miércoles, agosto 15, 2012

Terapia 'verde-amarela' (Diario Milenio/Opinión 13/08/12)


Son legión quienes creen —o asumen, o se temen— que del futbol depende el progreso de México. Lo peor del caso es que es en parte cierto, si de la fe en sí mismos de los seleccionados nacionales surge la inspiración de sus estoicos fieles. Un pobre desempeño de la oncena en la cancha es una cuchillada por la espalda para la autoconfianza de millones. Peor todavía, un alimento para nuestros complejos y un enésimo trauma en la colección.
Escribo estas palabras aún bajo el efecto de la terapia olímpica. Apenas unas horas antes del par de goles y la medalla de oro que por fin me libraron de un complejo adquirido desde temprana edad, me rehusaba a aceptar que si la selección perdía la medalla de oro yo debía correr a hacerle compañía en la primera persona del plural. “Perdimos”, se defiende uno, huele a manada. ¿Yo qué perdí, a ver? Mas en el fondo sabe que no puede ocultar el ardor de la herida en el orgullo: pudor mal disfrazado de arrogancia.
Pero he aquí que ganamos, y en tan estrepitosa conjugación no hay quien no quiera hacerse un lugarcito. Más todavía hoy, cuando la selección que resultó vencida es de paso nuestra más admirada (y en los hechos, por cierto, la más querida). Algo hay en el genoma nacional que tiende hacia el hechizo de la batucada. Este país es hincha de brasileños, a menos que los tenga de rivales y ya sólo por eso duela hacerles pelea. Pero el pleito que importa es el que libra uno contra el equipo de sus propios traumas, y en ese no se puede dar cuartel. La idea de vencer a quien se admira parece un despropósito y una desproporción, tanto así que su mero cumplimiento apunta hacia una matazón de complejos. Por lo pronto, una cosa está clara: para las Olimpiadas de 2016 ya habrá una multitud de niños llamados Oribe.
“Parábola del hombre común rozando el cielo”, describe Chico Buarque —deidad universal de la canción, novelista, delantero del equipo amateur Polytheama— a su amado deporte en la canción O Futebol, y de sólo pensarlo me da la tentación de pedirle disculpas al venerado autor de Construçaopor esos dos boquetes que el Cepillo Peralta debió de abrir el sábado pasado en su ánimo de píotorcedor. Si el complejo siguiera en su lugar, me excusaría diciendo que metimos otro gol como si fuese lógico.
¿Qué habrá sentido, por ejemplo, Roger Federer el día que venció a su ídolo Pete Sampras en la cancha central de Wimbledon? ¿Orgullo? ¿Paz interna? ¿Piedad? ¿Pura emoción? Especulaciones aparte, Roger tuvo que haber sacado jugo del feliz desenfado de saberse superior a sus miedos y mirarse al nivel de su estándar más alto y admirable. Vencedor de sí mismo y sus demonios, antes que del contrario y su fantasma.
Más de una vez, hablando con brasileños, he pecado de extrema modestia cuando el tema en cuestión es el futbol. No sé si sea mero complejo nacional o si tenga que ver el respetazo que a cualquiera le impone el sambenito de pentacampeones, pero el hecho es que me he sentido tan incómodo que debí dar el salto al tema de la música, donde los brasileños me parecen aún más admirables y queribles, pero no hay marcadores que nos comparen ni obstáculos que impidan hacer mía su música y suspirar con ella hasta alcanzar el estado de gracia. ¿Cómo no dirigirse aquí y ahora a Chico Buarque mismo y alzar una cerveza a su salud, sin más complejo que el de quien ya se sabe desafinado?
Es de suyo imposible cuantificar el peso de un estímulo así. Hay incluso quien jura que todo el espectáculo es mero conformismo catártico, pero insisto: hoy que paso lista a mis complejos, hay uno que no está. Cierto es que mis problemas siguen todos ahí, tanto como que nada puede hacer elCepillo Peralta para resolverlos, pero igual desde aquí me parecen un poco más pequeños.
Claro, es una ilusión, y en tanto eso la expreso no sin cierto temor al ridículo. ¿Yo qué gané, a ver?, me pregunto de pronto con ánimo aguafiestas, pero igual traigo puesta una sonrisa zonza mientras garabateo la palabra ganamos y recuerdo que el miedo, ese rufián eunuco, se alimenta de nuestros complejos vigentes. Por falta de experiencia, ignoro cuánto duren los efectos de una medalla de oro. No estaría de más arrasar, entre tanto, con unos cuantos miedos anticuados.

No hay comentarios.: