lunes, agosto 15, 2011

Cúchila, Mataperros (Diario Milenio-Opinión 15/08/11)

1 El asco de los limpios


A veces, la confianza es conmovedora. Tener a un ser querido recostado y dormido sobre uno brinda una sensación de paz y gratitud inesperadas. Percibir que respira, ronca y carraspea, o de repente se sacude completo por causa de algún sueño chocarrero, es verse encomendado a protegerle, y en tanto eso pensarse mejor persona de la que uno es. “Duerme, que aquí estoy yo”, dice nuestro sigilo cariñoso, en una de esas raras ocasiones en que la indefensión del otro parece y es un premio para quien la recibe. “¿Quién soy yo para merecerle esta confianza?”, tendría uno que preguntarse cada vez que esto pasa, pero he aquí que en mi caso pasa tan a menudo como permito al perro treparse en mi cama, de modo que aquel gesto de humildad sorprendida es suplantado por el puro placer de sentir que a lo ancho de ese rato entrañable nada hay en este mundo fuera de su lugar.


La amistad entre especies no es un evento raro, pero hay quienes insisten en mirarlo de lejos como cosa curiosa, cuando no insólita. Parece más normal, a ojos corrompidos, el exterminio de una a manos de otra. Y esta última, se entiende, es la especie de siempre. La única facultada para exterminar. La única, también, capaz de hacerlo en el nombre de un fin oficialmente noble. La salud pública. La seguridad. La niñez. La familia. La modernidad. Se extermina a una especie diferente, o a una cierta fracción de la propia, azuzando en los otros un prurito aséptico mejor emparentado con la fobia que con la profilaxis. Hasta donde se sabe, la coartada más repugnante para el exterminio tiene que ver con eso: la “limpieza”. Quien cree que al contribuir a la matachina de una especie querida, cariñosa y servicial está “limpiando” el hábitat de sus seres queridos, lo que hace es corromperse y corromperlos. Nada menos confiable que una estirpe de eunucos sentimentales.


2. Ratas a control remoto


Cuenta Milan Kundera que la campaña sanitaria de los estalinistas checos en contra de los perros sueltos o callejeros malescondía su propósito auténtico, que era el de preparar a la población para las atrocidades que más tarde serían moneda corriente. Insensibilizarlos al dolor de los otros, primero los perritos, más tarde los vecinos y al final las personas más apreciadas, si por casualidad el poder los consideraba un obstáculo en la construcción de la dicha oficial del pueblo checo. Estimular, de paso, la delación secreta, de modo que en lugar de ciudadanos el poder dispusiera de una legión de cómplices robotizados. Es decir, ya en la práctica, hijos de puta con mando a distancia.


Para el hoy mundialmente famoso Manuel de Jesús Baldenebro, médico cirujano y a la sazón alcalde de San Luis Río Colorado, Sonora, la corrupción moral es cosa secundaria. A él le preocupa, dice, la salud pública, y es por ello que en lo que va de su administración se ha exterminado a 17 mil perros, capturados por medio de un sistema de recompensas: el municipio paga doscientos pesos a quien entregue a un perro callejero para su ejecución. Por disposición oficial, el ciudadano queda habilitado como auxiliar de los matarifes. Y ahora que esa medida le ha valido al alcalde el vergonzoso mote deMataperros, él se argumenta en Twitter que “si las personas que integran las asociaciones protectoras de animales valoran mas la vida de un perro callejero que la de un ser humano YO NO!” (sic).


Ya se sabe la clase de amistad que es capaz de brindar un perro callejero. Basta con un cariño, un pedazo de pan, una mirada a veces, para que venga detrás de nosotros. Y si se nos ocurre darle techo, lo más probable es que se transforme en un guardián celoso y agradecido. Ahora imaginemos al émulo de Iscariote que se acerca al perrito y le regala media salchicha, sólo para ganarse su confianza e ir a entregárselo al doctor Baldenebro, a cambio de doscientos pesos de mierda. ¿Quién querría, a todo esto, caer dormido al lado de un alimaña así?


3. La familia matarife


Una vez asediado por los medios —tan sólo imaginemos la cantidad de insultos consecuentes que recibe cada hora en su cuenta de Twitter—, el tenebroso doctor Baldenebro ha aclarado que su programa de exterminio no paga recompensas en efectivo, sino a través de un incentivo fiscal, limitado a un descuento por familia. ¿Es decir que la cosa es familiar? ¿No basta, pues, con corromper a Judas, sino que hay que ensuciar a la familia entera? Ahora imaginemos a papá y mamá explicando a los niños por qué ayer secuestraron al Solovino y lo llevaron al matadero. Usarán de seguro los argumentos del Doctor Exterminio, y así los pequeñines irán asimilando que el Solovino no era su amiguito, sino “un vector para infecciones de la piel”, y no nada más eso, si también “un problema para la gente asmática en situaciones alérgicas”. No será extraño, entonces, que cuando miren a otro perro en la calle lo alejen a pedradas, qué tal si los infecta. Cúchila, gruñirán, perro sarnoso. ¿Quién les dirá a esos pobres de la infección moral que han contraído? Es al menos curioso que en un medio infestado por la violencia extrema, el alcalde no sepa que buena cantidad de los hijos de puta son hechos en casa.


El equipo de comunicación del doctor Baldenebro es diligente para twittear sus logros. Según escriben, el municipio a su cargo está hoy a la vanguardia en diversos rubros. Y uno sabe que son distintas manos cuando encuentra un mensaje tecleado o dictado por el propio Baldenebro, dirigido al senador Manlio Fabio Beltrones, donde el cuidado es menos escrupuloso y el estilo delata antes al lambiscón que al mataperros: “muchas felicidades Senador, que siempre Dios bendiga sus generaciones y sean prosperados” (sic). Y ahí sí que está pintado el alcalde-doctor, pero si de zalamerías se trata, francamente prefiero las del Solovino, que no corrompe a nadie en busca del poder, inspira el cien por ciento de mi confianza y se expresa indudablemente mejor. Por no hablar del perrote que ahora me acompaña y jamás ha escuchado la tenebrosa historia del doctor Baldenebro. Con su permiso, pues, lo dejo que me ronque otro ratito.

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