martes, febrero 15, 2011

La prueba del Valentine (Diario Milenio/Opinión 14/02/11)

¿Es el amor aquel sentimiento profundo y borrascoso que nunca llega vivo al 15 de febrero?

1. Tengo examen de amor y no sé nada

Habemos quienes nunca hemos logrado acomodarnos en un 14 de febrero. Ya fuera porque un día no teníamos con quién celebrarlo, y desde esa congoja nos parecía un día más ridículo aún, o porque había con quién, y entonces sí teníamos que celebrarlo. Un día de extorsión sentimental donde los otros son siempre los ridículos, ya sea porque quieren y no pueden o porque pueden y por tanto deben. Si años antes la fecha ameritaba rosas o chocolates y alguna cena o brindis informal, hoy compite en rigores y protocolos con Navidad y el Día de las Madres. Pues si en aquellas fechas se espera la presencia formal de los consanguíneos y un regalo que ayude a recordarlos con cariño, San Valentín exige la puesta en escena de un ritual escrupuloso, donde cena y regalos son apenas dos de los ingredientes involucrados.

¿Cena dónde, por cierto? Porque un San Valentín no se resuelve cenando en casa con la familia entera, sino en la intimidad de otra multitud, ocupada asimismo en cumplir el ritual de la única fiesta del calendario que somete a un examen a quienes la celebran. Si entre padres y hermanos el cariño suele darse por hecho, entre parejas vive en entredicho. Un día de San Valentín puede ser la ocasión ideal para darle al afecto sustento o dinamita, basta con que lo conmemore uno en grande... o por casualidad se le olvide. Ahora bien, esto último no hay forma verosímil de lograrlo, si hace varias semanas que el día de los novios consume millonadas en publicidad que va a alcanzarnos de cualquier manera. Y ya se sabe que en el reino del amor, el olvido se cuenta entre los agravantes inexcusables. Curiosamente respaldados por Freud, que tampoco disculpa la desmemoria, los despechados de San Valentín no se preguntan cómo nos olvidamos, sino cómo pudimosolvidarnos. Suponen que uno puja para olvidar las cosas, cuando lo cierto es que pasa al revés: se olvida para no seguir pujando.

2. Sin derecho a extraordinario

El de la puja es un tema vibrante, pues si ahora resulta que la gran mayoría de los novios sale cada 14 de febrero a festejar su idilio oficialmente, es lógico que todos quieran hacerlo de algún modo especial e irrepetible, y en tanto eso cada pareja pretenda a su manera ponerse a salvo de la ordinariez. El examen de amor incluye, por lo tanto, una lista de expectativas fijas entre las que se cuentan ciertas galanterías elementales, como ocuparse de reservar con anticipación en cierto restaurante y amarchantarse a tiempo en la florería o chocolatería. ¿O alguien por ahí quiere, en fecha tan crucial, colgarse el sambenito de improvisado? Lejos de esas angustias, aunque no lo bastante para no recordar un par de días de éstos como los de un horrendo juicio sumario donde se me exigía probar la existencia objetiva de un espíritu, me pregunto cómo es que una idea tan ordinaria como la de colgar un día oficial en las espaldas de los enamorados puede aspirar a volverse especial. Vamos, si a estas alturas la palabra especial ya compite con gratis en ordinariez.

El día de los novios se parece de pronto a esa sordomuda que se cuela en mitad de una pareja para darle una rosa a la mujer y estirar la manita ante su acompañante. Aun sin poder hablar, la vendedora ha puesto a su cliente potencial en un predicamento. Si no le compra, no ama. O tal vez sea tacaño, o mala persona, en todo caso un bicho poco recomendable al que la señorita no debería tomar en serio. Por otra parte, si uno cede al chantaje, hará bien en temer que su acompañante le juzgue un alfeñique sin carácter ni iniciativa romántica. No menos complicado tiene que ser pasar con altas calificaciones la gran prueba de amor de San Valentín, si ya desde los días precedentes hay gentíos recorriendo almacenes desesperadamente, pues desde la elección del regalito se asoma la intención del aplicante y ello debe valerle varios puntos de más o de menos, según la proporción entre sapo y pedrada.

3. Título de insuficiencia

Es posible que el detalle más chusco de San Valentín esté en su calidad involuntaria de santo patrón de la industria hotelera. ¿Cómo dar crédito a esos reportajes de temporada donde se habla de filas de aspirantes a amantes aguardando a las puertas del motel, con tal de no quedarse sin pasar lista entre los bien servidos de un día potencialmente ominoso? ¿Y cómo diablos nadie va a servirse bien, cuando es en ese día que el motelero aplica el coitímetro? Como todas las pruebas, la de San Valentín se hace reloj en mano, durante los minutos que abarque la tarifa. ¿Quién dijo que en el día de los enamorados se trata de facilitar el ritual del amor? No, señoras y señores, la idea es convertirlo en jornada tortuosa; donde un pequeño error de protocolo bien pueda equivaler a abofetear a una florista sordomuda sólo porque insistía en venderte una rosa. ¿No es, pues, el desamor un crimen comparable, a los ojos del malamado radical?

No dudo que esta suerte de incomodidad, de repente vecina del repelús, en un día tan pleno de cariño anunciado y esperado, refleje algún complejo que ojalá sea del todo insuperable, pues insisto en pensar que febrero 14 tiene que ser la fecha menos romántica del calendario entero. Por más que hagan méritos, y aún si han reservado por 24 horas una suite presidencial y agobian al room service con más y más Beluga y Dom Perignon, los aplicantes no han salido del examen oficial y hasta corren el riesgo de sacarse un 10 (qué asco, el amor con mención honorífica), sin haber hecho nada más especial que probar lo improbable, en un día imposible que sin embargo no es indiferente. Ignoro si al final de San Valentín son más quienes suspiran por amor que por alivio, pero una vez que estado en ambas situaciones prefiero dar por hecho que así como el amor acostumbra pasarse por el arco del triunfo el calendario, difícilmente puede escapar a los rituales de su propia burocracia, y eventualmente sobrevive a ellos. Por si las moscas, happy Valentine.

No hay comentarios.: