miércoles, octubre 13, 2010

La pobre patria de don Porfirio-Alejandro Jiménez (El Universal/Bicentenario 13710/10)

El texto no pretende reivindicar su figura mediante un revisionismo histórico neo-conservador que busque destacar los méritos del dictador.

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PALOU vierte los hallazgos de su profunda investigación sobre Díaz y da pinceladas de historia para entender al personaje y su circunstancia

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Toda la novela es como el lamento de un fantasma. Pedro Ángel Palou logra en el libro Pobre Patria Mía plasmar la probable amargura del dictador Porfirio Díaz durante sus años de exilio, desde que es expulsado de México el 31 de mayo de 1911 —en el vapor Ypiranga— hasta su muerte el 2 de julio de 1915.


Las auto justificaciones y coartadas mentales que Palou pone en boca del anciano ex presidente suenan verosímiles. Parten de la tendencia, muy socorrida por los tiranos y populistas latinoamericanos de acusar al pueblo de ingrato, de incapaz de ver todo el progreso y los magníficos logros que se consiguieron durante su mandato, para, al final, ser expulsados como enfermos contagiosos. Esa ceguera selectiva de los poderosos que tiende a ver sólo lo bueno y a bloquear de su visión las terribles desigualdades económicas de la sociedad.


Cuántas veces hemos escuchado en México las mismas cantaletas de que “si bien hay problemas, han sido más los logros”; que “durante mi mandato se avanzó como nunca en materia económica y se redujo la pobreza sustancialmente”; que “parece mentira que en el extranjero nos vean como una nación sólida y respetable y adentro todo lo veamos de manera negativa”; que “era necesaria la mano dura para poner orden”; que “no cualquiera podía garantizar la continuidad de nuestra política social y no había nadie mejor que yo para llevar a buen puerto las ambiciosas transformaciones que habíamos iniciado”.


Las 185 páginas de esta novela editada por Planeta, están llenas de flashbacks de don Porfirio, en los que Palou vierte los hallazgos de su profunda investigación sobre Díaz y da gruesas pinceladas de historia para entender al personaje y su circunstancia.
No es, sin embargo, un libro de historia en estricto sentido, sino el relato novelado de un añorante octogenario que nunca se logra adaptar a su nueva vida de paria internacional, luego de haber sido héroe de cruentas batallas, de haber luchado hombro con hombro con Benito Juárez para imponer las Leyes de Reforma, que después se opuso al Benemérito, para, al final, ser el vértice ominipotente del poder en su país.


Justifica una y otra vez sus actos. Evoca las glorias, como su batalla del 2 de abril o las fiestas del Centenario de la Independencia, plenas de fastuosidad, en las que no había por qué escatimar recursos, pues lo que importaba era mostrar a las delegaciones del mundo que nos visitaban la grandiosidad de lo mexicano, nuestra música o nuestros monumentos gloriosos.


Brillo y oropel que dos meses más tarde se mostrarían huecos, al estallar las tensiones sociales acumuladas. Promovidas más bien —piensa el caudillo de Palou— por mezquinos políticos como Francisco I. Madero, que engañan al pueblo con promesas de “democracia”. “Panchito ya soltó a un tigre que no va a poder dominar”, repite sin cesar.


Don Porfirio se duele una y otra vez de la desgracia en que ha caído “su” país. “¡Pobre Patria Mía!” Él que la dejó pacificada y con progreso, con ferrocarriles y telégrafos, otra vez hundida en guerra civil, dejada a su suerte.


Todo eso lo piensa mientras va de París a Madrid, y de ahí a Biarritz, y a Suecia y a Egipto; en viajes mortales, a lomo de camellos y vapores, y hasta en un automóvil, la última joya de la modernidad que era capaz hasta de ser conducida por una mujer. Habrase visto.

El texto no denota intención alguna por compadecerse del anciano, ni pretende reivindicar su figura mediante un revisionismo histórico neo-conservador que busque destacar los méritos del dictador tras décadas de maltrato historiográfico. Nunca se pierde de vista que el relato es el de un derrotado.


El libro se lee de un tirón y nunca cambia su tono melancólico. La muerte, el final del dictador es… pero para que se lo cuento; juzgue por usted mismo.

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