viernes, febrero 20, 2009

Finalistas del I Premio de Narrativa Breve Rivera del Duero

El jurado del Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero ha elegido a los seis autores finalistas de esta primera edición del certamen. Las seis obras han resultado seleccionadas entre los más de quinientas manuscritos presentados por escritores de veinticinco nacionalidades diferentes. El perfil de cada uno de los finalistas es muy heterogéneo aunque todos ellos están ligados desde hace tiempo al mundo de las letras, habiendo publicado otras obras con anterioridad.
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AUTORES Y OBRAS FINALISTAS
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· Fernando Iwasaki (Lima, 1961), con España, aparta de mi esos premios
· Eduardo Halfón (Guatemala, 1971), con Los cuentos del cuartel.
· Javier Sáez de Ibarra (Vitoria, 1961), con Mirar al agua.
· Juan Carlos Márquez (Bilbao, 1967), con Llegado el momento.
· Pedro Ángel Palou García (Puebla, 1966) con Demonios en casa.
· Luciano González Egido (Salamanca, 1928), con Vísperas de la nada.
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SEIS AUTORES INTERNACIONALES
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· Fernando Iwasaki es escritor, columnista y docente universitario. Su vida y sutrayectoria profesional han transcurrido entre España y su país natal, Perú. Enla actualidad dirige la revista literaria Renacimiento, la Fundación CristinaHereen de Arte Flamenco y es columnista del diario ABC. Es autor de ensayos,novelas y cuentos como Tres noches de corbata, Inquisiciones Peruanas y Helarte de Amar. Ha recibido varios galardones como el otorgado por la Conference on Latin American History Grant Award o el Premio Algaba.
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· Eduardo Halfon es un joven escritor guatemalteco, autor de obras como Decabo roto, El ángel literario, Siete minutos de desasosiego y El boxeador,escritos que han sido traducidos al serbio y portugués. En el año 2007 integró la lista de seleccionados Bogotá 39.
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· Javier Sáez de Ibarra es natural de Vitoria, aunque desde hace años reside en Madrid. Trabaja como profesor de Lengua y Literatura en un instituto. Ha publicado los libros de relatos El lector de Spinoza y Propuesta imposible que tuvo una excelente acogida de la crítica; y el poemario Motivos. Escribe ensayos y textos de creación que han aparecido en diferentes revistas.
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· Juan Carlos Márquez es un escritor bilbaíno cuyo trabajo ha sido reconocidocon diversos premios, como el Tiflos de Cuento (2008), el premio Rafael González Castell (2005) y el "Unión Latina", premio Juan Rulfo al escritornovel (2003). Su última obra, Norteamérica profunda, ha sido finalista del Premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en España.
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· Pedro Ángel Palou García es un autor mexicano nacido en Ciudad de Pueblaque ha alumbrado una gran diversidad de obras, incluyendo ensayos, novelas,textos literarios y crónicas históricas. A lo largo de su vida ha desempeñado multitud de ocupaciones, como la de profesor universitario, investigador,editor, promotor cultural, chef o árbitro de fútbol, trabajando en el periodo entre 199 y 2005 como Secretario de Cultura del Gobierno del Estado dePuebla. Pedro Ángel Palou se describe como un autor polifacético que ha alumbrado más de treinta novelas, algunas de las cuales han sido galardonadas con reconocimientos de prestigio, como el Premio Nacional de Historia, el Premio Nacional de Literatura o el Premio Xavier Villaurrutia de Escritores por su obra Con la muerte en los Puños.
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· Luciano González Egido nació en 1928 en Salamanca, aunque en 1963 setrasladó a Madrid. Trabajó en el periodismo, el cine y la televisión y no es hasta 1993 cuando publica su primera novela, iniciando una carrera en la quele han sido concedidos ya varios reconocimientos, entre ellos el Premio Miguel Delibes por El cuarzo rojo de Salamanca, el Premio Nacional de la Critica por El corazón inmóvil, el I Premio de la Critica de Castilla y León por La piel del tiempo y, en 2004, el Premio Castilla y León de las Letras.
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ENTREGA DEL I PREMIO DE NARRATIVA BREVE RIBERA DEL DUERO
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La Denominación de Origen Ribera del Duero entregará el 26 de marzo en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el I Premio Internacional de Narrativa Breve. Al evento está prevista la asistencia de personalidades del mundo de la cultura, a quienes acompañarán otros invitados por el Consejo Regulador ribereño. El I Premio de Narrativa Breve fue convocado por el Consejo Regulador Ribera del Duero el pasado año, durante el XXV Aniversario de esta Denominación de Origen. El certamen literario, de carácter bienal, está organizado en colaboración con la Editorial Páginas de Espuma, destacado sello en el género del Cuento español y latinoamericano. El interés que ha despertado el I Premio Internacional de Narrativa Breve, que en su primera edición ha recibido más de quinientas obras (se adjunta dossier con los datos de participación), lo convierten en uno de los más importantes en su categoría,tanto en España como en Latinoamérica.

miércoles, febrero 18, 2009

"¡Qué viva el ocio!"-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista” de Puebla- 18/02/09)

No hay fin de semana más saludable para estos días de crisis que el pasado. Aclaro nada tiene que ver con el catorce de febrero. La sanidad de la que hablo me la provocó un par de ensayos demasiado frescos y combativos. El culpable, querido lector y lectora, es Rafael Lemus con su libro “Contra la vida activa” editado por -la desenfadada y bien dirigida- editorial Tumbona. Este libro viene a ser el round (o número) nueve, perteneciente a la colección “versus”. Lemus escribe dos ensayos: “Elogios de las cosas” y “Elogio del aburrimiento”. En ambos textos el nombrado autor invita al lector a reflexionar sobre su situación y contexto actual en el que se encuentra. Le pide unos minutos de su atención para discutir sobre un tema: la búsqueda de una vida feliz, plena. Lo que todo humano desea en esta vida.
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Pero momento querido lector, nuestro autor en cuestión no receta determinadas fórmulas para alcanzar la meta. Al contrario, combate toda ecuación conocida y sugiere que se despierte a la realidad que rodea y perjudica a cada uno de los humanos que habitan el planeta. Lemus, de manera combativa y amena, apunta que la vida contemporánea es extraña, contradictoria, pues en estos días la felicidad se vende como este asunto de trabajar muchas horas libres para obtener un sueldo “bien merecido”, aunque mal pagado, y así poder comprar artículos diferentes y objetos varios que nos harán la vida más placida. Y sobre todo se busca combatir al ocio (tiempo libre), ya que la nueva visión ve a tal como un mal social.
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Empero han olvidado que el ocio es saludable, porque es un respiro, una oportunidad para estar con uno mismo, para tirarse en el pasto y gozar de algo natural o simplemente para no hacer nada. Pero eso es insano y criticado. Los padres no pueden ver a sus hijos tirados en la cama un fin de semana, porque, dicen, desperdician su vida. Que mejor deben buscarse algo productivo que hacer como trabajar para obtener algún sueldo y volverse activos socialmente. Sólo así podrán entender lo que es la vida y convivir en ella. Lo cual no está alejado de la realidad. La estabilidad emocional, personal y social se gana trabajando ocho horas diarias en una oficina, soportando malos tratos del patrón; maltratando al cliente; comiendo fast food en el tiempo libre; viboreando al colega del escritorio vecino; llegando a casa fundido a medio comer luego ver las noticias y enterarse que al mundo se lo lleva el carajo. Eso señala Lemus es la calidad de vida que se anhela. Y se anhela, porque se tiene miedo a “no hacer nada”. En ese “no hacer nada” se puede leer un libro, ver una película, hacer el amor, ver la salida del sol en el mar, en fin, captar bellos momentos que podrán dar plenitud a la vida. Sin embargo, eso es no ganar dinero, es perder el tiempo y la vida es corta como para darse ese lujo.
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Un libro para leer en un rato de inactividad que al menos le arrancará una sonrisa, en el peor de los casos; en el mejor, le dará la esperanza de que aún es tiempo de no malgastar su vida, convirtiéndose en un ente sin ociosidad, como fueron en un inicio los trabajadores de “Metrópolis” (Fritz Lang). Hay que aspirar a la rebelión o la vida que plantea Jean-Pierre Jeunet en su “Amélie”.

martes, febrero 17, 2009

Las ruinas convocantes

Diario Milenio-México (17/02/09)
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A un lado de la carretera que pasa por el poblado de La Rumorosa, en el centro de un pequeño valle rodeado de rocas gigantescas, emergen espectrales las ruinas de las edificaciones que alguna vez conformaron Campo Alaska. Ya no son lo que fueron, es cierto, pero lo que fueron —una estación militar y un fortín y una escuela y una casa de gobierno durante los salvajes veranos mexicalenses, antes de convertirse en un manicomio y un hospital para tuberculosos entre 1929 y 1955— refulge de manera extraña en las paredes vandalizadas y los techos abiertos al cielo en dos de los tres edificios originales del complejo. Basta con detenerse un poco para sentir sobre el rostro el viento cortante de la sierra. Basta con cerrar los ojos para oír los rumores que vienen de lejos. Hasta aquí llegaba o de aquí partía —según se fuera o se regresara de Mexicali— el Camino Nacional que, gracias a constantes explosiones de dinamita, empezara a construirse hacia 1916 y que, según dicen, el compositor Agustín Lara bautizó en alguna memorable ocasión como La Rumorosa debido al peculiar sonido del viento en la zona. De la mano del viento, los rumores. Aquí: Alaska.
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Siempre hay algo entre seductor y espantoso en los edificios donde han vivido los locos. Imposible avanzar sin sentir que se avanza exactamente sobre los pasos de sus sombras. Una huella, dos. Imposible alzar la vista y observar el cielo a través de la alta ventana cruzada por rejas sin invocar la mirada perdida o ansiosa que se posó hace tantos años ahí, por primera vez. Imposible tocar la argolla que, sobre el piso, todavía recuerda las extremidades encadenadas de los desdichados de Alaska. Imposible entrar, pues, al gran edificio que, después de ser una estación militar se convirtiera en el Pabellón para Dementes, sin experimentar la extrañeza primigenia de lo que estuvo por 26 años más allá de la razón. Ahí, con espaciadas visitas médicas y con la atención más bien interrumpida de unos cuantos enfermeros, en el corazón de una comunidad formada casi exclusivamente por hombres —los ingenieros, los militares, los trabajadores— un puñado de enfermos y de enfermas (un total de 45 en 1955) se enfrentaron al paisaje lunar de La Rumorosa con la misma falta de esperanza que suele acompañar a las expulsiones radicales y los largos exilios.
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Y ahí, en Campo Alaska, mientras la mano se desliza cautelosamente sobre la baldosa y la frente se recarga sobre lapared blanquísima en un gesto de cansancio y de desolación confundidas, queda de alguna manera en claro porque cuando terminó la vida administrativa y médica del Manicomio La Castañeda en 1968, las autoridades de la Ciudad de México decidieron también desaparecer el edificio completo. Poco importó entonces el diseño arquitectónico que, desde el primero de septiembre de 1910, produjo un orgullo claramente modernizador entre magos del progreso del gabinete porfiriano. Poco importó que la fachada del edificio se hubiera convertido, unos 50 años después de su fastuosa inauguración, en un emblema de Mixcoac —un poblado más bien bucólico a inicios de siglo y un barrio populoso y pujante a mediados del mismo. Lo que importó fue, sin duda, deshacerse de la evidencia: esa ruina que, por serlo, tendría la posibilidad infinita de convocar a las voces —las del pasado y las del futuro— que pululan en los otros muchos lados de la razón. De ahí el hechizo de la ruina, su poder.
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A mediados de la década de los 20s, mientras intentaba de alguna manera evadir el calor asfixiante del verano mexicalense, el gobernador Abelardo Rodríguez se llevó la casa de gobierno y parte de su ejército a la sierra, allá donde el aire freso y la nieve del invierno hicieron pensar a más de uno en la palabra Alaska. Un punto equidistante entre Tijuana y Mexicali también le permitió al gobernador Rodríguez una férrea vigilancia sobre zonas neurálgicas fronterizas, así como una facilidad de movimiento que garantizaría el ejercicio expedito de su poder. Que apenas unos años después, ese mismo sitio fuera utilizado para concentrar enfermos mentales y tuberculosos vuelve a hacer intrigante el lazo que une a los grandes proyectos de modernización pre y posrevolucionaria con el surgimiento de instituciones especializadas en el tratamiento de los locos.
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A la orilla de la orilla, en las inmediaciones de un paisaje que recuerda los horizontes de planetas ya desaparecidos o todavía sin nacer, Campo Alaska sigue convocando los ecos de sus propios delirios —los ecos de la posrevolución temprana, un tiempo animado por una fe casi ciega en la capacidad redentora del progreso, y los ecos del dolor de los locos, como siempre mostrando el lado más frágil y más oscuro de esos procesos de modernización que tanto suelen animar a los gobernantes más diversos. Ahora ya no queda nadie: apenas unas cuantas paredes a punto de caerse. Ahora sólo queda el viento, incansable. Es el mismo viento que azota, diríase que sin piedad, a una nación convulsa y volátil y rota a la mitad.

lunes, febrero 16, 2009

Debates-TV & Novelas

Rodrigo Fresán (Página 12-15/02/09)
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Si por un lado se suele agitar el latiguillo de que si los grandes escritores clásicos vivieran escribirían guiones para televisión, también se insiste en el potencial novelístico de muchas series de la más reciente producción norteamericana. Aun así, la Gran Novela Americana parece seguir siendo un asunto estrictamente literario. ¿O no? ¿O ya no tanto?
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No pasa semana sin que algún intelectual de renombre diga eso de “Si Cervantes/Shakes-peare/Austen/Dickens/Dumas/Proust viviera, hoy estaría escribiendo guiones para la HBO” o algo por el estilo. Y lo dicen con la misma feroz satisfacción con que el publicista Dan Draper ilumina un slogan cualquier noche de estas, en las oficinas de la agencia Sterling-Cooper, en cualquier episodio de Mad Men.
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Semejantes afirmaciones un tanto alucinadas se continúan con un más acertado “vivimos una edad dorada de la televisión” para rematar con “la caja boba es inteligente”. Pero, enseguida, la cosa vuelve a complicarse cuando alguien suelta como si nada un “La Gran Novela Americana se escribe en estos días como guión de serie televisiva”. Y, así, otra vez, volvemos a sintonizar el colorido fantasma de Scherezade y el epiléptico ruido blanco del zapping.
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Está claro que, hoy por hoy, la televisión ha incorporado lo mejor del gran cine (sí es posible pensar que si Mario “El Padrino” Puzo estuviera aún entre nosotros escribiría para la HBO y habría sonreído un cameo en Los Soprano), se ha quitado de encima tabúes y límites gracias a esa zona libre que son los canales de pago. Y que buena parte de los mejores actores y actrices a los que ya nada tiene para ofrecerles o pedirles un celuloide cada vez más adolescente y efectista (pienso en Glen Close en Damages o Gabriel Byrne en la tan tensa como reposada In Treatment) gravitan con naturalidad y gracia hasta la pantalla pequeña cada vez más grande y ocupando un espacio cada vez mayor en las salas de los hogares de esta nueva Gran Depresión. En los años ‘20, la gente buscaba olvidarse de todo con los lujosos musicales de Hollywood. Aquí y ahora, gratifican más los revolcones cortesanos de esa Dallas medieval llamada Los Tudor o el trance casi hipnótico producido por la jerga hermética de House, Bones o de la tarde o temprano inevitable fundación de CSI Palermo.
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Y sin necesidad de salir de casa.
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Pero: ¿la Gran Novela Americana? Y de ser así: ¿entonces se supone que Gran Hermano y cualquier otro reality son algo así como ejercicios vanguardistas de escritura automática?
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No hace mucho, el escritor y guionista Richard Price (autor de varios capítulos de la serie) se refería a la magnífica The Wire como “esa gran novela rusa que transcurre en Baltimore”. Y sus palabras tienen su gracia: The Wire –posiblemente lo mejor que ha dado el formato en estos tiempos revolucionarios– bien podría llamarse La guerra y la guerra. Y, sí, hay algo de aliento tolstoiano en su ambición panorámica, en el perfecto trazado de personajes, en una trama que se expande y se contrae y no deja piedra sin voltear o esquina sin investigar. Pero no creo que sus intenciones pasen por ser una nueva especie de novela sino, sencillamente, por consagrarse como un nuevo estilo de televisión. Algo parecido a lo que la novela experimentó entre mediados del siglo XIX y mediados del siglo XX.
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“Esto no es televisión”, proclama, críptico, el lema de la HBO cuando en realidad debería decir: “Esto sí es, por fin, televisión y lo que la televisión siempre debería haber sido; disculpen, por favor, las molestias ocasionadas por la demora, prometemos que no volverá a ocurrir”.
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¿Y cómo fue que empezó todo, cuál fue el momento en que la bestia comenzó a despertarse de ese largo y apenas interrumpido letargo? A mí me gusta pensar que lo que vivimos ahora nació con el Twin Peaks de David Lynch, el Seinfeld de Jerry Seinfeld y Los Simpson de Matt Groening. Cada una, a su manera, conseguía lo mismo: alterar para siempre nuestra idea de tempo dramático televisivo. Así, de pronto, un medio de lenguaje hasta entonces escolar, económico y legible, proponía las opciones de no comprender nada, de que no pasara nada y de que el desgastado territorio de la family sitcom se reinventara en un lujoso caos animado y amarillo donde se invocaban desde los espectros de los viejos y sangrientos dibujos animados al fantasma verdadero de Thomas Pynchon.
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Ahí comenzó todo y aleluya. Pero creo que no es conveniente confundirse. De acuerdo: Band of Brothers podría ser una novela de James Jones, Six Feet Under una novela de Anne Tyler, Deadwood una novela Elmore Leonard, Battlestar Galáctica una novela de Dan Simmons, Mad Men una colaboración entre John O’Hara y John Cheever, Los Soprano una novela de George Pelecanos, Perdidos una novela de Philip K. Dick, El Ala Oeste una novela de Tom Wolfe, John Adams una novela de Gore Vidal, Mujeres desesperadas una novela de... pero no son novelas. Ni lo quieren ser. Y, atención, los guiones –que yo sepa– no los firma nadie que pueda demostrar
fehacientemente haber escrito la Gran Novela Americana. Tampoco creo que les interese: hay más dinero en escribir para la tele.
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Y dos apuntes curiosos: ¿dónde están las adaptaciones catódicas de Grandes Novelas Americanas como Moby-Dick, El gran Gatsby, la Trilogía Snopes, Las aventuras de Augie March, la Tetralogía de Conejo, Falconer o Meridiano de sangre? Respuesta: en ninguna parte –queda clara que la agenda de HBO, Showtime, AMC & Co. es muy diferente a la de la BBC– y para qué complicarse cuando se pueden comprar bastardas y graciosas novelas de Charlaine Harris y Jeff Lindsay, ennoblecerlas y rebautizarlas como True Blood y Dexter y convertirlas en clásicos del video?
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Y otra cosa: si se trata de insistir en la potencia novelística de la nueva televisión, ok, de acuerdo. Pero introduzco un matiz: las grandes series de hoy solo funcionan –novelísticamente hablando– cuando el espectador/lector dispone, por lo menos, de una temporada completa y puede administrar tiempos e intensidades como si se tratase de un libro. De otro modo, buena parte de lo mejor que se emite por estos días –semana a semana– resulta insuficiente y no satisface del mismo modo en que alguna vez lo hicieron los sucesivos capítulos de algún folletín victoriano. Así, no es que estemos viviendo una edad dorada de la TV sino una edad dorada del DVD. Créanme: se los dice alguien que tuvo la paciencia y la disciplina de esperar varios años a que concluyera Los Soprano y recién entonces irse a vivir, feliz, a esa casa de New Jersey durante un par de meses.
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Volviendo a lo del principio: a la hora de la eufórica traslación espacio/temporal de los grandes titanes de la literatura, nadie se detiene a preguntarse si ellos serían felices con el cambio. Fitzgerald y Faulkner y Huxley y Mann y Yates –entre muchos otros– no la pasaron demasiado bien escribiendo para las cámaras de los grandes estudios.
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Por otra parte y hasta donde yo sé, Hank “Californication” Moody todavía sueña con escribir la Gran Novela Americana.
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Y quiere que primero la lean.
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Y después, si hay suerte, que la miren por TV.

Nostalgia por Monópolis

Diario Milenio-México (14/02/09)
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1. La gula original
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Hay juegos infantiles que uno rememora con la nitidez propia de un suceso reciente, como podría ser el caso del Turista. Amén de ser un juego apasionante y absorbente, se trataba una suerte de aventura maratónica que conseguía tener a varios rufiancitos quietos durante varias horas en torno a un gran tablero de cartón. Un juego de avidez, también; quizá lo más cercano al póker que podía uno jugar sin sufrir la censura de sus mayores. Si al principio el placer consistía nomás en dar la vuelta al tablero y por ese solo hecho hacerse de una guapa marmaja, no había después deleite comparable al de ver caer a los otros en la casilla donde acababa uno de plantar un hotel. Y luego dos, y tres, en una desbocada carrera por convertir a los demás competidores en clientes cautivos y empobrecidos. Recuerdo que no había gozo comparable al de ir desplumándolos uno por uno, luego ir absorbiendo sus negocios y propiedades, de manera que nadie más lograra hacer negocios en todo el tablero. Sueño de niño goloso: poseer la pelota, la cancha, el estadio, la liga.
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Comprende uno el sentido del Turista cuando lo juega en su versión más descarnada, que es el Monopolio. Se juega a ser magnate y poseer el mundo. Incluso se presume, con arrebatadora candidez, que quien gana en el juego tiene las aptitudes para ser un magnate en la vida real. Corrección: un monopolista, que es algo así como un emperador comercial. Más que una estricta visión de negocios, lo que despierta un juego como el Monopolio es una panorámica napoleónica, de la mano de un cáustico sentido del humor que permite cebarse en los contrarios y hacerlos picadillo con la ironía y el desdén propios del nuevo rico, todo dentro de un juego que al final no enriquece ni empobrece a nadie, si bien a veces llama a monstruos ocultos que habrían hecho mejor en jamás asomarse. Pocos necios existen tan temerarios e intransigentes como un mal perdedor del Monopolio. Se les ha visto destrozar tableros, y hasta tomar tribunas y bloquear avenidas.
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2. Marchante mata filántropo
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Hay quien espera del jugador que va ganando que sea generoso y reparta los beneficios del negocio hasta acabar con él. Expectativa no menos gaznápira que la del agiotista empeñado en exprimir al cliente y al empleado hasta que ya no queden unos ni otros. Quien posee un negocio busca las condiciones óptimas para ganar una rebanada mayor del mercado. Si habla públicamente al respecto, se entiende que será en favor de ese objetivo y contra todo cuanto lo dificulte. No me imagino al dueño de la tortillería pidiendo que dejemos los tacos por las tortas, así sea compadre del panadero y el tortero sea una gran persona. La gente de negocios se dedica a hacer negocios, antes que obras de caridad, toda vez que éstas suelen precisar de aquéllos. Es muy fácil jugar al filántropo cuando se es el emperador universal del software y se ha aplastado sin piedad, y de pronto sin ética, a los competidores de cada ramo. Desde su nicho de superprohombre, Bill Gates deduce impuestos, abona capital a su imagen pública, legitima la práctica monopólica y al cabo contribuye a prestigiar productos de calidad dudosa, con frecuencia sujetos al consumo forzoso. Cada vez que un Amigo de la Humanidad aparece en escena, no está de más esconder la cartera.
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Hoy día, casi todo el mundo le compra algo al señor Carlos Slim, seguramente el único mexicano que jugaría al póquer de tú a tú con Mr. Microsoft. Sólo que él, en lugar de viajar por el mundo repartiendo zorrunamente muestras gratis de sus cachivaches, se ha concentrado en seguir con lo suyo. Agnóstico en el tema de la computación, se asocia con Bill Gates y al propio tiempo posee franquicias de Mac Shop. En menos de dos décadas, ha hecho de un herrumbroso monopolio telefónico estatal una empresa moderna e internacional, que no obstante hasta hoy goza de privilegios imperiales, rémoras de una era abominable donde el emperador en turno sexenal partía y distribuía las rebanadas de su pastel entre una corte de ávidos incondicionales, que no tan casualmente se referían a ellas como huesos. Hace veinticinco años, el señor Slim sólo habría logrado estar a la cabeza de Teléfonos de México mediante la posesión temporal de un hueso.
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3. La sombra del Ogro Único
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Imagino la decepción de Carlos Slim tras haberle comprado tantos coches usados a Carlos Salinas, a quien para pintar de cuerpo entero sólo hay que recordarlo ganando año con año por decreto no escrito el maratón de su pueblo-feudo, igual que un reyecito de caricatura. ¿Quién se lanza a comprar un tendajón administrado por tantos sucesivos emperadores caprichosos y opacos? ¿Cómo estarían los números de Telmex antes de aquella ola de privatizaciones, cuyo trámite opaco tanto contribuyó a desvirtuar? ¿Cómo entender entonces que quien ha invertido fortunas en corregir algunos de esos descontroles manifieste añoranza por las doradas épocas de los números rojos y el verbo impostado? 1976, 1982. Tiempos de ideas fijas y ganones exclusivos. La mera era del compadrazgo imperial, cuando los monopolios se amarraban en mitad de un bautizo y bastaba un plumazo para invalidar toda probable competencia. Gobierno único de partido único. Mercado único, productos únicos, precios y calidad al antojo del único productor.
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Parece espeluznante la perspectiva de caer bajo esa nueva forma de humillación total que es el capitalismo autoritario, hoy en boga en versiones tan distintas como la rusa y la china, monopolios de facto cuyo Soberano tira los dados y éstos indefectiblemente le obedecen. Un imperio opresivo administrado por un gang que a nadie rinde cuentas, donde para salvar fortuna y pellejo es preciso plegarse a la estricta voluntad de los únicos dueños del poder político. Inyecciones letales, envenenamientos, censura, persecución, gulag. El sagrado atavismo al servicio del pensamiento único. No de otro modo se monopoliza la fuerza y se uniforma la opinión general. ¿Qué empresario moderno quisiera trabajar en esas condiciones?
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Según ha declarado el señor Slim, sus palabras fueron incomprendidas. Tiene mucha razón: no entiendo una palabra.

Fosca marcha de nuevo

Diario Milenio-México (16/02/09)
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Fosca es hosca. Y no lo digo yo: lo dice el Diccionario italiano-español. Busco “fosca” y encuentro “fosco, ca”, lo que indica que fosca es un femenino (de hecho, pienso ahora, es lo femenino). ¿Que más dice la entrada? Así reza (aunque sacrílega):fosco, ca, adj. hosco, fosco,lóbrego triste, melancólico.
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Y, de hecho, es todo eso. Falta ahora saber por qué. Muy sencillo: por un amor no correspondido.
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La cinta se llama Passione d’Amore, fue filmada en 1981 y es de Ettore Scola. Basada en una novela de 1869, escrita por el también italiano Igino Ugo Tarchetti y titulada con el nombre de su protagonista femenina, cuenta la historia de Fosca, una mujer de mala salud y peor apariencia. Fosca nació con cara de pocos amigos y, por tanto —frívola que es la gente—, pocos tuvo. Lo que sí tuvo fue un marido trapacero, que se casó con ella por puro interés y, no bien hubo recibido y dilapidado la dote, la abandonó. También tuvo una condición física precaria —vagos pero malhadados padecimientos cardiacos— que, sumada a lo triste de su sino sentimental, pronto se tradujo en uno de esos cuadros de neurosis histérica emblemáticos de las novelas del siglo XIX. Así, Fosca grita como sirena de ambulancia. Y come poco y mal. Y llora. Y violenta a quien se cruza en su camino. Así, su único placer es uno solitario. No el onanismo (al menos no que sepamos: a diferencia de mí, Scola es demasiado elegante para sugerir tal cosa) sino la lectura.
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Pero he aquí que Fosca ha agotado ya la biblioteca de su primo, un coronel que le ha brindado cobijo en el campamento militar en que reside. Así, solícito, el primo pide a uno de sus subalternos, Giorgio, que preste lecturas a su pariente impaciente. Giorgio le llevará los libros y, además, una disposición compasiva, buena conversación y un poco de alegría. Fosca se enamora. Queda presa de la passione d’amore que consigna el título y decide cercar a su presa en lo que se antoja una personalizada y neurótica campaña militar. Le implora. Lo amenaza. Lo hostiga. Giorgio comienza por sentir piedad, luego hartazgo. La desdeña pero ella persiste. Huye pero ella lo persigue.
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En 1994, el compositor y letrista Stephen Sondheim estrenará en Broadway un musical basado en las tribulaciones de Fosca: Passion. En él, escribirá para su heroína deforme de cuerpo, faz y alma, un lamento que se antoja también manifiesto del amor dolido:
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Loving you is not a choice: it’s who I am.
Loving you is not a choice,
And not much reason to rejoice,
But it gives me voice to say to the world:
This is why I live,
You are why I live.
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Amarlo, en efecto, no es elección: es lo que la define. No es elección ni causa de gran regocijo, pero le da voz para decir al mundo “Es por esto que vivo”. (Es por él que vive.)
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Y al final de la canción:
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I will live and I would die
For you.
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Fosca vivirá y moriría por su amor. También lo haría morir, si fuera menester.
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Si he pensado tanto en Fosca a últimas fechas es porque un nuevo avatar suyo ha aparecido en el horizonte, si bien en una trama bastante menos edificante. Las fotografías disponibles en internet la revelan, si no hermosa, cuando menos más presentable que su antecesora. Las semejanzas, entonces, habrán de presentarse en lo que toca al comportamiento. Ama y, al parecer, es amada durante un par de años. Después es abandonada y queda desairada. Entonces, presa de esa passione d’amore que todo devasta a su imperial paso, se entrega a la grande histérie, puesta en escena arrolladora en el peor sentido del término, amplificado su efecto por unos medios de comunicación siempre golosos de truculencia. Se dice escritora y, aunque no demasiado buena, lo es (prueba de ello son sus columnas publicadas en El Universal en 2004). Dice haber sumido en el oprobio a su Giorgio (en esta versión es mucho menos apuesto y responde al nombre de Luis Téllez aunque, en efecto, parece un buen soldado) por “despecho”, porque sólo quería “su afecto” y no lo tuvo.
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Hoy Fosca marcha de nuevo. De ahí que no sorprenda que su seudónimo literario sea, precisamente, Fosca March. O, como lo expresa justo en una de aquellas columnas periodísticas, la Hija de su Rechifosca March.

Las columnas del Sampe


Diario Milenio-Puebla (12/02/09)
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Ernesto de la Torre Villar, un bibliófilo en el recuerdo (1917-2009)
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En el ya hoy lejano mes de octubre de 1987 me hice cargo de la edición un libro de cuyo autor guardo ahora gratos recuerdos. Me refiero a La historia de la educación en Puebla (Universidad Autónoma de Puebla) de Ernesto de la Torre Villar. Desde entonces cultivé una gran amistad con él.
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Ernesto de la Torre Villar nunca olvidó sus raíces. Venía a Puebla con bastante regularidad. Lo llegue a ver muchas veces y desayunábamos juntos, casi siempre en compañía de su hijo adoptivo Ramiro Navarro de Anda, colaborador suyo en muchas de sus investigaciones.
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Nacido en Tlatlauqui en 1917, Ernesto de la Torre Villar falleció en la ciudad de México el 7 de enero de este 2009. Había cumplido 91 años. De su larga trayectoria como investigador dejó títulos imprescindibles: Breve historia del libro en México, Elogio y defensa del libro, Metodología de la investigación bibliográfica, archivística y documental y su Bibliografía de los escritores de Puebla y Tlaxcala.
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Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Seminario de Cultura Mexicana, Ernesto de la Torre Villar fue además director del Archivo Histórico de la Secretaría de Hacienda y director del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM.
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No olvido mencionar la acuciosa investigación que don Ernesto de la Torre Villar realizó acerca de Fray Pedro de Gante, a quien llamó “Maestro de América” o sus escritos sobre Las leyes de descubrimiento y conquista en los siglos XVI y XVII.
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Un dato más, anecdótico si se quiere: tengo sobre mi escritorio el manuscrito corregido por Ernesto de la Torre de su último libro publicado en la Universidad de las Américas: El colegio de San Juan, centro de formación de la cultura poblana.
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Debo decir, sin que medie ninguna jactancia de mi parte, que me hice cargo del proceso de captura y corrección de este texto que el maestro firma con la colaboración de Ramiro Navarro de Anda, quien murió de manera sorpresiva un poco antes que él.
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He pensado mandar a encuadernar el original de El colegio de San Juan con el fin de donarlo a la biblioteca Lafruaga de la Universidad Autónoma de Puebla. Ahí se conservará en la colección que se resguardan de originales. Así estaré tranquilo porque sé que el texto se quedaría aquí, en su tierra, en su casa.
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Diario Milenio-Puebla (05/02/09)
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Updike, el cronista de un sistema en decadencia
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Autor de una vastísima obra literaria, John Updike (Penn-sylania, 1932-Massachusetts, 2009) es el gran cronista de un sistema en permanente decadencia. Escribe un crítico que Updike es la herencia directa de J.D. Salinger. No lo sé, pero sí podría asegurar que no se explicaría la narrativa de un Raymond Carver (Catedral, De qué hablamos cuando hablamos de amor, Quieres hacer el favor de callarte, por favor, Tres rosas amarillas, Short cuts), de un Don DeLillo (Cosmópolis, Libra, Americana, Submundo) o de un Bret Easton Ellis (Psicosis americana, Menos que cero, Las leyes de la atracción), sin la influencia de John Updike. Mucho le debe a Updike la narrativa norteamericana de la segunda mitad del siglo XX.
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Si Truman Capote, Gore Vidal o Norman Mailer fueron mordaces críticos de las formas de vida americana, Updike, como lo escribe José de la Colina, supo, además de dejar un eficaz testimonio de la clase media de su país, corporizar la escritura.
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Es por eso que en una de sus últimas novelas, Terrorista, sentencia que “los demonios trabajan día y noche, confundiendo las cosas y torciendo lo recto”.
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Recurro al Diccionario de literatura universal de Océano y extraigo de ahí sólo algunos datos: Updike estudió dibujo en Oxford.
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Antes se graduó (en 1954) en la Universidad de Harvard. Fue colaborador de la revista New Yorker. Su primer libro de poesía, La gallina de la carpintería —extraño título en la producción de Updike— fue editado en 1958, año en el que aparece también "La feria del asilo", un corto texto narrativo.
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John Updike publicaría luego una gran cantidad de novelas, entre las que recuerdo Brasil, Parejas, Todos los días domingo, El centauro y El libro de Bech. Toda la narrativa de Updike está llena de personajes marginales en la cotidianidad, aunque llenos de vida en su literatura: un sacerdote onanista, un maestro que recibe maltrato familiar y las complejas relaciones de pareja.
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Me detengo ahora en las novelas que harían de John Updike el gran cronista de la clase media de una sociedad en decadencia: la norteamericana. De Corre, Conejo a Conejo en paz, median El regreso de Conejo y Conejo es rico. Le sigue después Conejo en el recuerdo y otras historias.
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En el personaje central, Harry "Conejo" Angstrom, se reflejan los valores morales del modo de vida americano: Conejo Angstrom –fumador empedernido– en la nostalgia de una juventud llena de canchas de basquetbol/ Harry Angstrom en la experimentación de la vida misma, trabajando al lado de su padre en un taller de linotipo; y con un hijo, Nelson, que va creciendo llenándolo de angustia/ Angstrom administrando una agencia de Toyota propiedad de su suegro/ y Angstrom, el Conejo Angstrom, viendo la llegada de los nietos y temiendo la muerte hasta que ésta llega.
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Updike murió el 27 de enero. Obtuvo en dos ocasiones el premio Pulitzer. La primera por Conejo es rico en 1982, y la segunda por Conejo en paz en 1991. Con su muerte se apaga una de las voces más lúcidas de su generación.
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“Amo escribir y estoy llegando al final de mi carrera,” dijo no hace mucho John Updike.
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Diario Milenio-Puebla (29/01/09)
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La obra selecta de José Manuel Enciso
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El 11 de diciembre del año pasado, en el marco de los festejos para celebrar el XV aniversario de haber sido declarado el Centro Histórico de Zacatecas Patrimonio de la Humanidad, se dio a conocer el libro Obra selecta del pintor, grabador, acuarelista José Manuel Enciso, un libro que será una referencia obligada para quienes deseen estudiar la historia de la pintura en México.
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José Manuel Enciso nació en 1919, el 17 de febrero, en Zacatecas. Su biografía arroja datos muy interesantes: desde su infancia supo de su inclinación hacia las artes plásticas y durante su juventud logró explorar otras manifestaciones del arte como el teatro, la poesía y la tauromaquia. Fue director del IZBA (Instituto Zacatecano de Bellas Artes) e integrante de la Junta Municipal de Monumentos Coloniales. Ha obtenido, durante su larga trayectoria, premios y reconocimientos en el ámbito nacional. Su obra, como lo podrá constatar el interesado, incluye una gran diversidad de técnicas.
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Los comentarios de la Obra selecta estuvieron a cargo de Ismael Martínez Guardado y de José de Jesús Sampedro. A manera de presentación, el poeta Roberto Cabral del Hoyo dejó algunas lúcidas líneas y Ricardo Barajas Pro, con el título “Retratos de lo cotidiano” deja constancia de la obra del artista gráfico en el prólogo.
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Dice Cabral del Hoyo que las técnicas empleadas por José Manuel Enciso son las de un consumado maestro. “Frente a ellas —escribe— mi actitud se vuelve intransigente. Es en el retrato de la persona amada donde más le exigimos al artista (…) el toque mágico capaz de hacer patente la belleza que únicamente nosotros creemos percibir”.
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Los motivos temáticos de la Obra selecta son la ciudad, las figuras rurales, la serie “Lopezvelardeanos”, los bodegones, los cristos y sus matices y los personajes anónimos.La obra selecta la edita el Instituto Zacatecano de Cultura “Ramón López Velarde”, dirigido por David Eduardo Rivera y la fotografía es de Javier Ponce Torres y de Eduardo Román Quezada. Una edición pulcra, excelente.
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En la introducción, Barajas Pro hace un recuento de la historia de las artes plásticas en el estado de Zacatecas. Habla de la trascendencia de Julio Ruelas, los hermanos Pedro y Rafael Coronel, Goitia y Manuel Felguérez. Al referirse a José Manuel Enciso, opina que con él “da inicio un proceso cognitivo fundamentado en la arquitectura, en la historia colonial y en la reconcentración de un imaginario poético donde la unicidad es explorada como un elemento primordial de la vida diaria de México”.
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Es por eso que termina escribiendo: “La vida y la obra de José Manuel Enciso describen un apostolado por la difusión plástica de nuestra entidad, por el estudio y el entendimiento del pasado y del presente, por el trazo espontáneo del futuro.”