martes, marzo 02, 2010

La apuesta del olvido (Diario Milenio 01/03/10)

Perezas del instinto

-
Antiguamente, cuando uno se olvidaba de algún dato importante, se le sugería ir a la tienda de la esquina a comprarse dos pesos de memoria. Ahora que al fin existe la memoria artificial, y puede uno en efecto comprarla en una tienda, se tiene de repente la impresión de vivir en un mundo cada día más falto de memoria. Igual que esos modernos artefactos eléctricos que ejercitan las carnes y los músculos sin que el dueño tenga que enderezar un dedo, cada dispositivo armado de memoria artificial le evita a uno el esfuerzo anticuado de hacer memoria. Hasta donde recuerdo, que es poco y tira a menos porque nada lo exige ni queda quien lo espere, solía experimentar un orgullo especial por recordar los sucesivos números telefónicos de los amigos próximos, y hasta de los distantes. En cuanto a los actuales, ni hablar. Están todos guardados en archivos electrónicos, con trabajos recuerdo cuál es propio número de celular (y eso con cierto esfuerzo, jamás a la primera). Una vez solapado el capricho del olvido, basta un error humano para quedarse desmemoriado.

-

Una mañana salgo a la calle poseído por la prisa, de forma que muy tarde me doy cuenta que he dejado en la casa las prótesis electrónicas. La laptop, el teléfono. No recuerdo los números, ni los emails, ni los datos precisos de nadie. Mientras no tenga cuando menos una computadora rentada entre manos, seré algo así como exiliado de mí mismo. Y ahora que lo pienso, también las contraseñas estaban archivadas entre el teléfono y la computadora. No recuerdo ninguna con precisión, confundo unas con otras, se me barren las claves alfanuméricas. Pude haberlas memorizado una por una. Pude valerme, como solía hacerlo en otros tiempos, de ciertas referencias inaccesibles a los cocos ajenos, como esas fechas que conducen a nombres y sobrenombres en los que nadie más pensaría. Pude hacer un esfuerzo del que tal vez ahora me miraría orgulloso, pero según el alma de mi tiempo solamente un palurdo se sienta a hacer memoria cuando puede comprarla en una tienda.

--

La memoria comodina

-
Una de las ventajas de los niños sobre sus mayores tiene que ver con sus capacidades mnemotécnicas. Solía ser de gran ayuda para los infractores reincidentes contar con un maestro desmemoriado, y es seguro que hoy día la situación es aún más ventajosa para quien no ha acabado de enseñarse a olvidar. Hay demasiada información fluyendo ahora mismo para gastarse el tiempo recordando la de ayer o anteayer. Pues lo que es tiempo, ya no le sobra a nadie. Uno también se niega a memorizar nada tan sólo de pensar en el tiempo que deberá invertir, por no hablar de la baja confianza que le inspiran los datos archivados en una memoria natural (así sea la suya y le conozca el modo). Con tantos báculos a sus disposición, no es de esperarse una memoria musculosa, sino acaso otra torpe y burocrática que se tiende a dormir siempre que “no hay sistema”.

-

No nada más los niños se sirven de la desmemoria imperante; también los pícaros la encuentran idónea para torcer los dichos y deshacer los hechos. Y uno, cuya memoria vive en dichoso estado de relajamiento, experimenta un cierto consuelo no bien se desentiende de aquello que en principio teme incómodo. Que es el caso de aquellos recuerdos cuya obscena nitidez impide a la memoria procesarlos sin tener que ponerse a chambear en texturas, aromas, vientos y humedades, por no hablar de emociones y sentimientos que no siempre consiguen hacerse un hueco en las memorias artificiales. Muy lejos de saber a partir de qué punto el precio de la comodidad se eleva por encima de su valor, me aterra ya bastante imaginar el costo de darle vacaciones al instinto. Si, como cuenta Javier Cercas en el principio de su Anatomía de un instante, una cuarta parte de los británicos cree que Winston Churchill es un personaje de ficción, a nadie extrañe ya si cualquier día empieza a parecer confortable recordar a los nazis como unos tipazos.

--

El club de Hugo, Paco y Luis

-
A veces, sin embargo, la desmemoria peca de insuficiente. Enciende uno la televisión y como que le falta desmemoria para otorgar sentido a las imágenes, o crédito siquiera. ¿Qué demonios hace Felipe Calderón en papel de boy scout entre Castro, Chávez y Ortega? ¿Su buena obra del día? Hasta donde recuerdo, corríjanme si no, el Presidente constitucional de éste país debe su puesto menos a sus encantos que al rechazo extendido del autoritarismo. ¿A qué le tira entonces con ese sonrisón de sobrinito del Pato Donald, buscando las palmadas de los autoritarios? ¿A quién ahí le está fallando la memoria? ¿O será que esa puesta en escena tan barata debe ser superpuesta en todos los recuerdos colectivos, de modo que la información que fluye en este instante actualice ya para siempre la anterior? ¿Debo borrar ahora la memoria del blog de Yoani Sánchez, por ejemplo, para dejar en su lugar la imagen de mi presidente rendido a los encantos de los comandantes? ¿No es cierto que es incómodo hablar de tiranías apestosas allí donde se ganan posiciones para posar ante la lente de la Historia?

-

Sé que soy anacrónico, y por si fuera poco de repente me falla la memoria. ¿No eran los mismos hombres que corregían las fotos históricas para sacar de ahí a los héroes caídos en desgracia quienes dieron inspiración y causa justo a estas antiguallas intratables? ¿No son ellos la prueba escandalosa de que la desmemoria no sabe perder? Ahora bien, una cosa es no saber y otra muy diferente no poder. Ahora mismo, en la Cuba donde muy pocos pueden comprar una memoria artificial, ni darse el torpe lujo de guardar ahí datos potencialmente comprometedores, hay demasiada gente que no olvida, y eso es lo que ha olvidado el presidente. La desmemoria es cómoda y hasta decorativa, pero tiene un defecto: nos subestima. Piensa que de memoria no nos queda sino la artificial y apuesta a que muy pronto compraremos más.

No hay comentarios.: