viernes, noviembre 12, 2010

De lo perdido, lo que aparezca-Nicolás Alvarado (El Universal/Opinión 12/11/10)

Si fuera un viejo niño rico (cosa que no soy, pese a haber pasado la infancia en Polanco: lo que soy es tercera generación de nuevos ricos venidos a menos pero con aspiraciones de ascenso social, o sea un trepadé classé ), le llamaría "mi chofe r ". Pero no lo hago porque, de entrada, no es mío -con trabajos puedo referirme a "mi mujer" o "mis padres"- sino apenas alguien que trabaja para mí, y, después, porque chofer no es una identidad sino una función acotada en el tiempo (cuando él maneja el coche es el chofer de ese auto, pero cuando soy yo quien va al volante el chofer soy yo). Pese a la terminología políticamente correcta al uso, tampoco puedo decir que es -como querrían mis amigos de la gauche caviar- "el señor que me maneja ", primero porque mis buenos años de psicoanálisis me ha costado que nadie me maneje, y, segundo, porque si acaso alguien lo hace, es señora, y lo es en términos legales en virtud de su matrimonio conmigo. No siempre me gusta llamar las cosas por su nombre -lo mío es la metáfora o la metonimia- pero sí a las personas: así, diré que se llama Abel.

Resulta que el pobre Abel sufrió un percance, del que -según creí entender a partir del discurso de la agente del Ministerio Público-, él es la víctima pero yo soy la parte afectada. El caso es que le robaron mi auto mientras se dirigía en él a pagar el saldo de mi tarjeta de crédito con dinero en efectivo, y que también se llevaron los asaltantes el dicho efectivo (un bonus inesperado para los malus). Un presunto taxi le dio un defensazo. Al bajarse a estimar la magnitud del daño, dos tipos descendieron del vehículo agresor -disculpará el lector el léxico: llevo cuatro días rindiendo informes legales, y la jerga leguleyo es contagiosa-, lo encañonaron, lo arrojaron al asiento trasero del taxi y le ordenaron cubrirse el rostro con su suéter -"No hagas pendejadas porque te carga la chingada" sugirieron con proverbial gentileza- mientras un tercero asumía el volante de mi auto y se lo llevaba vetúasaberadónde y vetúasaberaqué.

Al enterarnos, mi mujer y yo (tan progres) comenzamos por suspirar de alivio de que nada le hubiera pasado. Después nos lamentamos (y tan tensos estábamos que casi nos la mentamos también). Por el automóvil perdido (¡y tanto que acabamos de gastarle en el taller!). Por el efectivo irrecuperable (¡ayayay!). Por la friega de tener que pasar yo una tarde en el Ministerio Público. Sólo que no resultó tal friega. Los agentes fueron amables. Y expeditos. Y comprensivos. Y pesimistas ("No es por agobiarlo más, señor, pero se antoja difícil que su coche vuelva a aparecer".). Lo que siempre se agradece cuando uno es de talante romántico -como en Hölderlin, que no como en José José- y prefiere los argumentos desencantados que protegen el corazón de la esperanza, ese mal heredado de la modernidad.


Al día siguiente llamó a casa un tipo misterioso. Que era el Comandante Fulano. Que el coche había aparecido, casi intacto, en Pantitlán. Que si quería recuperarlo debía acudir a la puerta 5 del Palacio de los Deportes y de ahí me conducirían. Eunice les dijo que me consultaría (o sea que ni madres). Yo, que sé que es mi faro, la felicité por su respuesta. Llamamos de nuevo al MP. Que nos aclaró que lo más probable sería que el tal Comandante si fuera tal y que anduviera tras una propina. "Espérese y seguro termina por avisarle que lo trasladaron al corralón de la OCRA en la Agrícola Oriental". Dicho y hecho. Y ahí fuimos a dar Abel y yo. Y ahí estaba mi coche, más o menos ileso. Y nos trataron muy bien. Y, cuando nos pidieron una copia de la averiguación previa, tuve que pedir a mi mujer que la escaneara y me la enviara por correo electrónico, lo que me llevó a buscar un café internet donde pudieran imprimírmela.

El dueño y encargado fue amable y paciente. Lo imprimió y me lo entregó y me salvó, lo que me permitió tener de vuelta mi auto, que hoy se recupera del susto y de las heridas en una agencia Volkswagen cuyos honorarios cubrirá el seguro. (El efectivo, por desgracia, no apareció. Ni modo.) Historia desdichada con final feliz, pues. Sólo que lo mejor no fue el final sino el nuevo personaje que entró en mi vida gracias a ella: Pinpón, un Schnauzer gris agrooriental avecindado en el café internet, que decidió consolarme a besos y mordidas, carazos y cabriolas, de las preocupaciones sufridas en las horas precedentes. No bien recupere mi automóvil tendré que ir a visitarlo.

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