viernes, junio 25, 2010

Los mil y un velorios (en 48 horas)-Nicolás Alvarado (El Universal/Opinión 25/06/10)

“¿Qué, no fuiste a lo de Monsi?”. La pregunta me fue dirigida (corrijo: asestada) una decena de veces en las dos jornadas subsiguientes a la muerte de Carlos Monsiváis, siempre en ese tono con que suele inquirir la gente -es decir la gente que va a cosas- si uno se dejó caer por tal o cual cóctel, fiesta o sarao de postín (m’as-tu vu?). Confesaré que en cada ocasión estuve a punto de responder “¿Monsi? ¿Qué Monsi? No conozco ningún Monsi”, lo que, en el más estricto de los sentidos, es cierto. Conozco a Monsiváis, escritor mexicano pero de tradición más bien angloestadounidense, cronista brillante, ensayista lúcido, periodista que supo que el periodismo es un género literario, notable traductor de poesía, figura mediática, activista político que sin embargo jamás cedió a la tentación panfletaria en sus empeños literarios (tuvo siempre demasiada lucidez, demasiada mala leche y demasiado sentido del humor para ello). Y tuve una relación cordial y más o menos afectuosa (tanto como lo permitía él, que no era mucho) con Carlos -así lo llamé siempre-, amigo de mis padres en un tiempo, interlocutor divertido cada vez que estaba dispuesto a tomarme las llamadas (la tasa de éxito era, digamos, del 50 por ciento) y gran conocedor de ese Great American Songbook que es también mi deliquio, por lo que nuestros mejores encuentros (un par) estuvieron dedicados a ver quién de los dos se sabía más canciones de Porter, de Gershwin o de Kern. (¿Y Monsi? Monsi nunca existió. Monsi es un mito genial y, ya lo dijo Carlos Monsiváis, Mito Genial es un gato.)

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Nada de eso, sin embargo, bastó para hacer de Monsiváis mi maestro (su influencia en mí es importantísima pero no fui su discípulo) ni de Carlos mi amigo (si bien no puedo negar que, en vida suya, le profesé un afecto certero). Sé bien que ésa no es razón para faltar a un velorio -como todos, muchas son las veces que he ofrecido condolencias por el deceso incluso de personas a las que nunca conocí- pero sí que lo fue esta otra: la imposibilidad -cuando menos para mí- de dar el pésame a alguien concreto, al no haber sido presentado jamás a pareja alguna del difunto y al no conocer de su familia más que la voz de esas míticas tías (¿otros mitos geniales?) que impostaba cada vez que no quería ponerse al teléfono.

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¿Pretendo entonces que, a falta de deudos identificables, nadie habría debido asistir? Nada de eso. Sus amigos cercanos -Elena Poniatowska o Marta Lamas, a quienes vi en las transmisiones televisivas, y Sergio Pitol o Margo Glantz, cuyas presencia o ausencia en las exequias ignoro- tenían todas las razones (y toda la razón) en hacerse presentes para lamentar su ausencia. Y al ser Monsiváis una figura clave en las letras mexicanas ahí debía estar la presidenta de Conaculta, Consuelo Sáizar (quien, circunstancialmente, fue además su gran amiga), como también representantes del gobierno local -Elena Cepeda, secretaria de Cultura del D.F.- y del federal, aunque se enojen Jesusa Rodríguez y otros integrantes del aparato clientelar pejista. (Me refiero, pues, a Alonso Lujambio, de pertinente presencia ahí no a título de ciudadano o de académico o de panista o de amigo de Elba Esther Gordillo sino de secretario de Educación Pública y representante del Estado mexicano. Y cuánto se me antoja, por cierto, imaginar el dramón que habría hecho el left set nacional de no haberse dignado el presidente Calderón a enviar un representante. Pero así son ellos: te joden si sí y te joden si no.)

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Las exequias, sin embargo, no se limitaron a un funeral oficial, y ni siquiera a uno de Estado (el del Palacio de Bellas Artes) y uno de entidad (el del Museo de la Ciudad de México). Hubo transmisión casi continua en la tele (para la Gran Familia Mexicana) y chou cabaretero en el Teatro de la Ciudad (para los desgarrados y excéntricos -la cita descontextualizada es de Juan Manuel de Prada- que siempre se aglutinaron en torno a Carlos). Y a diestra y a siniestra (nunca mejor dicho) se habló de puras cosas edificantes, que hubieran constituido citas memorables en la crónica que habría escrito Monsiváis de no haber tenido el infortunio de ser el personaje central: que si mexicano ejemplar, que si conciencia crítica, que si qué vamos a hacer sin ti y qué va a ser de ti lejos de casa (esta última me la inventé pero ¿a poco no está a tono?).

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De lo que nadie habló, por cierto, es de su literatura. Ni modo: sus viudos y sus viudas se la pierden.

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