sábado, junio 05, 2010

Los libros electrónicos-Pedro Ángel Palou (Revista Poder y Negocios-lunes 31/05/10)

Creo en los libros, por eso me encanta el Kindle. En los últimos meses –sobre todo desde el lanzamiento del último gadget de Steve Jobs, el iPad se ha reavivado la polémica sobre el futuro del libro impreso y el papel de los eBooks en el mundo de los lectores del futuro. Hay los apocalípticos: el libro va a desaparecer, el mercado nos obligará a leer lo que quiera, es una gran tragedia cultural. Hay los integrados: no hay nada mejor que el nuevo libro, que democratizará la lectura para siempre, es un gran triunfo de la lectura.

Ni una cosa ni la otra. El libro no desaparecerá como tal (ni siquiera el libro impreso), pero hay que entender que de lo que se trata aquí es de un simple cambio de soporte. No tenemos, por ahora, un nuevo libro. Sólo tenemos en un lector electrónico –Sony Reader, Kindle, Nuck, iPad– la posibilidad de leer libros y cargarlos en un formato más cómodo.

Los lectores electrónicos, sin embargo, no lograrán en el corto plazo el mismo efecto que para el consumo y disfrute de la música tiene el iPod, verdadera revolución en el consumo y la circulación musical. El libro, por un lado no puede fragmentarse sin perder su esencia, no puede haber el single, tiene que leérselo todo (aunque esto no opera, obviamente, para los cuentos, o los pequeños artículos periodísticos). Pero ya conozco personas que hacen en su Kindle las siguientes actividades: leen el periódico por la mañana (que ha sido descargado automáticamente en su aparato), consultan varios blogs a los que están suscritos, reciben de la misma manera los números nuevos de sus revistas favoritas, leen y corrigen allí sus documentos en PDF y, además, leen libros.

Al aparecer el iPad algunos dijeron que se trataba de un iPhone con esteroides. Nada que ver, Jobs descubrió más bien a ese potencial nicho de consumidores y les creó un aparatito que tendrá un éxito sin precedentes y que tampoco destronará al Kindle (cuyas virtudes, además de la amplísima, casi infinita, biblioteca de Amazon, son la tinta electrónica que no cansa los ojos y la enorme duración de su batería: casi una semana sin sincronizar, sólo leyendo). Ya no se puede preguntar qué libro te llevarías a la isla desierta. Ahora podrás escoger qué aparato y con qué recargador solar de pilas.

Lo mejor, sin embargo, está por venir. El nuevo Ulysses se escribirá en hipertexto. Y no sabemos, ni siquiera intuimos, su formato. Será un libro que no será libro, ahora sí. Quizá con video, absolutamente interactivo, lleno de posibilidades de elección. El lector será –como en el Cristóbal Nonato de Fuentes– en realidad un elector. Hoy ya se empieza una twit-literatura (hecha en el formato del Twitter; en nuestro país Cristina Rivera Garza es una excepcional exploradora de las bondades de este nuevo género literario o paraliterario).

Yo tengo ya casi 400 libros en mi Kindle. He leído poesía (el último de John Ashberry, por ejemplo), ensayo (estoy con la reflexión sobre la femineidad y la máscara de William Vollman ahora, pero me he sumergido en libros de reflexión de más de 1,000 páginas); cuentos, novelas (en mi Kindle leí Invisible de Paul Auster, o Last Night on the Twisted River de John Irving). No salgo sin él. Me acompaña en todos los viajes, al café.

Me he suscrito recientemente a El Universal y me llega el Times Literary Supplement. He firmado la edición para iPad de mi novela Como quien se desangra, y por vez primera obtendré 30 y no 10% de las regalías de cada descarga, lo que no está nada mal. Todavía no he corregido un texto ni leído un PDF, pero he incorporado del todo el adminículo a mi vida. Hoy apenas es 1.5% del mercado del libro el que descarga contenidos y los lee en un aparato electrónico. Todavía falta un gran trecho por recorrer. No soy ni un apocalíptico ni un integrado. Creo que la tecnología puede acercarnos a las cosas. Creo firmemente en que no hay que rehuir a la tecnología, hay que sacarle provecho. Un sector conservador siempre ha dicho –con cada nuevo invento, la pluma fuente, el bolígrafo, la máquina de escribir, la computadora– que ahora sí se terminará nuestra relación natural con la escritura o la lectura. Nada más falso. Marshal MacLuhan se equivocó del todo: ésta no es la era de la imagen. Es la era de la letra, más que nunca. Hay adolescentes que han leído ya más que todos mis compañeros de escuela.Twittean, leen Facebook , chatean, consultan el internet por horas, navegan y surfean y agregan a la Wikipedia. Son ellos mismos una wikivida en construcción. Y, además, leen novelas enormes –casi del tamaño de Guerra y paz–, como las de Harry Potter, las de Stephanie Meyer, las de Percy B. Jackson y un sinfín de etcéteras.

Dejemos el discurso reaccionario que repite: estábamos mejor cuando estábamos peor… La tecnología del libro electrónico ha llegado para quedarse, ¡enhorabuena! Como dice Alessandro Baricco: somos mutantes –todos–, bárbaros de una nueva cultura planetaria que accede a las cosas con un clic.

No hay por qué alarmarse.

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