jueves, noviembre 18, 2010

México en desconcierto-Pedro Ángel Palou (El Universal/Opinión 18/11/10)

Aunque algunos vaticinaron que nos empacharíamos de festejos, lo cierto es que el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la revolución en realidad nos dejaron a todos un mal sabor de boca. Más allá de la polémica por saber quién era el modelo para el Coloso –o la tontería misma del Coloso y la fatuidad del grito de 2010- lo cierto es que perdimos la oportunidad de reflexionar con seriedad en la sociedad que fuimos en ese entonces y en la que queremos ser en este milenio que apenas comienza y en la que parece que nuestras asignaturas pendientes nunca serán aprobadas.

Este país sigue siendo hecho, pensado y retransmitido vía satélite por las élites. Aunque estas cambien cada vez, no importa: son las mismas que se llamaron hombres de bien en la época de Santa Anna, pacíficos en la época de Zapata, legalistas cuando López Obrador tomó el Paseo de la Reforma.

Son los mismos que le pidieron a Marcos —cuando era el subcomandante y no su caricatura— que se quitara la máscara pues alguien sin rostro no podía hablar en la Cámara de Diputados. Son los mismos que creen que sólo la mano dura puede solucionar nuestros problemas y son los mismos que hablan del estado de derecho cuando una manifestación política se les sale de control sin darse cuenta que el estado nunca le ha dado derecho de nada a una inmensa mayoría de mexicanos que lo mismo se van a Estados Unidos a buscar una mejor vida que se matan en las calles de Ciudad Juárez y Tamaulipas y… en todos lados

Se hicieron tan mal las cosas –con Durmamos México por las noches de los viernes, con celebraciones inocuas en los estados, con fatuidad en la federación que tampoco se logró que adquiriéramos conciencia de nuestra historia, sus aciertos y lagunas, sus triunfos en medio del desconcierto que se ha llamado México.

Y no me llamo a engaño con la producción literaria pues los tirajes no tienen la extensión suficiente como para que formen parte de la argumentación; son un añadido apenas al edificio en ruinas en que se ha convertido nuestro país.

Sin embargo todavía es tiempo de llamar a pensar, a construir un espacio público para un debate nacional. Todavía tengo la esperanza de que más temprano que tarde deberemos convocar a un nuevo constituyente y empezar por allí. No de cero, ese error ya también lo cometimos muchas veces, sino de nuestros mínimos comunes múltiplos. ¡Que alguien empiece a despejar la incógnita, por favor!

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