lunes, abril 04, 2011

Torquemada en Florida (Diario Milenio/Opinión 04/04/11)

¿Qué decir de un puñado de lunáticos que enjuicia un libro y lo envía a la hoguera por crímenes contra la humanidad?


1. Favor de no quemar este periódico

Hasta hace pocos meses, casi nadie sabía de la existencia del reverendo Terry Jones, por entonces pastor de una iglesia pentecostal en Gainesville, Florida, hasta que pretendió instaurar en el calendario una celebración “internacional” dedicada a la quema del Corán. Hombre curtido en el agotador quehacer de rebañar corderos extraviados, Jones sometió la idea a la opinión de sus pocas decenas de seguidores a través de su sitio web, donde éstos decidieron que el Corán merecía, entre un catálogo de muertes atroces, que se le diera puntual chamusquina, dados sus incontables crímenes contra la humanidad. Todo lo cual, siguiendo la humorada, tendría que haber puesto a temblar a millones de biblias en todo el mundo, a su vez imputables por tantos homicidios e iniquidades que cien mil robespierres no se darían abasto para vengarlos. Pero como hábilmente Jones no se dirigía a todo el mundo, sino exclusivamente a la porción de él que en cualquier humorada encuentra combustible para una humareda, no tardaron los terryjones del bando opuesto en armar un escándalo global con esa excusa tan suculenta.

Pronto, el pastor de Gainesville tenía a sus pies un task force de líderes mundiales entregados a la pía labor de suplicarle que no fuera a quemar el inocente libro, pues ello acarrearía el linchamiento de sabría Dios cuántos inocentes de carne, hueso y alma. Una propuesta ciertamente razonable, pero habría que haberse preguntado qué tenía que ir a hacer la razón allí donde más falta estaba haciendo un lote de camisas de manga extralarga. Si el reverendo Jones había convocado a una audiencia mundial, y con toda certeza recibido la solidaridad de miles de creyentes y cruzados afines, convencidos como él de la maldad intrínseca del papel y la tinta invertidos en cada ejemplar del libro sagrado de los musulmanes, un indulto presuntamente definitivo lo habría dejado ante tantos apóstoles y simpatizantes como un pusilánime, que es el peor atributo del cruzado y el más escarnecido en el traidor. Antes que recular, el ayatola de Gainesville había efectuado un retroceso táctico, pero el juego seguía. Y más que el juego, la puesta en escena.

2. Para asquear al cacumen

No sé si deba dar más risa o miedo la idea de un jurado de doce personas reunidas para juzgar y eventualmente condenar al ejemplar de un libro a la hoguera. Es una lástima que el video colgado en internet por el reverendo excluya todo el juicio —no sabemos si para proteger al jurado de un eventual ataque terrorista, o del inminente pitorreo planetario— y se consagre a transmitir las imágenes de la ejecución. Un ritual más bien pobre y anodino, que sin embargo cuenta con la espectacularidad de la sola noticia. Y hoy que los pastorcillos wahabíes lanzan a multitudes de creyentes a prender fuego al mundo para vengar la afrenta Made in USA, el Mulá Jones se lava las manos. Él y los suyos no responden por los estropicios que día tras día se cargan a la cuenta de su pequeña hoguera editorial. Por el contrario, piensan que cada nuevo linchamiento evidencia el carácter maligno del enemigo y la razón que tienen al combatirlo desde el mismo garage de su casa.

A estas profundidades, no estaría de más recordar que lo que aquí se cuenta no es un guión de Werner Herzog. Por más que el raciocinio se niegue a procesarlo —la inteligencia, al fin, también siente sus náuseas— le ha bastado al paleto reverendo Jones con prender fuego a un libro para alcanzar fama y actualidad mundial, apoyado por un puñado de lunáticos seguramente no muy lejanos a los protagonistas de También los enanos empezaron desde pequeños. Gente que haría mejor en ir a compartir su luz interna en lugares donde se les requiere con fervor y premura, como sería Kandahar o Peshawar, por decir dos ciudades donde sus nombres se han puesto de moda. Ahora bien, por más que sus ideas inviten antes a la risa que a la extrañeza, el reverendo Jones sabe lo que hace cuando revuelve moda y fanatismo. No parece casual que el héroe inspirador de un tipo como Jones resulte nada menos que Mel Gibson. Entre tantos cruzados disponibles.

3. Mad Max va a La Meca

Insisto, no me extraña. Hace tiempo pensaba en dedicarle unas sentidas líneas a Mel Gibson, pero siempre se cruza algún tema menos desagradable. Ya puedo imaginar al pastor Jones disfrutando de Passion —no la banda sonora de La última tentación de Cristo, sino el bodrio morboso y delator donde Gibson descargó sus demonios menos presentables— en rigurosa alta definición e impecable 3D. Una experiencia purificadora, similar en esencia a la de cercenarle la cabeza a un infiel y probarse con ello acreedor del Cielo. Si el Cristo de Scorsese y Kazantzakis invitaba al fervor estético y la reflexión hiperbólica, el de Gibson acusa la profundidad propia de un matadero. Cierto es que el pastor Jones y sus discípulos se han quedado algo cortos en el tema de los efectos especiales, pero la idea es ser igual de crudo que su maestro. Aunque si a uno le diera por ponerse exigente, diría que a la magna chamusquina le hicieron falta algunos latigazos.

Si los equivalentes wahabíes del pastor de Florida tuvieran una pizca de objetividad y quisieran usarla en bien de su autoestima, valorarían la proliferación de lunáticos y fundamentalistas en el corazón mismo de Babilonia. ¿O de qué otra manera podrían pintar a esa tal Gainsville, que más merecería ser llamada Nueva Cafarnaúm? Suena todo a locura y oportunismo, dos ingredientes cuya mezcolanza les permite existir sin tener que justificarse, o en todo caso haciéndolo con argumentos al estilo Mel Gibson. A los desorbitados ojos del purificador, la barbarie absoluta es el más elocuente de los discursos. Si Cristo sufre y sangra en alta definición, a ver quién es el primer blasfemo que se queja por unos cuantos arroyuelos de sangre pecadora. Finalmente, no es el pastor Jones el primer exaltado que se hace popular quemando libros. Reverendos idiotas, se les llama, no exactamente con devoción.