viernes, noviembre 26, 2010

Espíritu de contradicción. El tesoro de la juventud (perdida)-Nicolás Alvarado (El Universal/Opinión 26/11/10)

Hipótesis a considerar, lector (y cuando digo lector, pienso lector varón, a quien me dirijo hoy; suplico a la lectora pasar la página o, mejor, proseguir la lectura de un texto que no va dirigido a ella y así saciar su curiosidad por el tipo de cosas que hacemos los maridos cuando no estamos en su compañía): tu mujer decide, tras 11 años de matrimonio, darse un respiro del bullicio de la nada falsa y muy entrañable y seductora (pero a veces un pelín desgastante) sociedad que tiene contigo, y emprende el vuelo al sur de Francia, a pasar tres semanas con su amiga que vive allá, a hablar de “cosas de mujeres” (es decir de los maridos presentes y pasados: Susana está recién separada), a descansar del trabajo todo, lo que, me temo, incluye también el de esposa. ¿Qué haces tú? Lo de costumbre. Como eres el marido fiel y devoto y enamorado de una mujer fiel y devota y enamorada, sabes que te portarás bien (lo contrario, además, constituiría, en cualquier circunstancia, no sólo una frivolidad sino, peor, una vulgaridad). Pero es cierto que programas una agenda social intensiva, todo para paliar esa soledad endémica que los casados sólo resentimos en momentos como éste pero que constituye a un tiempo el lastre y la liberación de los solteros.

-

Pero he aquí que, en medio de la ausencia de tu mujer, llega un puente vacacional -digamos que te hace justicia la Revolución- y que quedarte en México te haría extrañarla de manera insoportable. ¿Entonces? Aprovechas que tu amigo también está separado, y que puede dejar encargada a su hija ese fin de semana, y le dices “¡Güey!” -en estos casos los hombres usamos el vocativo exultante “güey” aun cuando en general no soportemos tal palabra- “¿a qué nos quedamos en México? Vámonos a Acapulco”.

-

Suena cliché y clasemediero -y en algún sentido lo es- pero cierto es que tomamos todas las precauciones para evitar tal espíritu al máximo. Elegimos un hotel antiguo y recién remozado con gusto y humor -el Boca Chica-, sito además en una zona -Caleta- ya casi ayuna de turistas. Tomamos dos habitaciones, a fin de invitar cada uno a nuestro otro mejor amigo (el suyo se llama Sol y es un golden retriever, el mío responde -a veces- al nombre de Ralston y es un bulldog francés, y ambos son entrañables y solidarios… aun si no entre sí). (Comentario al margen: lo único en que los seres humanos somos mejores que los perros es en que dos machos dominantes tenemos muchas más probabilidades de convivencia apacible).

-

Tomamos la carretera. Alternamos el control del volante. Nunca hacemos menos de 140 y, por una vez, no hay voz angustiada que clame “¡Bájale! ¡Nos vas a matar!”. Y bien sé que tal discurso suena ridículo a esta edad pero hablamos de Mastroianni y su Vespa en La Dolce Vita, y de Peter Fonda y Dennis Hopper y sus Harleys en Easy Rider, y nos soñamos por unas horas amos del camino, international men of mystery, ángeles del infierno o -mejor- todo al mismo tiempo.

-

En el punto pertinente de la costera, José Luis me espeta una confesión: nunca conoció el Baby O’. “¡No mames!” -sigo en el campo semántico de la soltería masculina- “¡No conocer el Baby O’ es como no conocer la Catedral!”. (Acaso exagere pero, en términos culturales, tiendo a ser parejero.) Queda en el aire pero, el sábado, después de cenar con puros y whiskys y nostalgias de la esposa y de la hija y de la nueva mujer que no llega, nos precipitamos, sin discutirlo demasiado, a la mítica parodia de las construcciones de Los Picapiedra. Nuestro look es playero, sí, pero ambos llevamos saco de lino (a esta edad sería muy peligroso pescar un aire, y además sirve para disimular la barriguita ya imposible de perder por más abdominales que se fuerce uno a hacer). Nos paramos ante el cadenero. En un tono de autosuficiencia que llevo 15 años sin usar -“¡Maik! ¡Somos tres parejas y dos niñas!!”- nos anunció. Pero no se parten las aguas para nosotros. ¿Dos hombres cuarentones y panzones solos en un antro todavía de moda? ¡Ni pensarlo!

-

Fuera de onda que ya estoy, propongo vayamos al Palladium -la competencia en aquellos años áureos-, donde somos admitidos ipso facto (así de decadente es ya). Pagamos mil pesos de cover por 10 minutos y dos Yolis. Terminamos en mi habitación, asaltando el minibar, divertidos con nuestra incipiente pero ya irreversible obsolescencia. Desde el iPod, Maurice Chevalier canta, con voz cascada y acento francés, que he’s glad he’s not young anymore.

No hay comentarios.: