Dinamarca, caviar de Irán y Uzbekistán, mango de Tailandia, melones del noroeste de China, mariscos de Japón, cerveza de Praga, papayas de Malasia: Fujimoto viajaba por el mundo, armado de un falso pasaporte dominicano, según a su patrón se le ocurrían nuevos esnobismos gastronómicos. Dueño de un paladar que a decir de su chef era asombrosamente discriminante, el mayor gerifalte norcoreano solía cumplirse súbitos caprichillos imperiales, como invertir tres mil dólares en mandar a su cocinero a un famoso almacén de Tokio por doscientos pastelitos cuyo precio total apenas rebasaba los doscientos cincuenta. Nada tan raro en quien antes había enviado a un emisario de Pyongyang a Beijing con la misión secreta de llevarle a su líder una Big Mac. Con un sueldo de cinco mil dólares mensuales y una vida colmada de privilegios, Fujimotohabitaba nada menos que el edén norcoreano: esa zona entre mítica y mística donde los ciudadanos –por entonces, diezmados a causa de una hambruna que se llevó más de un millón de vidas– imaginan a su líder desplegando atributos divinos para librarlos de todo mal (ahí donde la distancia entre líder y Dios resulta a simple vista inapreciable).

2. Calabozo al aire libre

A lo largo de sesenta y tres años, la dinastía Kim ha controlado la información con el rigor del más celoso de los celadores. Sólo así se comprende que hasta la fecha ignoren noticias como la llegada del hombre a la luna o la prosperidad de sus paisanos del sur, si según diariamente se les informa todo el resto del mundo sufre peores penurias que ellos. Es decir, diariamente a toda hora, si digieren la misma propaganda dondequiera que estén –radio, cine, tv, medios impresos: nadie ahí se destaca ni recibe algún crédito, como no sea el líder todopoderoso– e incluso las familias campesinas son obligadas a tener el día entero prendida una bocina que repite la propaganda estatal como una letanía interminable: lecciones invaluables para quienes ya saben que la sobrevivencia consiste en repetirlas como pericos, so pena de ser estigmatizado por el régimen como aliado indeciso o enemigo frontal: candidatos a una cadena de infortunios que bien puede acabar en el Kwan-li-so. Es decir, cualquiera de los diez campos de concentración donde malvive –y esto es amabilísimo eufemismo– un cuarto de millón de caídos en desgracia no necesariamente por una razón, si todas las razones son una y esa es el culto al líder, dondequiera que esté.

En un país que pasa las noches a oscuras, literalmente muerto por la total carencia de electricidad, parecería superfluo que el gobierno se gaste cien millones de dólares en la edificación del mausoleo de Kim Il-Sung. Ahora bien, no se trata de hacer los clásicos ahorros mal entendidos. Cuando se ha desplegado una misma ficción a lo largo de tantas décadas infames, no es mala idea exagerar un poco la verosimilitud. Cien millones de dólares tienen que ser morralla comparados con el tamaño de la fe que necesita el pueblo para seguir creyendo en la grandeza de su líder, cuyo cumpleaños es una fiesta nacional equivalente a la Navidad. Ya sea que se le ame histriónicamente o se le odie en lo más hondo del alma –actitudes extrañamente compatibles– nadie quiere tener un enemigo de esas dimensiones.

3. Sashimi a la King Kong-il

Según su cocinero, el líder Kim Jong-il no tenía mayor empacho en verse aventajado durante una carrera de jet-skis, pero igual no tardaba en ganar la revancha con un nuevo modelo más potente que todos los de su corte. Podía ser incluso un patriarca justo, cuando menos en su círculo íntimo, donde muy rara vez se le veía rabiar y todo funcionaba para complacerlo. Si otros sátrapas criaron hijos monstruosos y abusivos, Kim Jong-il trajo al mundo a otro bon vivant para reemplazarlo, a saber si no el único golfista de su país, hoy alabado por su propia prensa como “Pilar espiritual y faro de esperanza”. Es decir, todo listo para que el sibarita veinteañero Kim Jong-un encabece la única monarquía teocrática literalmente más papista que el Papa.

Tal parece que nadie sino el falso Fujimoto consiguió retratar a Kim Jong-un –a los once años, en mitad de los noventa– pero sería difícil superar el retrato que logra de su goloso padre a través de una anécdota simple y siniestra, donde cuenta que Kim Jong-il gustaba de un sashimi en tal medida fresco que el pez aún se moviera mientras él masticaba, objetivo que el cocinero cumplimentaba sentado a su diestra, cortando rebanadas de peces aún vivos a los que respetaba los órganos vitales mientras el líder máximo de la República Popular Democrática de Corea las saboreaba con enorme deleite. Un glotón devorándose un pez vivo a rebanadas, en medio de millones de infelices que viven como niños presidiarios y ni siquiera agonizando por el hambre se cansan de alabarlo a la vista de propios y extraños, pues no conocen otra fórmula para la sobrevivencia. Sé que no es verosímil, pero a veces la desventura ajena complementa la buena sazón.