martes, septiembre 14, 2010

La svástica y el martillo (Diario Milenio/Opinión 13/09/10)

La edad de la inocencia


Entre los criminales nazis más perseguidos y nunca llevados a juicio, destaca el nombre de Alois Brunner, hombre de confianza de Adolf Eichmann cuya huella se pierde en Damasco, donde se cuenta que llegó a ser muy útil como instructor de policías y verdugos. No se sabe si vive, y como en estos casos suele ocurrir no falta quien afirma haberlo visto vivo, aun en este siglo (tendría que ser fácil reconocerlo, ya que le falta un ojo y varios dedos por sendas cartas-bomba del Mossad). Nacido en 1912, habría cumplido ya los 98 y es seguro que quien pudiera verlo no reconocería a un asesino de la peor calaña en ese viejecillo mutilado, acaso de apariencia bondadosa, o simpática, o al menos indefensa. Y aun en el caso de que fuera detenido, deportado y llevado a juicio, estaría por verse quién propondría colgar o fusilar a un hombre de cien años, o quién lo lograría sin parecérsele.

El último común denominador entre malvados de la talla de Julius Streicher, Hermann Göring, Martin Bormann, Reinhard Heydrich, Hans Frank, Josef Goebbels o Heinrich Himmler fue que ninguno pudo llegar a viejo y concitar así el respeto, piedad o simpatía que en su momento nadie los viera dispensar. El reciente caso de John Demjanjuk, llevado a juicio a los 90 años entre ambulancias y sillas de ruedas, ha dejado una estela de imágenes incómodas, aunque menos que las acusaciones por decenas de miles de asesinatos que lo hacen un anciano nada venerable. Si la vejez nos vuelve olvidadizos, esperamos que aquellos a quienes ofendimos no nos guarden rencores memoriosos, pero he aquí que los nazis y sus valedores se pasaron años luz de la raya, y es así que su ejemplo inalcanzable suele ser hoy en día el más auspicioso: no importa la calaña del malvado, siempre estará debajo de las marcas impuestas por los prototípicos monstruos de la svástica.

Compárome y absuélvome


Tuvo que ser Stalin el primer genocida en compararse ventajosamente con Hitler, de modo que a la fecha el carnicero de Georgia goza de mejor prensa que el palurdo de Linz. Si la figura de éste parece impresentable dondequiera que impere la razón, la villanía de aquél parecería incluso cosa de opiniones, especialmente entre quienes no admiten opiniones diversas a la suya. Si al neonazi, bravucón natural y displicente intrínseco, se le mira con asco, lástima o desprecio, el neoestalinista, fraternal fariseo, se las da de filántropo y progresista, razón que le parece más que buena para ver al distinto como adversario, y en su momento equipararlo a los nazis: una exageración que rinde dividendos invariables, y cuyas regalías paradójicamente corresponden a los propagandistas del nacional-socialismo. Si Goebbels y los suyos impusieron el terror a fuerza de encontrar bolcheviques hasta en el sauerkraut, sus émulos actuales, enmascarados como sus antípodas, son capaces de hallar bigotitos recortados en el armario de su propia madre.

Cuando Fidel Castro llegó al poder en Cuba, había pasado una docena de años desde que se cumplieron las sentencias por los juicios de Nuremberg, Stalin tenía un lustro de ser fiambre y Jrushchov se afanaba en el difícil trance de cambiarlo todo sin por ello tener que cambiar nada. Cincuenta años más tarde, todavía poderoso como nadie en la isla pero ya no oficialmente al mando, el dictador no para de encontrar adversarios, y no lo piensa mucho para medirlos con la vara destinada a los nazis. Ya no es el hombre duro y enérgico que podía dar discursos de doce horas a un público cautivo, literalmente, y en ellos acusar y condenar lo que a su personal entender conviniera, sin réplica posible, sino un viejo sonriente y campechano que se esfuerza en caber en el papel de abuelo sabio, como lo llama alguno entre sus fans. En lugar de sus botas chocando contra el piso, se escucha el resonar de esas sentencias destempladas que suelen ser sus tan mentadasReflexiones, donde el autor invita a sus lectores a ejercer junto a él la desmemoria, y de paso apoyarlo en su misión reciente de salvar al mundo.

El olvido reflexivo


Durante años lo vimos retratado con esos pants Adidas que cualquier cubano puede comprarse, si es que vive en Miami o más allá. Hoy ha vuelto a ponerse el uniforme, y he aquí que en su versión de líder redivivo la edad viene a sentarle de maravilla. Con esa pinta de patriarca otoñal, Castro es hoy día el abue de los progres. Escribir su columna reflexiva es un poco sentarlos en sus piernas y contarles historias de la guerra fría, y dormirlos con cuentos de países remotos donde, como él, los nazis resucitan y deportan gitanos hacia sabrá el demonio qué campos de exterminio. Cierto es que de repente el viejo desvaría, como pasó con el corresponsal ante quien tuvo la graciosa ocurrencia de confesar que el modelo de Cuba no sirve ni siquiera para los cubanos, para luego decir que dijo lo contrario, o cuando menos lo quiso decir, pero en su situación todo se le disculpa. El mismo presidente Sarkozy —cuyo más que evidente narcisismo lo descalifica para ser un Pétain del siglo XXI— se ha abstenido de comentar él mismo al respecto, quizás muy ocupado en verificar que no haya algún gitano metido en el armario de su famosa esposa.

Cada día que pasa, las Reflexiones del Coma Andante lo ponen a resguardo de la crítica, que es al fin como siempre le ha gustado sentirse. Parecería abusivo recordarle que se cura en salud, cuando a leguas se nota que su memoria está dando de sí. Se comprende, no obstante, que sufra y se desgarre las vestiduras por los gitanos arbitrariamente deportados, toda vez que le falla la memoria y no tiene presentes las leyes aún vigentes, comparables a las de Nuremberg del 35, promulgadas por él y sus esbirros, según las cuáles cualquiera puede ir a la cárcel por su pura presunta peligrosidad. Se le habrán olvidado sus deportados, recién echados de la cárcel al destierro sin más alternativa. Se quedaría dormido a media Reflexión. Pero eso sí, algo sabe y no olvida en el tema de los estados policiacos. Si por él fuera, nunca habría dejado salir a esos gitanos. Los habría sermoneado, adoctrinado y aborregado, o en su caso encerrado o sacrificado, si les llegaba a ver caritas de neonazis imperialistas. Que para eso es muy bueno, le ha contado a sus nietos. Si es que todavía vive, Alois Brunner tendría que estar temblando.

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