martes, septiembre 28, 2010

Elogio a la coincidencia (Diario Milenio/Opinión 28/09/10)

¡Cómo me gustaría poder narrarles ahora una historia llena de coincidencias! Escribir, por ejemplo, la bola de papel que Olmo 1900 aventó a la vía pública con tan poco cuidado cayó a un lado de la banqueta y, empujada por el sucio viento de septiembre, avanzó tumbo a tumbo sobre baches y topes, de manera veloz, hasta llegar (coincidencia #1) a los zapatos de cobalto de Una Mujer Sin Nombre, quien (coincidencia #2) se encontraba en esos momentos a la espera de un mensaje divino que le resolviera el acertijo de su destino. Eso, por lo demás, se le notaba en la mirada horizontal con la que auscultaba el texto impredecible del asfalto. Cuando recogió la bola de papel y empezó a leer su contenido, pues, la Mujer Sin Nombre tuvo la imperiosa necesidad de buscar una banca donde sentarse y, por lo mismo, se dirigió a un parque. Magnolias. Cedros. Álamos. Ahí terminó de leer la misiva pensando, de la manera más ardua posible, en su significado. Levantó la vista, observó las nubes, se dijo: que extraño este azul en el cielo y, justo cuando acababa de hilar la oración completa, una ráfaga de ese mismo viento sucio de septiembre (coincidencia #3) le arrebató el papel arrugado de entre las manos. La Mujer Sin Nombre, quien se encontraba especulando todavía sobre el extrañísimo azul de este cielo, tardó en reaccionar y, cuando salió corriendo tras el papel, sólo alcanzó a ver cómo un perro callejero (coincidencia #4) lo tomaba entre sus fauces. El pobre, se dijo la cansadísima Mujer Sin Nombre mientras dejaba de correr, debe tener tanta hambre que confundió la tinta con carne de cerdo. Pero el perro que, aunque hambriento en verdad no tenía un pelo de tonto, pronto se dio cuenta de que el papel sabía a papel y la tinta a tinta y, después de correr un par de cuadras más, lo dejó ir con la misma falta de cuidado que mostrara Olmo un par de horas antes. De ahí lo barrió la escoba de una viejecita muy disciplinada quien momentos después lo llevó, junto con una montaña de polvo y otros tantos desperdicios, a su bote de basura, lugar donde permaneció sin ser visto por unas diez horas más. La medida del tiempo es aproximada. A la siguiente mañana, cuando la viejecita disciplinada sacó la basura, el papel encontró la manera (coincidencia #5) de salir volando antes de llegar al interior del enorme camión. Como si supiera el destino de su propia trayectoria, el papel volvió al parque donde (coincidencia #6) cayó sobre el regazo de La Mujer Bi-Nominal quien se encontraba ahí ponderando, como la otra Mujer Inominada, algo sobre los manglares, los tres últimos días del invierno, el uso del punto y coma y, claro está, el destino. La Mujer de los Dos Nombres, pues, leyó la nota y, como se encontraba en denso trance de resignificación personal, sólo esbozó una sonrisa enigmática cuando, a paso lento, depositó el papel en el bote de basura más cercano. Se iba ya. Iba a hacer otra cosa. Todo habría sido distinto, pero. Luego, como si algo la jalara por el antebrazo (coincidencia #7) la Mujer Bi-Nominal volvió al bote y tomó el papel arrugado. Musitó: Lucinda. Y en ese momento se dio cuenta de que no sabía su dirección ni tenía manera de encontrarla y, por eso, le apostó silenciosamente a la sabiduría del tiempo. La sabiduría del tiempo, por cierto, actuó de manera más que rápida porque, con lo distraída que andaba, la Mujer Binominal no tardó en caer, como le había pasado a la propia Lucinda un poco antes, en la madriguera de los cómics (coincidencia #8) un lugar al que se llegaba por una escalera muy estrecha que conducía, sin metáfora alguna, hacia abajo. Revisó, eso sí, algunas publicaciones y, mientras se sobaba el tobillo, hasta tuvo tiempo de reírse. Cuando no pudo más y decidió sentarse al lado de una pila de revistas de colores fue que la vió. Lucinda sólo supo decir o, mejor, exclamar:

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—Y tú ¿qué andas haciendo por aquí? —como si el aquí se refiriera a un cine o un parque o algún lugar definitivamente público donde no pudiera pasar nada más natural que encontrar a alguien que se conoce vagamente pero que no se tiene manera de localizar. La Mujer Bi-Nominal se volvió a ver su entorno con cuidado. Aquí, se dijo. Una madriguera. Aspiró el aroma a papel manoseado y eso le gustó. Puso atención a los murmullos que su conversación provocaba en algunas esquinas. Momentos después, al tanto de que todo mensaje emitido llega inevitablemente a su destino, sonrió. Tocó el papel arrugado, lo extrajo de su bolsillo y lo colocó frente a sus ojos.

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—Esto es para ti. Naturalmente…

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Todo eso, lo repito ahora, me hubiera gustado. Mi imaginación romántica, proclive a finales-felices y metanarrativas varias, se habría regodeado con una historia de ese tipo. Pero si las novelas se hacen de coincidencias, todo lo demás se alimenta, por el contrario, de la ausencia de ellas. He aquí la verdadera relación de los hechos:

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La bola de papel efectivamente avanzó tumbo a tumbo sobre baches y topes a través de la Ciudad Sin Nombre. El tiempo borró los trazos de tinta. El agua la destruyó. Nadie alcanzó a leer la misiva.

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Y así.

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