jueves, julio 05, 2012

Para atrás, ni soñando (Diario Milenio/Opinión -02/07/12)


México: creo en mí.
Jaime López

Y bien: llegamos al mañana. Lo imaginamos tanto que parecerá raro de cualquier manera. Sobre todo si nadie se tomó la molestia de imaginar con calma el ayer. Cree uno que lo recuerda solamente porque ya lo vivió, o porque algo leyó, o quizá le han contado. ¿Qué va a pasar si a partir de mañana —es decir, desde hoy— no hacemos mejor cosa que volver a la zona más turbia del ayer? A veces, el temor al porvenir se alimenta de la escasa confianza que cada uno tiene en sí mismo. Nada muy diferente al miedo de los años escolares, cuando aquel bravucón amenazaba con partirte la cara y no te imaginabas capaz de impedírselo.
Un par de días atrás, caí por accidente en una hemeroteca. Encima de un atril había treinta ejemplares encuadernados del hoy difunto El Heraldo de México, fechados del principio al fin de junio de 2000. Un pasado no exactamente remoto al que uno juraría recordar con total vividez, y sin embargo arcaico, a juzgar por las páginas de aquel periódico que tal vez como pocos retrata aquellos tiempos cuya vuelta hoy se teme igual que a un huracán. Un pasado, no obstante, a estas alturas inimaginable.

No recuerdo haber leído alguna vez dos líneas de El Heraldo con tamaña fruición. Solía éste ser un diario tendencioso y ultramontano, entre cuyos fervientes opinadores bien podía disputarse la medalla al Paleto del Año, y en aquellos momentos —vísperas inmediatas de la elección que echó al PRI de Los Pinos— subyacía en sus páginas la histeria galopante de quien se mira cerca de su extinción. Un frenesí, no obstante, atemperado por el servilismo en boga. Causa gran extrañeza y un poquito de horror ubicarse de vuelta en aquel pacto tácito de sometimiento, donde un gran candidato irremediable reinaba entre una gran masa de eunucos.

Cuesta trabajo creer que un editorialista empleara la palabra “mongol” para tachar de torpe a un adversario, pero eso es todavía poca cosa si se compara con los editoriales de diversos periódicos a principios de los años ochenta, cuando los escribanos competían por prodigar elogios enmielados a la hija cantante del presidente en turno, e incluso agradecían y se congratulaban de que esa voz a todas luces angelical nos regalara con aquellas canciones sin duda inmerecidas por los simples mortales. ¿Y quién sería el valiente que osara criticar sus canturreos, o siquiera la música de acompañamiento, allí donde imperaba la lambisconería preventiva, cuando no trepadora?
Hace meses que se habla de un pasado que muy pocos recuerdan o quieren recordar, de manera que es fácil deformarlo, atenuarlo o maquillarlo para que luzca tal como a uno le convenga. Basta, no obstante, un periódico viejo para advertir lo lejos que está ese México de costumbres tiránicas al que una mayoría susurrante reconocía en privado como una cleptocracia nada disimulada. Han pasado doce años desde que le partimos la cara al bravucón, ¿cuántos más deberán transcurrir antes de que acabemos de perderle el miedo?
Con odiosa frecuencia se discute si el nuevo PRI es el mismo que el antiguo, cuando lo único claro es que el país es otro; tanto así que el pasado se nos ha vuelto ya inimaginable. De hecho, los ciudadanos —que no “el pueblo”: esa entelequia siempre redituable— hemos aventajado a los partidos al extremo de hacerlos ver caducos y ridículos como sus lemas, íconos y encomios. Todo lo cual es aún más evidente si en lugar de extraviarse en futurismos hojea uno un par de periódicos viejos. ¿Cómo creen los miedosos del presente que podríamos retornar al pasado, colgarnos el cencerro y callarnos la boca, cual si tocara el turno de ser de nuevo menores de edad?
Es muy fácil decir que los otros —nunca uno— están anclados en el siglo pasado, si se trata de dar peso y substancia a un argumento por sí mismo ingrávido, porque al fin la pereza de los más garantiza su aceptación implícita. No hay juicio más seguro que aquél que todos quieren escuchar, aunque de nada sirva ya en la práctica. ¿Viene la dictadura? ¿Nos van a silenciar? ¿Y eso quién, cómo, dónde va a conseguirlo? Nunca he confiado mucho en el poder, pero al cabo uno aprende a confiar en sí mismo. Aquellos a los que antes se temía son quien hoy día nos temen, y hacen bien. Vale más que se esmeren, pues no somos iguales a ese pasado que sobrevive en las hemerotecas, por si alguien siente el morbo y quisiera enterarse.

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