jueves, noviembre 12, 2009

"Pequeño decálogo sobre las generaciones literarias de Puebla"-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista” de Puebla- 11/11/09)

0. En Puebla no existen generaciones de escritores, existen grupúsculos literarios que devienen en pequeñas escuelitas, donde los alumnos son enseñados a pensar conforme sus maestros desean que lo hagan. Se ha acabado la autonomía del pensamiento y hemos abrazado a las escuelas dictatoriales.
1. La literatura hecha en Puebla carece de posturas públicas, artísticas y políticas, en cambio está llena de vedetismo.
2. Los alumnos que toman talleres literarios con las pequeñas glorias locales, rara vez podrán aspirar a la proyección nacional, su lugar está asegurado en alguna editorial como Lunarena, Ediciones BUAP y similares.
3. Los escritores poblanos son todo menos eso. Han dejado de buscar la obra que los defina y optaron por la persecución del hueso cultural; contradictoriamente en la prensa escrita y radiofónica se dedican a develar todos los defectos del pesebre que les da de comer. A un lado han dejado la propuesta y se dedican a la calumnia como deporte local y popular.
4. Dos mandamientos parecen permear en los grupos literarios: odiarás al otro grupo por sobre todas las cosas y, criticarás a capa y espada a toda aquél que apueste por la publicación en editoriales transnacionales. Pareciera que la verdad que buscan proclamar, es la siguiente: los escritores que publican en y para Puebla, valen la pena ser leídos, los otros no.
5. Cada escritor suele moverse por la conveniencia o la obligación. Todos padecen de la contradicción y aquellos que cuentan con una postura improstituible, son tachados con adjetivos discriminatorios.
6. Cada editorial poblana suele crearse para publicar a aquellos autores que no han sido aceptados por las editoriales de peso a nivel nacional. Mientras en las editoriales nacionales el filtro pareciera ser de calidad, en las locales la amistad es un factor estético y crítico muy importante.
7. Las revistas y/o suplementos literarios en Puebla a veces sacrifican la calidad estética en pro de la difusión.
8. Amarás a Alejandro Meneses y su noble escuela por sobre todas las cosas.
9. Ha ocurrido lo que más se temían otros escritores y lo que menos quisieron aceptar los escritores locales: la Literatura murió y la mataron, cada uno de ellos, con sus excesivos paternalismos; con su terquedad por superar a Borges, Cortázar, Pitol, Fuentes y compañía; y con su excesiva necesidad por acabar con el otro y su literatura.
10. El problema de la literatura hecha en Puebla, quizá lo resuma bien Cortázar: “Lo que pasa es que se creen sabios -dice de golpe-. Se creen sabios porque han juntado un montón de libros y se los han comido. Me da risa, porque en realidad son buenos muchachos y viven convencidos de que lo que estudian y lo que hacen son cosas muy difíciles y profundas[1]”.

[1] Cortázar, Julio. Cuentos Completos. Punto de lectura. Buenos Aires. 2007. Cuento: El perseguidor. Página 328. Tomo I.

Salvador Plascencia

Diario Milenio-México (10/11/09)
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Si se busca información en internet sobre Salvador Plascencia, lo primero que se encuentra es la siguiente frase (en inglés): “Escritor americano nacido en Guadalajara, México, en 1976”. Si se toma en cuenta que para casi todos los estadunidenses ser americano no significa haber nacido en algún lugar del continente, sino ser originario de Estados Unidos de América, no deja pues de ser extraño que un escritor “americano” haya nacido en México. ¿O lo es? Esta es una de las preguntas que le he planteado a algunos escritores angelinos que están planeando asistir como invitados de honor a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara este año. Lo que sigue es, fundamentalmente, el inicio de un diálogo que con toda seguridad continuará en toda su riqueza y complejidad en las salas de eventos y en los pasillos y demás circunstancias de la feria. Por lo pronto va aquí una breve introducción, a través de la conversación y la entrevista, al trabajo y visión del mundo de uno de ellos.
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Salvador Plascencia llegó a El Monte, California, a los 8 años y, desde entonces hasta la publicación de su primer novela The Paper People/Gente de Papel (McSwweneys, 2005), ha desarrollado una vida binacional y bicultural alrededor de un trabajo escritural que se plasma sobre todo, si no es que exclusivamente, en inglés. Una licenciatura de Whittier Collage y, luego, un MFA de la Universidad de Syracuse, le permitieron entrar en contacto con escritores experimentales que en algo han influido en un temperamento ya de por sí aventurero y fronterizo. De ahí que su primera novela, que en sus propias palabras es acerca de “la intimidad y las limitaciones del papel”, tenga entre muchas virtudes el haber incorporado “el tema, la metáfora y la trama a las hojas que tienes en tus manos. El tópico hizo imposible que ignorara la anatomía material de la novela, así que introduje todos esos elementos en el libro y traté de explotar al máximo la tecnología de la impresión de hoy”.
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Ciertamente, al recorrer las páginas del libro es fácil encontrarse capítulos enteros escritos a la manera de columnas y, en el caso de la primera edición publicada por McSweeneys, bloques en tinta negra y agujeros reales en las hojas. “Siempre estoy buscando”, asegura Plascencia, “los poros entre los géneros, la parte en la que un hoyo de gusano puede convertirse en un puente entre la novela de detectives y uno de los océanos de Melville. Estoy consciente de que hay grandes esfuerzos por parte de la promoción de mercado y torres de disertaciones de doctorado tratando de codificar los escritos en géneros específicos pero yo no creo que esa clase de pureza exista”.
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Esta actitud coloca a Plascencia en una especie de umbral entre el escritor chicano y el experimental, términos que hasta hace muy poco solían aparecer en espacios no sólo distintos, sino incluso opuestos. “Como un México-Americano que trata de publicar en los Estados Unidos, siempre me topo con la tácita expectativa de que, como narrador minoritario, estoy de alguna manera ‘sirviendo a la raza’. La idea generalizada es que nuestro trabajo es testificar, protestar, corregir la historia. Por eso, usualmente nos acogen o nos rechazan como actores políticos pero a menudo a costa de nuestro arte. Esta presión viene, por cierto, tanto de nuestras comunidades como de las editoriales y en general del público lector. Es un peso que suele distraer pero yo no he querido que el mundo de mi imaginación sea afectado por esta obligación no expresada.”
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De cualquier modo, tal como lo expresa Plascencia, la definición misma de lo que es un escritor o un libro Chicano ha cambiado tanto que, en estas fechas, “mi novela chicana favorita fue escrita por un Dominicano”. Sin querer aparecer como un guión de “culture clash”, Plascencia asegura que “los libros chicanos que [lee] son escritos sólo de manera circunstancial por chicanos. Los escritores que vienen a la mente incluyen a: Michael Jaime Becerra, Nina Marie Martínez, Joe Loya, Felicia Luna Lemus”. En su manera de ver, “hay en efecto una literatura que utiliza Spanglish, tal como hay una literatura que usa la metáfora o la metaficción sin que ello garantice que esas técnicas formen sus propios géneros”. Las mezclas inesperadas y el afán por ir más allá del orden aparentemente natural de las cosas lo llevó, pues, a autodenominarse como escritor experimental, un apelativo que a bien tuvo liberarlo, casi “mágicamente”, dice sin ocultar el guiño adverbial.
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Seguramente es por todo eso que su posición frente a un término que en México, y en cierta medida también en Estados Unidos, suele tratarse con suspicacia cuando no con desdén, sea tan relajada. Dice: “¿Es el experimentalismo más sospechoso que el realismo? Yo desconfío de cualquier estética que se vea a sí misma como el orden natural de las cosas, una especie de poder hegemónico dictando las reglas de lo que queda dentro y lo que está en los márgenes. De hecho, con frecuencia creo que esta dicotomía entre el realista y el experimentalista no es más que un rumor, una pelea que nadie tiene efectivamente. Te digo esto porque, primero, nunca estoy seguro de quién es el experimentalista y quién el realista. James Baldwin rompe el mundo en dos oraciones; Borges los reconstituye en tres. Cualquier cosa que estén haciendo, ya sea como experimentalista o realista, eso desafía la física del universo y a mí no me importa cómo lo hacen, siempre y cuando pueda tenerlo en mis manos para leerlo. ¿Qué me puede importar a mí la tarjeta de membresía que portan?”
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Eso sí, al preguntarle por el futuro de español en las prácticas de escritura en el sur de California no duda en responder: “¿Cómo podría no haber un futuro en español? Cada lunes en la mañana tengo que caminar a cuatro diferentes puestos de periódicos para poder encontrar un ejemplar de La Opinión, que sigue agotándose a diario mientras que el L. A. Times sigue ahí, acumulando polvo”.

domingo, noviembre 08, 2009

Visitando el siglo XIX- (El universal/ Opinión 08/11/09)

Siglo lleno de contradicciones y debates. De la invención del país por sus élites letradas y económicas. Son los criollos, y luego las élites dominantes, con nuestra tentación decimonónica a la dictadura, quienes detentan el poder, inventando el concepto de nación. Su primera actividad consistió en legitimarse en ese poder ahondando en la diferencia: se estaba dispuesto a ser europeo, no español. El mismo discurso de Bolívar —y Sarmiento— de otras latitudes está inmerso en esta esquizofrenia.
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Nuestros patricios, por un lado, tienen que educar a esos bárbaros que son sus coterráneos. Por otro, los valores europeos son su única referencia. Inventar el país exigía negar la Colonia; operando una doble retorsión discursiva inauguraron el presente como su único tiempo posible. Un presente tan lábil y veloz que permitía inventar o reinventar al país en dos años. Santa Anna es una figura epigonal de este andar. Pudo ser centralista y federalista casi al mismo tiempo, amigo y enemigo. Y cuando el discurso dejaba de tener valor se recluía por meses en su hacienda de Veracruz esperando a que una nueva vuelta de tuerca lo regresara al poder, su única palabra verdadera.
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Si lo que caracteriza el paisaje americano es su exotismo y con el discurso apelo entonces a mi cultura para domeñarlo, yo americano retuerzo mi diferencia en un giro letal que alcanzará sus más altas expresiones con la ebullición romántica tan contradictoria de un Altamirano. Dando la espalda a España, los latinoamericanos —término galo— voltearon a Francia y construyeron el discurso de la identidad en vilo.
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En juego estaba nuevamente la hegemonía del discurso y su poder. La cultura dominante (la hispanidad colonial expulsada), los elementos marginales (indígenas y africanos), las importaciones de culturas nuevas (Inglaterra y Francia) y las identidades nacionales sufren un reacomodo. Había que empezar de cero. En ese reacomodo se jugó una de las cartas más importantes de nuestra historia, apostando por una cultura unitaria, marginalizadora. El ideal americanista de Bolívar en su Carta de Jamaica encierra la necesidad de aquel ideal nacional, instaurando uno de los mitos de la modernidad. No hay que perder de vista, sin embargo, lo que afirma Bolívar Echeverría, al pensar que la nación moderna saca su derecho a existir de la empresa estatal que una sociedad de propietarios privados pone en marcha en torno a un conjunto determinado de oportunidades monopólicas para la acumulación de capital.
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Y esto se hizo en toda América: la acumulación de capital simbólico y la detentación del poder que le va aparejada. El caso de Sarmiento y de Alberdi en Argentina es significativo: hablan de recolonizar al país, de ser los nuevos europeos de América. Durante el siglo XIX se buscó esa integración mediante la renominalización: la Hispanoamérica de Bolívar, la Latinoamérica de los sucesivos congresos del mismo nombre (1847, Lima; 1856 y 1864, Chile) y que fundó el arielismo de Rodó pero que le debe mucho a la política expansionista de Napoleón III, y a la Iberoamérica, la Panamérica y la Indoamérica que no alcanzaron estatus integrador como las otras.
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Podemos agrupar los diversos proyectos nacionales en tres grandes ejes: el proyecto de organización nacional (conservador oligárquico que pretende el mismo sistema colonial de prebendas sin la dependencia con la metrópoli); el liberal-criollo (contra el mestizaje y la barbarie); el tercero puede denominarse liberal-mestizo (el de Justo Sierra en México o el de Martí en Cuba).
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Ese tercer proyecto, sin embargo, no estaba sustentado en una burguesía orgánica por debajo de la oligarquía y pagó caro el costo de la industrialización, en la que apostaba su proyecto modernizador con capital extranjero. El origen de nuestras nacionalidades es una tensión que no ha podido ser superada porque se apostó por un proyecto urbano de élite y se marginó cualquier otro discurso. En el tránsito del romanticismo al positivismo se afianzan las tres preocupaciones fundamentales de Bolívar: la valoración del pasado, la cuestión de la identidad continental o el ideal americanista y la formación de los estados nacionales. Por ello, es necesario comprender cómo se articularon las formaciones sociales y económicas con las discursivas en el siglo XIX y la dislocación entre ideología y práctica social; porque se negaba la Colonia por ser un pasado ilegítimo como para fundar en él las raíces de la nacionalidad y lo que se estaba haciendo era, en realidad, descalificar el propio discurso fundacional.
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El conflicto cultural del XIX es producto de la tensión entre el proyecto de las élites enamoradas de la modernización y de la Europa industrial o de EU, y el proyecto de la vasta mayoría de los latinoamericanos —otras élites no hegemónicas y las clases populares—, que perdieron la batalla ante los mitos de la urbanización, la industrialización y la modernización que, contradictoriamente, basaba su economía en el latifundio, la exportación y la dependencia. Adolfo Castañón ha pintado a este tipo de sujeto social latinoamericano: “En cuanto americano, ejercería doblemente su tarea ilustradora y didáctica en la tierra insuficientemente conocida donde la liturgia católica apenas si recubría los rituales, vestigios de hieráticas y crueles teocracias. Aquellas tareas ilustradoras y didácticas eran misiones de las que él mismo se había hecho cargo, enriqueciéndolas de paso con cierto espíritu de fundación”.
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Esta paradoja nos marca desde el inicio, desde la Nueva España en la que indios y españoles apenas convivían, a la no lograda unificación borbónica, al sueño republicano liberal triunfante con Juárez —después de habernos jugado el territorio y la fe entre centralistas y federalistas, masones y católicos, siempre con el sueño monárquico rondándonos como una pesadilla—, en el que todos quisimos ser iguales bajo la ley sin que se rompieran los privilegios de las élites. Esas élites que el porfirismo —y la revolución institucional, si se quiere— nutrió y protegió con su manto. Una culpa que está en no habernos visto, en no habernos reconocido en la diversidad, no en la unidad.
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En el México actual, desigual y fracasado, que se jodió, no podemos darnos el lujo de dejar de pensar y de actuar. No de dedicarnos al show del bicentenario. Nuestra élites quieren desperdiciar una fecha para el debate convirtiéndola en espectáculo mediático: y el puro día 16 de septiembre de 2010 nos va a costar ¡60 millones de dólares!, que vendrán seguramente del ahorro de haber apagado la luz, a la fuerza…