lunes, enero 16, 2012

La svástica emplumada (Diario Milenio/Opinión 16/01/12)

Están de moda los videos de idiotas prepotentes, más aún si desatan la inquina linchadora de quienes los envidian sin saberlo.

1. El clásico goringlón

A veces, lo mejor de YouTube no está en la novedad, sino al contrario. Algo hay de fascinante en descubrir allí, documentadas, escenas que uno ha visto en la realidad, no pocas veces con temor, vergüenza o un cocktail de los dos. Desde nuestros primeros años, por ejemplo, fue moneda corriente la gritería de los bravucones: esa gentuza impune y en el fondo cobarde que vivía guarecida tras la omertà mafiosa de los niños, pues era preferible verse las caras con el goringloncito que ganarse la fama de soplón y cargar con el odio de la pandilla entera. De entonces para acá, los buscapleitos fueron reformándose, pero hubo algunos que se perfeccionaron. Si de niños solían ser crueles y sañudos, de adultos se hacen fama de acomplejados e imbéciles. Todas ellas, por cierto, cualidades maleables que se magnifican en presencia de ciertos estímulos.

Un berrinche, un rechazo, un despecho, tres tragos, dos jalones, un guiño, una mirada rara o inclusive una espalda sospechosa: la bestia apenas necesita de algún pretexto para despertar. Y ahora que abre esos ojos de rencor instantáneo aunque vicario, ya no va por un palo para hostigar al que pueda dejarse, si en la guantera trae un pistolón para que vean con quién se están metiendo. Asumen a menudo los empistolados furibundos, cuya capacidad de raciocinio es evidentemente limitada, que ya sólo por eso nadie entre los presentes va a acreditar su escandalosa imbecilidad. Los hemos visto en calles, taquerías, tiendas, bares, aunque no siempre con el arma en la mano. Hay algunos que gustan de castigar con golpes y patadas. La mayoría, incluso, no nos hemos librado de convertirnos en un energúmeno ante una situación de por sí exagerada. Pero verlo en video es otra cosa, si en vez de provocar en el mirón la ansiedad del testigo presencial, le brinda a cambio la distancia objetiva, y con ella la chusquedad propia de la escenita. Si allá en la realidad su furia conseguía intimidarnos, acá en YouTube es carne de linchamiento, y lo mejor es que se lo ha ganado.

2. Palurdos en horas hábiles

El par de grabaciones que exhiben a un sujeto de apellido Sacal como uno más de aquellos acomplejados, y hoy se han puesto de moda en YouTube, desataron de paso una respuesta avasalladora entre manadas de falsos antípodas del energúmeno de Bosques de las Lomas. Empecemos por el cruzado que colgó alguna de las múltiples réplicas del video donde Sacal aplica una golpiza al empleado del edificio. “EL JUDÍO Moises Sacal Smeke dando muestras de odio anticristiano”, reza literalmente, mayúsculas incluidas, el título del video. Es decir que lo digno de escándalo no es que el patán sea patán, sino que sea judío. Esto es, anticristiano, a decir de los numerosos émulos de Sacal que hoy se valen de idénticos prejuicios para multiplicar los efectos perversos de su patanería. Cierto que pesa el dato de que el rufián tratara de “indio” y “gato” al agredido, pero de paso cabe preguntarse qué tanto contaría el dato de su gato. Esto es, el gato hidráulico de su Porsche.

“Si son el pueblo elegido. ¿porque están llenos de puro malvado pendejo y usurero? Porque sus viejas son unas putas? Aceptenlo desde Jesús De Nazareth ningún judío ha valido la pena” (sic), comenta algún palurdo en un foro de la red. Otro más los insulta con mayúsculas y los llama “usureros asesinos de Cristo”, y hay inclusive uno que suplica: “necesitamos nazis, pero ya”. Quienes tengan estómago para bucear entre los argumentos del antisemitismo local, no encontrarán el asco racial ni el recelo centenario que han sembrado cizaña en otras latitudes, sino otro sentimiento aún más vulgar, como es el de la envidia. No menos infumables son al fin las rabietas del envidioso que las del ostentoso, uno y otro cegados por carencias que saben impresentables. “¡Vaya!... Yo creía que hoy había huelga de idiotas, pero parece que salieron a trabajar”, decía Manolito, el de Mafalda. El efecto Sacal consiste al cabo en brindar un puñado de horas hábiles a paletos, cobardes y gazmoños cuyo antisemitismo de kermés veríase saciado si al menos consiguieran rayarle el porschecito al ahora legendario Gentleman de Las Lomas.

3. Shajatos de este mundo

Tan cierto es que todos hemos visto a más de un bravucón como que es del dominio popular la imagen del shajato. Según se les conoce, son aquellos hebreos poco sofisticados que gustan de ostentar cadenas de oro, logotipos de marcas exclusivas y carros deportivos, entre otros privilegios indiscretos. No faltan, por su parte, quienes opinan que el término incluye asimismo a los árabes ricos y presumidos. ¿Y los rusos, los gringos, los chinos, los mexicanos? ¿Quién no tiene su kitsch y sus shajatos? No obstante, al envidioso le provoca una placentera certidumbre mirar al energúmeno del Porsche y opinar que es el típico shajato. Lo de menos es que patanes como el de los videos proliferen en YouTube, y de hecho en cualquier parte, cuando lo que más urge es descargar fracasos y frustraciones encima del primer representante obvio de una minoría que tuviera el mal gusto de aparecerse.

Más allá de su origen, que puede ser cualquiera, y de su religión, que a muchos nos da igual, el shajato sólo puede ser acusado de tener mal gusto: pecado del que nadie se ve del todo libre. Ahora mismo, escribo a media sala enfundado en unos pants Lacoste francamente shajatos, y en un descuido voy a acabar con ellos en el supermercado. No estoy, por tanto, a salvo que algún envidioso distraído me tache de shajato y me atribuya las cadenas de oro y el pelo en pecho de los que para bien o mal carezco. Creerá entonces que soy el típico energúmeno que en un arranque de ira golpea a sus empleados o crucifica a Cristo. Sentirá ganas de incendiarme el Porsche que no tengo y darme en la cabeza con el gato hidráulico. Y nadie lo sabrá: de eso se trata. No todos los patanes y paletos van a dar a YouTube. Fuera de eso, a juzgar por sus huellas y más allá de credos y complejos, podría decirse que son todos iguales.

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