martes, junio 15, 2010

Equivocarse-Pedro Ángel Palou (Diario El Columnista 15/06/10)

¿Ha pensado usted, en el momento en que emite su voto en que quizá –sin importar a cuál candidato prefiera- pueda equivocarse? Yo creo, por ejemplo, que muchos se han arrepentido de haber sufragado por Vicente Fox, algunos menos por Felipe Calderón, el presidente amnésico (se le ha olvidado todo, por ejemplo que iba a ser el presidente del empleo, que bajaría el precio por el consumo de la luz, y un sinfín de etcéteras que a mí también se me olvidan, así de hueras son las promesas de campaña cuando no se comparten ideas). A mí casi todos mis sufragios, incluso aquellos que más he pensado, no me han salido como esperaba. No sé, de plano si se trata de un mal endémico del político, quedar mal, o de mi mal tino electoral (suponiendo, además, que el candidato por el que voté gane, cosa que casi nunca me ha ocurrido).


Sé, con honda convicción, que no me equivoqué al votar por Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 (aunque se haya caído el sistema y con su hierático rictus Manuel Bartlett le haya dado el triunfo a Salinas Recortari, ¿alguien recuerda ese apodo? ¿o el del chupacabras?). No, es que la memoria del mexicano es muy corta.


Todo esto viene a cuento si pensamos en que en medio del fragor mundialista los poblanos iremos a las urnas el 4 de julio. ¿Por quién votará usted para gobernador? ¿Por quién para presidente municipal? ¿Cuál su diputado o diputada? Estas serán, qué duda cabe, las elecciones más disputadas de la historia reciente de nuestro estado y, sin embargo, hay una curiosa ausencia de emoción en los votantes, como si la vida ocurriera en otra parte. En otras semanas he intentado dilucidar esa apatía y he llegado, creo que con cierto tino, a afirmar que el problema es, estrictamente, de índole cualitativo (porque cuantitativamente estamos infestados de propaganda). No se han debatido ideas interesantes para Puebla, no se nos ha convencido de que tal o cual propuesta sea la adecuada.


Hasta las campañas sucias han carecido de imaginación, y eso que las aborrezco.


Por ejemplo, la coalición del PAN, PRD, Convergencia y Panal no ha cumplido con un reto central: colocarse en una posición realmente de oposición al PRI-Partido Verde, ni aprovechar –por más que lo hayan intentado en el discurso- los tantos años sin alternancia política en el estado de Puebla. No han utilizado cierto antimarinismo muy beligerante en las épocas del escándalo de Lydia Cacho y hoy ausente a pesar de que javier López Zavala es el heredero del reinado (es más, muy pocos le llaman ya Delfín, un apodo que era parte ya del folclor local). Y no lo han hecho, quizá, porque tampoco pueden pintar de azul al candidato de su megacoalición, Rafael Moreno Valle, cosa que no es privativa de Puebla, de las 12 gubernaturas en disputa en ocho los candidatos a gobernador opositores al PRI son expriístas.


Cuando la minicoalición, en cambio, quiso demeritar el trabajo público del entonces priísta Secretario de Finanzas el lodo los salpicó irremediablemente. Porque del lado del PRI-Verde tampoco hemos escuchado la toma de posición de un discurso que piense en construir una nueva Puebla, una que urge y que aquí hemos intentado dilucidar cada semana. No se ha desmarcado así, suficientemente, de su predecesor quien aparece en todas las columnas de la última semana como su principal operador político. De la misma manera, la semana pasada el músculo magisterial quiso hacer contrapeso del otro lado. Mientras usted lee esto, sin embargo, los cuartos de guerra de ambos contendientes se preparan para el primer y único debate entre los candidatos.


Uno amenazó con dar una madriza, el otro lo acusó de miedoso. El problema de los debates en México –al menos desde que el hoy malogrado jefe Diego impusiera el estilo- es que se trata de un esfuerzo mediático por golpear para ganar aplastando, denostando, humillando. No para proponer, no para verdaderamente debatir. Si eso fuera el último debate nacional lo habría ganado, a todas luces, Patricia Mercado (y posteriormente su partido incluso perdió el registro sin base social para sus propuestas, demasiado extravagantes para este país que se quedó sin socialdemocracia).


¿Qué va a cambiar con el debate en la votación? Nada para los votantes duros, poco para los llamados switchers (qué feo apelativo para los indecisos), ya que unos cuantos se inclinarán por el que más golpee pero ninguno será convencido por ideas que modifiquen de una buena vez los golpeados destinos de los poblanos.


Y aquí vuelvo a mi tema: equivocarse en política, a la hora de votar, puede ser muy costoso. ¿Qué pasaría con otros diez años de retroceso político, financiero, empresarial con nuestro estado? ¿Cuánto más vamos a tardarnos en darnos cuenta de que es ahora o nunca? ¿Qué candidato puede lograr un cambio verdadero? Usted irá a la urna el 4 de julio, y si tienen razón algunos politólogos –como Raimundo García- apenas son poco más de cien mil votos lo que hará la diferencia (algunos piensan que se acortará a veinte mil votos, no lo creo, porque no están tomando en cuenta la altísima abstención). En la madrugada de ese día su voto será o ganador o perdedor, no hay alternativa. Y –después de una muy bizarra convivencia de seis meses entre un gobernador electo y un gobernador en funciones juntos por vez primera, cosa de la homologación- usted lo verá ejercer, a su candidato ganador o perdedor, poco importa, durante seis antidemocráticos años.


Porque nadie nos ha prometido una reforma integral de las leyes políticas de nuestro estado, una democratización verdadera de nuestra vida pública, una verdadera división de poderes, una separación real de las funciones de la contraloría del ejecutivo, una confianza en la madurez política de los poblanos, nadie.


Estamos con la partidocracia de la misma manera que nos encontrábamos en la época de don Porfirio: analfabetos, sumisos. No somos ciudadanos, somos pueblo, indiferenciado e ignorante a quien se le prometen baratijas pero no se le comparte un proyecto político. Es de lamentarse que no existan ciudadanos votables sin partidos políticos, contraviniendo la Constitución.


Pero es más execrable aún que no se nos propongan desde ya modos de entrar al banquete de la civilización y la madurez democrática. Mientras esto no ocurra votar o no votar no es la cuestión.

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