lunes, mayo 31, 2010

La peste del arte honesto (Diario Milenio/Opinión 31/05/10)

Aclaración no pedida

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¿Qué exactamente es un artista honesto? ¿Es en su caso la honestidad un requisito, un mérito, un valor agregado? ¿Hay que hacerle saber a medio mundo que lo que uno pergeña es asimismo honesto a toda prueba? Un par de días atrás hablaba con mi amigo José Manuel Aguilera sobre este tema de la honestidad a ultranza, hoy día tan socorrido entre quienes suponen que un poema, una canción o una pieza teatral serán más disfrutables si parecen honestos y además lo son. Con una mueca larga y socarrona, José Manuel jugaba a imaginarse declarando que es un guitarrista honesto, aunque sin bien a bien imaginar cómo sería uno deshonesto. ¿Haría trampas a la hora de tocar su instrumento? ¿Se lo habría robado, a lo mejor? ¿Quién ha sido el primer inquisidor en sugerir que el arte y el artista tienen que ser honestos, cuando no está ni claro en qué consistiría lo contrario?

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Corrían los años cuarenta cuando la propaganda del candidato presidencial Miguel Alemán Valdés incluía una palabra clave justo bajo su nombre: “Honestidad”. Sesenta años más tarde, las paredes de ciudades y pueblos desplegaban la frase “Honestidad valiente”. Incapaz todavía de imaginar cómo haría en su caso la honestidad cobarde para no ser tachada de deshonesta, me llama la atención que al paso de las décadas los políticos sigan ofreciendo como virtud lo que tendría que ser requisito. Por más que la rapiña y la falta de escrúpulos resulten la regla, y a lo mejor también por esa causa, parece temerario darle trabajo a un tipo que se presenta diciendo que es honesto. Que es casi tanto como decir soy muy inteligente, soy el más simpático, soy el mejor de todos los que conozco. Quienes se atreven a así describirse lo hacen con el convencimiento suficiente para no darse cuenta de los escepticismos que despiertan, y de seguro sin calcular las críticas y hasta carcajadas a que darán motivo, a sus espaldas. No es de extrañar que algunos precavidos suelan llevar la mano a la cartera no bien escuchan que alguien se dice honesto.

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Las virtudes de Bambi

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No deja de ser cierto que en varios ámbitos o gremios o territorios, la deshonestidad alcanza a ser la regla, y ello hace tan valiosas las excepciones como cuantiosas las imposturas. Pues si lo que hay es hambre de honestidad, difícilmente tarda la demanda en verse rebasada por la oferta. Pronto no solamente los políticos, administradores, fabricantes y prestadores de servicios —aquellos cuyo turbios procederes serían causa de público menoscabo— ambicionan hacerse con la fama de honestos, cual si ésta fuese un activo fijo, sino que en todas partes nos alcanza la cantaleta de la honestidad: una suerte de fiebre confesional cuyo efecto epidémico compele hasta a los gremios ajenos al asunto a decirnos que están vacunados, así a nadie le importe ni le afecte, ni por supuesto pueda verificarse. El director nos dice que su película es muy honesta, cual si ya esa virtud inescrutable la hiciese digna de ser vista y aplaudida. ¿O debemos creer que se merece un premio por no haber hecho un plagio de otro guión, digamos?

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Hablar de una canción, o una novela, o una danza honesta parece un disparate tan cumplido como elogiar la honestidad de un venado. ¿Alguien conoce a algún venado deshonesto? ¿Una vaca, tal vez? E incluso si así fuera, ¿sería otra su estampa, o menos los nutrientes de la leche? ¿Diríamos que es leche deshonesta? No bien insisto en subrayar el término, me llega un tufo clerical detrás, según el cual para que una obra de arte pueda esperar a ser así considerada, tiene su creador que pasar una especie de examen de aptitudes morales, donde cada una de sus carencias o demasías presuntas será dada por hecha en su trabajo y cargada a su cuenta de legitimidad. ¿Cómo evitar, en este orden de cosas, que a los réprobos se les estigmatice y se cuelen por miles los impostores, con la sola coartada de que ellos y sus obras son Muy Honestos?

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Miénteme una eternidad

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“Un escritor conformista es con seguridad un mal escritor, y muy probablemente es un bandido”, escribió alguna vez García Márquez, separando de golpe el agua y el aceite, pues al final hay de bandidos a bandidos. Nadie ha dicho, por cierto, que un bandido no pueda escribir bien, o que la rebeldía contra el siempre imperante conformismo no sea susceptible de empujar al autor al bandidaje. ¿Qué opinarían en su momento los acreedores de ese tal Fiódor Mijáilo-vich, cuya morosidad proverbial lo llevó a concebir artimañas tan cínicas —y horror: deshonestas—como escribir novelas a toda prisa para saldar sus deudas de juego? Como lector, no obstante, me tienen sin cuidado los desvelos a que el tahúr petersburgués condenara a sus fieros acreedores, y por lo ya leído y disfrutado me temo que soy cómplice agradecido y al propio tiempo juez benevolente, pues una vez con el libro en las manos antes perdona uno el bandidaje presunto que la mala escritura evidente. Verdad de Perogrullo es que la calidad de pura lana virgen no acredita la conducta intachable del borrego.

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Me da grima la idea de leer una novela honesta, que de ser concebible resultaría un bodrio y un despropósito, si tal como su nombre lo define la ficción se sostiene en el engaño y el autor busca todo menos transparentarse. ¿Y qué tal una canción honesta? Es decir sin encantos, ni retruécanos, ni todos esos trucos seductores de que suelen valerse los músicos para hacerse escuchar y preferir. Cada vez que un artista se refiere a sus obras como honestas, me da por preguntarme si además de eso son cualquier otra cosa. Parece, francamente, que lo que busca nuestro protagonista es comprarse dos pesos de legitimidad. En el peor de los casos, subirá al escenario a conmovernos con el puro espectáculo de su capa abierta, esperando tal vez que ese ingrediente chungo supla las evidentes carencias del trabajo; en el mejor, habrá perdido el tiempo. Uno es lector o espectador o escucha para ser seducido y engañado mediante los mejores artificios. Pobres de esos artistas que lo asumen a uno fiscal o inquisidor, y no un mortal ansioso de quimeras que le hagan soportable tanta verdad idiota y encima de eso cruda. Puesto en pocas palabras: favor de confesarse en otra ventanilla.

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