jueves, diciembre 31, 2009

Las lecturas de este 2009.

El año se terminará en unas cuantas horas y como se ha vuelto costumbre en años recientes, subo la lista de libros que leí durante el transcurrir de estos meses.
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1)”El laberinto de la soledad/Posdata”-Octavio Paz (Ensayo)
2) “Ernesto Guevara. La vida en Juego”- Julia Constenla (Biografía)
3) “Contra la vida activa”- Rafael Lemus (Ensayo)
4) “El androide y las quimeras”- Ignacio Padilla (Cuento)
5) “Poemas de la mano izquierda”-Luis M. Verdejo (Poesía)
6) “Ficciones”-J. L. Borges (Cuento)
7) “Casi nunca”-Daniel Sada (Novela)
8) “Aparta de mí este cáliz”- Luis Humberto Crosthwaite (Novela)
9) “Se nos hizo tarde”-Fritz Glockner (Novela)
10) “El chino”-Henning Mankell (Novela)
11) “Arcángeles”-Paco I. Taibo II (Biografías)
12) “Del no mundo”-Juan Eduardo Cirlot (Poesía)
13) “Curso de filosofía en seis horas y cuarto”- Witold Gombrowicz (Filosofía)
14) “Un encuentro”-Milán Kundera (Ensayo)
15) “El temple liberal. Acercamiento a la obra de Enrique Krauze”-Autores varios (Ensayo)
16) “Habitado por dioses personales”-Eduardo Casar (Poesía)
17) “La pantera de Marsella”-Guillermo Samperio (Poesía)
18) “El dinero del diablo”-Pedro Ángel Palou (Novela)
19) “La sombra de lo que fuimos”-Luis Sepúlveda (Novela)
20) “Contra los no fumadores”-Richard Klein (Ensayo)
21) “Contra la homofobia”-Jeremy Betham (Ensayo)
22) “Epigramas”-Carlos Díaz Dufoo Hijo (Aforismos, Poesía)
23) “El mejor humor inglés”-Autores Varios (Novela, Cuento)
24) “Emilio, los chistes y la muerte”-Fabio Morábito (Novela)
25) “Todo por una chica”-Nick Hornby (Novela)
26) “El dilema de Houdini”-Norma Lazo (Novela)
27) “Verloso. El artista de la mentira”-Felipe Soto Viterbo (Novela)
28) “Juárez. El rostro de piedra”-Eduardo Antonio Parra (Novela)
29) “Oscuro bosque oscuro”-Jorge Volpi (Novela)
30) “Poemas y fragmentos”-Anacreonte (Novela)
31) “Por un tornillo”-Ignacio Padilla (Cuento infantil)
32) “La casa de cartón”-Martín Adán (Poesía-narrativa)
33) “Una novelita lumpen”-Roberto Bolaño (Novela)
34) “El amigo del desierto”-Pablo d´Ors (Novela)
35) “La vida íntima de los encendedores”-Ignacio Padilla (Ensayo)
36) “Los Grope”-Tom Sharpe (Novela)
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La meta es leer, un libro más el año que viene. A ver qué pasa.
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Por lo pronto está lista de libros sin duda se debe a Paola Tinoco, Leslie Ordoñez, Norma Bautista, Melina Maristain, Anabel Ballesta, Verónica Flores Aguilar, Ariana González, quienes me han proporcionado la mayoría de estos libros que han visto su reseña en la columna que escribo cada semana para “El Columnista” periódico poblano.
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Pero también es un agradecimiento entero a esos amigos y maestros que constantemente desde su trinchera han apoyado mis lecturas y mi camino, ya con sus propios textos, ya con su opinión, ya con su conversación siempre amistosa y enriquecedora: Pedro Ángel Palou García, Ignacio Padilla, Jorge Volpi, Sergio Pitol, Álvaro Enrigue, Cristina Rivera Garza,Mario Bellatin, Alberto Chimal, Mario Alberto Mejía, Roberto Martínez Garcilazo, Ignacio Sánchez Prado, Guillermo Samperio, entre otros más.
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Y sin duda, a los amigos que ahí están siempre.
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Se van estas lecturas, vienen otras y pronto retornaré a cada uno de estos libros, con las nuevas lecturas llegan también nuevas personas a mi vida, una de ellas, la más importante mi Kurá hermosa: Carolina V. E., que supo llegar en el momento preciso, para regresarme luz y vida.

martes, diciembre 29, 2009

ODNI (Diario Milenio/Opiniòn 29/12/09)

A diferencia de muchos, suelo sentirme bien en los hoteles y las salas de espera de los aeropuertos. Me gusta la libertad que da el anonimato de las grandes ciudades y disfruto sin mucho rubor de las comodidades así llamadas impersonales. El trato universalmente uniforme de los grandes almacenes no me cae mal. Lejos de sentirme abatida ante el prospecto de un viaje a solas, me regocija la idea de hacer con mi tiempo lo que me venga en gana, llegándome a emocionar incluso con lo que, de ser el caso, descubriré. Los murmullos inentendibles, especialmente los pronunciados en varios idiomas, sólo me ayudan a concentrarme mejor en las páginas de un libro o en las teclas de la computadora. La idea de pasar horas o días enteros escribiendo no me parece descabellada. Soy, lo que se dice, un individuo más bien errante cuya noción de hogar se ha vuelto flexible con el tiempo.
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Todo eso es cierto.
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Pero entonces llega diciembre —mi mes favorito— y con diciembre llegan los viajes de regreso y los parientes y las reuniones alrededor de la mesa y la efusividad. La comida y la bebida y la conversación sobre experiencias compartidas y recordadas al unísono se vuelve ley. Es entonces que empiezan a aparecer de la nada los ODNIs, esos objetos domésticos no identificados que, en resumidas cuentas, significan hogar. A veces, como sus parientes más cercanos los OVNIs, cruzan con parsimonia el aire (en este caso casero), aunque más frecuentemente se deslizan terrestres por el ámbito familiar. Transparentes de tan obvios. Entrañables pero ignorados. Identatarios: uno es uno y su ODNI favorito. De uso común. Históricos: un ODNI deja huella y hace mella. Asunto de todos los días. De una discreción acaso apabullante. El pie de página de la cotidianidad. Materia de tacto. Los ODNIs no llaman la atención pero sí conminan el placer o la memoria. He aquí unos cuantos.
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1 Puedo venir de cualquier lado, pero tan pronto como me toca secarme con las toallas blancas e hirsutas que son el sello del hogar materno no puedo dejar de sentirme en casa. No se trata de las toallas suaves y sin personalidad que apenas si absorben la humedad del baño, sino de esos otros rectángulos hechos de algodón 100%, de preferencia egipcio, que, secos, resultan ásperos y duros al tacto. Se trata, en efecto, de esas toallas que al contacto con la piel húmeda dan la sensación de ser una recortada barba masculina. No son nuevas, eso es obvio. Son las toallas que, conforme resbalan por el cuerpo, se van poniendo lacias y afables y tibias. Dentro de su abrazo, absorta como nube, presa de un bienestar que es tan físico como mental, me inmovilizo. Podría pasar horas así. De hecho, podría pasar toda una vida así. Pero hay que vestirse y peinarse y continuar.
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2 Hay más modelos que fenotipos humanos, pero las mías, las mías, las mías, son de felpa y tienen más de cuatrocientos años sobre la superficie terrestre. No las llevo a ningún lado porque las perdería (soy olvidadiza) por eso cuando regreso y las veo a la orilla de la cama sé que estoy en casa. Las pantuflas son cosa seria. Uno puede prestar sus libros, sus discos, su ropa, su casa, pero no puede, en honor a la verdad, prestar sus pantuflas. Amoldadas al pie de maneras acaso inmemoriales, las pantuflas son más una radiografía de una forma de caminar (que es una forma de vivir) que una protección para una extremidad del cuerpo. Pero cuando el pie desnudo entra en su refugio y, ya tibio, se lanza sobre la duela de la casa, uno sabe que ha amanecido. Que todo es cierto.
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3 Estoy perfectamente al tanto de que es posible conseguir un café, a veces bueno, en comercios varios. Pero nada dice hogar como una cafetera italiana, acompañada de su correspondiente moledora, y el aroma de un café matutino. Moler el café debería ser un requisito universal, pero lo es al menos en los espacios que denomino hogar. Ahí está el ensere doméstico que, al ser encendido, me anuncia que este (y no otro) es el despertar. El sonido de las aspas. El proceso de triturar. Ya con la cafetera sobre la flama, sólo queda esperar el sonido del agua en punto de ebullición. El ascenso. La abrupta emanación. Y, luego, ahí, todo entero, el aroma. Cuando uno coloca la taza en la orilla de la boca, uno está en realidad listo para ingerir un refugio.
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4 Los long play, por supuesto. A lo largo de los años fui adquiriendo discos de 33 revoluciones (así se les llamaba, en justa comparación con los de 45) que se fueron quedando en casa. Cuando regreso, pero cuando en verdad regreso (no cuando voy de pasada sin mirar de lado), siempre me doy tiempo de sacarlos de su funda, limpiarlos cariñosamente (y ése es el adverbio adecuado) y colocarlos sobre el torna mesa donde dan vueltas y vueltas bajo una aguja. Me da risa la expresión estar “bien tocadiscos” pero supongo que se refiere, entre otras cosas, a ese inútil girar, a esa vacilación de cosa circular. Lo que viene y lo que vuelve a irse. Algo sin final. Puedo pasar horas escuchando la música y poniendo atención también al contacto entre la aguja y el acetato que la hace posible. Puedo pasar horas rememorando la vida como solía ser bajo el influjo del sonido sucio de los discos.
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5 Por otra parte, confieso que nunca he entendido la importancia de las licuadoras.

lunes, diciembre 28, 2009

2010, el momento para debatir: Palou por: Manuel Bello (Diario Intolerancia/Cutura 26/12/09)

El bicentenario de la Independencia y centenario de la Revolución son una gran oportunidad no para celebrar sino para abrir un debate hacia una verdadera reforma del Estado, aseguró el novelista poblano y miembro de la llamada generación del “Crack”, Pedro Ángel Palou García.
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Entrevistado a propósito de su más reciente publicación titulada La culpa de México, el Premio Xavier Villaurrutia 2003 urgió abrir un debate en el que participen políticos, intelectuales, líderes de opinión y medios de comunicación, a fin de refundar el proyecto de Nación. El investigador, editor y promotor cultural recomendó que esa reforma abarque los ámbitos político, económico, cultural, social y educativo, a fin de que los protagonistas de cada uno de esos rubros se pongan de acuerdo.
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Bajo el sello Grupo Editorial Norma La culpa de México es una minuciosa revisión de los textos fundacionales que le dieron cuerpo a México como país, presentados para resolver una incógnita: ¿En qué momento se hundió el proyecto de México como Nación?
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A decir del autor de Casa de la magnolia, la gran tragedia de México es que hemos negado la diversidad, es decir, “no aceptamos al otro, llámese indígena, mestizo, norteño, sureño, etcétera”. Su propuesta, dijo, es que se dé una reforma que admita las verdaderas candidaturas ciudadanas, para romper la “partidocracia”, la segunda vuelta en la elección presidencial, incluso la creación de un nuevo Constituyente, “pues no es posible estar gobernando con una Constitución del siglo pasado”.
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En el aspecto educativo, sugirió una gran reforma pues -según él- México gasta entre 80 y 90 por ciento de su presupuesto en ese rubro, al que consideró uno de los más ineficientes.
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Por lo que hace a la parte económica, comentó que ésta es indispensable, “pues tiene que haber un proyecto alternativo económico”.
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El primer paso hacia una reforma de Estado es convencer al ciudadano que tiene un papel preponderante en la reactivación de la política como modo de transformación.
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A lo largo de poco más de 150 páginas, la obra revela la vasta investigación documental realizada por el autor en torno a los textos fundacionales históricos y literarios del siglo XIX, y sienta las bases para una mejor compresión del presente a partir de las contradicciones y pugnas de México surgidas entre las guerras de Independencia y la Revolución mexicana.
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Tome en cuenta
El texto es un material donde el escritor invita a reflexionar sobre el país que somos.
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“La gran tragedia de México es que hemos negado la diversidad, no aceptamos al otro, llámese indígena, mestizo, norteño, sureño, etcétera.” Pedro Ángel Palou García

Dejemos al sexo en paz-(Diariio Milenio/Opiniòn 28/12/09)

1 El cosmos íntimo
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Hay temas que avergüenzan al intelecto. Ideas cuyo solo planteamiento sorprende y hasta ofende, sobre todo si aquel que las ventila no es ingenuo, ni estúpido, ni quizás inocente, sino un astuto navegante abanderado. Peor todavía cuando quien habla invade territorios sobre los que no tiene dominio ni derechos, y ni siquiera autoridad moral. La familia, por ejemplo: una entidad a la que nadie que no forme parte de ella entiende. Irrita que un fuereño pontifique sobre nuestra familia con ligereza y desenvoltura, casi como si el tema le quedara pequeño a su sapiencia. De por sí las familias muy rara vez resultan lo que aparentan o lo que dicen ser, pero tal no es obstáculo para que la cizaña elija sus hipótesis y el morbo por sí mismo las certifique. No es tan raro, al final, que cualquier torquemada de ocasión —el cura, la vecina, el jardinero— dictamine que cierta familia ni familia es, y ya entrado en basura exagere y calumnie para dar solidez a su dicho.
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Toda familia tiene infinitos defectos, pero también poder para salvarlo a uno de volverse loco. Decir, por tanto, que tal o cual familia no-es-familia sólo porque no cumple con las expectativas de sus fisgones parece una temeridad tan perversa como escasa de gracia; peor todavía cuando la sentencia proviene de un clérigo, que es de quien menos uno esperaría bombardeos contra la institución familiar. ¿Puede ser la familia menos familia si el padre es un dipsómano, la madre un energúmeno y el abuelo un degenerado sexual? Lo cierto es que nadie enseña a ser buenos padres, hijos o hermanos, y la gran mayoría nos enseñamos cometiendo toda suerte de errores imperdonables, que sin embargo nos son dispensados porque para eso estamos en familia. Un hermano envidioso y vengativo sigue siendo un hermano, pero también: un buen padre postizo vale tanto o más que uno natural. No puede haber parámetros ni reglas generales en el dominio de una intimidad cuya mera existencia supone una total soberanía. “¡Sólo eso me faltaba!”, clama uno ante el invasor, ballesta en mano.
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2 De mañas a mañas
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Toda familia es un proyecto de mafia. Algunas, demasiadas, practican una vergonzosa omertá, detrás de cuyas faldas se ocultan incontables abusos y complicidades. Casi nada puede hacer un pequeño hijo de familia contra la furia o el rigor de unos padres psicópatas, un hermano abusivo o un tío estuprador, pues al fin la familia puede igual ser santuario o calabozo. Para cuando la huella de los estropicios de un adulto inescrupuloso llega hasta al escritorio del Ministerio Público, el daño suele ser irreversible. ¿Cuándo, no obstante, fue la última vez que escuchamos a un padre o una madre autoritarios aceptar que no sabe lo que hace con sus hijos, o que alguien por ahí lo sabe mejor que ellos? Nadie quiere cargar con la culpa de haber hecho mal aquello que en ninguna parte le enseñaron. Uno cree que es buen hijo, o buen padre, o buen padrino por un don natural, emparentado acaso con su buena crianza, la nobleza de su sangre o la calidad de sus sentimientos; nadie soporta el peso de haber salido malo: defraudar, defraudarse, y sin embargo no paramos de hacerlo. Se puede ser el peor padre del mundo con sólo alimentar unas expectativas desorbitadas; debe de haber millones de monstruos insufribles que empezaron con las mejores intenciones.
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Afortunadamente, no existe un método de evaluación confiable que permita saber qué tan bien hace cada padre o madre su trabajo. Habría, a no dudar, hervideros de reprobados, que en adelante irían por la vida llevando a cuestas culpas medidas y certificadas, e incluso perderían la patria potestad de manera automática, por malos padres… ¿Pero qué sería eso, sino el infierno en la Tierra, donde la autoridad otorga, retira o regatea los lazos familiares de acuerdo a un código perverso y abusivo? ¿Y qué otra cosa entonces puede ser la presunción gaznápira de que una familia sólo es familia si sus pilares son heterosexuales? ¿Pensarán los jerarcas de sotana que unos padres así no pueden enseñar a los pequeños otra cosa que mañas genitales? ¿Sería preferible, llegado el caso, permitir que a esos niños los adopten los curas, gremio en el cual —lo sabe todo el mundo— no existen los mañosos ni se piensa en el sexo?
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3 Mentes de entrepierna
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Supe, hace algunos años, de un viudo depravado que noche a noche se entregaba a estuprar a su hijo de siete años, hasta que al fin los gritos de la víctima lograron alertar a los vecinos, y éstos a su vez hicieron la denuncia. Ya ante la fiscalía, con el acta en las manos, el hombre se negaba a firmar lo declarado, a menos que constara que había violado al niño porque “no tengo yo la culpa de no haber tenido hijas”. Circunscribir el tema de matrimonio y adopción a la sexualidad de sus participantes no es menos arbitrario y abusivo que meterse en el lecho conyugal para fiscalizar y calificar aquello de por sí incalificable. Me parece estupendo que los curas alerten, amenacen y excomulguen a las almas que juzguen descarriadas —esas cosas excitan y alebrestan, favorecen el crecimiento de la especie— pero no entiendo qué carajos hacen con la nariz metida en los derechos ciudadanos de cada cual.
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Somos legión quienes sobrevivimos tranquilos y contentos sin saber ni preguntarnos cómo, con quién y a qué horas se ayuntan las familias circundantes, qué creencias enseñan a sus hijos y cómo evitan que se porten mal, whatever that means. No acabo de entender cómo o porqué tendría uno que interesarse por la sexualidad de quienes sexualmente no le conciernen. Me cuesta una infumable gimnasia cerebral explicarme cómo es que a tanta mentes pueblerinas les afecta la vida marital de Tiger Woods. Perdón, pero es un tema estupidísimo. Parece todo tan evidente —intimidad, derechos, familia— que da vergüenza que siquiera sea un tema, a estas alturas. Pero así son al cabo las mentes mañosas, no por nada se pasan día y noche pensando en cochinadas.

domingo, diciembre 27, 2009

Propósitos de año nuevo de Pedro Ángel Palou-PODER 360° (18/12/09)

Si usted es como yo seguramente ya está pensando en el 2010 y en la bocanada de esperanza que el año nuevo implica. Han sido años duros, llenos de incertidumbre y recesión y no deja de ser útil encomendarse al dios de los ciclos y pensar que a partir del primero de enero, ahora sí, cambiarán las cosas: seremos más felices, más ordenados, cumpliremos nuestros propósitos.
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Afirma Mircea Eliade, en un hermoso texto, que Eugenio D’Ors tenía un rito muy especial que hoy pongo a consideración de los lectores de Knock Out: escribía una página perfecta, la más hermosa que pudiera durante diciembre y la quemaba, sin dejar rastro de ella el 31 de ese mismo mes. Esa pequeña expiación le permitía escribir sin descanso durante los 365 días siguientes. Un sacrificio al dios de la perfección necesario para aceptar que toda obra es incompleta e inconclusa.
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Y ése es, según dicen todos los expertos en creatividad y en productividad intelectual uno de los principales problemas por los cuales dejamos para mañana lo que podemos hacer hoy –procastinamos, si queremos adaptar la palabra al español–. Aplazamos sin empacho hasta que se nos olvidan justamente los propósitos de año nuevo, la necesidad perfectamente humana de querer mejorar. Y lo hacemos, qué irónico, por perfeccionismo. Es como si de plano no quisiéramos alcanzar otros estadios en nuestro desarrollo, por eso hay tantos adolescentes perpetuos en el mundo actual. El otro gran temor es la responsabilidad. Curiosamente ambos –perfeccionismo y responsabilidad excesiva– causan ansiedad generalizada, un trastorno neurológico que ocupa el primer lugar entre los padecimientos psiquiátricos del mundo.
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Empecemos entonces por realizar ese pequeño sacrificio que cuenta Eliade, rompamos o quememos lo mejor que hayamos escrito, producido, planeado. Sólo para aceptar que equivocarse es humano y que sólo crecen quienes aceptan el posible fracaso. Pero ése es, apenas, el primer paso para que ahora sí nuestros propósitos se cumplan en el 2010 (bajar de peso, hacer más ejercicio o más el amor, hacer mejor las cosas que nos gustan, ser más felices, terminar ese proyecto tantas veces aplazado y un sinfín de etcéteras).
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Luego hay que planear, pero les propongo un ejercicio para hacerlo, por vez primera, con los dos hemisferios del cerebro. ¿Listos? Perfecto. Todas las preguntas que voy a hacer a continuación hay que contestarlas en hojas separadas de papel (en una hoja todas las respuestas que hayamos hecho escribiéndolas con la mano izquierda y en otra todas las respuestas que hayamos contestado escribiendo con la mano derecha sin importar si somos diestros o zurdos: hay que contestar dos veces cada pregunta, con las dos manos y comparar los resultados).
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Primero, ¿qué es lo que verdaderamente quiero hacer en el 2010?, luego, ¿quién quiero verdaderamente ser en el 2010? Y más tarde, ¿qué es lo que más me gusta de mí? Suficiente para tener un resultado. Quedarás asombrado con la diferencia entre las respuestas que hayas contestado con una mano y lo que dice la otra mano, lo que dice tu subconsciente. Y entonces sí, llegamos al tercer paso: redactar los famosos propósitos con base en quién quieres ser, qué quieres hacer y qué es lo que más disfrutas de ti para el 2010.
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Ahora se complican un poco las cosas, para bien. Tienes que hacer el mismo experimento para las distintas áreas de tu vida: la laboral, la personal, la de tu familia y/o relaciones vitales, la de tu comunidad o al menos tu posible participación y colaboración en ella. Si lo que más te gusta es pasar tiempo con tu familia, por ejemplo, por qué te quedas hasta tan tarde en la oficina y no lo haces. Más horas no significan productividad, significan falta de administración de tu tiempo, incapacidad para priorizar o simplemente malas costumbres laborales (ver el correo electrónico demasiado tiempo es la adicción más seria de nuestros días, socializar en exceso en la oficina entre otras).
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Siempre he tenido por una máxima la idea de que el tema central de nuestro tiempo es la falta de sentido, lo que los filósofos llaman nihilismo. Es un invento de la modernidad cuando descubrió que Dios había muerto, es una de las herencias de Nietzsche. O desde la Ilustración, vaya usted a saber. El caso es que el ser humano se levanta en las mañanas diciendo: “Soy ínfimo, moriré y me comerán los gusanos” (o cualquier elaboración de la misma idea, se entiende) y entonces se contenta con esa explicación de la nada, de su nada. Y no hace nada. Hemos perdido el sentido y lo buscamos, vicariamente, fuera de nosotros –en el dinero, en el poder, en el amor incluso– sólo para darnos cuenta de qué tan vacíos estamos. La búsqueda de sentido, una labor indispensable para vivir con un mínimo de bienestar y cordura, es lo que no podemos aplazar por más tiempo. Nuestros famosos propósitos o resoluciones de año nuevo tienen que estar impregnados de ese espíritu. Y no hablo de un optimismo banal o fuera de la realidad, sino del papel individual en esas mínimas respuestas que nos permitan tener cierta calidad de vida y aportárselas a los demás. Es tan simple y tan aparentemente inalcanzable como optar porque importe. Repito esa frase por si estás leyendo esto en un avión y la azafata se ha distraído: optar porque importe, escoger que importe. La vida, tus íntimos, el trabajo, lo que haces. Y sí, es una cuestión de voluntad y de empeño. El psicólogo y novelista Irvin Yalom no lo podía haber dicho mejor: ¿Cómo puede un ser humano que necesita sentido encontrar sentido en un universo carente de él? No hay que paralizarse con la pregunta, tenemos conciencia (los progresos que la neurociencia está haciendo en conocerla son excepcionales y cambiarán las cosas muy pronto) y ella nos permite saber que estamos vivos y que podemos vivir correctamente y con sentido. Sí, puede que seamos esas criaturas banales y triviales que pueblan el universo, esos Homo que a veces dudamos en llamar Sapiens, pero no nos detengamos por ello. La vida es una construcción permanente, y además una construcción de sentido. Escribe, ahora mismo las respuestas a las preguntas de arriba y luego redacta tus propósitos de año nuevo. Te auguro un feliz y próspero 2010…

Bienvenidos los bárbaros, no manden flores de Pedro Ángel Palou García-PODER 360°(25/09/09) y leída en el marco del 11avo FIP (06/11/09)*

En su último libro Alessandro Baricco hace una propuesta de diagnóstico de la sociedad y la cultura contemporáneas que provoca escalofrío: los bárbaros lo han invadido todo, han minado las fronteras y murallas de las ciudadelas y han destruido las certezas sobre las que vivíamos. Es más: vivimos un época de transición hacia algo que es imposible definir aún, pero que ya podemos vislumbrar y todos, sin excepción –con diversos grados de evolución, es cierto– somos ya mutantes de una nueva especie que ocupará nuestro lugar.
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Para ser más exactos, Baricco afirma después de una larga argumentación su tesis: con la complicidad de una determinada innovación tecnológica, un grupo humano esencialmente alineado con el modelo cultural del Imperio accede a un gesto que le estaba vedado, lo lleva de forma instintiva a una espectacularidad más inmediata y a un universo lingüístico moderno y consigue allí darle un toque comercial asombroso.
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¿Cómo llega a ese diagnóstico? Mediante tres ejemplos, pero el lector una vez que ha entendido la fórmula de análisis lo puede aplicar a cualquier forma de la cultura contemporánea. Baricco lo hace con el futbol, el vino y los libros.
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Empecemos con el vino. Todos los que me lean compartirán la idea: el vino es un arte sofisticado y los grandes viñedos producen un elixir refinado, después de un largo proceso, que sólo pueden apreciar –y comprar porque el precio es exorbitante– unos cuantos conocedores con el paladar y la nariz entrenados. Estos mismos distinguen sabor a frutas de bosque, a madera o a carbón y residuos minerales apenas con un sorbo del líquido. Hasta que Robert Moldavi, de regreso de la Segunda Guerra Mundial, creyó que era un placer para compartir masivamente y gracias al aire acondicionado reprodujo –en barricas de metal, qué sacrilegio– las condiciones de fermentación que le permitieron producir a gran escala un vino que es técnica, no arte, y que por la cantidad de botellas todos podemos consumir.
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El siguiente problema –porque incluso en un medio como el estadounidense, acostumbrado a las bebidas espirituosas, Moldavi agregó grados de alcohol al vino– estaba en cómo elegir, cómo distinguir. En el antiguo mundo del vino el conocedor reconoce, si se me permite el juego de palabras. Ahora el consumidor tiene que saber cómo elegir en un supermercado. Y para eso llegó Robert Parker, que sustituyó a una casta de críticos sublimes del vino por una escala de calificaciones. La revolución de Parker fue, primero, lingüística: tradujo a un lenguaje accesible el hasta entonces esotérico mundo de la enología y luego, para simplificar más, colocó calificaciones.
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Se imagina el lector que esto ya ocurriera en el mundo del libro y en lugar de ir a una librería a pedir a Proust uno eligiera entre todos los libros que tienen 9.8 de promedio –unos 10, pongamos por ejemplo– y se llevara a casa con absoluta confianza el mejor. Esto ocurre ya con desparpajo en cualquier vinatería de Nueva York, o en muchos restaurantes que reproducen la lista de Parker, y uno pide un 8.0 o un 9.2, nunca más un barbera, u otro cepaje, o un Petrus, por elegir una marca de absoluta elite.
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Se ha privilegiado a la técnica por la belleza, al resultado por el proceso, al efecto frente a la verdad. Y la inspiración, el arte, ¡por favor, eso es de otra época!
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El resultado final: hoy todo mundo consume vino, un vino resultón, eficaz, no necesariamente maravilloso, o único. Han triunfado los bárbaros.
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¿Cómo se mueven, cómo actúan? Es fundamental comprenderlo para poder entender en toda su dimensión lo que nos ocurre en todos los campos del saber o de la cultura.
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Hace tiempo que en el medio intelectual –decía Ortega y Gasset que a él lo libraran de los intelectuales, que prefería a los inteligentes– se escucha una queja reiterada: ya nada es igual, los bárbaros –el mercado, los conglomerados, las grandes tendencias– han pervertido con su dinero y su masificación el orden de las cosas. Esto ocurre, para nuestra tranquilidad, en todas las épocas y en todos los lugares. Ya el I-Ching confuciano alertaba sobre el ascenso de los vulgares. La estupidez humana nos rodea, escriben, y la vamos tolerando de tal forma que al final todos caemos en ella, nos volvemos estúpidos generalizados.
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Los medios electrónicos se han vuelto envases comunicacionales, vacíos prácticamente de contenidos, recipientes de una estupidez tras otra o si se quiere mejor de una estupidez infinitamente intercambiable (del reality show al programa de concursos e incluso del noticiero al documental). Y, sin embargo, el mundo virtual es el único en el que parecemos existir hoy en día; el contacto con lo real, por evanescente y por difícil de interpretar, nos repele. Todo lo queremos por delivery, entregado a casa: las pizzas, la música que descargamos, los videos que rentamos, los canales que sólo nos sirven para un zapping perpetuo; el amor mismo con una chica cuyo perfil se asemeja al mío según alguna página de internet, las amistades gracias a Facebook. Hoy sólo necesitamos estar conectados. Y mientras más conectados, menos relacionados.
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El silencio y el horror al vacío vuelven locos a los bárbaros y lo llenan con balbuceos sin sentido, porque se ha acabado el sentido mismo de final o de finalidad. Baricco, de nuevo, realiza el diagnóstico con precisión: lo que consumen los bárbaros son sólo secuencias de sentido que producen movimiento, secuencias de sentido cuyo sentido, sigo con la misma palabra, ha sido generado en otra parte. ¿Por qué funcionan libros como El Código Da Vinci o Crepúsculo o Harry Potter? Porque los códigos de interpretación del libro –sus instrucciones– están fuera del libro. Si alguien leía a Faulkner necesitaba, literalmente, toda la literatura para comprenderlo. Con Stephanie Meyer no es necesario, siquiera, haber leído un libro para comprenderla. De la misma manera en que no se necesitan conocimientos de enología para comprender y paladear un Cabernet de Robert Moldavi. Funcionan porque son libros que no son libros.
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Después de la lápida que he dejado en el párrafo anterior yo mismo necesito un respiro. El libro es para los bárbaros una fuente de energía que proviene de otras narraciones y desemboca en otras narraciones, no en la literatura. La literatura y la cultura han muerto, y hay que enterrarlas.
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Otro tanto podríamos decir de los museos. Nunca tanta gente los visitó como ahora; van a ellos a tomar fotos –la fotografía es otra forma extendida de sustitución del contacto con lo real–, a comprar cultura. Los cuadros no importan. La Mona Lisa, la Victoria Alada o la Venus sustituyen toda la cultura depositada en los miles de otros cuadros y objetos inútiles para la guía o el tour, si ponemos sólo como ejemplo el Louvre. Y después la tiendita del museo –o las 20 tienditas, una en cada, piso, una después de cada highlight–, donde me puedo llevar, empaquetada, mi experiencia en forma de camiseta, paraguas, corbata o postal. Consumí el museo, no lo experimenté, porque los bárbaros no consumen realidades completas, todo en la cultura es un mero pretexto para producir movimiento.
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Ya nada tiene valor en sí, el valor es la secuencia. No son libros, no son cuadros, no son vinos, son segmentos de una secuencia más amplia, escrita en los caracteres de la lengua del Imperio, que “a lo mejor se ha generado en el cine, ha pasado por una cancioncilla, ha desembarcado en televisión y se ha difundido en internet”. Ya nada tiene valor en sí mismo, lo único que tiene valor es la secuencia.
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Y si no, pensemos en el fenómeno de Susan Boyle, catapultada al estrellato no por el lugar en el que ocurrió el fenómeno –un concurso de talentos británico– sino por los millones de visitantes de Youtube que la admiraron. Ella, una simple, una bárbara, que no había conocido el amor, que trabajaba en una oficina de correos, que era una rechazada de la sociedad, cantaba –qué oportuno– Yo tuve un sueño, un fragmento de una ópera musical de Brodway, Los miserables. No creo que al final no haya ganado por no ser la mejor –lo era– sino por no haber podido resistir el peso de la fama mundial que la hizo objeto, secuencia. Y la paradoja es que toda secuencia es intercambiable, y por ende falta de valor en sí misma, sólo produce sentido porque produce movimiento, como una planta de luz.
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Superficie en lugar de profundidad, viajes en lugar de inmersiones, juego en vez de sufrimiento. La forma de adquirir experiencias se ha modificado para siempre. Los bárbaros están de paso y consumen aquello en donde pueden entrar rápido y salir fácil. Entienden, además, que habitar múltiples lugares con una atención bastante baja y siempre moviéndose –los bárbaros son nómadas– es lo que produce experiencia.
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Dice Baricco: “Cada uno de nosotros está donde está todo el resto del mundo. Es el único lugar que existe, dentro de la corriente de la mutación donde todo lo que conocemos lo llamamos civilización y todo lo que aún no tiene nombre, barbarie. A diferencia de muchos otros, yo pienso que se trata de un magnífico lugar”.
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Pero no lloremos, no nos rasguemos las vestiduras. No hay alternativa. Todos somos mutantes, todos hemos sido contagiado por los bárbaros. Y todo ha sido contagiado por ellos –en mayor o menor medida–. Éste es un mundo que evoluciona, como un ser vivo. Lo importante no es quedarnos en la nostalgia de un pasado que no volverá. No: lo importante es decidir individualmente qué queremos llevarnos del pasado a ese mundo nuevo que nos ataca por todos lados, que nos cerca y al que inevitablemente pertenecemos. Y si eso que nos llevamos perdura no es porque se siga pareciendo a lo que era antes de la mutación, no: sobrevivirá sólo si puede mutar exitosamente. Yo mismo, en una comida reciente, he dejado de ser escritor –y comía con mi editor–, para pasar a ser un proveedor de contenidos. Lo curioso es que otro editor, recientemente, me comentó que las primeras páginas de mi última novela había que modificarlas porque eran muy literarias. Y yo que creía que escribía literatura, hasta ese día crucial en que me contemplé las escamas y las branquias detrás de las orejas y me supe mutante.
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Y supe, claro, que la literatura estaba bien muerta y enterrada. No manden flores.
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*Escrito que se ha vuelto conferencia, cuasando mucha controversia en el ámbito literario de Puebla.