[Texto para la presentación de
la novela Fuga en mí menor, de Sandra Lorenzano
(Tusquets, 2012). FeriaLibroTj2012]
la novela Fuga en mí menor, de Sandra Lorenzano
(Tusquets, 2012). FeriaLibroTj2012]
Del latín Fuga. 1. f. Huida
apresurada: “Le gustó. Si algún día escribiera sus memorias, ése sería el
título que les pondría: Fuga en mí menor. Una fuga que había convertido en real
el día que decidió bajar de la ciudad e instalarse en esta playa helada”. 2. f
Abandono inesperado del domicilio familiar o del ambiente habitual. “Mercedes
tenía un poco de razón cuando se lo decía. Él por supuesto lo negaba. La idea
de fuga tenía algo de huída que no quería reconocer frente a ella. Llevaban un
tiempo separados cuando él se instaló en este caserío frente al mar, pero
seguían manteniendo una relación tan cercana como cuando estaban juntos”. 3. f.
Momento de mayor fuerza o intensidad de una acción, de un ejercicio. “O, mejor
dicho, la relación se volvió mucho mejor. Estaba claro que cada uno necesitaba
su propio espacio. Y a él la convivencia sólo se le antojaba a ratos. ¿Pero
cómo encontrar el deseo dentro de sí si no se aislaba, si no cortaba con esa
cotidianeidad demasiado ruidosa, demasiado hablada? ¿Si no se fugaba? 5. f.
Mús. Composición que gira sobre un tema y su contrapunto, repetidos con cierto
artificio por diferentes tonos.
¿Se puede tener nostalgia de un
desconocido?
Si la palabra mí no llevara el
acento sobre la i, el título de esta novela nos invitaría a pensar de manera
preponderante, o quizá hasta exclusiva, en tópicos musicales. Pero la palabra
mí está acentuada y ese acento hace que la fuga se muestre con la plétora de
significados que le atribuye la Real Academia de la Lengua. Pronombre personal.
Objeto indirecto. Tilde monumental.
¿Acaso hay algo más doloroso
que una canción de cuna que se vuelve marcha fúnebre?
Se trata, pues, de una
huida, pero hacia adentro. Se trata de una fuga, en efecto, pero de una fuga
tanto en términos de contenido como de forma. Todo se va. Hay un ritmo con el
que suceden las cosas. Una definición básica de la fuga señala que la
caracteriza “el uso de la polifonía vertebrada por el contrapunto entre varias
voces o líneas instrumentales (de igual importancia) basado en la
imitación o reiteración de melodías en diferentes tonalidades y en el
desarrollo estructurado de los temas expuestos”. La novela que Sandra Lorenzano
publica con Tusquets en esta primavera maravillosa, se deja guiar por un
principio similar: la polifonía, el contrapunto y la reiteración cumplen aquí
la función de acicatear la memoria. Engatuzarla. Tenerla aquí.
¿Pero una marcha fúnebre a los
cinco años?
Se trata de Leo, el
compositor que camina por la playa fría, atosigado por el bloquea creativo y
seguido de cerca por un perro amarillo. Se trata, en realidad, de la memoria de
Leo —esa mancha o, más exactamente, esa sombra en una fotografía que lo une, de
maneras totales a lo largo de una vida entera, a un padre ya por muchos años
desaparecido. El padre muerto. La guerra. Se trata, sobre todo, de la
estructura, en este caso musical, que permite el ir y venir de la memoria, su
invocación constante y la reticencia de sus tiempos. Se trata, en el fondo,
también, ¿por qué no?, del silencio.
Una vibración distante, muy
distante, es lo primero que aparece.
Tal vez ningún tema sea tan
relevante dentro de la obra de Sandra Lorenzano, que incluye prosa y la poesía,
novela y ensayo, como el de la memoria. Si la mirada del migrante o el exiliado
no descansa nunca —y de eso Sandra, quien dejó la Argentina hace ya bastantes
años, sabe mucho—, tampoco lo hace la memoria. En estado constante de alerta,
dispuesta a crearse a sí misma a la menor provocación, la memoria avanza y
retrocede al mismo tiempo. El contrapunto. La polifonía. La reiteración. No por
nada nos asegura cierta escuela del psicoanálisis que donde hay memoria hay
ficción. Inevitablemente. Ahí van a caer, como en el pozo encantado de los
cuentos, lo que pudo haber pasado, lo que tal vez no, lo que quizá, lo que
nunca. Leo, el músico, recuerda, o mejor dicho, acosa un recuerdo que es una
sombra casi de la misma manera en que acomete su trabajo como creador. La
polifonía, sí. Y se sirve, para ello, de la calidez de ciertas charlas
masculinas, por ejemplo entre un músico y un lutier. El contrapunto, tal vez. O
de las cartas que alcanzan uno y otro lado de la familia. O las fotografías que
intercambian, llenos de complicidad, un padre y un hijo. Así se van tendiendo
las redes. La reiteración.
¿Quiénes fueron esos jóvenes
que una tarde de verano se tomaron una foto para un futuro que no imaginaron?
Contar una historia que
quiere ser contada lo podemos hacer casi todos. Se precisa, sin embargo, de la
paciencia amorosa del orfebre, para vérselas con las historias que se resisten
a la narración. La memoria, a veces, es así. Acaso por ello, en esta ocasión,
Sandra Lorenzano haya recurrido a la forma de la fuga —una estructura musical—
para merodear por sus linderos y sacarle su jugo más secreto y hacerla, si no
hablar propiamente, por lo menor murmurar. El tono bajo. El volumen de las
confesiones más íntimas: el momento en que la Historia se deshace de la
mayúscula y se vuelve hacia las cosas diminutas. El momento en que el tiempo
nos toca. Esa fuga en mí. ¿Y quién no se ha perdido, y luego encontrado, tantas
veces o algunas veces, justo ahí?
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