sábado, agosto 07, 2010

Blanco, blanco, blanco (abarata la vida)-Nicolás Alvarado (El Universal/Opinión 06/08/10)

Es menester comenzar por un recado para el editor de mi próximo libro: en tres semanas tomaré mujer y automóvil, shorts y alpargatas, computadora y libros, y me lanzaré a una playa, donde dedicaré 15 días a la redacción intensiva de lo que me falta del manuscrito, interrumpida sólo -y eso de manera esporádica, lo prometo- para dar un par de brazadas en la alberca y un par de abrazadas (que buena falta nos hacen) a mi esposa. Cuento regresar del retiro como caminito de la escuela -con el libro bajo el brazo- y saldar por fin el compromiso contraído hace tres años y tantas veces postergado. Seré un buen chico y terminaré el libro. Seré un buen chico y terminaré el libro. Seré seré seré seré un un un un buen buen buen buen chico chico chico chico y completaré las planas de escritura, aun si para ello deba valerme de trampas, como cuando mi abuela, en la infancia, me imponía correctivos caligráficos y yo, para acabar más pronto con el castigo, prefería escribir cada palabra por columna en vez de cada frase por renglón.
-
Se preguntará a estas alturas el lector por qué recurro a este medio (lo que no deja de ser exhibicionista: todo escritor lo es) para hacer acto de contrición ante mi editor. Me explicaré: el dicho editor es, además, columnista de este periódico y, por tanto -sospecho-, lector de él. Y he aquí que estoy por hacer una confesión que ninguna gracia le hará: sin terminar el que le debo, he comenzado otro proyecto de escritura.
-
Un amigo y yo hemos decidido ponernos a escribir un guión de cine, con la intención de que él lo dirija. Creo que será un buen guión y después una buena película pero, mientras tanto, es sobre todo una espléndida manera de pasar esas tardes de jueves en que mi mujer me abandona para refugiarse en brazos de su amante, el yoga (tan flexible y tan ágil, tan espiritual y tan new age). Así, desde hace unas semanas, mi amigo y yo tenemos una cita hebdomadaria que nos permite compartir las cosas que a los hombres suele gustarnos compartir. Bebemos whisky. Hablamos de emociones pero rara vez de las propias (y es que las de nuestros personajes no nos amenazan). Celebramos torneos de falsa erudición (la cinta será de ambiente histórico). Y a veces, como hace dos semanas, vemos una película.
-
La cinta fue Charada, thriller de 1963 con una Audrey Hepburn esplendorosa y un Cary Grant envidiable. Tan envidiable, de hecho, que mi amigo y yo puntuamos varias veces los diálogos con lamentos por no parecernos más a él. “Todo mundo quiere ser Cary Grant. Incluso yo querría ser Cary Grant” dicen que dijo una vez… el propio Cary Grant. Tenía razón. Anhelamos para nosotros su elegancia y su bonhomía, su arrojo galante y su irritabilidad altanera, sus trajes de franela gris y su estatuto de objeto de los lances lascivos de Grace Kelly o de Eva Marie Saint. Queda, sin embargo, una pregunta: ¿queremos sus canas?
-
“Aquí ya era bastante viejo, ¿no?”, inquirió mi amigo, y tuve que corregirlo: el Cary Grant de 59 años que filmara Charada tenía todavía 24 por vivir. No era todavía el Santa Claus de lentes gruesos y cabellera blanca que devendría, sino un galán otoñal con la cabeza salpimentada. ¿Qué Cary Grant es mejor?, me pregunté mientras caminaba rumbo a casa: ¿éste o el de jovial pelo renegrido de sus primeras cintas? Éste, me respondí sin ambages, antes de formularme una nueva pregunta: ¿por qué me entristecen entonces los inicios de mi propio encanecimiento?
-
Cierto: la luz del espejo de mi baño es particularmente cruel -soy miope, por lo que así la preciso- y nadie más que yo nota todavía que las nieves del tiempo han comenzado a platear mi sien. “Es normal”, me dijo mi madre, Mrs. Clairol: “yo también empecé a encanecer a los 35”. Y la verdad es que el espejo me dice que un poco de blanco en la cabeza me sienta bien. ¿Por qué me inquieta entonces la perdida de pigmento capilar? Lo ignoro pero acaso pueda encontrar la respuesta en la lectura oblicua que de la literatura publicitaria hago a últimas fechas sin proponérmelo: “Lacia aun con humedad” leí hace poco en un folleto promocional y no pensé en una plancha para el pelo -que resultó ser lo que anunciaba- sino en mi mujer, siempre tan sexy pero de un tiempo a ahora un pelín fatigada. Más o menos por las mismas fechas empecé a canturrear de manera obsesiva cada vez que me rasuro un viejo jingle publicitario: “Blanco, blanco, blanco abarata la vida”.
-
Y es que -¡ay!- así es.

No hay comentarios.: