domingo, enero 09, 2011

Listas de escritores-Álvaro Enrigue (El Universal/Opinión 08/01/11)

En el relato “Carcel de árboles”, el escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa cuenta la historia de un personaje que ha perdido la memoria y la capacidad de razonar porque le ha sido arrebatada el habla. Está prisionero sin razones claras, encadenado a un árbol, igual que otros cientos de colegas.

Un día, el prisionero encuentra un cuaderno y un lápiz. Aunque no puede hablar, descubre que conserva las facultades de escribir y leer lo que ha escrito. Cada mañana se despierta habiendo olvidado lo que anotó los días anteriores, pero todos los días lo recupera y avanza un paso más en la reconstrucción de un yo demolido.

Como suele suceder con los cuentos de Rey Rosa, en “Cárcel de árboles” el lector nunca tiene claro si lo que está leyendo es una historia moral o no. El relato podría ser leído como una dolorosa meditación sobre la destrucción del lenguaje bajo las dictaduras, pero también podría no tratarse de nada más que de lo que se trata. O ser una reflexión sobre la escritura. Hay una entrada del diario fascinante: “La bandada de pájaros rojos pasó volando sobre la copa de los árboles. El gran ruido que produce la bandada, no el ruido estridente que produce un solo pájaro, ¿quiere decir algo?” El impacto de la frase viene de que es enunciada por un hombre que tal vez sea el único de su grupo bendito por el lenguaje. ¿Algo cambiaría si todos los demás prisioneros, como él, estuvieran escribiendo diarios secretos e impronunciables?

En un artículo sobre los autores que la revista Granta en Español eligió como las promesas de la literatura hispánica para el siglo XXI, el crítico Ignacio Echeverría se metía con la cultura de las listas y la actitud servil de la prensa literaria, que las suele aceptar sin ningún espíritu crítico. Un grupo de sabios se junta, produce una lista y la prensa entrevista a los que la integran, cuelga sus fotos en Internet, les hace un cuestionario genérico. Nadie los lee. Hasta hace muy poco tiempo, el brillo de las generaciones se medía por los resultados que entregaban. Hoy se mide por su pura promesa. La aplicación de técnicas de márqueting a ese producto tan peculiar que es la literatura nos entregó una perla del mundo al revés: no consumimos lo bueno, sino lo que promete serlo.

Es posible que el mercado editorial se haya ampliado tanto que los lectores necesitemos orientes constantes, pero también puede ser, como señala Echeverría, que una institución esté interesada en fijar su marca entre los lectores y para ello convoque a sus sabios y sus escritores. El gobierno colombiano, que gasta muchísimo en posicionar a su país como una opción de desarrollo, fijó su estampa en la lista de “Bogotá39”. Ya nadie recuerda quienes estaban en la lista, porque en realidad nadie los leyó, pero todos saben qué ciudad fue la que dictó el canon. Lo que se posicionó fue la marca, no a los autores.

No creo que las listas sean tan perniciosas como le suelen parecer a los que no están incluidos en ellas: promueven la discusión, impulsan a los escritores jóvenes fuera de sus industrias editoriales nacionales. Es saludable, pero no basta para que el estruendo de la bandada signifique algo. Leer y escribir, como sugiere Rey Rosa, es un ejercicio que supone, en primer término, una disciplina sólo privada de ampliación de la libertad. Si el tiempo dice que hubo un autor o dos en una generación, bien, si dice que hubo una parvada, también. Lo demás, decían Shakespeare y tras él Faulkner, es el sonido y la furia.

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