sábado, febrero 06, 2010

ENTREVISTA: LIBROS - Entrevista JAIME BAYLY (Babelia/El País 06/02/10)

"Lima siempre me está vomitando personajes desdichados"
--
Entre el periodismo y la literatura, Jaime Bayly publica El cojo y el loco, la historia de dos personajes marcados por el desamor, un delirio de violencia y un humor esperpéntico
-
Jaime Bayly (Lima, 1965) vive entre los hoteles y los aeropuertos. Todos los fines de semana vuela de Bogotá a Lima, donde presenta El francotirador, un programa de entrevistas, por el que pasan señoras que viven de enseñar las piernas, roqueros o políticos. "Grabo el domingo, veo a mis hijas y me gano un dinerillo", cuenta el escritor en conversación telefónica. Se ha acostumbrado a esa rutina viajera. Lo ha hecho durante años. "Escribo mucho en los aeropuertos, cuando hay un vuelo demorado, y trabajo en los aviones, lo que parecería un tiempo perdido, para mí es útil". Hasta julio del pasado año su vida era aún más complicada, el vuelo semanal transcurría entre Lima y Miami (casi cinco horas de avión), pero aquello acabó cuando cumplió el contrato. "El dueño y la gerente de la cadena, cubanos ambos, no veían bien que tuviera libertad de expresión. En muchos canales se han acostumbrado a que los periodistas sean títeres que leen el telepromter", añade. Así que aceptó la oferta de la cadena colombiana RCN, que emite 24 horas y en la que comenta a lo largo de la semana los hechos más pintorescos y las declaraciones más cantinflescas: "No trato de ser neutral, tomo partido y digo ciertas cosas destempladas, algo a medio camino entre el periodismo y el humor".
-
Desde la habitación del hotel donde se aloja en Bogotá, un Bayly recién amanecido habla sobre su nueva obra, El cojo y el loco (Alfaguara), en la que narra la vida de dos personajes patibularios que nacieron jodidos porque sus padres no los querían, uno más de esos casos en los que la falta de cariño genera monstruos afectivos. "En la novela no hay nada parecido al amor, es sórdida, violenta, decadente y, al final del cuento, se trata de una obra sobre dos vidas trágicas y jodidas por la imbecilidad de sus progenitores". El cojo y el locono tiene mucho que ver con el resto de su narrativa. A diferencia de otras novelas, basadas en su propia biografía o en las que ha recreado ciertas experiencias en las que siempre hay un personaje que parece ser su álter ego, Bayly no se encuentra entre sus páginas ni los protagonistas son reales. "Uno siempre va robando pedazos de información de la realidad para luego armar el rompecabezas, pero he de reconocer que sólo una idea iluminó esta novela: conocía a un tartamudo que parecía loco pero que, en realidad, estaba más cuerdo que todos nosotros; como nadie lo entendía, decidió que no quería ser él y quemó todos los papeles que pudieran demostrar quién era y desapareció. Esa imagen me resultó fascinante y a partir de ahí empecé a desarrollar la historia".
-
En las primeras páginas de la novela se anuncia una declaración de principios: "El cojo llegó a Londres con una lección aprendida y bien aprendida: el mundo se dividía entre quienes rompían el culo y quienes tenían el culo roto". Naturalmente, el autor suscribe esa división maniquea y escatológica de su personaje. "Gabo alguna vez dijo que el mundo se dividía entre los que cagan bien y cagan mal, y yo pensé en una reinterpretación de esa frase", dice. "Sentí que era una novela que tenía que escribirse así, con esa procacidad y con ese nivel de violencia verbal, porque todo es brutal en la historia, el abuso del que ellos son víctimas de niños y las venganzas que se cobran; no sería verosímil que hablaran como dandis".
-
La sordidez que desprenden las páginas se ha buscado a conciencia, desde la señora que quiere atender a un herido y, a la pregunta de si necesita algo, éste le responde: "Sí, por favor, si no le molesta, necesito que me la chupe", hasta párrafos como el siguiente: "El cura del pueblo era un astro 'mamándola de rodillas' y en misa de seis, cuando el cojo irrumpe con la moto en la capilla, el sacerdote que oficia pierde la concentración y la entrega al altísimo porque no pudo evitar que sus ojos se posaran sobre ese machazo musculoso que entraba en la iglesia con dos pistolas y un buen par de cojones".
-
Como en la mayor parte de su narrativa, el blanco de sus críticas sigue siendo la sociedad limeña: clasista, intolerante y católica. "¡No lo puedo evitar! Sigo pensando que mucha de la gente más poderosa es infinitamente estúpida para tratar a los más débiles o a los que son diferentes. Esto lo he visto mucho en mi familia y en otras encopetadas de Lima donde todo tiene que ser muy perfecto, muy casto y pudoroso, y si te sale un hijo marica o cojo, entonces lo escondes en el cuarto de servicio. Eso no resulta inverosímil en la Lima de los cincuenta, que es la que recreo en la novela, pero tampoco en la de ahora. No asocio la ciudad con la felicidad, en mi literatura Lima siempre me está vomitando personajes desdichados".
-
Hace 15 años, cuando aterrizó en Madrid para presentar No se lo digas a nadie, su primera novela, con la que se ganó una merecida fama de transgresor, se quejaba porque en las calles de Miraflores le llamaban Joaquín, como el protagonista de la obra, a modo de insulto. Pero algo ha cambiado. "Ahora los limeños son más tolerantes con las minorías sexuales y, en mi caso, la gente se muestra más cariñosa, aunque en cierta prensa sensacionalista sí es normal que hagan escarnio y ridiculicen al gay. En esto los jóvenes vienen sin esa carga venenosa del prejuicio". No se lo digas a nadie fue mucho más que un éxito literario: "Me cambió la vida, porque supuso una salida del armario, literariamente y personalmente. Con esa obra me atreví a ser un escritor y hubo muchas, muchas presiones para que no se publicara y, de verdad, cuando la leo ahora me avergüenzo un poco de escenas sexualmente muy explícitas, pero ésa era la novela que yo tenía que escribir en ese momento y el mérito es que fui fiel a mis demonios y a mis obsesiones". Bayly ha mejorado también su relación con los amigos. No con los que se sintieron traicionados por lo que contó sobre su homosexualidad y su relación con las drogas. "La gente a veces lee cosas que ni siquiera has escrito. Todo se confunde, se entremezcla y se vuelve borroso, pero confieso que, a veces, ya no sé qué es lo que he contado o si lo escrito ocurrió o me lo inventé", añade.
-
También ha normalizado su relación familiar. Han asumido que es un destroyer y han aceptado la polvareda que levantan sus novelas. Él se las envía dedicadas y ellos guardan silencio: "Mi madre ha tenido el buen tino de no decirme una palabra. No se ha hablado del tema ni con ninguno de mis hermanos ni con mis hijas", añade. Sin embargo, la tranquilidad se quebró hace un mes cuando se anunció la muerte del escritor. Un hacker, que había usurpado el logo de CNN, anunciaba su fallecimiento en Madrid, atropellado por un coche. Sucedió entre las 10.00 y las 13.00, hora de Bogotá, momento sueño de Bayly. "Cuando la noticia es mala la gente siempre llama para contarla y la mala suerte fue que no pudieron comunicar conmigo, lo que supuso una conmoción en mi familia, la mamá de mis hijas, mi mamá, todas llorando". Lo curioso del caso fue tanto que le dieran por muerto como la reacción de su madre: "La he notado muy tranquila, me ha dicho que si ésa es la voluntad de Dios, ya estarás en el cielo conversando con tu papi", le comentó después Sandra, su ex mujer, cuando pudo aclarar el malentendido.
-
Bayly baraja ahora la posibilidad de presentarse a las elecciones de Perú, en abril de 2011. En diciembre tendría que inscribirse. "Tomaré la decisión en base a lo que me digan mis hijas, el resultado de las encuestas y si el partido político que de momento me ofrece la inscripción (Cambio Radical) como candidato me sigue respaldando". No cree que tenga posibilidades de ganar pero, al menos, hará ruido. Por si acaso ya tiene programa y lo recita de corrido: "Voy a defender libremente mis ideas, no me voy a convertir en heterosexual. Tejiendo la idea de que el Estado debe ser laico, la Iglesia católica en Perú recibe millones de dólares del Estado, estoy en contra de eso; defiendo que las mujeres adultas decidan si quieren ser madres o abortar, que las minorías sexuales tengan derecho a casarse y hay que eliminar el Ejército, la marina y la aviación, como hizo Costa Rica. Se gastan millones para prevenir una guerra que nunca se va a producir, es una estupidez y una inmoralidad entrenar a 100.000 personas y pagarles un sueldo para una guerra imaginaria cuando esa plata había que gastarla en los niños pobres de Perú que no tienen ningún acceso a la educación. Ésa es la injusticia más grande de Perú...".
---
El cojo y el loco. Jaime Bayly. Alfaguara. Madrid, 2010. 152 páginas. 17 euros.

martes, febrero 02, 2010

Sólo cuento (Diario Milenio/Opinión 02/02/10)

El cuento, dice Rosa Beltrán en el prólogo con el que da inicio Sólo cuento, la antología recientemente editada por la UNAM, es un género que simula estar en extinción. El cuento, pues, finge, engaña, aparenta. De hecho, el cuento conscientemente aparenta una cosa mientras hace otra. Lo que el cuento hace, esto nos queda claro a los lectores de estas páginas, es lo que le da la gana. Supongo que por eso simula, para poder salirse con la suya. Para que no lo molesten con reglas de estilo y exigencias formales y, sobre todo, con expectativas. Recuerdo lo que aseguraba Poe: una composición artística organizada para provocar un efecto único (singular). Recuerdo lo que decía Cortázar: la novela gana por puntos, el cuento por knock-out. Recuerdo lo que decía Piglia: todo cuento es, en realidad, dos cuentos. En fin, como pueden ver, recuerdo bastantes cosas. Pero mejor, como el cuento, voy a simular. Fingiré que nada de eso pasa por mi cabeza mientras llevo a cabo este recorrido que empieza, válgame dios, en la república de Uzbekistán, en el Asia central soviética, de la mano fresca y enigmática de Sergio Pitol, y que después de pasar por cuanta región pudo o quiso, termina del otro lado del espejo, en la memoria rencorosa del personaje de uno de los pocos cuentos que ha escrito Jorge Volpi.
-
Pero mencioné lo del knock-out y lo del efecto singular y único por alguna razón (ninguna mención es inocente, se sabe). Lo mencioné porque quiero hoy hablar un poco de al menos dos de los cuentos de este libro que escapan de manera deliciosa, de golpe, de lo unívoco. Se trata de “Exilios”, de la argentina-madrileña Clara Obligado (quedo, en efecto, obligada a buscar sus otros textos luego de descubrir éste), y “La gente sencilla del campo”, de Luis Felipe Lomelí.
-
El inicio del primer párrafo: “El 5 de diciembre de 1976 llegué a Madrid, procedente de Argentina” coloca al lector aparentemente (simuladamente) en el arranque de un relato realista que, sin duda (ahí está la temida fecha: 1976) seguirá los avatares de una mujer, como lo indica el título, en el exilio. Pero algo extraño sucede porque al inicio del segundo párrafo se dice: “El 5 de diciembre llegué a Madrid aterida de frío”. Para el inicio del cuarto párrafo la llegada a Madrid se hace en un vuelo de Iberia y, para el sexto, decidida ya a irse a Tanzania (porque le da lo mismo Madrid que Tanzania o la China), la mujer parece estar a la deriva. Para el séptimo párrafo la mujer (y el lector) regresan a terreno conocido: la desaparición de un hermano de una amiga o una mujer que apenas si se conocía. El hotel Mónaco. Un taxista. La ropa de verano. Ya en el octavo párrafo, cuando el lector se entera de que la narradora-personaje no dejó el aeropuerto de Uruguay para quedarse, en cambio, a practicar el sexo de una manera vehemente, eso dijo ella, con un desconocido que la invitó a regresar a Argentina, resulta inevitable preguntarse cosas. ¿Pero no había dicho que se había casado con el hombre del hotel Mónaco, un tipo no muy joven pero decente? ¿Y qué pasó, si algo pasó, en sus años en Tanzania? La fecha, sin embargo, ese 5 de diciembre de 1976, se sigue repitiendo aquí y allá al inicio de varios párrafos (se trata, sin duda, de una fecha ancla) (una fugaz búsqueda en google nos indica que ese día se llevó a cabo un juego memorable del Real Madrid, el PSOE tuvo una convención que mereció la primera plana de algunos periódicos y el número de desaparecidos se incrementó en argentina).
-
Entrelazados magistralmente todos estos párrafos que son, en realidad, inicios de vidas distintas, desorientan pero no confunden. Lo que le invade al lector es, sin embargo, la nostalgia por esos destinos que, apenas en el arranque, se cortan para desparecer o continuar en otras vidas distintas. Pero la nostalgia no es del tipo de las amargas porque, contadas con humor e incluyendo eventos ¿cómo decirlo? peripatéticos, esas nuevas vidas tienen el aura de las aventuras que todo mundo ha querido vivir pero no se ha atrevido. La nostalgia por las vidas posibles y el gusto por la aventura se ven luego arrasadas por la rabia porque, en efecto, alguien sí desapareció y la narradora no sabe dónde está y ni siquiera si se trataba de ella misma. Vapuleada, pues, en un vaivén que visita un rango bastante amplio de emoción, el cuento de Obligado no gana por knock-out ni produce un efecto singular. Diseminado sobre el papel, diluido por los cortes de los párrafos, negado y afirmado a la vez, el cuento estruja y, como lo anoté antes, desorienta. A la manera del hipertexto electrónico, el cuento produce la sensación de que cada cabo suelto en realidad es un cabo atado a una vida que todavía no sabemos. Ese todavía no saber, ese presentimiento, esa sospecha de lo que por no estar, está más ahí, es sólo parte de los efectos plurales que, punto a punto, lo hace avanzar en un horizonte literalmente horizontal.
-
Algo parecido hacen los muchachos que abandonan la ciudad de Monterrey para pasar unas cuantas horas en el desierto. Uno de ellos tiene una cita y, junto con él, la lectora sabe que tiene que regresar a tiempo. Si hubiera llegado a tiempo y se hubiera cumplido la cita, no habría necesidad alguna de escribir el cuento (esto es algo que anota sabiamente Piglia en sus tesis sobre el cuento: es el desfase y la promesa incumplida lo que constituye el suelo fértil del cuento), así que es lógico entrar en ese viaje alebrestado y medio etílico pensando que algo sucederá para atrasar su llegada y justificar, así, la existencia del cuento. Lo que sucede, por cierto, no es algo en particular (no hay un efecto único o singular), sino nada en general. Los muchachos conversan. La conversación es larga y sinuosa y toca todos los temas, desde el efecto de Platero y yo hasta las albinas nalgas de uno de los conversadores. Con un lenguaje coloquial que cualquier jovencito entendería y abundando en el uso de las onomatopeyas, la conversación continua, infatigable. La conversación y el recorrido por carretera y, más tarde, a pie, sobre la superficie del desierto. La conversación atraviesa el desierto. Los muchachos no dejan de hablar incluso cuando descubren que están perdidos y no tienen la menor idea (ellos dirían, claro, ni la puta idea) de cómo regresar. La sencilla gente de campo que finalmente encuentran no ayuda en mucho (y esto es ser amable con ellos), de ahí a que sean sencilla y de campo y gente. Sin sentido de triunfo o de conclusión, los muchachos se separan momentáneamente sabiendo que pronto podrán continuar una conversación que se presiente, no, más bien que se sabe ahora a ciencia cierta, inacabable.
-
La escritura de Lomelí, como la de Obligado, no nos dejan partir a gusto. Sus palabras nos invitan a recorrer una trayectoria, a experimentar el paso del tiempo, a medir lo mensurable en cada momento, sin promesa alguna de solución o de clímax. Estos cuentos simulan, en efecto, ser la vida misma: sin manual, sin parapeto, sin punto de inicio o punto final.

lunes, febrero 01, 2010

Perras elucubraciones (Diario Milenio/Opinión 01/02/10)

Los arrebatos telúricos
-
Muchos hemos deseado alguna vez, por lo común en medio de un arrebato, hacer temblar la tierra por un instante. Que de una vez el mundo se entere de nuestro hartazgo y alguien, quien sea, haga algo, por lo que más quiera. Una actitud esencialmente absurda, que al paso de las horas querremos enterrada entre la desmemoria reinante. “No sé qué me pasó”, dice uno en todo caso, ya repuesto del rato de necedad extrema que le llevó a perder el control y comportarse así, bestialmente. Esto es, mucho peor que la peor de las bestias, si hasta hoy no se sabe de ninguna que en un berrinche quiera hacer temblar la tierra. ¿Qué otra bestia salvaje se las arregla para culpar al mundo de sus fracasos? ¿Quién sabe de una fiera rencorosa?
-
Lo peor de convertirse en una fiera imbécil —prerrogativa única de los seres humanos— es que uno suele ser, o al menos eso dice, el primer sorprendido. Cuando lo vio venir, el demonio ya estaba en sus dominios. Siempre habrá un argumento que permita explicar las propias explosiones ante otro ser humano, quien muy probablemente ya habrá hecho, querido hacer o al menos soportado alguno de esos panchos endemoniados. El problema, no obstante, sobreviene cuando intento explicarles a mis perros esas estupideces por las que yo, de estar en su lugar, ya me habría perdido el respeto. ¿Cómo voy a explicar la idiotez de mi especie a quienes ni siquiera conocen el rencor? ¿Cómo siquiera hablar del asunto, cuando esta especie entera encuentra absurda la pretensión de explicarse ante un perro? He escuchado el clamor de incontables idólatras postrados ante dioses a los que nunca han visto ni verán, contándoles su vida, suplicándoles dones y perdones, y aún así dirán que soy extravagante si me ven platicando con un perro. Uno de carne y hueso cuya sola presencia es don divino y me perdona todo de antemano.
--
Opiniones de un cuadrúpedo
-
De uno pueden decir que es un tigre, un lince, un águila, un león, o bien un cerdo, un burro, un gusano, una bestia. En todo caso el mérito o demérito no suele estar en la naturaleza del animal, como en las mañas del fulano en cuestión. Decimos que Zutano es un perro pensando en uno de esos canes infelices cuyo dueño ha entrenado para emular el odio por la vía del miedo. Lo cierto es que hace días, y aquí quería llegar, tuve un fuerte altercado con uno de mis canes, no bien salí al garage y advertí que se había orinado en el periódico. Un suceso minúsculo y hasta gracioso, que sin embargo me cayó en las muelas, luego de un par de días de pelearme con cierta página en blanco que traíame ya como un perro rabioso. ¿Cómo explicar después al inocente chucho que los gritos no fueron por el periódico, sino por la idiotísima necesidad de cargarle la cuenta de mis neurosis al primer perro meón que se atraviese?
-
Lejos de pretender siquiera hojear el periódico hediondo, alcancé sin embargo a leer una noticia que de tan pintoresca me llevó a maldecir una vez más la puntería del perro regañado: según el comandante Hugo Chávez, todo ese asunto del terremoto en Haití no ha sido sino una prueba piloto del gobierno del presidente Obama para después hacer lo propio en Irán. ¿Terremotos man-made in USA? No conforme con ser el inventor del Socialismo del Siglo XXI, Chávez ya se ha instalado en el XXIII. Su enemigo ya no es Barack Obama sino tal vez Buck Rogers. Pensándolo de nuevo, había exagerado. ¿Merecía la pena destemplarle los tímpanos al querido can por un trozo de ciencia-ficción bananera? ¿No era, después de todo, su gesto una opinión más que elocuente? Una vez que acabé de enterarme en internet, atiné a preguntarme cómo haría para explicar un guión tan evidentemente descabellado ya no a un perro —que insisto, no sabe de rencor— sino a cualquier congénere capaz de distinguir un terremoto de un bombardeo. El problema de ciertos bombardeos es no tanto advertirlos como resistirlos. Eso fue lo que quise explicarle al perro, presa ya de una incómoda vergüenza de especie, luego de bombardearlo con todas esas palabras idiotas.
--
Consejeros de ocasión
-
No puedo asegurar que los perros me entiendan cuando intento explicarles alguna situación, pero sin duda advierto siempre que un argumento es insostenible. Quiero decir que yo, en su sitio, no me creería nada. Y como al fin me miro perdonado de origen y comprendido más allá del verbo, puedo decirles cuanto me venga en gana sin medir mis palabras ni temer a su juicio. A veces, en la calle, hago amistad con un vagabundo cuadrúpedo, le compro un refrigerio y me lo llevo a conversar aparte. Me miro, como él, solo entre demasiados haceres y decires que de pronto no entiendo, ni menos aún comparto. Despotrico, de pronto, al tiempo que le rasco la cabeza o la oreja o el lomo, contra mi propia especie, no sé si como un acto de contrición o mera cortesía frente al espejo insólito de sus pupilas. Quiero decir, frente a su inteligencia.
-
Puedo engañar a muchos de mi especie y venderles la máscara de mi elección, no sólo una sino infinitas veces. Solemos creer lo que nos acomoda. A los perros, en cambio, no es fácil engañarlos con la identidad, y en todo caso nunca más de una vez. Por eso me sincero cuando hablo con ellos. Y por eso asimismo me doy cuenta que hay cosas que jamás sabré explicarles, como es el caso de esa noticia chusca sobre los terremotos inducidos a larga distancia, o mi necesidad por enterarme de los detalles alusivos a necedades de esas dimensiones. ¿Cómo van a entender que de pronto me ponga como cualquier fabricante de terremotos sólo porque el periódico se despertó empapado? ¿Cuántas veces yo mismo he llegado a opinar que los protagonistas de una cierta noticia están pa’ mearlos? Con toda discreción, esa mañana me escurrí entre los canes y procedí a rascarles sendas cabezas. Mientras se me quitaba la vergüenza.