lunes, mayo 17, 2010

Si samba matara fatwa…(Diario Milenio/Opinión 17/05/10)

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Salud por esa sharia
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Debería decir que escribo estas palabras con el alma en un hilo, pero lo cierto es que me estoy riendo. No es una risa sana, constructiva o responsable, pero en este renglón nadie se manda solo. Me explico: al momento de escribir estas líneas, la noticia es que el mundo está en vilo porque Lula da Silva se reúne con su colega Mahmoud Ahmadineyad para intentar hacerlo entrar en razón sobre el tema espinoso de las instalaciones nucleares, y yo tengo una duda: ¿se puede estar en vilo de la risa? Así está, cuando menos, Diogo Mainardi —columnista incendiario, tal vez el más leído en tierras brasileñas—, quien al respecto opina que “si Brasil fuese Inglaterra, Lula ya estaría consagrado como nuestro Chamberlain”. Y como no se puede hablar de Chamberlain sin referirse al Sátrapa de Linz, que el ingenuazo inglés creía un caballero, Mainardi nos recuerda tres de las medallitas que han hecho del palurdo jerifalte iraní el rock star de los neonazis: “Como Hitler, mata a sus opositores. Como Hitler, persigue a las minorías. Como Hitler, tiene un plan para eliminar a todos los judíos.”
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Fue justamente Diogo Mainardi quien por primera vez ventiló el romance entre Luiz Inácio da Silva y la cachaça, para escándalo de sus partidarios cercanos y regocijo de una mayoría que lo prefiere así, defectuoso, folklórico y afecto al aguardiente. Pues para asombro de propios y extraños, Lula ha sobrevivido a sucesivos escándalos políticos aferrado a su imagen de hombre sencillo y débil, cordero entre los lobos que cuando llega la hora de dar explicaciones comienza recordando a los televidentes que su madre era analfabeta, y un minuto después ya está lloriqueando. Nada muy diferente de lo que hacen los niños y los borrachos cuando son sorprendidos in fraganti, aún si la evidencia los condena y ya no cabe el cuento de que su inocencia o su mal estado los predisponen a decir verdad. Cuando Lula tuvo el colmillo de llamarse “padre de todos los brasileños”, debió de calcular que al fin a un padre todo se le perdona.
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2
Os Picaretas

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Cuesta trabajo imaginar un pedazo del diálogo entre Luis Inácio y Mahmoud sin recurrir al algún sarcasmo de ocasión, pero es un hecho que el pernambucano más popular del mundo tiende a llevarse bien con los déspotas. Castrista, chavista, orteguista, ahmadineyadista, y al propio tiempo socio de la democracia, dista Lula de ser un buen prospecto para comprarle un carro usado, pero el hecho es que medio mundo quiere ser su cliente. Importa poco incluso que sus colaboradores más cercanos hayan sido atrapados en estafas y tramas siniestras que el presidente no podía ignorar, como ésa que asignaba un sobresueldo de doce mil dólares mensuales —el famoso Mensalão— a los diputados opositores que votaran por las iniciativas presidenciales. Ciertamente los editores de la revista Time no se han gastado el tiempo en averiguaciones antes de proponer al amigo y mentor de los autoritarios como el hombre más influyente del mundo.
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Como su amigo el beato iraní, Lula está lejos de mandarse solo. Si por él y los suyos fuera, tendrían a los medios controlados por las leyes mordaza que sus opositores echaron abajo. Detrás de sus políticas liberales —ésas que sus amigos bolivariables satanizan por dogma— no está un hombre pragmático y progresista, sino una camarilla donde asoman cabezas de viejos enemigos como José Sarney y Fernando Collor de Mello, todos aliados hoy en un negocio con buena fachada. Una empresa rampante bendecida por la fama intachable de un personaje inmune a todas las tormentas, entre ellas las que él mismo desata o alimenta. Cuentan, quienes han departido con él, que Lula es un sujeto franco y simpático. Sólo que si en efecto al inquilino del Palacio de Planalto le gusta contar chistes, brindar y prodigar palabrotas, habrá que ver la clase de franqueza que le va a ofrecer al fan número uno de Jomeini y Jamenei. ¿Será que va a llorarle, o va a llegar bien persa, en honor suyo?
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El beato y el sibarita

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Se cuenta entre los clásicos instantáneos el performance neoyorquino del Paleto de Aradán en la Universidad de Columbia. No hay más que verlo en YouTube: interrogado sobre la ejecución de homosexuales en su país, el hombrecillo acaba preguntándose quién les ha dicho que existe en Irán un fenómeno como la homosexualidad, entre los abucheos y carcajadas generales. Una teoría no muy distante de la de su amigazo Evo Morales, para quien todo aquél que come pollos es un devorador de pollas potencial. Imaginemos, pues, el tremendo espectáculo que podrían armar tamaños histriones ante un público afecto a la comedia. Decir Mahmoud y Lula sería como hablar de Oliver y Stan o Abbot y Costello o Viruta y Capulina, casi siempre el juicioso antes que el mequetrefe, toda vez que la ligereza de éste nos hará carcajear a costillas de la tiesura de aquél. De cumplir cabalmente con su parte, el Pícaro de Pernambuco tendría que convencer a su ilustre mas no ilustrado anfitrión de aflojar ese esfínter apretado que de cualquier manera ni quién aceche, pero dudo que fuera bastante para que don Mahmoud nos aclarara si al decir que una cosa “no existe” lo que quiere implicar es que está enterrada.
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No es de extrañar que Lula —en esencia, un sobreviviente— sea querido y admirado por tantos en su gremio, especialmente esos mandones belicosos con los que tanto gusta de congeniar, y cuyas impecables intenciones avala con la misma facilidad que les concede credenciales democráticas. Al final, nadie queda sino él para entenderse con los tiranuelos, aunque ese privilegio de interlocutor no esté a disposición de los disidentes y presos políticos cubanos, por ejemplo: todos inexistentes a los oídos sordos del amigo juerguista del beato Mahmoud. Chamberlain, pues, Tartufo o Capulina, no oculta Lula sus afinidades, ni las ventajas que éstas reportan a su pandilla de ayatolas bolivarianos. Si de camino a alguna de sus citas en Teherán, Lula se topa con un ajusticiado inexistente colgando de una grúa, a media calle, lo probable es que atine a rascarse la cabeza y hacer cara de menso, como sus clásicos. Corresponde a Mahmoud darle un zape y volverlo a la realidad: “Ya no alucines, Lula, que aquí tampoco existen los drogadictos”.

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