lunes, enero 03, 2011

El tirano obediente (Diario Milenio/Opinión 03/01/11)

Hasta hace pocos días, el soflamero Mahmoud Ahmadineyad era el héroe de los antisemitas. Hoy es hazmerreír de medio mundo.


1. Perdónanos, Mahmoud


Pobre Ahmadineyad. Entre más lo imagino, peor me siento. Luego de tantos años de bravatas y desplantes que casi le ganaban el anhelado grado de dictador, viene el mundo a enterarse de que Alí Jafari, mandamás de la Guardia Revolucionaria iraní, lo abofeteó delante de sus secuaces por tener la osadía de proponer más libertades para los iraníes, incluida la de prensa. “La gente se siente asfixiada”, tal parece que dijo, muy a puerta cerrada, pero tampoco tanto para librarse del sopapo ejemplar. “¡Estás equivocado!”, le gritó Jafari, y ya se sabe el precio que entre ciertos mulás alcanzan los errores. De manera que si antes lo imaginamos repartiendo varazos entre los libertarios, no queda hoy más opción que perfilarlo como aquel hombrecillo cuyos hilos se mueven merced a voluntades siempre más grandes que la suya. Y helo ahí, día tras día, poniendo su carota de beatito silvestre por ideas y decisiones ajenas, perdiendo los comicios por esas causas, maquinando la estafa consecuente, reprimiendo las voces inconformes y aguantando la vara del público descrédito.


Más allá de la risas de sus malquerientes —ahora mismo, sus censores cibernáuticos se aplican a callar los accesos al chisme de la bofetada: la clásica estrategia contraproducente— debe de provocarle al sufrido Mahmoud una oscura vergüenza que sus grandes aliados afuera de Irán, tipos duros a los que nadie contradice, no puedan evitar mirarlo como el regañado de la pandilla. Mientras Chávez y los hermanos Castro hacen cuanto se les antoja sin mejor valedor que sus agallas, él debe obedecer a sus superiores al pie de la letra, y éstos en un descuido lo andan cacheteando. ¿Quién no tuvo, en sus años adolescentes, un amiguito siempre regañado que hasta para asomarse a la ventana tenía que pedir permiso a sus papás? Y lo triste del caso es que Mahmoud ya pasa de la cincuentena, edad en la que nadie soporta de buen grado que le zorrajen un soplamocos, y menos que se entere todo el mundo. ¿Sería extravagante, a estas alturas, preguntarse si lo eligieron precisamente a él porque jamás se cansa de hacer papelones?


2. La alcoba es el diván


Su nombre es Iris Bahr. Nacida en Nueva York y emigrada a Israel a los trece años, abandonó el ejército con grado de sargento y se embarcó en un largo viaje por el continente asiático, de cuyas incidencias entre desternillantes y espeluznantes da cuenta en su libro Puta bruta (Dork Whore), donde busca y encuentra diferentes variables de sexo atormentado, cada una bastante para hacer chistes duros a sus propias costillas. “No conozco el olor del esperma”, confiesa en el inicio de la jornada, “porque estoy demasiado ocupada tragándomelo”.


Graduada con honores en neuro-psicología, Iris Bahr pasó un tiempo llevando a cabo estudios avanzados sobre neurología y oncología, pero al fin decidióse por el teatro: una honda vocación que había sobrevivido a sus bandazos, y que incluía tanto la actuación como la dramaturgia. Fue así la misma Iris quien escribió y estelarizó DAI (Suficiente), una pieza donde interpreta los papeles de once mujeres distintas, poco antes de que un terrorista suicida se aparezca y haga volar el sitio en pedazos. Con esas credenciales, apenas ya parece sorprendente que Iris Bahr sea hoy actriz, guionista y directora de la serie Svetlana, de HDNet, donde encarna a una prostituta y proxeneta rusa radicada en Estados Unidos. Descarnada, sardónica e irreprochablemente profesional, Svetlana administra su Casa San Petersburgo de placeres discretos, donde recibe a clientes de los más variopintos credos, razas y estratos, habituados a una prostitución doméstica y ya mero familiar, de repente lindante con la terapia. En el primer capítulo, se la ve negociar en el teléfono con un cliente sin duda difícil, y luego discutir con su chofer porque le ha dado cita en su día libre. Poco más tarde, con los auxilios de un intérprete que está tieso y de pie junto a la cama, Svetlana conforta al señorón, que se queja de no poder ejercer sus poderes y trabajar al fin como un pelele. “¡Otra burka!”, se queja Svetlana no bien abre el regalo que el cliente le trajo, y hasta entonces sabemos, ya entre risotadas, que ese bulto en la cama corresponde a Mahmoud Ahmadineyad.


3. Lo que diga mi mulá


Tienen ese prestigio las profesionales del colchón: el de ser comprensivas como nadie. De ahí que meses antes de enterarnos de aquella bofetada memorable, muchos espectadores ya compadeciéramos al atribulado mandatario persa. Eso de que le llamen así, mandatario, cuando el infeliz no hace más que obedecer, suena un poco a sarcasmo y sin duda desgasta la autoestima de un hombre que cada vez que puede fustiga con dureza a sus adversarios y anuncia el exterminio de Israel. No ha realizado, pues, Iris Bahr un ejercicio meramente humorístico al retratar al líder compartiendo sus frustraciones en la alcoba, y hasta vale decir que le ha hecho un gran favor, por más que el inocente no se entere y acaso los archivos al respecto terminen olvidados en alguna gaveta del Ministerio para la Promoción de la Virtud y la Supresión del Vicio.


¿Quién, que detente el más alto cargo político de su país y aun así reciba cachetadas, no precisa de alguna terapia de alcoba? Se entiende así que en episodios posteriores de Svetlana se presenten clientes tan conspicuos como el Dalai Lama, pues al fin dar la cara, vivir de dar la cara, es un trabajo duro que requiere de dosis altas de comprensión. Si el beatito Mahmoud, y en especial sus culiprietos superiores, insisten en el tema de la pureza, Iris Bahr los exhibe en su carencia más escandalosa, si antes que puritanos o autoritarios se trata de unos tristes malcogidos. “¡Eres tú quien ha creado este caso! ¿Y encima dices que le demos más libertad a la prensa?”, avasalló a Mahmoud aquella vez el duro Alí Jafari, y ahora que todo el mundo se enteró no le ha quedado más al pobre presidente que echar la culpa a “algún departamento del gobierno estadunidense” por la producción de esos documentos. Por eso digo, pobre Ahmadineyad.

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