martes, enero 18, 2011

Hendiduras sinápticas (Diario Milenio/Opinión 18/01/11)

Hay alguna relación entre, digamos, Day, el libro que Kenneth Goldsmith publicó en 2003, en el cual transcribe literalmente un número completo del New York Times “palabra por palabra, letra por letra, de la esquina superior izquierda a la esquina inferior derecha, página tras página”, y el número 322 de la revista Quimera, un volumen que, con ayuda de sobrenombres y respetando la disposición tradicional de la publicación mensual, escribió en su totalidad Vicente Luis Mora en 2010? Mi respuesta a esta pregunta es un sonoro sí. De cierta forma. ¿Es posible tender vasos comunicantes entre Postpoesía. Hacia un nuevo Paradigma, el libro que le valió a Agustín Fernández Mallo convertirse en finalista del Premio Anagrama de ensayo en 2009 y, pongamos, el más reciente estudio de la reconocida crítica literaria norteamericana Marjorie Perloff, Unoriginal Genius: Poetry my Other Means in the New Century, en el cual revisa la estética citacional de autores que van de Walter Benjamin hasta Kenneth Goldsmith pasando por T.S. Eliot y Ezra Pound? Mi respuesta, con todas las distancias guardadas del caso, es otro resonante sí. En cierto modo. ¿Se respira un cierto aire de familiaridad entre los trabajos proteicos irreverentes rabiosos lúdicos listísmos hipercontemporáneos de, digamos, Eloy Fernández Porta, desde su Afterpop. La literatura de la implosión mediática, su Homo Sampler. Tiempo y consumo en la era afterpop hasta su ERO$. La superproducción de los afectos, que le valió el Premio Anagrama de Ensayo en el 2010, y las Notes on Conceptualisms de la autora californiana Vanessa Place? Una vez más, mi respuesta es un resonante sí. De cierta manera.


Una serie de reacciones sinápticas atraviesan el Atlántico o, en algunos casos, el Pacífico. Se trata de cargas eléctricas o químicas que, originándose en la célula presináptica, se deslizan por las dentritas de otro idioma hasta encontrar el axón que les permitirá saltar hasta la célula postsináptica. Estoy hablando de un sistema muy nervioso. Estoy hablando de las escrituras de hoy. No se trata de diálogos, en el sentido sensatamente civilizatorio que se le da al término conversación y sus puentes, de serlo, se asemejan más al efímero link, que desaparece en el momento en el que se le presiona, que a la sólida labor de la ingeniería que de otra manera responde al mismo nombre. Aún así, con todo y todo, o por todo y todo, estos libros que vienen de uno y otro lado del océano producen en conjunto una situación semejante a lo que los histólogos denominan como la hendidura sináptica: un canal de unión de la neurona postsináptica que mide aproximadamente 20 nanómetros de ancho, donde ocurre, sin duda, una trasmisión que tiene mucho de salto al abismo. Un riesgo.


Los impulsos nerviosos de esta situación sináptica son sujetos de un mundo de nativos digitales para quienes la muerte del autor ha sido, sobre todo, la muerte del yo lírico, con su carga de individualismo e interioridad, y entre quienes, consecuentemente, campea una idea de escritura que privilegia la composición por sobre la expresión. Si las escrituras de la resistencia de los 80s (entendida ésta en el sentido Adorniano como “la resistencia del poema individual contra el campo cultural de la comodificación capitalista en el que el lenguaje ha llegado a ser meramente instrumental”) pusieron en juego, al decir de Perloff, elementos como una sintáctica distorsionada, una falta de referencialidad programada y la derrota continua de las expectativas del lector en tanto método, a las de estas décadas tempranas del siglo XXI les corresponde una resistencia de suyo distinta. Se trata, sobre todo, de procesos escriturales que privilegian el diálogo “con textos anteriores o textos en otros media, con ´escrituras a través ´o ecfrásis que le permiten al poeta participar de un discurso público más amplio. La invención ha dado lugar a la apropiación, la restricción elaborada, la composición visual y sonora, y la dependencia en la intertextualidad”. Con raíces históricas en el concretismo de mediados del siglo XX, las poéticas oulipianas fundadas en Paris alrededor de la década de los 60s, y formas de escritura exofónica que incluyen aunque no están limitadas a la traducción y el multilingualismo, estas estéticas citacionales, como las denomina Perloff, son sobre todo formas de copiado, reciclaje, y apropiación. La cita o la re-escritura (“con su dialéctica de extirpación e injerto, disyunción y conjunción, su interpenetración entre el origen y la destrucción”) es así, y con mucho, la forma lógica de la escritura en una era de “textos literalmente movibles o transferibles —textos que pueden ser transferidos de un sitio digital a otro, o del papel a la pantalla, que pueden ser apropiados, transformados, o escondidos por toda clase de medios y con toda clase de propósitos”.


Confío en que los resonantes y pluralísimos sí que enuncié en el primer párrafo resuenen todavía en éste último porque lo que sigo tratando de decir es que hay una relación que no es ni directa ni lineal ni argumentativa sino más bien sináptica entre las diatribas teóricas y los trabajos creativos que, hacia finales del XX y en el contexto de una literatura más bien realista, emprendieron un grupo de escritores españoles, y los riesgos estéticos que bajo el rubro de conceptuales siguen ejerciendo una serie de poetas norteamericanos en ambas de sus costas. Tal vez el diálogo más relevante de las escrituras contemporáneas en español no siga las rutas del postcolonialismo del XIX, las cuales iban y siguen yendo de España al continente latinoamericano, y viceversa, ni respete las barreras establecidas por el idioma mismo. Acaso la era digital y sus distintas plataformas han modificado la misma noción de ruta y flujo, transformando el diálogo en una sináptica relación de ventanas que se abren y cierran en un ordenador bilingüe. Es una lástima que los trabajos de unos y otros no circulen todavía en traducción. Me pregunto, con una sonrisa entre perversa y esperanzada, qué ocurrirá con el sistema nervioso de las escrituras de hoy cuando esta sinapsis potencial se lleve finalmente a cabo (por lo que veo, la autora norteamericana más reciente que cita Fernández Porta es Kathy Acker, sin mención todavía para ninguno de los conceptualistas vivos de hoy). Les dejo esta sugerencia aquí a los gestores culturales de este tipo de happenings. Y me retiro pero no sin antes contribuir a la gustada sección de Confesiones Tristísimas: escribo este artículo porque, entre otras cosas y para qué más que la verdad, a mí sí me gustaría presenciar un mano a mano entre Kenny G, el nombre de batalla de Kenneth Goldsmith en su versión DJ, y el DJ que también es Eloy Fernández Porta. De ya disfruto del baile.

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