viernes, marzo 12, 2010

De prestado-Nicolás Alvarado (El Universal/Opinión 12/03/10)

8:30 a.m. Acude a ser entrevistada en el noticiario televisivo en que me desempeño una cantante de electropop/punk cuyo trabajo actual concita todavía no pocos entusiasmos pero que parece condenada a llevar a cuestas la cruz (gótica) del éxito musical y el estatuto icónico que le dispensaran los años 80. Fue una mujer poderosísimamente atractiva y todavía podría serlo. La veo a lo lejos y no puedo evitar pasear la mirada de abajo a arriba por su cuerpo: las piernas pletóricas, las caderas generosas, la cintura todavía angosta -aunque ya no mínima-, los senos pródigos a punto de desparramarse del strapless, los brazos regordetes, cierto, pero acaso por ello mismo henchidos de carnalidad. Ese cuerpo de resonancias jamonas me atrae y, pese al campo semántico en que se origina el calificativo que acabo de emplear, me remite a carnes, sí, pero nunca frías, me recuerda el talante verdaderamente atómico de esa Debbie Harry contemporánea suya, pasada de peso y entrada en años pero todavía capaz de mover al delirio erótico a la multitud congregada en el galerón en que la viera yo cantar hace cosa de un lustro.
-
Cuando mi vista llega al rostro, sin embargo, mi oscura fantasía matutina se detiene de golpe. Los rasgos de la mujer son los mismos de siempre, sí, pero devenidos trazos de una caricatura, máscara acaso mortuoria. Es el botox, me digo: ese presunto remedio mágico que elimina en efecto las arrugas pero también todo atisbo de vida en la piel sobre la que es aplicado. Empeñada en recuperar la faz que le diera fama y fortuna, que le dispensara dinero y deseo, la ya-no-tan chica no ha logrado sino verse más vieja de lo que es. Una vieja que se sueña niña, atrapada en un pasado que, por mucho que se esfuerce en convocar, no volverá.
-
9:50 a.m. Llego (tarde) a un desayuno de trabajo. Por fortuna, la persona con que me he dado cita acusa un retraso aún mayor, por lo que expío mis culpas aguardando que haya mesa disponible. Mientras hago fila para anotarme en la lista de espera, reparo en el tipo que me antecede. Bien parecido y bien vestido. Parece seguro de sí mismo. Pero sólo lo parece. Lo que traiciona su vulnerabilidad es su cráneo, sobre el que ha relamido los cuatro pelos que le quedan. O, bueno, corregiré: los cuatro mechones, que pese a sus empeños acaso heroicos no logran evitar a quien posa la mirada en él la vista de amplios segmentos capilares completa y dolientemente desnudos. Lo que acusa su cabeza es un avatar particularmente repulsivo de lo que solemos llamar “peinarse de prestado” y que consiste en pedir literalmente prestado un poco de cabello a una zona para cubrir otra en la que ya no crece. Es como la cantante, me digo: pide prestado para colmar un vacío porque no entiende que todo está condenado a mutar en vacío, que todo es prestado.
-
1:10 p.m. Laptop ante mí, aguardo a que dé inicio una junta y aprovecho para cumplir con algunos de mis pendientes cibernéticos. Consulto -como me veo obligado a hacer varias veces al día desde que ejerzo el periodismo cultural de manera cotidiana- el apartado Recent deaths de Wikipedia, no vaya a ser que la súbita crueldad del destino me vaya a deparar hoy la redacción de una necrología. Sólo me topo en el rosario de muertos recientes con un nombre conocido, cuya relevancia es mínima para mi trabajo pero que alguna importancia reviste en mi historia personal: “Corey Haim, 38, actor canadiense, presunta sobredosis de drogas”. Dudo mucho que alguien mayor o menor que yo pueda identificarlo a estas alturas. Y confieso que yo mismo jamás he visto una sola de sus películas. Lo que sí vi, acaso demasiadas veces, fue su fotografía desplegada en revistas teen de los años 80, aquellas que compraban mis deseadas y vedadas compañeras de la secundaria a fin de extasiarse con su perfil carilindo de chico malo. Fue astro del cine juvenil; después le vino la madurez, con ella el fracaso, la vida desordenada y, supongo, la depresión. Hace un par de años, intentó regresar a la palestra merced a un reality show en el que compartía créditos con su contemporáneo y tocayo Corey Feldman -otro ex ídolo de las quinceañeras, sólo que mejor adaptado- y se dedicaba a tratar de llamar una vez más la atención, ahora mediante la exhibición impúdica, oportunista y tristísima de su condición de loser. Al tiempo, le cancelaron el programa, y terminó muerto de un pasón a los 38 años.
-
Otro que no comprendió que todos vivimos de prestado.

No hay comentarios.: