lunes, febrero 07, 2011

El silencio imposible (Diario Milenio/Opinión 07/02/11)

Para la hora del balcón


La gran ingenuidad de quien nos tiraniza está en creer que cuenta con nuestra discreción. ¡Sólo eso me faltaba!, se dice uno, vibrante de indignación nada más sopesar la posibilidad de abonar su silencio a la cuenta moral del maleficiario. Es difícil no hallar en quien se entrega al privilegio inalienable de escribir sus memorias un cierto regodeo en la certeza, con suerte recóndita, de que línea tras línea imparte justicia. ¿O es que quienes le hicieron algún daño esperan que los premie con su discreción? Y aun si decide hacerlo —callar, en-bien-de-todos— podrá igual regodearse dando por hecho que es un juez magnánimo.

No son raros los casos en que el autor de unas memorias discretísimas se solaza después desnudando en privado —como quien hace objeto a sus oyentes de una prebenda muy afortunada— las líneas pudibundas que le dieron prestigio de discreto. Ahora bien, las memorias suelen ser infrecuentes, y aún entre las que se escriben y terminan resultan incontables las ilegibles, y muy contadas las que se publican. Inclusive cuando alcanzan la fama, la mayoría se entera por los despachos de las agencias de noticias. Sin haber ni tocado el libro en cuestión, una legión se dice al tanto del asunto y no cree que haga falta ya leerlo. Entre tanta infoyendo y viniendo, nada hay más devaluado que la vieja figura del chismoso, cuya función es día a día rebasada por millones de millones de palabras en competencia por nuestra atención. ¿Cómo evitar entonces que entre la gritería sobresalgan las quejas ocurridas a coro? ¿No es por medio de chismes cruzados y paralelos que atamos los cabitos y damos las sospechas por certezas?

Imaginemos que un sistema de espionaje captura cada una de las informaciones que se generan sobre nosotros, incluyendo verdades, calumnias e inclusive opiniones de conocidos y desconocidos. Habría coincidencias, por supuesto, más de una abrumadora. La idea es terrorífica para cualquiera. Tiene que serlo, aparte, en forma progresiva según lo sea el largo de cada cola, y eso ayuda a explicar el nerviosismo de algunos tiranos respecto al libre flujo de la información. A tamañas alturas del torneo, aún les gustaría que nadie sino ellos pudiese decidir cómo y cuándo salir al balcón.

Cuidado con el cuágulo


Cuando en toda Alemania sucedió el pogromo conocido más tarde como Noche de los cristales rotos, la culpabilidad del partido nazi aparecía evidente ante la falta de otra organización facultada para orquestar todos aquellos linchamientos y abusos simultáneos a nivel nacional. Pero como tampoco había fuerza más moderna y mejor coordinada que la de los propagandistas nazis, la indiscreción de los murmuradores no solía ir muy lejos sin toparse con las narices del estado policiaco, ahí donde a la piedad se le entendía como tara congénita. De entonces para acá, no ha habido tiranía cuya eficacia no haya echado mano de los sabios consejos del viejo tío Adolfo. ¿Quién dijo, sin embargo, que los clásicos viven para siempre? ¿Qué haría uncontrol freak como Joseph Goebbels si debiera enfrentarse en estos tiempos a blogueros, twitteros y usuarios de teléfonos celulares, cada uno invadiendo al mismo tiempo las competencias de su ministerio? ¿Se haría de asesores chinos, cubanos e iranís, o sería quizás su proveedor? ¿Qué puede hacer el que hasta ayer decía la última palabra una vez que el manual ha caducado y ya cualquiera puede alzar la voz?

Es un poco más fácil tapar dos oídos pequeños que una boca grande, y ya ni hablar de cubrir a los tres. De ahí que al fin cada uno de esos empeños resulte útil solamente al efecto contrario del buscado. Es decir, servicial a la causa enemiga. Por alguna razón no sé si emparentable con la lógica misma de los fluidos, allí donde los flujos se interrumpen lo probable es que surja un cuello de botella, y de esa congestión nazcan desbordamientos aún menos controlables que el flujo que se quiso detener. Por más, pues, que los altos mandos iranís se feliciten porque encuentran semejanzas entre su revolución de 1979 y la revuelta de los jóvenes egipcios en 2011, insiste en asomárseles un pánico neurótico que ya los indiscretos pagan con toda suerte de vejaciones. ¿Qué van a hacer sus huestes contrainformáticas si se enfrentan a un flujo de información capaz de organizarles en unas cuantas horas una revuelta en cada plaza pública?

La bocaza del miedo


Una de las medidas a medias exitosas contra la indiscreción de los tiranizados consiste en aceitarle los goznes al patíbulo. Solamente en enero de 2011, según se informa, han sido ahorcados “entre 66 y 83” condenados a muerte; una cifra aún más espeluznante si se le opone a los 300 ahorcados de 2010 entero, pero de todas formas ineficaz si lo que se pretende es que el miedo, morboso como es, se conserve cien por ciento discreto. Es decir que hay por fuerza una filtración, dos, cuatro, doce, cien: miles de indiscreciones que en cosa de minutos se harán cientos de miles, no ya tanto a despecho de los obstáculos como precisamente a causa de ellos. ¿Qué deleite le queda a la indiscreción, como no sea el de hacer lo que no debe?

Me gustaría creer que entre flujos, reflujos y contraflujos la información termina convertida en veneno para las satrapías, toda vez que delata sus tripas putrefactas y hace una exhibición de su fragilidad, pero igual es sabido que las multitudes no solamente pueden equivocarse, sino que son imbéciles por defecto. Especialmente si han salido a la calle con ganas de quebrar unos cuantos cristales, síntoma muy común entre quienes se hartaron de ser tiranizados y ahora ya no hay manera de taparles la boca, los oídos ni los ojos, si hace ya un largo rato que ellos mismos se tapan la nariz.

Corren tiempos difíciles para ciertos estados capataces, y sopla acaso un cierto viento fresco en las ventanas de los calumniadores. La idea de imponer el silencio a quien sea comienza a parecer una ridiculez, vista desde lo hondo de un sentido común cada día más sentido y común, y de paso menos supersticioso gracias al flujo libre o libertario o libertino de la información. El mundo entero está escribiendo sus memorias: nunca la discreción se cotizó tan bajo.

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