lunes, agosto 27, 2012

¿Para quién lees? (Diario Milenio/Opinión 21/08/12)


Hay preguntas que, refiriéndose a uno, solo puede contestar, en sentido estricto, otro. Se trata de preguntas solo en apariencia sencillas que, de hecho, respondemos sin reparo alguno día con día. ¿De dónde eres? ¿Para quién escribes? ¿Cuál es tu casa? Son preguntas que, al enfatizar nuestra condición como seres relacionales, nos obligan a escuchar la respuesta de otros y a guardar silencio, en franca actitud de espanto o de humildad.
Hace algún tiempo, elaborando algunas ideas acerca de la posición de la escritura en un mundo globalizado, la poeta y narradora canadiense Anne Michaels empezaba por plantearse algunas preguntas, y la decisión es de suyo interesante, sobre la manera en que los hábitos de lectura globalizada podrían afectar y, en su momento, transformar las ideas y prácticas de una literatura local y/o nacional: “¿Qué significará una literatura nacional para una sociedad que lee sin dificultad globalmente, absorbiendo novelas en línea y bajando al instante nuevas traducciones de nuevos libros?”. La respuesta, que no proporciona en “Leer el Fausto en coreano”, le da pie, sin embargo, para conectar ciertas prácticas de lectura y la escritura con otros tantos cuestionamientos acerca de la relación de pertenencia que se establece, a veces de forma injustamente unívoca, entre lugar y autor. Veamos: “A pesar de la facilidad con la que cruzamos fronteras y nos introducimos en las experiencias de los otros, algunas verdades no cambiarán: el amor nos encuentra donde quiera que estemos, un niño nace solo en un lugar, el sitio donde enterramos a nuestros muertos se vuelve sagrado; estos lugares no nos pertenecen, nosotros pertenecemos a ellos. ¿Y, metafóricamente, dónde se entierra a un escritor? En un libro; en un lector. No enterrar en términos de inmortalidad, sino en términos de crear un terreno común. Un escritor puede nacer en un lugar y escribir en otro —lo que importa es ¿quién lo clama como propio? El lector, que bien puede vivir en otro tiempo y en otro espacio. Solo en este sentido, tal vez, la globalización no puede considerarse una nueva idea”.
Así, de acuerdo con la autora de Piezas fugitivas, una novela que no me canso de recomendar a diestra y siniestra desde hace ya años, la pregunta sobre la pertenencia, solo simple o unidireccional en apariencia, sería mejor dirigírsela (¿arrojársela?) al lugar y no a la persona. La respuesta más honesta al “¿de dónde eres?” sería, luego entonces, “del lugar que me clame como propia”. ¿Y cuántos estaríamos dispuestos a esperar la respuesta en respetuoso, tolerante, reflexivo silencio? En todo caso, la respuesta, en vida, bien podría ser singular o plural, en efecto. En sentido literal y a fin de cuentas, sin embargo, el lugar que nos clama como propios, el lugar que rechaza toda presencia de ajenidad, solo es uno: la tumba. “Cuando no es posible enterrar a los muertos en un lugar que los recuerde”, concluía Michaels, “alguna veces la literatura es la única tumba que les podemos dar. Y la tumba es el único lugar que el migrante puede clamar como propio en su país adoptado; un lugar, irónicamente, para los vivos”.
Una estrategia similar habría de usarse cuando uno trata de contestar, a veces con poco reparo y menos pudor, otra pregunta relacional: ¿Para quién escribe?
Hace no tanto, mientras diferenciaba entre libros propiamente literarios y los así llamados best sellers, el autor argentino César Aira incluía una noción que, no por obvia, pasa como percibida. Decía que, a diferencia de los libros que involucran un proceso de exploración (de experimentación, decía de manera literal), no exentos del desvarío cuando no del más franco extravío (“ese peculiar cuestionamiento de la significación al que llamamos literatura”), un best seller era un “sueño realizado”. El escritor de best sellers sabe lo que escribe y, por saberlo a ciencia cierta, de principio a fin y, además, verazmente, encuentra su punto final de recepción, que es la compra. Más que para explorar, un best seller se lee para confirmar el estado de las cosas, y de las palabras que designan a las cosas. Es de presumirse, luego entonces, que el escritor de best sellers no solo sabe lo que escribe sino también, acaso sobre todo, sabe para quién escribe. Porque no se trata de un asunto relacional sino de control y, aún más, de mercado, el autor de best sellers sabe que se dirige a los gustos y prácticas de lectura de tal o cual sector de la población, cuyos datos le puede brindar, aquí sí sin reparo alguno, la encuesta más reciente.
La situación se complica, y se vuelve más interesante, si la pregunta relacional se contesta de modo relacional: Se escribe para invocar el lector que producirá la relación que promete el texto. Se escribe, luego entonces, para producir o instigar o conminar a ese lector que, en sentido estricto, todavía no existe. Se trata, tal vez, de una apuesta. O de una travesura. O de una imposibilidad.
Para ponerlo todo en modo annemichalesleeafaustoencoreano acaso tendríamos que preguntar a su vez: Y tú, ¿para quién lees?

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