martes, junio 28, 2011

Para matar al amigo (Diario Milenio/Opinión 27/06/11)

Ojos que no veían


Tu indiferencia me mata, dice el mensaje. Te ha llegado por Twitter en un lunes cualquiera, de parte de tu amigo Alfonso, mientras mirabas un partido de tenis. Piensas en revisarlo al fin del día, pero la comezón ya te domina, de modo que haces clic y esperas al video, mientras conectas y te cuelgas los audífonos. Sabes que es justo lo que no quieres ver, pero una angustia íntima no te deja parar. Ves perros enjaulados, pones pausa y apagas el aparato. ¿Cómo es que iba el partido? No logras concentrarte. Prendes el aparato. Ya no puedes parar, ni lo deseas siquiera. Te dices que eres fuerte y vas a resistirlo. Haces otra vez clic. El video habla de métodos de sacrificio canino, algo así, pero no entiendes bien porque ya la espiral del horror te atrapó y lo que miras te quita el aliento. Pones pausa de nuevo, miras en torno tuyo. Todos están abstraídos en el tenis, puedes ir adelante.


Se escucha un mazacote de música y ladridos, o será que la escena te aturde y te rebasa. Un hombre lanza al piso el cuerpo de un perrito faldero recién ejecutado, como si fuera alguna jerga húmeda, justo frente al hocico de otro más grande que espera ya en poder de su verdugo, y parece acercarse al muerto, o moribundo, como para olisquearlo, pero ya el matarife lo remoja, le conecta los dos polos del cable, da un paso atrás y aplica la descarga. Es un perro bonito, color blanco y marrón, que de pronto se tensa y se sacude, intempestivamente convertido en zalea. Varios otros aguardan detrás de un enrejado, ladrando y sollozando porque entienden muy bien lo que va a sucederles en cosa de minutos. Luego aparecen varias leyendas con cifras y estadísticas espantosas, pero ya no respondes porque de pronto el mundo se convirtió en espanto. Cuando el video termina, eres otra persona. Taciturno, extraviado, te sales del estadio, aunque no del infierno. Piensas que quien te mire te llamará lunático, pero no indiferente. No más.


La rabia y el suplicio


Han pasado los días y adónde vas te siguen las imágenes. Intentas eludirlas prendiendo el aparato para jugar un poco de Flight Control, pero cada vez que aterrizas un avioncito, regresan los perritos a tu cabeza. (Corrección: quien regresa es la muerte.) En lugar de ayudarte a la evasión, el juego te devuelve a las imágenes. Una noche de plano abres el Twitter y buscas el mensaje del lunes anterior. Hasta donde recuerdas, lo retwitteaste. Pero no está, seguro que metiste la pata (esta última palabra te estremece como una visión siniestra). Por fin encuentras el mensaje de Alfonso y haces clic otra vez. Vale más torturarte mirándolo con calma que dejar al cerebro reconstruir el recuerdo a su tétrico modo. Si observas bien, el perrito no trata de olisquear nada, sino que abre las patas y se queda en tensión, aguardando la descarga inminente. Una vez más, la indiferencia campechana de los matarifes te congela la sangre. Te espeluzna. Te enoja hasta las lágrimas, maldita sea. Cierto: son más humanos los condenados que ellos. Quién pudiera mostrar esa entereza para enfrentar el peor de los horrores.


¿Tendría nombre el perrito marrón y blanco? Te gustaría llamarlo Solovino, pero lo has visto irse, nunca venir. Morir solo, asustado, abandonado a la peor de las suertes, sin la menor piedad o siquiera respeto de parte de nadie. ¿Tiene nombre la gente que es responsable de tamaña atrocidad? ¿Alma, corazón, madre? ¿Cómo se atreven a llamar sacrificio a esa carnicería mecánica e inconsecuente cuyas víctimas son cada día maltratadas como trapos mojados inertes e insensibles? ¿Cuál es el sacrificio ahí donde jamás se conoció el respeto? ¿Parecería ridículo a los ojos de aquellos barbajanes que a cada condenado se le diera siquiera el privilegio mínimo del aislamiento? ¿Les parece normal que los demás perritos tengan que estar presentes en la matachina, o es que son tan imbéciles que asumen que no sufren por el doble martirio? ¿Creen los torpes burócratas que han hecho el reglamento de estos diarios horrores que sería un lujo exótico dar a los condenados la muerte apenas digna por la vía de una sobredosis de anestesia? Y a todo esto, ¿cómo es que a los cadalsos para perros y gatos se les conoce como centros antirrábicos, cuando son meros centros de exterminio? ¿Cuál de esas pobres víctimas inocentes llegó hasta allí con rabia, por el amor de Dios?


Gracias por la amargura


Odias escribir esto, pero hace una semana que no tienes opción. A veces, el deber salta a la vista. Si hubiera más espacio, escribirías el triple porque tú sí que sientes una rabia loca desde que las preguntas no te dejan en paz. ¿Deberías quejarte con tu amigo Alfonso por colmarte los días de amargura? Muy al contrario. Por extraño que suene, se lo agradeces con toda el alma porque al menos ahora no eres indiferente y hay aflicciones hondas que también cauterizan las heridas que causan. Se lo agradeces por el perrito blanco y marrón, por los demás que mueren en aquel video negro, por los que ahora mismo son masacrados de idéntica manera. Se lo agradeces porque gracias a eso te has sentido persona, y esa sola certeza te llena de vergüenza. Y al fin se lo agradeces por todos los perritos que han sido tus amigos, compinches, familiares, hermanos. Por los que te han matado, los que se han ido solos y hasta los que vendrán. Cuadrúpedos que entienden mucho más de lo que alguna vez son entendidos. Que no darías por ser así de humano.


¿Qué hacer ahora con las demás preguntas, si son tantas y urgen y sólo queda un párrafo? ¿Tienen sangre en las venas todos esos canallas irresponsables que van y compran perro como quien se hace de un objeto desechable, y al chico rato lo echan a la calle porque nunca supieron lo que hacían? ¿Es verdad esa pavorosa estadística según la cual siete de cada diez mascotas son abandonadas por sus dueños en el plazo de un año? ¿Que un perro abandonado no sobrevive por más de dos semanas en la calle? ¿Cómo llamar a aquellos mercachifles que ofrecen cachorritos a media calle como otros venden chicles y cacahuates? ¿Se imaginan el miedo que sentirán esos animalitos desdichados cuyo destino negro se resuelve en un idiota impulso irreflexivo? Hasta aquí las preguntas. Vuelves al aparato. Ahora que lo recuerdas, tienes que retwittear el mensaje de Alfonso:
http://www.youtube.com/watch?v=FbA3neYBie8&feature=youtu.be.

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