viernes, junio 08, 2012

La ortopedia democrática (Diario Milenio/Opinión 04/06/12)


No había ni empezado a desayunar cuando llegaron los comisarios. Buenos días, compañero, me saludó el más alto, ceremoniosamente, somos del Comité Democratizador y venimos a hacer nuestro trabajo. ¿Su trabajo, en mi casa?, respingué, sorprendido. No en su domicilio, ciudadano, repuso el otro, pero sí en su columna semanal. Disponíame a darles con la puerta en las napias cuando el grandote, que por lo visto era el de más jerarquía, adelantó una bota y me empujó hacia adentro. Usted perdonará, hizo al cabo una mueca de falsa contrición, pero es que aquí el reporte dice que su columna todavía no ha sido democratizada.

No puede ser, refunfuñé entre dientes mientras los invasores sacaban mis cajones uno a uno, tiene que ser un sueño. ¡Exactamente!, replicaron los dos al unísono, este proceso es parte de la realización del sueño de nuestro pueblo. ¿O sea que ustedes vienen de un pueblo dormido?, pretendí ironizar, y por toda respuesta me cayeron encima dos miradas glaciales. Por lo visto, es el típico priista, disparó el segundón, con una sonrisilla de triunfo repentino. ¿Que yo soy qué?, salté no solamente por el acicate, sino también de ver que ya su superior tomaba posesión de la libreta donde había vaciado unas cuantas ideas para mi artículo.

¿Quién es el “amlosaurio”, ciudadano?, alzó una ceja el de la voz cantante, con la satisfacción del sabueso que se ha topado al fin con la primera pista. ¿Pues quién va a ser?, sonreí, con tacto de elefante, ¿prefiere que le diga pejedáctilo? Contra lo que esperaba, el otro se sonrió. ¿Ya ves lo que te digo?, le dio un codazo al jefe, a los priistas yo los huelo desde lejos. ¿Me está llamando priista?, reaccioné ya muy tarde para clamar estupefacción, de modo que solté una leve carcajada. Así son los priistas, acotó comprensivo el superior, meneando la cabeza, todos iguales.

Mire usted, compañero, levantó la libreta el jefe y la puso delante de mis ojos, esto que puso aquí es antidemocrático. No me diga, pretendí desafiarlo, ¿eso es según usted o sus superiores? ¡Esto es según el pueblo, ciudadano!, intervino vehemente el achichincle, como si me escupiera algún insulto. ¿O sea que han venido a censurarme?, reaccioné al fin, mientras le arrebataba al jefe mi libreta y encontraba la hoja con mis apuntes constelada de enmiendas y tachones. A censurarlo no, matizó el de la voz, hemos venido a de-mo-cra-ti-zar-lo, y de una vez entienda que no vamos a irnos hasta que su columna quede perfectamente en regla. ¿Y usted cree que alguien va a querer leer una columna en esas condiciones?, carraspeé, según yo cargado de razón, aunque ya comprendiera que a los ojos de aquellos comisarios no había más razones que las suyas. Es decir, las del pueblo, que a ojos de sus pastores tiene un solo cerebro y se expresa al unísono y jamás se equivoca, sólo eso nos faltaba.

No menosprecie al pueblo, compañero, me aleccionó el grandote, palmeándome la espalda como quien habla con un hijo descarriado, es por su bien, venimos a ayudarle. Nadie quiere cambiarle el estilo, todo está en corregir sus equivocaciones. ¡No me diga, qué atentos!, eché de nuevo mano del sarcasmo, pero él siguió adelante sin acusar reacción. Mire aquí, por ejemplo, había un par de errores y ya le hice el favor de enmendárselos. ¿“Peñasaurio”? ¿“Chepináctila”?, leí sus correcciones en voz alta, ¿no quiere de una vez firmar mi columna?

Véalo de este modo, compañero, nosotros entendemos que usted se equivocó, pero vamos a darle la oportunidad de corregir el rumbo y enmendar su pasado priista. ¿Mi pasado priista?, me asombré al comprobar que el tipo no se había mordido la lengua. Entienda, ciudadano, repuso el achichincle, priista es todo aquel que está en contra del pueblo, que es el caso de usted. ¿Debo entender que el pueblo son ustedes?, respingué. Somos sus más humildes servidores, respondieron los dos, otra vez al unísono, tras lo cual me invitaron a iniciar la escritura del artículo bajo su vigilancia demo+cratizadora.

Puede usar las palabras que le gusten, me palmeó el hombro el jefe, pero eso sí: que sean democráticas. ¿Cuáles son las palabras antidemocráticas?, vacilé, ya delante del teclado. Muy fácil, ciudadano, espetó el otro, las de los enemigos del pueblo. ¿Es decir, los de ustedes?, inquirí. Córrale, compañero, me apremió el jefe, casi amigablemente, y mejor ni rezongue, que se le va a hacer tarde con ese artículo. Y aquí estoy, sin palabras, haciendo esfuerzos vanos por democratizarme.

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