viernes, junio 08, 2012

Fuga en mí menor (Diario Milenio/Opinión 05/06/12)


[Texto para la presentación de
la novela Fuga en mí menor, de Sandra Lorenzano
(Tusquets, 2012). FeriaLibroTj2012]

Del latín Fuga. 1. f. Huida apresurada: “Le gustó. Si algún día escribiera sus memorias, ése sería el título que les pondría: Fuga en mí menor. Una fuga que había convertido en real el día que decidió bajar de la ciudad e instalarse en esta playa helada”. 2. f Abandono inesperado del domicilio familiar o del ambiente habitual. “Mercedes tenía un poco de razón cuando se lo decía. Él por supuesto lo negaba. La idea de fuga tenía algo de huída que no quería reconocer frente a ella. Llevaban un tiempo separados cuando él se instaló en este caserío frente al mar, pero seguían manteniendo una relación tan cercana como cuando estaban juntos”. 3. f. Momento de mayor fuerza o intensidad de una acción, de un ejercicio. “O, mejor dicho, la relación se volvió mucho mejor. Estaba claro que cada uno necesitaba su propio espacio. Y a él la convivencia sólo se le antojaba a ratos. ¿Pero cómo encontrar el deseo dentro de sí si no se aislaba, si no cortaba con esa cotidianeidad demasiado ruidosa, demasiado hablada? ¿Si no se fugaba? 5. f. Mús. Composición que gira sobre un tema y su contrapunto, repetidos con cierto artificio por diferentes tonos.

¿Se puede tener nostalgia de un desconocido?
Si la palabra mí no llevara el acento sobre la i, el título de esta novela nos invitaría a pensar de manera preponderante, o quizá hasta exclusiva, en tópicos musicales. Pero la palabra mí está acentuada y ese acento hace que la fuga se muestre con la plétora de significados que le atribuye la Real Academia de la Lengua. Pronombre personal. Objeto indirecto. Tilde monumental.

¿Acaso hay algo más doloroso que una canción de cuna que se vuelve marcha fúnebre?
Se trata, pues, de una huida, pero hacia adentro. Se trata de una fuga, en efecto, pero de una fuga tanto en términos de contenido como de forma. Todo se va. Hay un ritmo con el que suceden las cosas. Una definición básica de la fuga señala que la caracteriza “el uso de la polifonía vertebrada por el contrapunto entre varias voces o líneas instrumentales (de igual importancia) basado en la imitación o reiteración de melodías en diferentes tonalidades y en el desarrollo estructurado de los temas expuestos”. La novela que Sandra Lorenzano publica con Tusquets en esta primavera maravillosa, se deja guiar por un principio similar: la polifonía, el contrapunto y la reiteración cumplen aquí la función de acicatear la memoria. Engatuzarla. Tenerla aquí.

¿Pero una marcha fúnebre a los cinco años?
Se trata de Leo, el compositor que camina por la playa fría, atosigado por el bloquea creativo y seguido de cerca por un perro amarillo. Se trata, en realidad, de la memoria de Leo —esa mancha o, más exactamente, esa sombra en una fotografía que lo une, de maneras totales a lo largo de una vida entera, a un padre ya por muchos años desaparecido. El padre muerto. La guerra. Se trata, sobre todo, de la estructura, en este caso musical, que permite el ir y venir de la memoria, su invocación constante y la reticencia de sus tiempos. Se trata, en el fondo, también, ¿por qué no?, del silencio.

Una vibración distante, muy distante, es lo primero que aparece.

Tal vez ningún tema sea tan relevante dentro de la obra de Sandra Lorenzano, que incluye prosa y la poesía, novela y ensayo, como el de la memoria. Si la mirada del migrante o el exiliado no descansa nunca —y de eso Sandra, quien dejó la Argentina hace ya bastantes años, sabe mucho—, tampoco lo hace la memoria. En estado constante de alerta, dispuesta a crearse a sí misma a la menor provocación, la memoria avanza y retrocede al mismo tiempo. El contrapunto. La polifonía. La reiteración. No por nada nos asegura cierta escuela del psicoanálisis que donde hay memoria hay ficción. Inevitablemente. Ahí van a caer, como en el pozo encantado de los cuentos, lo que pudo haber pasado, lo que tal vez no, lo que quizá, lo que nunca. Leo, el músico, recuerda, o mejor dicho, acosa un recuerdo que es una sombra casi de la misma manera en que acomete su trabajo como creador. La polifonía, sí. Y se sirve, para ello, de la calidez de ciertas charlas masculinas, por ejemplo entre un músico y un lutier. El contrapunto, tal vez. O de las cartas que alcanzan uno y otro lado de la familia. O las fotografías que intercambian, llenos de complicidad, un padre y un hijo. Así se van tendiendo las redes. La reiteración.

¿Quiénes fueron esos jóvenes que una tarde de verano se tomaron una foto para un futuro que no imaginaron?
Contar una historia que quiere ser contada lo podemos hacer casi todos. Se precisa, sin embargo, de la paciencia amorosa del orfebre, para vérselas con las historias que se resisten a la narración. La memoria, a veces, es así. Acaso por ello, en esta ocasión, Sandra Lorenzano haya recurrido a la forma de la fuga —una estructura musical— para merodear por sus linderos y sacarle su jugo más secreto y hacerla, si no hablar propiamente, por lo menor murmurar. El tono bajo. El volumen de las confesiones más íntimas: el momento en que la Historia se deshace de la mayúscula y se vuelve hacia las cosas diminutas. El momento en que el tiempo nos toca. Esa fuga en mí. ¿Y quién no se ha perdido, y luego encontrado, tantas veces o algunas veces, justo ahí?

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