jueves, noviembre 26, 2009

"Una novelita lumpen"-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista” de Puebla- 25/11/09)

Esta novela, del chileno Roberto Bolaño (1953-2003), ha sido editada recientemente por Anagrama dentro de su colección Narrativas hispánicas.
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“Una novelita lumpen” tiene como escenario la ciudad de Roma y como personaje principal a una mujer: Bianca, quien irá contando todas las peripecias que ella y su hermano pasaron tras la muerte de sus padres en un accidente automovilístico.
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Por la forma en que Bianca narra su vida, pareciera que el lector pudiera encontrarse ante una mujer que, por azares de la vida, acabo convirtiéndose en puta, ladrona y asesina Pero realmente es la historia de un par de hermanos que, después de estar en la gloria, han descendido a un extraño infierno, para luego salir avante, sin sangrar, sólo con unos escasos rasguños.
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No me puedo considerar un experto lector de Bolaño, porque no lo soy, aunque si tengo ganas de serlo, “2666” es un libro que está en mi librero esperando el tiempo adecuado para ser leído, mientras “Los detectives salvajes” fue una novela que llego justo cuando la quería y me atrapó como esperaba que lo hiciera. Pero sí creo tener las suficientes herramientas para ejercer un poco de crítica ante esta novela de Bolaño que es póstuma como todo lo que ahora se está y estará publicando de él.
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A “Una novelita lumpen” le falta carne y por ende a sus personajes. A lo largo de la novela aparecen personajes del tipo secundario que sirven para darle sostén a la trama, pero desaparecen sin chistar de la misma forma en que llegaron a ser parte de la historia. Sonará descabellado, pero la televisión, frente a la que están sentados la mayor parte del tiempo los personajes, aparentemente tiene más importancia en la novela que muchos de los personajes.
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A pesar de todo, se agradece poder seguir leyendo a Bolaño, aunque sería interesante que los familiares respetarán las decisiones de los escritores cuando mueren, si en vida no publicaron ciertas cosas, quizá es porque no las sentían listas o simplemente no querían publicarlas. Y me temo que está siendo el caso de Bolaño.

miércoles, noviembre 25, 2009

El perro de la memoria-(Diario Milenio-México 24/11/09)

para Sara y Claudia y Marco y Carlos

Hace apenas un par de semanas escuchaba con algo de emoción y otro tanto de asombro las respuestas que Susana M.C. García Iglesias, la ganadora del primer premio Aura Estrada, le daba a un puñado de periodistas congregados en una de las alas de ese recinto sagrado que es Santo Domingo, en la capital del estado de Oaxaca. Recuerdo, por ejemplo, que le preguntaron qué tipo de libro anhelaba escribir. Y recuerdo con lujo de detalle su escueta respuesta: Un libro honesto. Recuerdo también que le preguntaron cuáles eran los temas con los que trabajaba. Y recuerdo su contestación: la memoria. Dijo: La memoria es como ese perro al que le avientan algo y siempre regresa con más. Ese, insistió, es el único tema de la literatura y es, también, el único tema de la vida. Después habló de otras cosas, el presente, por ejemplo, el pasado. Y más tarde se dio incluso tiempo para entonar alguna canción favorita frente al micrófono. Luego de escuchar sus respuestas me quedé contenta de haber participado en las conversaciones que resultaron en la elección de Susana como la primera ganadora de un premio entrañable. Ahí estaba, sin duda, una escritora: sólida, desparpajada, única, arriesgada. Ahí estaba alguien que sabía.

A mí todavía me faltaba entonces una semana más o menos para emprender otro viaje, esta vez hacia el Golfo de México: el puerto de Tampico. Me faltaban más o menos siete días para comprobar que, efectivamente, la memoria es un perro que siempre regresa con algo de más dentro del hocico. ¿Cuál es el mecanismo que desata la aparición clarísima de las imágenes del pasado? ¿Cómo es posible que rostros y escenas que uno jamás ha rememorado aparezcan en tropel y con lujo de detalle frente a los ojos alucinados? ¿De qué está hecha la sensación que brota sobre la palma de las manos y se extiende, después, como un ejército de hormigas, a lo largo de los brazos hasta llegar a la base de la nuca y de ahí a los labios? Naturalmente no tengo respuestas para todo esto.

Llegué a Tampico una tarde de viernes. Estaba nublado y, tal como me informaron de inmediato mis anfitrionas, se esperaba un norte que, aunque a fin de cuentas no se materializó, si dejó a su paso el rastro oloroso de una lluvia mansa. Los amigos que no tardaron en hablar por teléfono y presentarse a las puertas el hotel me lo informaron de inmediato: estaban listos para iniciar el recorrido por una ciudad en la que viví por una muy corta temporada hace más años de los que puedo admitir en público. Como suelo hacer en esos casos, opté por la única alternativa posible: me puse un suéter ligero y salí tras de ellos. Mejor dicho, pensé que salía tras de ellos, pero en realidad iba ya desde ese momento tras los pasos de mi infancia.

Las ciudades son como teclados sensibles. Basta con que el pie roce apenas la pieza indicada para que aparezca de inmediato la palabra completa que, justo en ese instante, parece haberse balanceado por toda una eternidad sobre la punta de la lengua. Así que esto era. Así que de esto se trataba, amiga. Desde el inicio me hablé al tú por tú con las callejuelas del puerto, con los saleros oxidados y las ventanas, que se cierran. Desde el inicio estuvo el tú por tú con la bandera negra que prohibía a los bañistas sumergirse en las aguas picadas del Golfo. Desde el inicio se dejaron escuchar todas esas voces: la de la abuela que pronunciaba la palabra “pacón” en lugar de pop corn; la de las tías que hablaban de béisbol y de cuadernos escolares; la del abuelo antes de caer ante los embates del cáncer. De repente, como en Comala, todo se llenó de murmullos y, bajo la apariencia de una ciudad contemporánea, surgió inaudita la ciudad de la infancia. Se trataba de un conglomerado urbano construido alrededor de las refinerías y las vías del tren. Todo ahí olía a algo industrial. Se trataba de un lugar atravesado por tranvías.

Ahí estaba la laguna que, hace muchos años, producía un olor insoportable y que ahora albergaba la oronda presencia de bastantes cocodrilos. Ahí estaban las escarpadas subidas que conducían entonces como ahora a la zona céntrica de los mercados y las plazas y los muelles. Ahí estaban todavía los vetustos edificios que alguna vez significaron afluencia y eficacia, pero que ahora yacían abandonados detrás de la negligencia o el desuso. Ahí estaban las refinerías y, a su alrededor, entre callejuelas todavía sin pavimentar, ahí aparecían las casas semiderruidas y los terrenos baldíos por donde pastaban, en plena ciudad, una manada de cabras. Ahí estaban las dunas y, sobre las dunas, los árboles de un verde deslucido que seguían enfrentándose al viento marino. Ahí el malecón. Las escolladeras. El mar.

Justo cuando caminaba bajo los almendros de la Plaza de Armas, mientras las palomas se disponían a comer migajas y los vendedores de globos daban ya la enésima vuelta descreída, pude ver a la niña de trenzas que correteaba dentro del kiosco. Luego pude ver su mano dentro de las manos pequeñas y curtidas de las otras manos femeninas. La abuela siempre supo de responsabilidad. Entonces las vi a las dos avanzar a paso veloz hacia la reunión ritual de la familia esa tarde nublada que los obligó a hablar a todos de un norte que nunca se materializó. Iban las dos, alborozadas, hacia el encuentro. Porque sí, antes de que las muertes vistieran a las tías de viudas, antes de que las traiciones y los engaños acabaran por desarmar matrimonios que daban la apariencia de ser la eternidad misma, antes de que el homicidio se llevara a los más jóvenes y los más frágiles y, sin duda, los mejores, antes, en la edad en que todo parecía ser lo que era, hubo una tarde gris que cobijó a los paseantes en su lento andar por las escolladeras. Era la misma tarde gris que, en ese momento, se decidió a acompañarme hasta el faro para observar, desde ahí, lo que ya nunca volvería a ser. Una familia feliz. Algo todavía completo. Supongo que fue el mismo perro del que hablaba Susana García Iglesias en aquel recinto de Santo Domingo el que se abalanzó, contra toda precaución y a pesar de la banderita negra, al mar. Supongo que su negra cabeza fue lo que vi un poco más allá de las bollas, justo en el punto donde el mar se convierte en cielo. Horizonte en fuga. Consuelo.

martes, noviembre 24, 2009

El blog que sería thriller

Diario Milenio-México (23/11/09)
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Esta calle es de Reinaldo
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La foto es elocuente, aunque engañosa. Una mujer de gesto enardecido grita y levanta el puño ante la cámara, rodeada por decenas de inconformes que parecen corear la misma consigna. Por su expresión ardiente y furibunda, se diría que algo le han quitado, o le quieren quitar. Cuba, qué linda es Cuba, se lee al frente de su camiseta roja. Junto a ella, también levanta el puño y sigue al coro un gordito, asimismo vestido de rojo, aunque no furibundo ni exaltado. En un descuido, se está aburriendo. Detrás de la mujer, que medirá no más de 1.60, se yergue un hombre alto, la camisa morada con bolitas blancas y la boca perfectamente cerrada. Igual que la mujer, mira a la cámara, con una ceja alzada y el ojo entrecerrado. Se diría que no pertenece a la escena; es como si lo hubiesen montado en la foto. Más todavía, su expresión circunspecta se empeña en subrayar que no comparte fines, medios ni principios con la turba que ahora lo rodea.
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Igual que la mujer, el hombre de la foto le está hablando a la cámara. Es Reinaldo Escobar —periodista y bloguero, casado con la bloguera Yoani Sánchez—, que ha hecho pública cita en cierta esquina de La Habana con un agente de seguridad del gobierno cubano y quiere reclamarle en un “duelo verbal” la reciente golpiza propinada a su esposa. Según dirán más tarde los voceros del régimen, el piquete de repudiadores que repiten a coro es-ta-calle-es-de-Fi-del son ciudadanos que espontáneamente se han manifestado, pero a juzgar por el guiño afanoso del hombre de la foto no parece tan fácil ir y venir por La Habana manifestando ideas espontáneas, menos aún organizarse en turba sin los ojos del régimen encima. Para manifestarse aquí y ahora, Reinaldo Escobar sólo puede contar con los fotógrafos extranjeros. No tiene una pancarta, ni una camiseta, ni un puño en alto. Por el contrario, se mantiene sereno, pese a las circunstancias imperantes. Insultado, escupido, vejado, golpeado, Escobar planta cara ante la cámara y se roba la escena.
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Entre Barack y Raúl
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Es de dudarse que la jeta furibunda de la mujer de la amigable camiseta promueva las virtudes de su presunto edén, pero ella no pretende dirigirse al mundo, sino con suerte a sus superiores. Igual que los fotógrafos, ha llegado al lugar a hacer su chamba. Si al cabo va a salir en una o varias de esas fotos inoportunas, quiere que en ellas consten méritos tan notorios como enseñar al mundo paladar y amígdalas en el nombre de Cuba, que es tan linda. Como lindo será disfrutar de unas cuantas pequeñas recompensas extraoficiales a cuenta de esos gritos sin duda destemplados que hoy constan en la prensa del mundo entero. Aunque lo cierto es que nadie en la foto ha hecho más de lo que estaba en el guión: si los unos no pueden darse el lujo de parar de gritar, el otro no se atreve a abrir la boca. Su gran temeridad consiste en subrayarlo: de sólo ver el porte de Reinaldo Escobar entre el gentío rudo y oficioso, uno entiende que hay pájaros en los cables.
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A saber cuántas cartas se escriben cada día dirigidas al presidente Obama; hoy sabemos que al menos la de Yoani Sánchez sí encontró respuesta. Imaginemos el regio entripado que tamaña noticia debió de provocar en los mandos más altos del gobierno cubano. Peor todavía, más que una simple carta, la bloguera había publicado un par de cuestionarios, para ser respondidos por Barack Obama y Raúl Castro, respectivamente. Y he aquí que cada uno, por cierto, ha hecho precisamente lo que le tocaba. Obama respondió pregunta por pregunta y Castro envió al gentío a hostigar al marido de la preguntona. ¿O es que alguien imagina a los hermanos Castro dando respuesta a los cuestionamientos de nadie, y menos todavía sus conciudadanos?
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Periodismo telegráfico
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Las dictaduras de hoy tienen un mismo problema: ninguna sabe qué hacer con internet. Por más que los controles y restricciones se multipliquen, la información termina por fluir. Y eso es veneno puro allí donde se ha impuesto por medio del sigilo una visión del mundo oficial y excluyente. El blog de Yoani Sánchez no necesita documentar secretos de Estado para imantar a miles de lectores: le basta con narrar la cotidianidad. ¿Qué van a hacer ahora los hermanos Castro contra una filóloga, madre, ama de casa y bloguera que es interlocutora de Barack Obama? Si hasta hace algunos meses uno leía Generación Y, que es como se titula el blog de marras, para asomarse a Cuba desde la perspectiva de una librepensadora, hoy se hace imperativo conservarse al día con el thriller político cuyos protagonistas difícilmente pueden ser más renombrados. Asistimos también a sesiones de miedo a fuego lento, documentadas con fotografías o videos, donde se ve a los infelices en turno cumplir con la penosa tarea de vigilar la casa de Yoani Sánchez y hacérselo saber, a modo de advertencia. Como era de esperarse, la cotidianidad de Yoani Sánchez ha perdido el derecho a llamarse tal. Ahora sus lectores no asistimos a la vida sencilla de cualquier cubana, sino a la extraordinaria peripecia de una pareja de apestados sociales.
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Quien se haya entretenido en leer el reciente informe de Human Rights Watch sobre Cuba sabrá por qué en la foto Reinaldo luce quieto como un cadáver. El régimen lo puede encerrar en cualquier momento con sólo declararlo peligroso. Pero he aquí que como buen periodista, Reinaldo tiene urgencia de enviar su nota al extranjero, y a falta de un sistema de transmisión de datos a la altura de su ambición profesional, elige el mismo gesto que uno emplearía para expresar su total impotencia. No puede hablar, quejarse ni moverse: basta esa información para dar vida a un titular a ocho columnas. Y si no se le ve muerto de miedo es porque en ese instante sabe que tiene lista la nota y es el momento de transmitirla. Vaya esta nota como acuse de recibo.

domingo, noviembre 22, 2009

En esto creo-Xavier Velasco (Diario Cambio/Indira Cerón)

Autor de Diablo Guardián, El materialismo histérico, Éste que ves, Luna llena en las rocas
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Escribir es una enfermedad, es algo que no se puede evitar, sin lo cual la propia vida es miserable, puedes llorar sangre si no lo haces. El que escribe, con o sin apoyos, lo va a seguir haciendo, se trata de pasión.
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El momento más feliz de mi vida fue cuando tenía 14 años y bailé con la chica que en ese momento era el amor de mi vida. Pero también fue el 23 de febrero del 2003, cuando me dieron el premio Alfaguara y entendí que mi locura se iba a convertir en profesión.
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Crear una historia es poblar un mundo. Narrar es terrible porque uno siempre tiene ese sentimiento de insuficiencia.
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Mi vida tiene muy poca importancia ante la vida de mis personajes, puedo dejar de comer, dejar de bañarme, dejar de dormir, para darles vida a ellos.
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Preferiría que no hicieran mis novelas en el cine. Me han hecho varias propuestas pero nada me gusta, no lo tolero. Me pongo muy mal.
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Cuando empecé a sentir la necesidad de tener dinero para sobrevivir me fui a prostituir a una agencia de publicidad. Mi jefe me dijo que me estaba traicionando y me ordenó que me pusiera a hacer lo que en verdad me gustaba.
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Al escribir tratas de hacer algo mejor que tú mismo, yo estoy lleno de defectos, pero que no me digan que mi novela los tiene, porque les saco los ojos.
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La única vez que conseguí un trabajo espectacular fue de extra en una película de Luis Miguel, cuando él cantaba yo era uno de los sonsos que le aplaudían.
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Mi trabajo es como una película de horror; me siento incomprendido y siento que lo que estoy escribiendo no le va a gustar a nadie.
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Entre más obstáculos tiene una novela, más oportunidades tiene. Como novelista tienes que jugar a ser, debes tener hambre de vida.
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Parte de la inquietud de escribir es andar por el mundo a ver qué me puedo robar como autor para dárselo a mis personajes. Robo refranes, vestimentas, miradas, caras, gestos, música y hasta modos de hablar.
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De niño era tímido, hijo único, inadaptado. Cuando los demás jugaban fútbol yo siempre era elegido como reserva, solía guardar un cochecito de metal en mi bolsa derecha del pantalón para entretenerme cuando nadie me pelaba.
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Las palabras tienen olores, colores, sabores, nunca será lo mismo decir piscina que alberca. Amo la palabra exacta, la historia exacta.
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No quiero tener un autor favorito, porque me gustan los escritores que sorprenden, que me desafíen. Sin embargo, leo mucho a Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Alejo Carpentier.
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El valiente no es el que no tiene miedo, es el que se lo aguanta. Yo pensé que si me atrevía a saltar de un avión podría escribir una novela, y así lo hice.
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Diablo Guardián no es una novela, es un estupefaciente, mi idea precisamente fue hacerlos sentir como en una montaña rusa.
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Toda la vida me ha acompañado la música, en mis novelas no falta el ritmo, es como si mi escritura se contoneara.
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Cuando estoy escribiendo el cerebro no tiene lógica, al escribir no sirve el cerebro, el orden. Por eso escribo todas mis novelas a mano, de ladito, en los márgenes, en cualquier lugar para poder hacer lo que quiera con mis letras.
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A quien más admiro en la vida es a mi perro, es el único que me puede hacer entrar en razón. Usualmente admiro a los seres que tienen más de dos patas.
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En este trabajo tienes que perder tu vida, meterte en la subjetividad de los personajes. Tu vida no existe, la objetividad no es posible.
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Luna llena en las rocas la escribí cuando me mandaron a los tugurios a reportear sobre la vida nocturna. Conocí a una rubia y amanecimos en un concierto de los Rolling Stones tirados de borrachos sobre unas piedras y viendo una enorme lunota. Tres meses después me casé con ella y por supuesto, nos divorciamos.
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En realidad nunca quise ser escritor, nunca lo decidí. Empecé a jugar a escribir historias y como la escuela era insoportable, me encontré con este juguete maravilloso que era mi cuaderno de escribir.
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Mi cuaderno no acepta competencia; es más importante que mis compromisos, que mis sueños, que mis deseos. Puedo postergar cualquier deseo con tal de quedar bien con mi cuaderno.
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El momento más feliz es cuando acabas y publicas tu primera novela. En ese momento dejas de ser un novelista sin novela.
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Mi vida es muy aburrida, sólo soy un tipo que está leyendo, viendo películas, escribiendo, a veces salgo a orearme o a visitar a mis amigos.