sábado, marzo 06, 2010

Imaginantes. El Contagio de la imaginacion.George Steiner

Imaginantes. El horóscopo secular.Arthur Koestler

Imaginantes. El escarabajo dorado.Carl Gustav Jung

Imaginantes.Pildora imaginación.Carlos Fuentes y Luis Buñuel

Imaginantes. Encuentro con el azar. Julio Cortazar

Imaginantes. El psicoanálisis del futuro. Roger Zelazny

Imaginantes. Gabriel Garcia Marquez. Cómo nace un cuento

Imaginantes. Retrato de una mujer imaginada. Juan José Millás

Imaginantes. El vendedor de sueños. Milorad Pavic.

Imaginantes. El mapa de la tortuga.Salvador Elizondo.

Imaginantes. El pescador de ideas. David Lynch.

Imaginantes. El mago sin imaginación. Cesar Aira

Imaginantes. Ojos bien abiertos. Federico Fellini

Imaginantes. Un Juego en la Red del Destino. Woody Allen

Imaginantes. El Efecto Mariposa

Imaginantes. El Hombre Ilustrado. Ray Bradbury

Imaginantes. Joan Manuel Serrat. De la cancion a la realidad

Imaginantes. La serpiente cabalista. Francisco Toledo

Imaginantes. Cosmicomicas o Excursion a la Luna. Italo Calvino

Imaginantes. Una canción cósmica. The Beatles. Jose Gordón

Imaginantes. Cronica de un drama anunciado. Hugo Argüelles

Imaginantes. Borges el Memorioso

Imaginantes. Gotas contra la soledad. Etgar Keret

Imaginantes. Dos mitos de la luna. Jaime Sabines

Imaginantes. Por falta de Palabras. Haruki Murakami.

Imaginantes. Octavio Paz. De Naranjas y Poesía

viernes, marzo 05, 2010

"Unidos por la Historia" con Pedro Ángel Palou y Felipe Pigna

Unidos por la Historia es una exclusiva y apasionante serie de 10 capítulos de una hora, que fueron rodados en ocho países de Latinoamérica y Europa; conducida por el reconocido historiador argentino, Felipe Pigna y el prestigioso escritor mexicano, Pedro Palou.
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Primer capítulo: Las paralelas se cruzan
23 de marzo de 2010
10:00 pm
History Channel
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La idea del primer capítulo es presentar el concepto general de la serie: en América Latina las historias de los distintos países son paralelas, y además se entrecruzan. Semejanzas, analogías, paralelismos, correlaciones que se verifican en los grandes hitos como las Revoluciones por las Independencias que da lugar al festejo del Bicentenario, la conformación de nuestras identidades como países e incluso las letras de nuestro himnos, las deudas externas y la ola privatizadora de los años 90, las guerrillas y sus consecuentes golpes militares en los años 60 y 70, los gobiernos populistas encarnados en figuras como Lázaro Cárdenas en México o Juan Domingo Perón en Argentina, el impacto del descubrimiento de América, el sincretismo religioso y la búsqueda de nuestra identidad conformada por europeos, aborígenes y esclavos. Una historia común con particularidades en cada uno de los países que nos demuestra que estamos "inexorablemente Unidos por la Historia".

miércoles, marzo 03, 2010

"La Culpa de México"-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista” de Puebla- 03/03/10)

Este año, el 2010, como bien sabemos todos es especial pues se cumplen doscientos años de la Independencia y cien años de la Revolución mexicana. Debido a esto el gobierno mexicano ha invertido un sinfín de recursos para festejar con bombo y platillos estos hechos históricos que marcaron y definieron el rumbo de nuestro país. Pero estas ganas de celebrar son bizarras, unas ni siquiera tienen que ver con temas históricos y/o sociales, pareciera que la orden es ponerle bicentenario 2010 a todo lo que se mueva: Unos cuantos eventos invitan a recordar la Historia tal y cómo la pudimos haber estudiado en la primaria o en la secundaria, unos cuantos más buscan abrir esferas de debate, pero muy pocos tienen como finalidad invitar a la sociedad mexicana a la reflexión de su pasado, presente y futuro.
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Sin embargo, algunos escritores mexicanos a los que muy pocos pelan, se encuentran en una lucha monstruosa: hacer que el mexicano lea sobre su Historia, la desmitifique y la comprenda. Eugenio Aguirre, Paco Ignacio Taibo II, Eduardo Antonio Parra junto con Pedro Ángel Palou –el escritor poblano más importante y prolífico- son parte de esta camada de novelas o ensayistas que han emprendido un viaje por las entrañas de la Historia mexicana.
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“La Culpa de México” el reciente libro de Pedro Ángel Palou, publicado bajo el sello de Norma, es un ensayo exquisito. En este breve texto de ciento setenta y cuatro páginas, Palou hace un repaso crítico en la historia mexicana desde el año 1580 tiempos de la Nueva España, hasta finales del 1910 y menciona brevemente de los acontecimientos de 1968. A cada etapa le dedica los párrafos justos y necesarios para analizarlos concienzudamente, no profundiza en cosas banales, se detiene en momentos que él considera importantes. “La Culpa de México” está hecho para encontrar la respuesta a la pregunta: ¿cómo y cuándo se jodió México? Este ensayo presenta los claroscuros de nuestros próceres mexicanos, así como de las etapas históricas: Hidalgo, Morelos, Iturbide, Santa Anna, Juárez, Díaz; todos son revisados. La independencia y todas las guerrillas que se dieron hasta llegar a la Reforma, luego todos los descontentos que nos hicieron llegar a la Revolución; son los momentos que retrata Palou con extremo cuidado y que analiza casi quirúrgicamente.
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Pedro Ángel Palou pide al lector y nuestras autoridades que dejemos atrás nuestras posturas extremistas, esas ganas de no escuchar al otro, de no valorarlo; y optemos por una verdadera apertura de ideas y porque aprendamos a escuchar al otro. Que jesuitas, masones, católicos, yunquistas, panistas, priistas, perredistas y los que aquí quepan entiendan y entendamos que la única manera para lograr el progreso de México es a través de un verdadero diálogo. La no imposición de las ideas, más bien la conjugación de proyectos y la búsqueda de vasos comunicantes en las ideologías es la sugerencia que este libro hace. Y si no, al menos, la capacidad de vivir en armonía y absoluto respeto al otro.

martes, marzo 02, 2010

Mensajes desde Pompeya (Diario Milenio 02/03/09)

Son varias las razones que explican mi reciente adicción al Twitter. Si he leído bien los ensayos teóricos acerca de este fenómeno de comunicación instantánea que se establece a través de mensajes escritos en no más de 140 caracteres, esas razones también son complejas. Todos los caminos parten esta vez de Pompeya, y no de Roma. Nuestra cuna no es ya más esa ciudad eterna donde las ruinas yacen, capa sobre capa, en un gesto de circular totalidad. Nuestra cuna es, aquí y ahora, esa otra ciudad petrificada en la gloria de un instante: Pompeya. Corte. Tajo. Interrupción.

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Hubo, alguna vez, eso es cierto, un homo psychologicus. Se trataba de ese ser humano de las sociedades industriales que construyó gruesos muros para separar lo privado de lo público y proteger así una noción silenciosa y profunda, individual y estable, del yo. Porque tenía un secreto, el homo psychologicus inventó el psicoanálisis, por ejemplo. Tener un rico “mundo interior” y una “historia propia” fueron, en esa época, cosas de suyo importantes. Escribir largos libros laberínticos (libros, en este sentido, romanos) que llegaban, sin embargo, a un final bien establecido, no sólo era especial para el escritor que firmaba el relato con su nombre, desligando así al autor del narrador y del personaje, sino también para el lector que, en silencio, en otra habitación del mundo privado, recibiría el mensaje que lo alertaría sobre los recovecos propios. Se narraba, pues, para ser o porque se era alguien extraordinario. Se leía por igual cantidad de razones. Uno de los máximos representantes de ese mundo —francés, por cierto, y de apellido de Mallarmé— llegó a argumentar que la vida existía par ser contada en un libro. A juzgar por el peso del papel, los libros eran objetos bastante engorrosos en esa época.

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Pero el homo psychologicus, como se sabe, ya fue. En su lugar se ha ido formando, no del lento quehacer de la ruina romana, sino del imperioso instante de Pompeya, el homo technologicus: un ser poshumano que habita los espacios físicos y virtuales de las sociedades informáticas para quien el yo no es ni secreto ni una hondura ni mucho menos uno interioridad, sino, por el contrario, una forma de visibilidad. Conectado siempre a digitalidades diversas, el technologicus escribe dentro de habitaciones transparentes bordeadas de pantallas y, de hecho, acompañado con frecuencia de gente. Ahí, pues, escribe esa vida que sólo existe para que aparezca inscrita en fragmentos de circulación constante en esa exterioridad —para usar un término vintage— conocida como soporte Web 2.0.

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Se trata, en ambos casos, de escribir la vida. Pero en la iracunda competencia entre la ficción y la no-ficción (como nombran estas cosas en el ex-imperio de Estados Unidos) la no-ficción va ganando, y por goliza. En plena era de la muerte de la muerte del autor, vale más que a uno le digan, por ejemplo, “te quiero non-fiction”, a que le espeten en la cara su infame contrario. Una extraña pero sugerente combinación entre el culto a la personalidad y una noción alterdirigida del yo dentro de un régimen de visibilidad total ha provocado que cientos de miles de millones de seres poshumanos se lancen raudos y veloces a transmitir mensajes escritos sobre lo que les acontece en ese justo y pompéyico instante. Sin trama totalizadora ni objetivo teleológico alguno, esos pedazos de escritura cruzan el espacio cibernético sin otro fin más que el aparecer donde aparecen, es decir, frente a la vista legitimadora de su otro igual. Leer es, en efecto, una forma de constatar. No hay secreto.

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Porque soy una DM (Digital Migrante), he llegado al twitter con algunos años de atraso. Eso no le resta, sin embargo, ni intensidad ni placer a mi nueva twitadicción. De mis alebrestadas exploraciones por esta Pompeya mexicana del siglo XXI rescato la diseminación horizontal de la información (me he enterado de más minucias culturales y políticas a través de la lectura y los subrayados de mi comunidad twittera —desde los links de Alberto Chimal o Ernesto Priego a los comentarios de Yuri Herrera o Irma Gallo—que en cualquier otro medio); el ejercicio crítico del periodismo ciudadano (la información producida y propagada acerca del terremoto de Chile me basta como ejemplo); y sobre todo, las formas de escritura que responden con creces a la pregunta/abracadabra de todo twitt: ¿Qué le está pasando (al lenguaje)?

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Por malformaciones del oficio, busco escritura en todo lo que hago. Contra todo pronóstico eso también lo he encontrado en el twitt. Tengo la impresión, por ejemplo, de que a twittescritores como @diamandina y @franklozanodr les importa escribir y aparecer en la pantalla, en ese orden. Más que informar sobre lo que les pasa (aunque lo hacen), estos dos escritores de Guadalajara (es lo más que pude colegir de sus sitios) escriben lo que le pasa al lenguaje (que les pasa). Sus textos nos permiten ser testigos de lo que le sucede cuando Oulipo ha tomado el mando y la sociedad entera se atiene a la máxima de los 140 golpes de extensión. Analizar con justicia lo que hacen me llevaría páginas enteras, pero anoto aquí la manera jocosa y deslumbrante en que ambos desensamblan el lenguaje popular, con frecuencia cambiando letras que convierten una palabra en varias más o re-posicionando palabras dentro de una oración que se convierte, así entonces, en una oración ya desconocida. En su “Me haces falta de sobra”, de @diamandina, o en “Que-herida”, que aparece en este instante en mi pantalla dentro de una cajita horizontal firmada por @franklozanodr, no sólo hay un profundo conocimiento de los giros cotidianos del lenguaje sino una lúdica subversión de la sintaxis y la ortografía que me indican que ahí hay escritura y, por lo tanto, pongo atención, implicándome. En un terreno que no alcanza a cubrir el aforismo pero al que no llega del todo el poemínimo, @diamandina escribe: “Desde 1998 te estaba esperando en 2010”, “El acto malabárico de poner en movimiento tantos celos al mismo tiempo”, “Reaccionaria: preferiría no preferir no hacerlo”, “Mis planes tienen una agilidad sorprendente para dar vuelta en bu”. De @franklozanodr: “Recuerdas ese jardín. No lo tuvimos”. “Yo en realidad tengo una piedra en el corazón, y oídos sordos”. “Y rueda la piedra, gira en su pértiga sonámbula hasta su conversión en polvo”. Llevo días ya citándolos a la menor provocación y eso, válgame dios, voy a decir una reverenda barbaridad (cosa que se me da, a decir verdad), eso es algo que no hice ni siquiera con Tolstoi.

La apuesta del olvido (Diario Milenio 01/03/10)

Perezas del instinto

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Antiguamente, cuando uno se olvidaba de algún dato importante, se le sugería ir a la tienda de la esquina a comprarse dos pesos de memoria. Ahora que al fin existe la memoria artificial, y puede uno en efecto comprarla en una tienda, se tiene de repente la impresión de vivir en un mundo cada día más falto de memoria. Igual que esos modernos artefactos eléctricos que ejercitan las carnes y los músculos sin que el dueño tenga que enderezar un dedo, cada dispositivo armado de memoria artificial le evita a uno el esfuerzo anticuado de hacer memoria. Hasta donde recuerdo, que es poco y tira a menos porque nada lo exige ni queda quien lo espere, solía experimentar un orgullo especial por recordar los sucesivos números telefónicos de los amigos próximos, y hasta de los distantes. En cuanto a los actuales, ni hablar. Están todos guardados en archivos electrónicos, con trabajos recuerdo cuál es propio número de celular (y eso con cierto esfuerzo, jamás a la primera). Una vez solapado el capricho del olvido, basta un error humano para quedarse desmemoriado.

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Una mañana salgo a la calle poseído por la prisa, de forma que muy tarde me doy cuenta que he dejado en la casa las prótesis electrónicas. La laptop, el teléfono. No recuerdo los números, ni los emails, ni los datos precisos de nadie. Mientras no tenga cuando menos una computadora rentada entre manos, seré algo así como exiliado de mí mismo. Y ahora que lo pienso, también las contraseñas estaban archivadas entre el teléfono y la computadora. No recuerdo ninguna con precisión, confundo unas con otras, se me barren las claves alfanuméricas. Pude haberlas memorizado una por una. Pude valerme, como solía hacerlo en otros tiempos, de ciertas referencias inaccesibles a los cocos ajenos, como esas fechas que conducen a nombres y sobrenombres en los que nadie más pensaría. Pude hacer un esfuerzo del que tal vez ahora me miraría orgulloso, pero según el alma de mi tiempo solamente un palurdo se sienta a hacer memoria cuando puede comprarla en una tienda.

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La memoria comodina

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Una de las ventajas de los niños sobre sus mayores tiene que ver con sus capacidades mnemotécnicas. Solía ser de gran ayuda para los infractores reincidentes contar con un maestro desmemoriado, y es seguro que hoy día la situación es aún más ventajosa para quien no ha acabado de enseñarse a olvidar. Hay demasiada información fluyendo ahora mismo para gastarse el tiempo recordando la de ayer o anteayer. Pues lo que es tiempo, ya no le sobra a nadie. Uno también se niega a memorizar nada tan sólo de pensar en el tiempo que deberá invertir, por no hablar de la baja confianza que le inspiran los datos archivados en una memoria natural (así sea la suya y le conozca el modo). Con tantos báculos a sus disposición, no es de esperarse una memoria musculosa, sino acaso otra torpe y burocrática que se tiende a dormir siempre que “no hay sistema”.

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No nada más los niños se sirven de la desmemoria imperante; también los pícaros la encuentran idónea para torcer los dichos y deshacer los hechos. Y uno, cuya memoria vive en dichoso estado de relajamiento, experimenta un cierto consuelo no bien se desentiende de aquello que en principio teme incómodo. Que es el caso de aquellos recuerdos cuya obscena nitidez impide a la memoria procesarlos sin tener que ponerse a chambear en texturas, aromas, vientos y humedades, por no hablar de emociones y sentimientos que no siempre consiguen hacerse un hueco en las memorias artificiales. Muy lejos de saber a partir de qué punto el precio de la comodidad se eleva por encima de su valor, me aterra ya bastante imaginar el costo de darle vacaciones al instinto. Si, como cuenta Javier Cercas en el principio de su Anatomía de un instante, una cuarta parte de los británicos cree que Winston Churchill es un personaje de ficción, a nadie extrañe ya si cualquier día empieza a parecer confortable recordar a los nazis como unos tipazos.

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El club de Hugo, Paco y Luis

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A veces, sin embargo, la desmemoria peca de insuficiente. Enciende uno la televisión y como que le falta desmemoria para otorgar sentido a las imágenes, o crédito siquiera. ¿Qué demonios hace Felipe Calderón en papel de boy scout entre Castro, Chávez y Ortega? ¿Su buena obra del día? Hasta donde recuerdo, corríjanme si no, el Presidente constitucional de éste país debe su puesto menos a sus encantos que al rechazo extendido del autoritarismo. ¿A qué le tira entonces con ese sonrisón de sobrinito del Pato Donald, buscando las palmadas de los autoritarios? ¿A quién ahí le está fallando la memoria? ¿O será que esa puesta en escena tan barata debe ser superpuesta en todos los recuerdos colectivos, de modo que la información que fluye en este instante actualice ya para siempre la anterior? ¿Debo borrar ahora la memoria del blog de Yoani Sánchez, por ejemplo, para dejar en su lugar la imagen de mi presidente rendido a los encantos de los comandantes? ¿No es cierto que es incómodo hablar de tiranías apestosas allí donde se ganan posiciones para posar ante la lente de la Historia?

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Sé que soy anacrónico, y por si fuera poco de repente me falla la memoria. ¿No eran los mismos hombres que corregían las fotos históricas para sacar de ahí a los héroes caídos en desgracia quienes dieron inspiración y causa justo a estas antiguallas intratables? ¿No son ellos la prueba escandalosa de que la desmemoria no sabe perder? Ahora bien, una cosa es no saber y otra muy diferente no poder. Ahora mismo, en la Cuba donde muy pocos pueden comprar una memoria artificial, ni darse el torpe lujo de guardar ahí datos potencialmente comprometedores, hay demasiada gente que no olvida, y eso es lo que ha olvidado el presidente. La desmemoria es cómoda y hasta decorativa, pero tiene un defecto: nos subestima. Piensa que de memoria no nos queda sino la artificial y apuesta a que muy pronto compraremos más.