martes, octubre 30, 2012

"¡Alebríjeseme ahí!" (Diario Milenio/Opinión 29/10/12)

¿Por qué será que siempre que alguien alza la voz en nombre nuestro nos queda la impresión de que no entendió nada? Y es que algunos ni siquiera lo intentan. Dan por hecho que es más que suficiente con decir que ellos sí nos entienden para que uno se mire satisfecho. Bien oído, quien habla en nombre de una multitud difícilmente dice mucho más que sandeces. Pocos, además, son quienes hallan preciso situarse en el lugar de los afectados, si ya bastante hacen con ejercer como héroes de su causa.

Y sin embargo es fácil, tanto como ponerse en el pellejo de aquel extraño en cuyo nombre va uno a perorar. El problema de algunos abogados del pueblo es que acostumbran ser malos guionistas; y así los personajes de verdad terminan respingando, no bien se ven caricaturizados en la piel de algún títere folclórico. Pongamos, por ejemplo, el caso del “indito”. ¿Hay alguien por ahí a quien le interese meterse en el pellejo de un campesino rico en redentores?
Y bien, que usted ahora es ese campesino, pero resulta que no está en esta época, ni por fortuna en siglos anteriores —a los que de seguro no querrá regresar— sino ya entrado el año 2030. No falta mucho, al cabo. Digamos que nació por ahí del 2012 y recién alcanzó la mayoría de edad, entre otras aflicciones que apuntan hacia un mundo ajeno y agresivo. Cierto es que a estas alturas quedan escasos brutos que le llamen “indito” en su carota, pero no faltan quienes lo repiten a gritos en la mirada, y hasta en la no-mirada, ¿no es verdad?
Abundan asimismo quienes le ven con alguna indulgente simpatía. O será que anteponen algún filtro bucólico cada vez que le miran y sonríen, cual si enfrente tuviesen una postal. Peor para usted, por tanto, si en lugar de huaraches elige traer puestos unos bonitos tenis, pues así los amigos del pintoresquismo se verán obligados a compadecerle. Ellos pueden comprarse todos los tenis que se les antoje, pero de usted se espera fotogenia silvestre. ¿Qué hace con unos Nikefosforescentes alguien que es Patrimonio de la Humanidad?
No ha sido fácil dar con esos tenis, pero es claro que usted ya los deseaba tanto como un nuevo tractor. Ahora bien, cualquiera escoge unos buenos tenis. ¿Pero un tractor? Si usted hablara inglés, o lograra entenderse con las computadoras, cuestiones tan complejas como hacerse con una nueva máquina, revisar un folleto, dar con mejores precios y comparar opciones serían pan comido. Pero he aquí que ya otros, sus maestros, pensaron por usted y resolvieron que no necesitaba de esos conocimientos. ¿Para qué, pues, si usted y todos los que son como usted tienen que preferir la yunta y el huarache al tractor y los tenis? ¿Con qué objeto, claman sus redentores, si jamás en la vida va esa gente a salir de su ranchería?
Nadie dijo que el mundo estuviera obligado a ser gentil. Usted no necesita que le miren con esa condescendencia, sino que se comporten como si fueran las personas normales que aseguran ser; que no le folcloricen, ni intenten engañarle, ni le roben. Pues todo eso va junto, siempre que un salvador no requerido se empeña en reducirle a la minoría de edad mental. Si usted es pintoresco, asumen ellos, no entenderá de cuentas ni estará acostumbrado a que le paguen bien. Por eso, aun si alguna vez hubiera sido el personaje rústico y desvalido que creen sus redentores, ya la sola experiencia de tener que tratar con tanto miserable civilizado le habría retorcido los colmillos.
Trate de comprenderlos: ellos quieren que usted se preserve. Que no conozca el mundo, ni pretenda saber cómo funciona, y de hecho considere que el universo empieza y se termina en los límites de su ranchería. Que se aferre a la lengua de sus abuelos antes que dominar aquéllas de las cuales otros se valen para estafarle. Que sea uno con sus atavismos y represente convincentemente el papel que le ha sido asignado por aquellos cuyo modus vivendi es hablar en su nombre. Protegerle. Acogerle. Salvarle sin siquiera despeinarse. Pero eso sí: póngase sus huaraches.
Alto ahí. Ya pasó. Fue una pesadillita, como ésas que se borran nada más parpadear y asumirnos de vuelta en la realidad. Le devuelvo su inglés y su internet. Puede tomar su iPhone, su Kindle y su MacBook. Nadie más va a tratarle como a los niños, ni llamará en su nombre “progreso” al atraso, ni le reducirá al papel de alebrije. Tuvo usted la fortuna de no nacer entre los redimibles. Respire hondo y suéltelo sin miedo: Life, I love you!

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