sábado, junio 12, 2010

Interesantes formas del capitalismo-Álvaro Enrigue (El Universal/Opinión 12/06/10)

Durante toda mi juventud viajé en la larga línea verde del Metro. Pensé durante todos esos años que la ciudad de México era ordenada, olía a jabón, se peinaba y tenía muchos lectores: había confundido a los estudiantes de la UNAM con la ciudadanía. En la línea rosada, que uso ahora de manera extensiva, nadie nunca respeta los asientos para personas mayores y embarazadas, es imposible leer ni siquiera la prensa deportiva porque los vendedores de discos piratas se turnan uno tras otro con grabadoras a decibeles formidables, la policía se desplaza por los andenes desencajada y con los toletes en la mano, como una concentrada jauría de dóbermans en un gallinero. En ese contexto tan duro, el reclamo de limosna ha alcanzado las alturas del arte.


Durante toda la historia de las ideas cristianas, pedir dinero de los piadosos implicaba ciertas reglas: el mendigo dramatizaba su desgracia exhibiendo las prendas de su fracaso y aguardaba con rictus de resignación la llegada de la buena voluntad bajo la forma de una moneda. En la pornográfica línea rosa del metro, la competencia por un mercado en el que ya no cabe otro indigente ha forzado las cosas. Pasamos del método ya moderno del ciego que pasea por los convoyes sacudiendo una latita a las formas más desmedidamente honestas del reclamo. En la Estación Tacubaya, por ejemplo, hay una vieja que selecciona a sus posibles clientes agazapada en un rincón y los persigue clavándoles una latita de leche condensada en los riñones hasta que aflojan o se pierden en un tren.


Ya se ha escrito del barroquismo trágico de los faquires que se abren cancha como pueden para acostarse en un itacate de vidrios -faquires portátiles para una ciudad febril-, o de la curiosidad que representa el hecho de que el cantante solitario que ejecuta un clásico haya sido sustituido por bandas capaces de hacer un espectáculo con canciones de su autoría y hasta chistes en los dos minutos que dura el trayecto de una estación a otra. He descubierto, sin embargo, una nueva forma del llamado a ceder una moneda tan codificado que roza la gloria del performance. Hay un punk ya bigotón -definitivamente no aplica como huerfanito- que se desplaza a mil por hora dentro del vagón, pegándole gomosos corazoncitos amarillos a los viajeros en el hombro o las rodillas -según vayan parados o sentados-; luego los recoge a la misma velocidad de relámpago. Hasta ahorita -y vaya que me lo encontrado- nunca he visto que nadie conserve la calcomanía a cambio de una moneda, pero el acto es tan rápido que uno tiene que poner mucha atención para notarlo y requiere de varios viajes para entenderlo.


Afuera de la estación Insurgentes, en el túnel tan siniestro que conduce a la calle de Génova, hay -sólo si se pasa antes de las nueve de la mañana- un flautista que no se sabe ni una sola tonada: hace ruiditos oprimiendo las llaves al azar. Llevo un año y dos meses pasando junto a él casi todos los días. Nadie se detiene a escucharlo y pocos le dejan dinero. Tal vez por las prisas no sea claro que su talento descansa en una gigantesca habilidad -tan metafórica- para fracasar: no es fácil practicar tanto y no aprenderse ninguna melodía.

Más adelante, en la misma calle de Génova, está el toldo en buen estado de un restorán que quebró por enero. Una mañana apareció ahí una señora sentada en una cubeta, pidiendo limosna. No creo que el negocio fuera fructífero porque el trastecito que disponía para recibir caridad quedaba a varios metros del paseo por el que nos perseguimos los oficinistas desaforados. La señora desarrolló, entonces, un negocio de bienes raíces. Llevó primero más cubetas, cobijas y unas cajas de cartón; un lunes ya tenía un carrito de supermercado y unos plafones. Al poco llegaron la estufa, los polines, los amigos. Sigo sin ver que nadie le de limosna, pero la casita que ha levantado al paso de los meses ya cuenta como una instalación maestra: tiene varias habitaciones -todas minúsculas- en las que viven varios colegas. Cuando paso por ahí, están tomándose un cafecito en la cocina.

miércoles, junio 09, 2010

"Vagancia + poesía = belleza al andar"-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista”-09/06/10)

“Dejarse ir./ No confiar en nada sino/ en la sensación del movimiento”.

Así se abre el poemario más reciente de Luigi Amara: “A pie”, publicado por la editorial Almadía (2010), dentro de su colección dedicada al género de la poesía: Pleamar.

“A pie” es un poema, atrevido, de largo aliento que invita al lector a caminar por la ciudad, sin objetivo específico. Se trata de caminar y que la simple acción sea propicia de otras más como observar su ritmo, su arquitectura, sus vendedores ambulantes, su descuido, sus obras de arte involuntarias y voluntarias, sus diversas formas de protestar, de alzar la voz para decir: ¡aquí estoy!

Juan Eduardo Cirlot -en sus “Apuntes sobre poesía”-, dice que ésta “es testimonio, es alivio, es creación de belleza” y el poemario de Amara es prueba inexorable de la afirmación cirlotiana: “Hay un placer eminentemente solitario/ en dejarse ir/ doblar la esquina/ en vez de seguir de frente/ retorcer el camino/ hasta hacerlo serpenteante”. Y es el mismo Cirlot quien señala, en dicho texto, que materia [prima] de la poesía son: “sentimientos determinados, emociones vagas; hipótesis planteadas a veces como imágenes, interrogaciones; ideas parafilosóficas, paralógicas; imágenes que definen, imágenes que intensifican, imágenes que modifican”. Y sin duda, Amara, entiende de igual manera a la poesía, pues “A pie” es una invitación a tomar las calles, recuperarlas, exigir el lugar que los automóviles le han arrebatado a todo transeúnte que se atreva a caminar por las calles, haciendo que tales se vuelvan un riesgo constante, ya que se está a la merced de los carros: “El rechinido ominoso/ de las llantas./ El golpe contundente y seco./ Ese instante posterior/ en que las cosas/ contienen el aliento.// Ya la parvada de ojos/ se cierne sobre el infortunio./ Aves de carroña/ del dolor ajeno/ atraídas por el grito irresistible/ de la sangre.// (La orfandad del zapato/ a pocos metros del cuerpo).// Los mirones en círculo.// Cubrirse el rostro un instante/ para después abrir los ojos./ Cuchicheos”.

“A pie” es la afirmación de que la poesía se reinventa y no morirá. Es el claro ejemplo de que la imagen (gráfico) no está peleada con la palabra y pueden convivir amenamente.

Amara usa la belleza para protestar contra aquellos que suelen decir: “En este país se está obligado a tener obligaciones; no se puede ir a cualquier lugar sino a un determinado lugar”.

“No llegar./ Tan sólo detenerse”.

martes, junio 08, 2010

Cómo debatir en Puebla-Pedro Ángel Palou(Diario El Columnista 08/06/10)

1.-Anuncie que va a dar una madriza y luego pida que desea muchos debates (¿o muchos rounds?) y contrate a Julio César Chávez como mánager.

2.- Anuncie que no va a debatir y contrate una muralla de seguridad inexpugnable.

3.- Anuncie que tiene muchas ideas pero contrate un nuevo despacho de asesores foráneos para que le expliquen qué hacer con Puebla.

4. -Argumente la pluralidad de los debates pero asegure su singularidad. Se trata de un solo debate y voy por que me obliga la ley.

5.- Diga que la ley tiene muchas eses y que un solo debate es insuficiente. Pero descalifique a sus oponentes.

6,- Diga que es un candidato independiente, ciudadano, y con quién sabe qué dinero regístrese por el único partido que no se coaliga. Luego, por supuesto no diga nada sobre el debate.

7.- Reparta camisetas, paraguas, plumas, gorras, con el lema: “Yo si debato, zacatones”.

8.- Reparta camisetas, paraguas, plumas, gorras, con el lema: “Sólo debaten los desesperados”

9.- Anuncie su plataforma y gaste más en edecanes que en ideas.

10.-No anuncie su plataforma.

11.- No sepa ni qué demonios es eso de plataforma.

12,-Descalifique al juez, al árbitro, al Instituto Electoral.

13.- Descalifique a todos los otros candidatos.

14.- Descalifique a los que voten por otro candidato.

15.- Descalifique a todos los que voten.

16.- Descalifique a los que se abstienen.

17.- Diga que los demás le tienen miedo.

18.- Afirme que los demás están desesperados.

19.- Asegure que la democracia es el mejor de los sistemas políticos posibles siempre y cuando el voto le favorezca.

20.- Diga que si el voto no le favorece hubo fraude.

21.- Diga que siempre hay fraude y que por eso usted es un candidato ciudadano y que se alistó nomás para taparle el ojo al macho. O por muy macho. O por muy güey. O de plano que no sabe por qué carajo se inscribió en la contienda.

22.- Afirme que hay elección de estado.

23.- Afirme que no es culpa del estado, que la federación compra votos.

24.- Afirme que son los funcionarios estatales los que dan dádivas a cambio de votos.

25.- Afirme que no sabe usted qué son los funcionarios estatales.

26.- Siembre la duda, diga que todo indica que los maestros votarán en bloque.

27.- Siembre la duda, diga que los burócratas estatales votarán en bloque.

28.- Siembre la duda, diga que no sabe quiénes votarán en bloque.

29.- Diga que las encuestas le favorecen

30.- Diga que las encuestas que no le favorecen son amañadas

31.- Diga que no tiene dinero para las encuestas y que ya de por sí sabía que no le serían favorables.

32.- Descalifique de plano las encuestas (pero mande a hacer la suya antes de la Noche Triste).

33.- No vaya a mítines multitudinarios.

34.- No vaya a las universidades.

35.- No vaya al radio, la televisión o las ruedas de prensa de su partido.

36.- No vaya a ningún lado, usted de por sí sabía que iba a perder.

37.- Suba un video horrible a youtube.

38.- Mande un correo masivo diciendo que el otro candidato es un peligro (para lo que sea, la universidad, la gastronomía, el mole de caderas, el futbol).

39.- No mande ningún correo, limítese a ver los vídeos de youtube de los otros y diga que pobres, lo malo de ser puntero.

40.- Insista en que el otro es corrupto.

41.- Insista en que el otro otro es más corrupto.

42.- Insista en que usted no ha tenido oportunidad de ser corrupto.

43.- Cuando se acerquen las elecciones anuncie que va a haber un fraude

44.- Cuando se acerquen las elecciones anuncie que ya ganó

45.- Cuando se acerquen las elecciones váyase a vivir a Timbuctú

46.- Diga que confía en la inteligencia de los ciudadanos al ir a las urnas

47.- Diga que confía en el voto duro de sus correligionarios y que no le importa si son inteligentes o no.

48.- Diga que nunca ha visto a ningún correligionario, ni a ningún ciudadano y que de plano no sabe por qué eligió ese instituto político que nunca le ayudó a ganar siquiera el voto de su mujer, su abuela y su gato.

49.- Piense, por favor, que los anteriores puntos son evitables y que los ciudadanos merecen un poco de respeto, de ideas y sobre todo de ser involucrados en una elección que debería decidir el futuro de Puebla.

50.- Y si de plano le valemos gorro no se extrañe cuando nadie vaya a votar.

Eso era subir una escalera (Diario Milenio/Opinión 08/06/10)

Subió las escaleras lentamente, todavía sintiendo que su garbo y su donaire le pertenecían a otro edificio. Imaginó que el dueño las había mandado traer de otro lado, desmantelando otra construcción piedra tras piedra, con mucho cuidado, sólo para reconstruirla con el mismo afán en el nuevo espacio. ¿Se podría hacer eso en realidad? Tuvo la tentación de dejarse sorprender, pero en el mismo instante visualizaba escenarios.

Diría: qué gusto, con la voz de alguien que paseaba por las calles de una ciudad que conocía de memoria.

Diría: cuánto tiempo, con el tono neutro de una persona lejana. También avizoró el silencio. El pasmo. La frustración inherente a las palabras que se saborean bajo la lengua sin posibilidad alguna de llegar al sonido.

O diría: ¿Cómo lograste entrar? A la defensiva, fingiendo que todo era real.

A medida que ascendía las escaleras equivocadas, seguramente traídas de otro edificio más ufano, menos decadente, se preguntaba si todo esto no era más que un invento, el resultado de su imaginación afiebrada. Su imaginación necesitada. Y se preguntó también si esto era lo que toda la gente hacía dentro de sus propios olvidos: correr el telón de lo real y agazaparse en un lugar pequeño, un ángulo apenas, detrás de los escenarios donde todo ocurría. Sin cesar. Se repitió su nombre una y otra vez. Y luego otra. Trataba de regresar a su cuerpo. El nombre y el apellido. Sintió la lisura de la madera donde apoyaba su mano mientras subía la escalera en la cámara lenta de su cansancio. Olió el aroma de flores frescas que salía de algún cuarto. Inspeccionó la luz que se colaba desde ¿dónde? No pudo identificar la fuente, pero se fijó en las isletas luminosas que se formaban en el filo de los escalones. Su zapato horadando la mancha luminífera. Su zapato saliendo de ella.

Diría: qué sorpresa, con la voz impostada, tratando de mentir con los ojos.

O no diría nada. Como santo Tomás, iría hasta ella para tocarla, para comprobar que no se trataba de un producto de su imaginación. Mordería la moneda de oro. Usaría el microscopio del tacto. Burlaría a su mente. Se burlaría de ella. Te descubrí. Niña con manos en la masa.

Diría: no te esperaba.

Diría: te esperaba.

Los escenarios se multiplicaban conforme subía la escalera. Los teatros enteros. Las marquesinas. Las palabras brotaban la una de la otra con reminiscencias de planta, de ser vivo. Hijas de las hijas de las hijas. Todo en femenino.

Diría: ¿Cómo estás? Y de inmediato estallaría en una carcajada jocosa, medianamente avergonzada. Si estuviera bien, si alguna de las dos estuviera bien, no estaría aquí, no estarían aquí. Un cuarto del hotel La Estrella de Choi.

Diría: ¿Dónde estás? Tratando de identificar su silueta entre la penumbra del lugar. Haciéndose presente y huyendo al mismo tiempo. Estableciendo la distancia. Determinando que se encontraban ahí, aquí, dentro del verbo estar. Que los muertos entierren a sus muertos. ¿Qué quería decir esa frase realmente? Y mientras el significado se le escapaba, eludiéndola con contorsiones imprevistas pero bien ensayadas, pensó que, de tener a santo Tomás frente a ella, le preguntaría: ¿Y quién te dijo que la carne es real? Volvió a repetir el nombre propio. Y luego el apellido.

Diría: aquí estoy. Titubeante. Abierta como la puerta que estaba abriendo. Derrotada en su apertura. Entregada a su apertura. ¿Qué importaba a fin de cuentas que no existiera, que nada existiera? ¿Cuántas fracturas se necesitaban para formar la caparazón de lo real?

Diría: ¿Quién eres? Fingiendo ignorancia. Sabiendo de más. Oyó el timbre del teléfono. Y luego la voz del recepcionista, un bostezo, la saliva uniendo diente contra diente antes de que la palabra “bueno” lograra romper el todo de la boca en dos. Número equivocado. Silencio. Y luz. Otra vez la luz sobre el filo de los escalones. Volvió la cabeza hacia el techo. Eso era. Sí, eso era: un tragaluz de cristales sucios, adulterados. Debían ser las tres de la tarde. Tal vez un poco antes. Minutos apenas.

Diría: apresaron a Juana Olivares. No, no diría eso. No tenía caso. Si sólo los muertos podían enterrar a los muertos, ¿quería eso decir que no había posibilidad alguna de conexión entre los muertos y los vivos? Pero qué falta de fe, pensó. Qué falta de imaginación. Empatía. Sintió su rodilla y el peso sobre su rodilla. La tensión sobre el talón, los talones. El momento exacto en que flexionaba la pierna y el cuerpo se impulsaba a sí mismo hacia el siguiente escalón. Eso era caminar hacia arriba. Eso era subir una escalera.

Diría: ya llegué, tratando de recordar el recorrido sin poder lograrlo. ¿Había, de verdad, subido la escalera? Cuando abrió la puerta no dijo nada. Se quedó detenida bajo el umbral, observando la espalda de alguien que miraba hacia la calle. Una silueta protegida por el velo de las cortinas raídas. Un bulto apenas.

lunes, junio 07, 2010

Antípodas, S.A.(Diario Milenio/Opinión 07/06/10)

El cómodo comodín


Qué falta hace Bush Junior. Con lo sencillo que era ponerse en sus antípodas y pretender que se entendía al mundo a partir de esa sola antipatía. Ingratos como somos, nunca atinamos a apreciar los esfuerzos que hacía el infeliz por ofrecernos tantas comodidades a la hora de opinar en torno a cualquier cosa. Incluso cuando hablaba claro y sustancioso, como pasó luego del huracán Katrina, más temprano que tarde la realidad terminaba alumbrando las oquedades de su palabrería. Un palurdo folclórico y puritano, cruzado como tantos ex viciosos, cuya torpeza llegó a ser en tal modo proverbial que pocas veces se atrevió a fallarnos. Tirarle mierda a George W. Bush era como apostar en pelea de tigre contra burro amarrado. Y eso es de agradecerse, cómo no. Más todavía para aquéllos cuya conducta errática y voluntariosa exige disponer de un reparto estelar de bestias negras.

En los últimos tiempos, cada vez que un modelo o aprendiz de tirano suelta alguna burrada de alcances planetarios, se aprecia la orfandad en que los ha dejado el paleto de Connecticut, antes siempre dispuesto a sacar el cobre en primer lugar y evitarles la pena de exhibir ante el mundo sus miserias neuronales, amén de numerosas semejanzas con el que año tras año pretendieron vendernos como su antípoda. Igual que al holgazán profesional le reconforta verse rodeado de flojos amateur a los cuales usar como ejemplos de holganza, tener allí a Bush Junior daba tranquilidad, cuerda y motivos a quienes precisaban hacerse percibir como distintos, e incluso radicalmente distintos a todo cuanto aquél simbolizaba. Pues ahí está el negocio de los antípodas. Son lo que son y ofrecen lo que ofrecen a partir de un esquema en blanco y negro. No lograrían vender un cacahuate blanco si no hubiese uno negro al cual denostar, de preferencia por razones lindantes con la sinrazón, cuando no rebosantes de estupidez: una astucia sencilla y marrullera que le evita al usuario la molestia de defender con argumentos sólidos lo que de sobra sabe indefendible. La clase de argumentos que se disculpan en tiempos de guerra, cuando todo se vale y es cosa cotidiana que la fuerza se imponga a la razón. Los eternos antípodas se sienten dispensados de pensar en el otro o, asco de ascos, ponerse en su lugar, con la coartada de que están en guerra. Cómo no iban a suspirar por Bush.

Polos artificiales


Javier Marías habla, en la entrega reciente de su ácida y deleitosa columna semanal, de una cierta manía irracional en los espectadores de eventos deportivos, que virtualmente todos compartimos y consiste en la urgencia de tomar partido, so pena de aburrirse como un embrión, por motivos sacados de la manga. Hasta hoy, nunca he entendido por qué un equipo es preferible a otro, a través de los tiempos, aún con jugadores diferentes y hasta distinto dueño o sede, aunque igual pruebo cierta paz de espíritu si en alguna pantalla veo que van ganando los Yanquis de Nueva York, por decir los primeros que se me ocurren. Ver adelante al equipo que uno espera que gane le hace un extraño bien a la autoestima. Confía uno más y mejor en sí mismo cuando se cumple en otros, afines en teoría, la expectativa propia. Y al contrario: sobran los hinchas que se pierden la confianza no bien su equipo se hunde o es hundido, razón más que bastante en tiempos de guerra para odiar al contrario y su pandilla, y acto seguido enviarlos a las antípodas.

Si me viera forzado a responder, diría que en las antípodas de mis gustos y costumbres se hallan esas chamarras verde purgante, más parecidas a un sleeping-bag, que llevan el escudo de los Miami Dolphins. Más discretas, no obstante, las de los Dallas Cowboys nunca me han parecido codiciables, y ya supongo que ello me pone en las antípodas de unos cuantos millones de compatriotas que nunca entenderían la hueva que me da su Superbowl, como yo encuentro raro y lastimero que alguien ose dormir mientras se juega el partido final de Roland Garros y ahora mismo no me haya quitado de encima la playera amarillo chillante que lleva impreso el nombre del campeón. Es decir que en el fondo nos parecemos aterradoramente, pero creemos tanto en los matices que juramos hallarnos en polos encontrados, y he aquí que cada quién corre a pintar su raya. Que nadie se confunda: uno es lo opuesto a eso.

Gone with Obama


Si el mundo fuese justo, las respectivas porras del América y el Guadalajara dedicarían cuando menos un minuto de su trabajo a homenajearse mutuamente. A saber las montañas de billetes que a la fecha le habrán entrado a cada club a partir de esa guerra artificial que ha permitido al buscador de antípodas clasificar a los seres humanos en chivas y americanistas, dos especies a todas luces irreconciliables. Y allí es donde entra Bush. O en fin, solía entrar. Cada vez que dos puntos de vista chocaban, la imagen detestada de Bush Junior, Antípoda Mayor, permitía una cierta zona franca donde la disyuntiva, en todo caso, apuntaba hacia perversidad o torpeza, cualidades a fin de cuentas compatibles.

Antes, pues, de juzgar las conspiraciones y maniobras exóticas, grotescas o ridículas que los antiguos socios-antípodas de Bush le atribuyen hoy día a su sucesor, habría que entender la soledad de quien de un día para otro se ha quedado sin bestia negra. Concederle, no obstante, a un tipo cultivado y razonable como Barack Obama el papel del paleto inmediato anterior es llevarse en su sitio la rechifla. ¿Quién imagina al ducede Miraflores insinuando que Obama deja a su paso un rastro de azufre? De esa incapacidad desesperada nacen teorías como la de los terremotos Made In USA para entrega a domicilio. Hay urgencia de antípodas, da igual si naturales o hechizos, antes de que las crisis locales empeoren y empiecen a agotarse los chivos expiatorios. Y el diablo Bush allá, jugando con su perro. A este paso, cualquiera que no grite y amenace va a tener la razón, y hasta habrá a quien le cobren por perderla. Y para colmo habrá también quien diga que eso les pasa por pactar con el diablo.