sábado, julio 04, 2009

Banderines-Álvaro Enrigue (El Universal-Opinión 04/07/09)

Hay que empezar por aceptar que no todas las tradiciones son ni tan buenas ni tan bonitas como de pronto nos ha hecho pensar el conservadurismo de los mensajes positivos que la tele se siente obligada a emitir entre las barbaridades de los noticiarios y las necesidades dramáticas de los culebrones. Hay tradiciones que son más bien calamidades, como la que representan esos insoportables vienevienes melódicos que son los organilleros —hostigando con su gorrita por un servicio que nadie les pidió y a nadie le gusta— o esa manía horrenda y supongo que prehispánica —de la que ya hablé en algún otro espacio— que consiste en escribir en las paredes de los negocios todo lo que venden esos negocios.
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De todas las tradiciones mexicanas que deberíamos esforzarnos por abatir hoy en la mañana, la peor de todas siempre me ha parecido la de gozarse en las caras gigantes. ¿De dónde viene esa misteriosa pasión por llenar el Periférico de cabezas de señoritas anaranjadas con los labios inyectados, de argentinos monoceja con la camisa abierta hasta las tetillas? En todo el mundo un whisky se anuncia con un whisky; aquí con un papuchín que no se afeitó.
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En el contexto de este gozo por arruinar el paisaje urbano —cuando lo hay—, la más horrenda de todas nuestras tradiciones es la de los banderines de plástico con la cara de un candidato a algo que nunca se entiende qué es. ¿De verdad nuestra clase política secundaria supone que exhibir su cara de diario pero ultramaquillada en cada poste de luz sirve para algo? En una ocasión un despistado me invitó a formar parte de un partido político muy urgido de cuadros: el plus que ofrecía, lo juro, era un póster con mi cara retacando el barrio. Si alguna vez soñé con la política —en realidad no—, aquello era para salir despavorido.
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Definitivamente no creo en la chulada de anular el voto: lo que parecía una propuesta creativa para castigar la avaricia de los partidos políticos se nos convirtió, quién sabe cómo, en un salvavidas para una sociedad con una crisis de autoestima tan honda que se avergüenza de votar. Sin embargo, el espectáculo de las carotas de los candidatos alegrando Coyoacán me hace pensarlo dos veces.
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De las urnas voy a salir deprimido y pensando ¡qué hice!, como todos los habitantes de un país con la autoestima de una planta de epazote, pero en el fondo voy a estar contento: vote por quien vote, la cara gigante de Laura Esquivel va a dejar de juzgar desde cada esquina de mi barrio las miserias de mis regalías.

Voto en gris-Nicolás Alvarado (El Universal-Opinión 04/07/09)

En efecto, votar en blanco nunca me pareció una opción. No que no lo considere justificado y justificable: me siento tan poco representado por cualquiera de los partidos como el que menos y, además, ninguno de ellos se me antoja una opción viable de gobierno ni se me figura siquiera remotamente preocupado por devenirlo.
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El asunto, entonces, habrá de responder a un principio irrenunciable: la idea de que los esquemas clientelares constituyen lo más pernicioso de nuestro sistema político. Así, este domingo bajaré a votar —si digo “bajaré” y no “iré” es porque el patio de mi casa, que es particular pero tiene conciencia cívica, habrá de albergar una casilla— sólo por contribuir con lo mío a evitar que ésta sea una elección en que triunfen los bejaranos y los basureitors: una, pues, que se defina en una guerra de aparatos.
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Sé ya cómo he de ejercer dos de mis tres sufragios. Para diputados federales y locales daré un voto convencido, aunque no orgulloso, al PSD, partido que me hace recordar una cita de La dama de las camelias de Dumas junior (ni modo: así de melodramático me pone nuestra política): “Es demasiado pero no es suficiente”. En efecto, hay propuestas del PSD que me parecen demasiado… es decir, demasiado buenas para ser ciertas. Legalización de las drogas para combatir al narcotráfico: de acuerdo. Despenalización del aborto: de acuerdo. Derechos de las minorías: de acuerdo. Demasiado, pues, en un país cuyos partidos tradicionalmente progresistas se han revelado siempre más tradicionales que progresistas, pero insuficiente para quienes aspiramos a que un partido equivalga a un proyecto de nación. Me pronunciaré, pues, por algunos puntos de una agenda y no por un proyecto (y es que no hay tal).
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Lo del jefe delegacional está más complicado. Dado que ese voto no cuenta para el Congreso, no lo desperdiciaré en un partido sin posibilidad de triunfo. Restan PAN, PRI y PRD. En mi delegación, el aspirante perredista es un graduado de las sombrías Brigadas del Sol de Bejarano: descartado; del priísta poco sé, a no ser por su fama de mitotero y por esos espectaculares en que se deja fotografiar con cara de iluminado, en una estética redolente del más puro realismo socialista: otro descarte. Me queda el PAN, partido con el que nunca he coincidido, pero que, en tan desolador contexto, será mi pioresnada.
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No votaré, pues, en blanco sino en gris. En el gris de lo triste, de lo desvaído, de lo indiferente. Y, sobre todo, de lo mediocre.

Votar o no votar-Pedro Ángel Palou (El Universal/Opinión 04/07/09)

Este dilema nos mueve a todos este sábado. ¿Iré mañana a emitir mi voto? Muchas cosas me pasan por la cabeza. El costo de la democracia en México. El excesivo financiamiento a los partidos no puede ser castigado anulando el voto. No en una democracia sin segundas vueltas o mecanismos maduros de referéndum y reelección —no elegir nuevamente a un mal gobernante sería un castigo más fuerte que votar en blanco o por Esperanza Marchita, la fantasmal candidata que algunas organizaciones civiles han construido con la idea de que pudiese haber un recuento y alguien diga el porcentaje no de votos nulos, sino de sufragios emitidos a esa dama que nunca hubiésemos querido ver en nuestra incipiente democracia niña-no adolescente, como ha dicho Fuentes. Nuestra democracia en pañales, que no representa a nadie, ni le dice nada a la gente.
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No votar es válido ante una partidocracia que ha sustituido al presidencialismo utilizando lo mismo la franquicia política, el chantaje, el fraude, el miedo y la amenaza. Una clase política, casi sin excepción, que ha olvidado las ideas y las propuestas por eslóganes y costosas campañas.
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Un extranjero que viniera al país no dejaría de alarmarse con el mal gusto, incluyendo los del propio organismo electoral. Hay partidos que apelan a la falta de memoria y utilizan símbolos en los que hace tiempo no creemos, como la Selección Nacional; hay otros que hicieron insoportable a una niña que seguramente fue simpática y ahora dirige cine; unos más vociferaron hasta la mudez, quizá porque habían enmudecido ante su incapacidad manifiesta. Otros más, a pesar del color que representan, abogan por la pena de muerte en un franco retroceso.
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Las campañas se han convertido en un circo donde la única función tiene que ver con la inseguridad. Hay un lema particularmente analizable, el de un candidato a delegado: “Sólo el que sabe se atreve”. Otro candidato promete: “Seguridad o renuncio”. En caso de ser elegido podrá simplemente limpiar la oficina antes de firmar su salida. Como si eso pudiese prometerse en un país marcado por la descomposición política, el narcotráfico y la violencia, que se detendrá de golpe la inseguridad.
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En México un candidato —a pesar de lo que diga la Constitución— no puede postularse de forma independiente, sin partido. La pregunta es si tenemos futuro o si queremos que lo que pasa en Honduras ocurra aquí un día.
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Yo sí voy a votar mañana.

jueves, julio 02, 2009

El hotel boutique-Pedro Ángel Palou (El Universal-Opinión 02/07/09)

De un tiempo a la fecha han proliferado ciertos establecimientos que no llegan a hotel y cuyas pretensiones les impiden quedarse en el modesto grupo de los confiables hostales. Existen dos tipos claramente diferenciados: los que parecen una casa (o lo fueron y a la muerte de la longeva abuelita conservan los muebles, las mullidas alfombras, las viejas porcelanas) y los remodelados por costosos arquitectos y diseñadores japoneses.
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Hace seis días, por motivos de trabajo, pernocto en un hotel boutique —la persona que me recogió en el aeropuerto y me trajo aquí lo pronunció en cursivas, lo juro. Está en Palermo y es como la casa de mi abuelita. El barrio merece un artículo aparte. En sus caminatas juveniles, cuando aún veía, Borges venía hasta aquí, al arrabal, a la casa de su admirado Evaristo Carriego. He visto la casa, por cierto, y espero que nunca la conviertan en hotel boutique, para bien del recuerdo y la milonga.
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Unas cuadras, después de la vía, se llega a Palermo-Soho, lugar lleno de restaurantes y jóvenes parejas y en donde Francis Ford Coppola compró una casa y, sí, no lo van a creer, después de rodar una película, decidió convertirla en hotel boutique, la puta que los parió, como diría un chófer de taxi que no daba con mi posada de lujo:
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— Pero si es una casa familiar, che —me comentó cuando al fin dimos con el sitio.
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— Pero mire, no se ofenda, ese letrero, esas mustias letras dicen el nombre de mi hotel.
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— Y sí… como yo le digo a mi hermano, si alguna vez reencarno en argentino, haré de mi casa un hotel. Si serán boludos…
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Pagué y toqué el timbre.
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Este es uno de los inconvenientes de los hoteles boutique: hay que llamar, anunciarse y el portero eléctrico vibra dejándonos pasar al patiecito —aquí no hay lobby— donde una mujer que podría haber sido mi tía Conchita hace un gran esfuerzo por tenderme un llavero.
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Para que no me olvide donde estoy y no ose pensar que se trata de un hotel cualquiera han llenado mi recámara de fotos familiares en sepia. El primer día ni siquiera las miré. Al cabo de casi una semana a alguna le cuento mi día, a otra —gordita y con un vestido de flores— le rezo y he volteado la del que pudo ser el esposo de la abuela, un vetusto general cuyos bigotes rivalizan con las hileras de medallas.
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Es tan íntimo mi hotel boutique que me da miedo desarreglar la cama, ensuciar el inodoro o dejar tiradas las toallas en el baño. Qué delicia el anonimato del gran hotel donde sólo pueden decir: “Allí va el de la 308”. En donde ahora duermo, en cambio, siento que me miran con recelo: “Allí va el que ensucia el inodoro”. “Mirá que mal, ahora quiere desayunar el muy desprolijo, después de que deja todo tirado”.
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Por la mañana, un joven tímido me pregunta si quiero huevos. Por supuesto que quiero huevos, quiero todo lo que haya porque en los hoteles boutique no hay cena, no existe un piano bar de solitarios y tengo mucha hambre:
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— ¿Revueltos o fritos?
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— Revueltos —digo yo que estoy a punto de desmayarme
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— ¿Con jamón o con salchicha?
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— Con jamón. Tengo prisa.
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Cuando el joven tímido se retira me levanto y me sirvo de una hermosa jarra de cristal cortado una copa de jugo de naranja. Una tetera de plata que bien pudo en mejores tiempos ocultar al genio de Aladino me permite servirme café.
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Espero diez minutos y el joven regresa, sudoroso:
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— Se nos acabó el jamón, ¿ desea salchicha?
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Sólo un par de huevos. Con o sin salchicha me da igual”, pienso, pero le digo que sí, que está bien, por no herir su susceptibilidad. Si su familia no hubiese convertido la casa de su abuelita en hotel boutique él nunca le haría unos huevos a un desconocido.
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Cuando al fin llegan me los tengo que comer de golpe, han tocado a la puerta para avisar que ya vinieron por mí y que me espera un nuevo día de trabajo.
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Si hubiese estado en un hotel normal, vuelvo a pensar.
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En el taxi la amable chica que me trajo del aeropuerto inquiere:
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— ¿Qué tal el hotel?
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Como puedo desvío la pregunta, le hablo del ñandú, los gauchos, la yerba mate. Nada como poner color local de por medio cuando no se tiene nada que decir.
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Un cuarto de hora después pasamos por un enorme hotel, uno de verdad. Suspiro muy hondo y me digo que yo, si reencarno en argentino seré seguramente botones de este hotel, es al menos por hoy mi sueño más hondo.

Un poema, uno, ad hoc.

Amor (Rosario Catellanos)
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Sólo la voz, la piel, la superficie
Pulida de las cosas.
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Basta. No quiere más la oreja, que su cuenco
Rebalsaría y la mano ya no alcanza
A tocar más allá.
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Distraída, resbala, acariciando
Y lentamente sabe del contorno.
Se retira saciada
Sin advertir el ulular inútil
De la cautividad de las entrañas
Ni el ímpetu del cuajo de la sangre
Que embiste la compuerta del borbotón, ni el nudo
Ya para siempre ciego del sollozo.
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El que se va se lleva su memoria,
Su modo de ser río, de ser aire,
De ser adiós y nunca.

Hasta que un día otro lo para, lo detiene
Y lo reduce a voz, a piel, a superficie
Ofrecida, entregada, mientras dentro de sí
La oculta soledad aguarda y tiembla.
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El amigo que me enseñó este poema, comentó dos cosas: resume tu situación y le encantaba a Cortázar.

Dosfilos 106

Diario Milenio-Puebla (02/07/09)
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Como siempre, me hallo atento a que llegue bien a mis manos la revista Dosfilos. He distribuido ya el número más reciente que corresponde a los meses de marzo-abril, es el 106 luego de su larga trayectoria. Cada vez resulta una grata sorpresa recibir la revista Dosfilos, ilustrada por Luis Fernando. La leo y la releo con mucho placer. Sin duda, un esfuerzo extraordinario de su director para mantener, desde 1974, en circulación la revista y que ha sido un espacio para muchos escritores poblanos desde que el primer taller literario comenzó a funcionar en la Casa de la Cultura, allá por 1979, coordinado por el maestro Miguel Donoso Pareja.
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La Dosfilos 106 incluye ahora en sus páginas textos interesantísimos, muy recomendables para cualquier lector que quiera conocerlos. Por ejemplo, H. Javier G. Parada, escribe un ensayo que intitula “Aproximaciones monásticas hacia Thomas Merton” y José Vicente Anaya habla de Ernesto Cardenal, texto que leyó el autor el 5 de diciembre del año pasado durante la ceremonia de entrega del premio del Festival de Poesía.
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Anaya resalta del “poeta sacerdote” sus grandes temas: el amor terrenal, carnal, el amor a la vida misma. Es decir, dice Anaya, que Cardenal trata el tema del amor “en todas sus acepciones”. Y para argumentarlo cita al propio Cardenal: “Todos los apetitos y las ansias del hombre, el comer, el sexo, la amistad, son un solo apetito y una sola ansia de unión de unos con otros y con el cosmos”.
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Dosfilos también incluye un escrito de Patrick Doonan y Gary James: “Suzi Quatro: ayer y hoy y…”, en traducción de Georgia Aralú González Pérez, un grupo de Detroit de los años setenta. Como sucede con las reseñas, no debo dejar de mencionar aquí el ensayo que entrega Mario Calderón acerca de “Híkuri”, el libro de poesía de José Vicente Anaya editado por la Universidad Autónoma de Puebla en 1987 y con el cual obtuvo el Premio Internacional de la revista Plural.
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La revista Dosfilos también contiene una entrevista de Clara Uribe con el poeta Marco Antonio Campos donde se habla del nacimiento y los cambios que ha tenido Punto de Partida, revista de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México creada por Gastón García Cantú y dirigida luego por Eugenia Revueltas con el objeto de dar espacio y voz a los creadores jóvenes de la época. En Punto de Partida muchos de los reconocidos escritores mexicanos publicaron su primer texto, de ahí la importancia de la revista.
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Remito al lector a los poemas de Jorge Salmón y Laura Yasan que publica Dosfilos, son de muy buena calidad. Poetas de oficio. Ya circula Dosfilos 106

martes, junio 30, 2009

Clases de escritura

Diario Milenio-México (30/06/09)
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La pregunta no es nueva de ninguna manera y se seguirá haciendo mientras existan hombres y mujeres con manuscritos bajo el brazo: ¿es posible enseñar a alguien a escribir? La cultura norteamericana de la posguerra respondió a esta interrogante con un sí definitivo y entusiasta, asegura Louis Menand en un artículo del New Yorker hace no mucho tiempo. En “Muestra o declara. Deberían impartirse clases de creación literaria?”, el profesor de Harvard y colaborador asiduo tanto del New Yorker como del New York Times Review of Books recorre la larga aunque moderna historia de los programas universitarios de escritura creativa tanto a nivel de licenciatura como de posgrado en Estados Unidos para llegar a una verdecito más bien optimista: aun y cuando el autor nunca publicó un poema, el haber pertenecido a una de estas clases lo hizo partícipe “de una empresa frágil, aquella de la poesía contemporánea” cuya influencia se dejó sentir en todas las otras decisiones que tomó en su vida tanto como lector como ciudadano. “No la cambiaría por nada”, dice de su experiencia como estudiante en uno de esos talleres intensamente personales, a veces desgastantes y, a veces, en efecto creativos que se imparten en muchas universidades norteamericanas y, cada vez en mayor número, en países tan diversos como Gran Bretaña y México, Nueva Zelanda y Corea del Sur. ¿Pero es posible, de verdad, producir escritores en un aula?
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Menand, académico al fin, toma la ruta más documentada. Aunque ya existían clases relacionadas a la escritura desde 1897 (en Iowa hubo una clase llamada “Verse Making” desde esa fecha), el concepto universitario de Escritura Creativa o, como usualmente se denomina en español, Creación Literaria, no empezó bien a bien sino hasta en los 1920s, cuando se llevó a cabo la Bread Loaf Writer´s Conference en Middlebury, lugar en el que Robert Frost fungió como el primer Escritor en Residencia. Fue en 1936 cuando Iowa dio inicio sus ahora muy famosos Talleres de Escritura, otorgando por primera vez un grado de Maestría en Bellas Artes (diferente a una Maestría en Ciencias o Ciencias Sociales porque es un grado terminal) a escritores creativos. Después de la segunda guerra mundial, los programas para escritores no hicieron más que crecer. John Hopkins y Stanford le dieron la luz verde a sus seminarios de escritura en 1947. Cornell haría lo mismo apenas un año después. El proceso se multiplicó en los 60s, la década en que se contrataron más profesores universitarios en todos los tiempos. Si para los inicios de los 80s había 79 programas en Escritura Creativa en Estados Unidos, su número ha alcanzado un temerario 822 en tiempos más recientes. Los programas de posgrado, en este caso a nivel de maestría, han crecido a un ritmo comparable: de 15 en 1975, el número ha saltado a 153 hoy en día. La pregunta, por supuesto, sigue siendo la misma: ¿es posible, de verdad, enseñar a alguien a escribir en un salón de clase?
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Aunque hay pocas reglas, escritas o no, acerca de lo que un profesor debe enseñar en una clase de escritura, Menand también le dedica atención a los cambios de énfasis que se registraron lo largo del siglo XX en este aspecto. Del “mostrar vs. declarar”, que se convirtió más que en un lema, en un verdadero mantra de los talleres literarios de inicios del siglo, al llamado a “encontrar la voz propia” que resonó tanto en los 60s, es claro que la escritura —su función y su lugar, su círculo de influencia y sus “tecnologías”, su misma enseñanza— se ha transformado de acuerdo a conversaciones sociales más amplias. Pocos de los que entran a un salón de clase donde se imparten clases de escritura creativa se proponen transmitir “inspiración”, pero muchos creen que es posible “ejercitar” un oficio. Lugares como Iowa incluso llegar a afirmar que ellos pocos tienen que ver con la resonancia de varios de sus graduados (5 premios Pulitzer entre ellos), asegurando que no hacen más que mantener juntos por un cierto tiempo a aquellos de entre sus solicitantes que muestran mayor talento. “Es más lo que ellos traen”, dicen sin resabios, “que lo que se llevan de aquí”.
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El tema se presta, cual debe, a un sinnúmero de pullas y a charlas interminables (de preferencia alrededor de unas cuantas cervezas). Lo cierto es que un batallón importante y muy diverso de escritores norteamericanos contemporáneos se ha graduado de programas universitarios que bien pudieron ayudar (o no) al desarrollo de su oficio, pero que evidentemente no destrozaron su vocación personal o su genio. Menand nos recuerda que escritores tan diversos como Raymond Carver, Joyce Carol Oates y Ian McEwan son resultado de programas universitarios. Oates estudió la licenciatura en Escritura Creativa en Syracuse, mientras que Carver tomó clases en Chico State University, en Humboldt State Collage y en Sacramento State Collage antes de convertirse en un Wallace Stegner Fellow en Stanford. McEwan tomó clases con Malcolm Bradbury. Autores más contemporáneos como Ricky Moody, Tama Janowitz y Mona Simpson, asistieron a talleres de escritura casi al mismo tiempo en el programa graduado de Columbia y lo mismo hicieron, también casi al mismo tiempo aunque en la Universidad de California en Irving, Michael Chabon, Alice Sebold y Richard Ford.
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Yo, que no tengo nada resuelto al respecto, me pongo a pensar en estos datos y no puedo evitar relacionarlos de alguna manera con lo que ocurre en México. ¿Son más eficientes en realidad la bohemia y el café, el antro y la calle, el maestro personal y los talleres? ¿Es de verdad deseable que existan programas de escritura en instituciones universitarias del país?
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Veamos.

lunes, junio 29, 2009

El mito espeluznante

Diario Milenio-México (29/06/09)
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Jingle Thrills
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Me van a perdonar, pero no guardo luto sino horror. Por más que el bombardeo sea unánime y la noticia insista en atañer a todo el universo, no consigo eludir la visión de una nada gigantesca, si bien profusamente iluminada. Como esos fondos de inversión cuyos esquemas piramidales dejarán a la postre a sus inversores con las manos repletas de papel mojado, el mito Michael Jackson apenas tiene carne de dónde morder. Si me pongo en lugar de uno entre los millones que hoy se dicen sus deudos, encuentro menos información confiable sobre su vida real que la provista a los espectadores de King Kong, por citar a otro freaky de ficción. Y entre esos pocos datos hay tantos números involucrados —fueron del negro al rojo, con los años— que cabe preguntarse cuáles serían las dimensiones del mito sin la indiscreta colaboración de tantas cifras a la postre fatales. Toneladas de dólares yendo y viniendo para saciar la codicia infinita de la industria disquera y la megalomanía hueca de su hijo y producto predilecto. En medio, algunos álbumes y videoclips, producidos por los mejores profesionales que el dinero podía comprar. Nada muy diferente del proceso que lleva a la realización de un jingle publicitario. Contra los cuales uno nada tiene, pero tampoco espera que contengan emociones genuinas.
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Cierta vez, el gerente de una emisora radial me habló de una estrategia de comercialización que encontré poco menos que diabólica: pretendían convencer a la totalidad de sus anunciantes de enviarles solamente comerciales cantados, de forma que la música jamás se detuviera, y acaso ni siquiera se diferenciara. Digo que era una idea casi diabólica porque muy bien se sabe que al hombre del tridente no suelen ocurrírsele proyectos inviables, si bien no necesito ni esforzarme para imaginar un infierno ambientado exclusivamente con sonsonetes publicitarios y proselitistas. ¿Cómo explicarle al ingenioso gerente que un jingle y una canción son productos no menos distintos entre sí que, digamos, un slogan y un poema? Ni para qué. Ya entrados en la era de Madonna y Michael Jackson, donde cualquier cosa puede valer cualquier cantidad, se entiende que la cosa se reduzca a números. Del mejor álbum que grabó Michael Jackson pesará siempre más el dato de las copias vendidas que el de la producción de Quincy Jones.
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Vivir pantalla adentro
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El pecado de Warhol no fue vender como arte una lata de sopa Campbells, sino hacerse con tantos émulos al vapor. “Andy Warhol es el único genio que he conocido con un IQ de 60”, dijo Gore Vidal, seguramente sin reparar en el rebaño que ya venía detrás. Como era de esperarse, la diferencia —abismal, en teoría— entre vender sopas y elevar la cotización de una obra de arte donde la estrella es una marca de sopa, fue haciéndose sutil hasta borrarse en los dominoos de la práctica, donde no importa ya la intención, ni la emoción, sino la nitidez —que no la transparencia— del engaño. Fue justo en los mejores años del mito Michael Jackson que la tecnología hizo accesible todo engaño visual imaginable. Si podía concebirse, también podía filmarse.
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No olvido aquel concierto en el Estadio Azteca. El cantante de pronto despegaba del escenario y lo circunvolaba, al mando de un moderno artefacto personal equipado con sendas especies de turbina. Una excentricidad más costosa que osada, aunque sus seguidores —entre ellos muchos miles de niños— la festejaron inclusive después de enterarse que el cantante se valía de un stuntman para el efecto. Un doble intrépido que alborotaba al gentío mientras él descansaba, detrás del escenario. Un recurso muy válido, dirían, habituados a la escasez total de retroalimentación escénica. Si la gente no espera que la pantalla le devuelva otra cosa que nuevas imágenes, en las cuales no es concebible que incida un vil mortal, por qué había de quererse nada distinto cuando los personajes de la pantalla se trasladan a cualquier escenario. Desde el planeta Tierra, nada que concerniese al personaje —ni siquiera delitos evidentes que hasta entre presidiarios tienen el peor de todos los estigmas— podría nunca ser entendido como humano, ni por tanto juzgado o comprendido. Como si sucediera todo dentro de un foro, donde los abusados padres del niño abusadito salen bailando al ritmo de veinte millones de dólares y nadie se preocupa porque nada es real. Neverland no parece sino la capital de Nothingland.
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El peso de la marca
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Nada tuvo de extraño que se le viera en Disneylandia celebrando los 60 años de Liz Taylor —una mujer famosa desde los cinco años, que hasta entonces jamás había puesto un pie en una sucursal bancaria, y ni siquiera manoseado un cheque—. Uno y otra habituados al crosslifting de la fama mundial, no podían por menos de encontrarse en el mismo laberinto de cápsulas que se vuelve la vida cuando el usuario debe vivirla entera acorralado. Si ya el trabajo de conservarse humano implica largas y tortuosas sesiones de levantamiento de cruz, espanta imaginar el precio de vivir al cuidado de la propia etiqueta. Ser uno mismo sopa y cantarse su jingle. Vamos, en su lugar ya me habría metido no sólo drogas varias y poderosas, sino al cabo una cápsula repleta de cianuro.
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En 2001, el mito Jackson celebró treinta años de carrera en el Madison Square Garden, para lo cual pagó más de un millón de dólares a Marlon Brando por hacerse presente. Lejos de imaginar el extremo de tóxica irrealidad en el que hay que girar para verse obligado a rentar amigos célebres en el nombre de una leyenda plástica, puede uno sin embargo asomarse a la historia por los rastros de soledad y aislamiento que el personaje iba dejando tras de sí, condenado a elegir entre misantropía y antropofobia. Una historia alarmante donde las haya, agazapada tras el payasito angélico que asegura querer a todo el mundo con esa voz de autómata de Spielberg que hacía de él un niño de caricatura. Un niño escalofriante, si se piensa dos veces. Una especie de self-made monster que de pronto, no obstante, lo hizo a uno bailar, pero hace mucho tiempo le provocaba más miedo que otra cosa. Nadie mejor que Michael Jackson debió de haber sabido que ni el diablo es capaz de volar sin pagar. Ya lo decía el constructor de androides de Blade Runner: Flama que alumbra el doble dura la mitad.

domingo, junio 28, 2009

Me encuentro entre espantajos, emisarios del bien
y absurdos sacerdotes,
buscando la poesía que sea capaz de plasmar
la infinita belleza y la eterna dulzura
de la doncella del canto.
Y así poder honrarla.

Pero no sé escribir poesía.
Tengo mi corazón y una eterna devoción.

¿Te basta?

Lo que es el ocio. Uno de los tantos test del facebook.

LO OBSCURO DE TU PERSONALIDAD- HOROSCOPO EGIPCIO
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HIJOS DE SELKET: Del 16 de febrero al 15 de marzo
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Simbología:
Es la contraparte femenina del dios Ptah con cabeza de leona. Asociada con la agricultura y el trabajo.
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Características:
Siempre van hacia delante con paso firme y perseverante. Incansables y de fortaleza física. Son metódicos, confiables y pacientes. Son obstinados y suelen tener fuertes prejuicios; aunque, a veces, saben escuchar. Bajo su apariencia modesta, poseen una mentalidad resuelta y lógica. Aunque son introvertidos, su energía los convierte en excelentes oradores. Poseen intuición. Darán apoyo moral y material a sus amistades y familiares. Necesitan que su pareja sea fuerte, dinámica y que les brinde protección.
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Planeta regente:
Es Neptuno, que los dota de bondad, espiritualidad y misticismo. Son personas románticas y serviciales.
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Objetivo de vida:
Nacieron para servir, ayudar, colaborar, entender y curar. Una de sus más importantes misiones será enseñarles a otras personas a actuar de corazón. Siempre se encuentran dispuestos a sacrificarse por los suyos.
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Cualidades:
Ningún otro signo posee la cualidad del auto sacrificio tan desarrollado como Selket y su mayor fuerza es la capacidad de inspirar, apoyar, elevar y curar a otros.
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Defectos:
Le cuesta tomar decisiones. Debe canalizar su energía hacia objetivos concretos para no dispersarse. Su reto es superar su miedo y tomar conciencia de su potencial.
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Misión para evolucionar:
No asumir la postura de víctima ni querer siempre lograr la aprobación de los demás. Para crecer, su espíritu debe aprender a ser más realista, objetivo y práctico.