martes, noviembre 08, 2011

El príncipe de lo azul (Diario Milenio/Opinión 08/11/11)

¿Les ha pasado que se enamoran de un color? Maggie Nelson, poeta establecida en California sostiene, como otros antes que ella, que uno “no decide de qué o de quién se enamora… Uno nunca elige”. Pero ella lo dice utilizando un sofisticado sistema de yuxtaposiciones que involucra pequeños fragmentos (algunos los podrán llamar párrafos y, otros, versos) a los cuales enumera de manera ascendente. Escrito entre 2003 y 2006, y compuesto de 240 fragmentos, Bluets —el nombre que en inglés recibe esa delicada flor silvestre que es la No Me Olvides— es el libro de una poeta que también ha escrito biografía (Jane: A Murder, 2005), autobiografía (The Red Parts: A Memoir, 2007), y crítica literaria (Women, theNew York School, andOtherTrueAbstractions, 2007). En parte meditación acerca de la naturaleza del color, en parte diálogo con otros coloristas de las palabras y las cosas (Wittgenstein, Goethe, Mallarmé), en parte una manera muy personal de cubrir la experiencia con el incidente emocional de todo aquello que es azul, estas No Me Olvides se desparraman sobre la página como sobre la piel. Y son, como Nelson misma describe a las flores de sus fragmentos: “americanas, fachosas, silvestres y fuertes. No significan romance. No fueron enviadas por nadie para celebrar nunca nada”.

1. Supón que fuera a empezar diciendo que me he enamorado de un color. Supón que fuera a hablar de esto como si se tratara de una confesión; supón que destrozaba mi servilleta mientras hablaba.Empezó muy lentamente. Una apreciación; una afinidad. Luego, un día, se volvió algo más serio. Entonces (mirando el fondo de una taza de té vacía, una mancha de excremento marrón enroscada como un caballito de mar ahí) se volvió algo de alguna manera personal.

2. Y así fue cómo me enamoré de un color —en este caso del color azul— como si cayera bajo un hechizo, un hechizo bajo el cual traté de quedarme y del cual traté de escapar, una y otra vez.

3. Bien, ¿y qué de todo esto? Un engaño voluntario, se podría decir. Que cada objeto azul pueda ser una especie de matorral en llamas, un código secreto designado para un agente único, una X en un mapa demasiado difuso para ser desdoblado por completo y que contiene, sin embargo, todo el universo cognoscible. ¿Cómo podría ser que todos los jirones de bolsas de basura color azul que se quedan atorados en las zarzas, o las lonas de un azul muy brillante que vuelan sobre las colonias pobres o las peceras del mundo, fueran, en esencia, las huellas de dios? Trataré de explicar esto.

4. Admito que es posible que haya estado sola. Sé que la soledad puede producir accesos de dolor caliente, un dolor que, de permanecer caliente por suficiente tiempo, puede empezar a estimular o a provocar —seleccione su propia opción— una aprehensión por lo divino. (Esto debe despertar sus sospechas).

5. Pero primero consideremos una especie de caso al revés. En 1867, luego de una largo periodo de soledad, el poeta francés Stéphane Mallarmé le escribió a su amigo Henri Cazalis: “Estos últimos meses han sido aterradores. Mi Pensamiento se ha pensado a sí mismo y ha alcanzado una Idea Pura. Lo que el resto de mí ha sufrido durante esta larga agonía, es indescriptible”. Mallarmé describió su agonía como una batalla que había sucedido en el “ala huesuda” de Dios. “Luché contra esa criatura de plumaje ancestral y maligno —Dios— a quién desafortunadamente derroté y aventé a la tierra”, le dijo a Cazalis con una agotada satisfacción. Eventualmente, Mallarmé empezó a sustituir “el cielo” por “el azul” en sus poemas, en un esfuerzo por quitarle las connotaciones religiosas al cielo. “Afortunadamente”, le escribió a Cazalis, “estoy bastante muerto ya”.

6. El medio círculo de turquesa brillante del océano es la escena primordial de este amor. Que este azul exista hace que mi vida sea notable, sólo el hecho de haberlo visto. Haber visto cosas tan hermosas. Hallarse en su medio. Sin salida. Ayer regresé allá y me detuve otra vez sobre la montaña.

8. No cometas, sin embargo, el error de pensar que todo deseo es anhelo. “Amamos contemplar el azul no porque avanza hacia nosotros, sino porque nos hace avanzar hacia él”, escribió Goethe, y tal vez tenía razón. Pero no tengo el anhelo de vivir en un mundo en el que ya estoy viviendo. No tengo ningún anhelo de cosas azules ni mucho menos, Dios me libre, de cualquier objeto azuloso. Por sobre todas las cosas, quiero dejar de extrañarte.

9. Por favor, no me escriban para decirme más sobre hermosas cosas azules. Para serles franca, este libro tampoco les dirá nada de ellas. No diré, ¿no es X hermosa? Tales cosas son crímenes contra la belleza.

14. Me ha dado gusto decirle a la gente que escribía un libro acerca del color azul aun cuando no lo estaba haciendo. Lo que pasa entonces, sobre todo, es que la gente termina dándote historias o claves o regalos, y tú puedes jugar con estas cosas en lugar de con las palabras. En la década pasada, recibí tintas azules, pinturas, postales, decolorantes, brazaletes, rocas, piedras preciosas, acuarelas, pigmentos, pisapapeles, y dulces. Me han presentado a un hombre que había reemplazado uno de sus dientes frontales con una piedra de lapislázuli, nada más porque amaba esa piedra, y a otro que es devoto del azul a tal grado que se niega a comer cualquier alimento azul y sólo cultiva flores blancas y azules en el jardín que rodea la excatedral azul donde vive. He conocido al hombre que es responsable de la producción mundial de índigo, y a otro que canta Blue, de Joni Mitchell con una gran impostura sentimental, y a otro con una cara de derrelicto de cuyos ojos goteaba literalmente el color azul. A éste último lo llamé el Príncipe de lo Azul, el cual es, de hecho, su nombre.

15. Pienso en estas personas como mis corresponsales azules, cuyo trabajo es mandarme reportes sobre la situación del color azul en el mundo.

16. Pero hablas de todo esto a la ligera, cuando es más como que has estado mortalmente enferma y estos corresponsales te envían noticias azules como si se trataran de las últimas trincheras de la esperanza de encontrar una cura.

17. Pero qué pasa cuando hablas del color como si fuera una cura cuando todavía no has definido tu enfermedad.

18. Una tibia tarde de los primeros días de primavera, en Nueva York. Fuimos al Hotel Chelsea para coger. Después, desde la ventana del cuarto, observé cómo del otro lado de la calle una lona azul revoloteaba por el viento. Tú dormías, así que este fue mi secreto. Era apenas una embarradura de lo cotidiano, un brillante copo azul en medio de tanta providencia fría y húmeda. Fue la única vez que me vine. Era esencial para nuestras vidas. Temblaba.

19. Meses después de esta tarde, tuve un sueño, y en este sueño un ángel aparecía para decirme:Debes pasar más tiempo pensando en lo divino y menos tiempo imaginando que le desabotonas los pantalones al Príncipe de lo Azul en el Hotel Chelsea. Pero qué tal si desabotonar los pantalones del Príncipe de lo Azul es lo divino, supliqué. Pues que así sea, dijo, y me dejó sollozando contra la cuadrícula azul del piso.

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