martes, diciembre 21, 2010

Aguas con esas goteras (Diario Milenio/Opinión 20/12/10)

¿Lero lero, comandante?


“Es perfectamente monstruosa —respingaba Lord Illingworth en Una mujer sin importancia— la forma en que la gente va por ahí diciendo en contra de uno, a sus espaldas, cosas que son absoluta y enteramente ciertas”. Unos años más tarde, tocaba a José K. y su memoria autoincriminadora calibrar los alcances de esa monstruosidad: un Estado del que no sabes nada y que lo sabe todo sobre ti; o acaso, para colmo, lo sospecha y eso ya le es bastante. Un poder para el cual no se tienen secretos, pues no se reconoce el derecho a guardarlos y sí la obligación de responder por cada uno de los propios pensamientos, si es que éstos se atrevieron a apartarse de ciertas entelequias imperantes. Un poder similar al que mantiene en jaque a los presidiarios. Un poder susceptible de replicarse en todas las escalas. Nadie que haya vivido en un pueblo de mierda —los hay en todas partes, inclusive dentro de una ciudad o en el puro interior de un edificio— ignora los alcances de la maledicencia, ya sea porque la haya padecido, ejercido o nomás visto pasar, allí donde el derecho a los secretos ha sido conculcado por el poder omnímodo de los murmuradores.

Escupía hacia arriba Fidel Castro Ruz cuando dio libre curso a la ocurrencia de elogiar nada menos que Julian Assange, por méritos que en la isla de su propiedad se castigan con un rigor sañudo e implacable. Cierto es que las goteras en la casa del enemigo tenían que llenar de regocijo a quien por más de medio siglo se ha alimentado de esas gamberradas, pero parece extraño que su celo de alcaide y capataz no encontrara un aroma familiar desde la esencia misma de aquellas filtraciones. Por más que su dictado haya sido a sus ojos —los únicos que cuentan— impecable, no puede el dictador elogiar los empeños de quien es su enemigo natural sin arriesgarse a que el escupitajo termine de regreso en su lugar de origen. ¿O es que alguien se imagina al Coma Andante condecorando a un émulo habanero de Julian Assange?

El celo del celador


No tardó el de las barbas en rectificar. Una vez que se vio salpicado por esas filtraciones que en un principio tanto aplaudió, no le quedó ya más que arremeter contra los periódicos que las hicieron públicas y recular hacia su zona de confort, que es la eterna teoría del complot en su contra. Rectifiquemos, pues: no es que Fidel esté contra la transparencia; puede decirse, en cambio, que es su gran promotor y como tal se excluye de la regla. Una cosa es que los demás sean exhibidos (¡viva la transparencia!) y otra muy diferente que exhiban a uno (¡esto es un atropello!). Si el Estado cubano se conduce, a estas alturas, con la más ortodoxa opacidad soviética, sus ciudadanos son del todo transparentes. ¿Revelar ellos secretos de Estado? Sólo eso le faltaba al Estado, que no encuentra cómo callar a los blogueros empeñados en revelar sus formas de vida en la isla. He aquí, por ejemplo, un secreto explosivo: hace unos pocos días, Yoani Sánchez revelaba en su Twitter que un pasaporte en Cuba cuesta 60 dólares, el triple del salario vigente. No es preciso ser hacker para enterarse.

Pocos inventos preocupan tanto a Castro y sus aliados como la red de redes, que en Cuba tiene un solo punto de entrada y está a merced no sólo de un control estricto, como además de toda suerte de obstáculos, empezando por los precios de conexión y la falta de acceso para los nacionales. Mas para que estos datos sefiltren a internet es preciso que los blogueros cubanos consigan asimismo filtrarse, por ejemplo, a uno de esos hoteles donde los extranjeros gozan sin discreción de los lujos podridos de Occidente, como el de hacer lo que les da la gana —conectarse a la red, por ejemplo, a cambio de unos dólares— sin sufrir el acecho permanente de un ejército de profesionales de la intromisión, apoyados por tantos delatores que cualquiera podría ser uno de ellos.

¿Quién dijo filtraciones?


“Cada oficina de permiso de salida aquí es el eslabón visible de la cadena, la evidencia del grillete”, cuenta Yoani Sánchez en su Twitter. “Gente que ha muerto lejos sin obtener permiso de visitar su patria, mis padres que no han podido conocer el afuera”, reflexiona después en torno a la eficacia de sus carceleros, mientras su blog recibe decenas de miles de visitantes que la ven llegar tarde a las noticias. ¿Wikileaks? En Cuba se enteraron con días de retraso, es decir rapidísimo, gracias al entusiasmo saltarín del barbón, recogido oficiosamente por Granma —no la abuela, el periódico— y más tarde callado para siempre. ¿Cómo va a imaginar un hombre en tal medida voluntarioso, habituado al temor y la reverencia de cada uno de los que tratan con él, una prensa que no dependa del poder y hasta sea capaz de desobedecerle?

Nadie quiere vivir en una casa de cristal, pero a veces son buenas para ciertos empleos, como el de gobernar a los semejantes y poner su dinero a trabajar. Si un cubano labora en una empresa extranjera y ésta le paga los cuatrocientos dólares que el gobierno le exige en su nombre, recibirá al final nada más que los veinte dólares de marras, tras pagar al Estado un impuesto de 95%. ¿Cómo es que semejante contribución no le vale el derecho a vigilar su buen aprovechamiento y reclamar en caso contrario? ¿Quién le explica que luego de tres meses de trabajo al servicio del estigmatizado capital, para colmo extranjero, sus dizque compañeros le hayan arrebatado la friolera de 1,140 dólares y no le quede más que para un pasaporte, y eso si tiene suerte y le dan el permiso para viajar en plan de menesteroso? ¿En qué triste momento el Estado Patrón despertó convertido en Estado Padrote?

Si yo fuera Fidel, en todo caso, ya le habría ofrecido asilo y protección al australiano Assange. Ganaría no veinte, ni cuatrocientos, sino los dólares que le diera la gana si era capaz de hacer en mis dominios justo lo opuesto de cuanto anduvo haciendo. Mañana en la mañana, le diría, como si girara órdenes al plomero, no quiero saber de otra filtración.

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