sábado, enero 17, 2009

Tannöd, el lugar del crimen

Diario Milenio-Puebla (15/01/09)
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Siguiendo la pista de los temas que tienen que ver con el crimen y la vida de los bajos fondos, otra vez y casualmente encontré una novela de Andrea Maria Schenkel que leí, como lo recomiendan los clásicos “de un tirón”. El recurso literario que maneja la autora nada tiene de novedoso: los personajes que van apareciendo reconstruyen poco a poco la historia.
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Aun en estos tiempos el caserón de los Dranner en Tannöd es conocido como el caserón de la muerte. Ahí, en la década de los cincuenta una familia completa fue asesinada con saña.
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Lo interesante del caso es que esta novela, Tannöd, el lugar del crimen, es el debut literario de Andrea Maria Schenkel, una escritora que vive cerca de Regensburg. Esta novela marca una revelación en Alemania y ha sido traducida a muchos idiomas. En México aparece en la editorial Planeta en colaboración con Ediciones Destino de España, y la traducción es de Carles Andreu.
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Mi pueblo –dice la autora de esta espléndida novela— se había convertido en el “caserón de la muerte y no lograba sacármelo de la cabeza”.
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Andrea Maria Schenkel reconstruye, a través de los claros testimonios de los personajes, todo lo ocurrido en Tannöd.
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La familia Danner era gente hosca y terrible pero no merecían la muerte a golpes de pico, se expresa en la cuarta de forros. Eran mezquinos y no le caían bien a nadie, pero hasta los cuerpos de los niños y de la sirvienta fueron encontrados sin vida por unos campesinos que llegaron hasta la finca.
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Nadie supo bien a bien quiénes pudieron cometer el crimen. A lo largo de la novela hablan los lugareños, los personajes testigos de una página de la crueldad humana. Se llega a conocer que la familia Dranner ocultó secretos turbios quizá durante larguísimo tiempo.
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Es una novela que forma ya parte de la ficción del crimen: “una novela negra sin comisarios ni detectives y sin trucos, que va tras la búsqueda del asesino y la resolución final del crimen”.
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Martin Gaiser opina: “Es un debut magnífico que no tiene nada que envidiarle a la poderosa sombra de otro libro de factura similar: A sangre fría, de Truman Capote.
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Originalmente Tannöd, el lugar del crimen fue publicada en una editorial pequeña y ahora ha vendido más de 500 mil ejemplares, obteniendo el Premio Alemán de Novela Negra 2007. Ha sido nominada, además, al premio de los lectores Corine 2007.
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Extraigo otras dos opiniones sobre la obra: “Es un libro inquietante, lúgubre y emocionante: una obra maestra, un libro genial” (Deutschlandfunk).“Un debut extraordinario” (Die Zeit). Una novela para leer

viernes, enero 16, 2009

CRÍTICA: LIBROS - Narrativa. Hilos de ironía-Fernando Castanedo-(El País/Babelia 17/01/09)

El jardín devastado / Mentiras contagiosas
Jorge Volpi
Alfaguara / Páginas de Espuma. Madrid, 2008
182 y 255 páginas. 16,80 y 15 euros
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Los hermosos fragmentos líricos con que ha construido el escritor mexicano Jorge Volpi la novela El jardín devastado entrelazan dos historias. Una está ambientada en Irak durante la actual guerra de Bush y nos relata las peripecias de Laila, una joven música que ya ha sido testigo de los crímenes del Abominable -así se llama a Sadam Husein-, y que ahora lo será de las barbaridades que comete el enemigo invasor. Bajo la apariencia de un cuento en la tradición de Las mil y una noches, Laila se encontrará con un genio y obtendrá de él los consabidos tres deseos, pero no hay que engañarse: se trata de una perversa ironía para quien lo ha perdido todo, hasta los deseos.
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La segunda trama contrasta fuertemente con la primera. Un escritor de éxito que viaja por todo el mundo y enseña en las mejores universidades de Norteamérica hace inventario de su vida. El hilo conductor aquí será su tormentosa relación con Ana, pero también habrá espacio para otros amoríos, para sus años de exilio en Estados Unidos y para los amigos y la familia. Los dos sufrimientos, el de Laila por un lado y el de Ana y el narrador por otro, nos recuerdan nuestra impotencia y traen a un primer plano las diferencias entre el hacer y el pensar, entre la acción y la reflexión: "Todos vituperamos al cowboy y sus mercenarios. Ninguno sabe, en cambio, lo que sucede en estas tierras. Laila y los suyos son abstracciones, nombres impronunciables".
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De todos los artículos reunidos en Mentiras contagiosas, el titulado 'Conjetura sobre Cide Hamete' brilla con luz propia. Volpi no expone en éste ideas sobre el ser y el valor de la literatura, ni realiza semblanzas literarias y personales, como la que dedica a Guillermo Cabrera Infante, ni análisis de la literatura latinoamericana, ni panegíricos tan agudos y sentidos como el que consagra a Roberto Bolaño. En el artículo de marras Volpi se calza las botas de Borges y, mezclando burlas con veras, escribe un ensayo de apariencia seria, con notas a pie de páginas y citas de investigadores consagrados. En él se demuestra que Cervantes se inspiró directamente en la vida de un hidalgo manchego llamado Antonio Torreja, conquistador en las Indias y cuya crónica circuló por la España del siglo XVI. Si la lectura del artículo es una delicia, la broma que contiene ha cumplido su fin, pues hay quien ya anda contagiado de esta mentira. -

miércoles, enero 14, 2009

El cajón del desastre-Fritz Glockner (Diario Cambio de Puebla-14/1/09)

TAN TAN…
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El final se acerca ya… como dice la canción y éste llego, ya el 2008 es historia, hurgando en el cajón del desastre quedan los restos de una torta de romeritos, algunas envolturas de los regalos esperados, los villancicos han dejado de sonar, ya en la calle la gente no felicita a nadie, los corchos de sidra ruedan de un lugar a otro, y pareciera que la óptica de la realidad desde el 2009 fuera diferente, innovador, se buscan esperanzas, se pretende localizar algún cambio, pero ya para estas alturas del mes de enero, la lista de los buenos propósitos ni siquiera es localizable dentro del cajón.
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Los anuncios de que ahora sí va a haber crisis, de que lo mejor que nos pueda pasar es un crecimiento CERO, hinchan el desánimo, la numeraría de ejecutados no ha detenido su desfile, al parecer entre 2008 y 2009 no existe mayor diferencia, y no es que uno no se sienta renovado, que estrenar una camisa y un bolígrafo para cambiar el 8 por el 9 no sea esperanzador, ya que además se nos viene encima un proceso electoral para cambiar el Poder Legislativo y eso siempre remueve las piezas del ajedrez, sobre todo ahora que el PAN ha dado muestras de incapacidad para gobernar, que el PRI se sigue mostrando como el gran club de mafiosos que es, para el PRD la credibilidad ciudadana es una sopa que se toma caliente y eso en tiempos de frío les tomó la congeladora por sorpresa, el caso más patético, que por su estupidez resulta hasta chistoso, cómico, extravagante, inverosímil es el partido verde, y en efecto, se escribe con minúsculas por que eso es, un partiditito, el cual desde hace ya varias elecciones ha sabido chantajear y chaquetear con el mejor postor para sus alianzas, pero su más reciente campaña que dice textualmente “Por que nos interesa tu vida… Pena de muerte para asesinos y secuestradores” ostentándose como un nuevo verde, y es que hasta el tucán que había venido siendo su símbolo se ve triste, agachado, ridículo, descolorido, tal vez y hasta encabronado de que esta banda de asaltacurules lo utilice como su representante ante la sociedad.
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Las incógnitas son evidentes: ¿cómo un partido que se supone defiende a las especies le apuesta a la muerte de seres humanos, por más desgraciados o deshumanizados que éstos sean? ¿Se puede pagar la muerte con muerte? ¿Qué no le apostaban a la vida? ¿Dónde quedo su arco iris llamando al mundo feliz?
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Ahora sí que su estrategia por pretender capitalizar toda la indignación ciudadana frente a la violencia desatada en nuestro país, simplemente contribuye a la alimentación de más violencia… ¿Qué lindos, no? Ojala y nunca cambien…
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Las elecciones intermedias siempre han sido el mejor de los termómetros sociales rumbo a la sucesión presidencial, pero este año el desconsuelo de nosotros los ciudadanos está para sentarnos en una esquina y dejarnos llevar por el animado anuncio de que la economía va a crecer un fabuloso CERO, que vivan los programas mediatizadores pretendiendo hacer creer a la gente que no pasa nada, que los precios no suben, que la economía está a toda madre, que se le sigue creyendo a los políticos y sus respectivos símbolos partidistas…
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Evidentemente la cruda quedo atrás, el TAN TAN de toda música celestial ha arribado a nuestras conciencias, enero será el mes de Puebla con informes gubernamentales, en el que de nueva cuenta lo precioso será una parte de la realidad, aún que para el resto de la sociedad ese final musical tenga más implicaciones de tormentas por venir, que de espacios para la tranquilidad… Y que conste que no inicié con ánimo depresivo este 2009, que quede constancia ¿o será?

martes, enero 13, 2009

LA CASA, LA PÁGINA, LA FRASE I

Diario Milenio-México (13/01/09)
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En 1951, en la célebre cátedra que dictó en Darmstat, Martin Heidegger equiparó el ser al habitar. Hurgando en las palabras del alemán antiguo, el filósofo argumentó que el verbo construir (bauen) aparece subrepticiamente en la conjugación de la primera y segunda personal del singular del verbo ser (Ich bin, Du bist), de ahí su conclusión: “estar en la tierra como mortal significa habitar”. Pero estar en la tierra significa también, luego entonces, encontrarse bajo el cielo, formando parte, al mismo tiempo, de un colectivo de mortales. Por eso, habitar es habitar la Cuaternidad —la tierra, el cielo, lo divino, la comunidad— que Heidegger uniera bajo el principio inevitable del cuidado: “En el salvar la tierra, en el recibir el cielo, en la espera de los divinos, en la conducción de los mortales, acontece de un modo propio el habitar como el cuidar (velar por) de la Cuaternidad. Cuidar (velar por) quiere decir: custodiar la Cuaternidad en su esencia. Lo que se toma en custodia tiene que ser albergado”.
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Tanta atención le dedicó Heidegger a la relación entre el construir, el habitar y el pensar (los tres verbos que, sin comas de por medio, sirven de título a la conferencia, y subsecuente ensayo, del 51) que no es para nada sorprendente la publicación de un libro sobre y alrededor de la cabaña que construyó y habitó intermitentemente, aunque por muchos años, al pie de la Selva Negra. En La cabaña de Heidegger. Un espacio para pensar, el arquitecto y profesor de la Escuela de Arquitectura de Welsh, Adam Sharr, no sólo describe con puntualidad, incluyendo planos y fotografías del lugar, la ubicación y el proceso de construcción de la cabaña sino que también se decide, con cierta cautela eso sí, a abrir sus puertas. La idea rectora es que existe una relación no sólo estrecha sino fundamentalmente productiva entre el espacio de la cabaña y el espacio de la página. La casa de “arriba”, como la describiera Heidegger comparándola de manera positiva con la vida superficial y ruidosa de “abajo” en universidades y ciudades varias, constituía su lugar de trabajo: el espacio que, cercano a las montañas y abierto al clima, podía servir como filtro de esa “ley oculta” de esa naturaleza circundante que constituía, con todo, la verdadera materia de la filosofía. La cabaña se convertía así en el espacio alquímico donde el paisaje se transformaba en pensamiento, es decir, en lenguaje.
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Su apego a la cabaña y a la forma de filosofía que éste le facilitaba fue tal que, en 1933, cuando la Universidad de Berlín le ofreció un prestigioso puesto, lo rechazó. En “Por qué permanecemos en provincia”, el artículo que publicó justo un año después, explicaba sus razones: “Cuando en la profunda noche del invierno una bronca tormenta de nieve brama sacudiéndose en torno del albergue y oscurece y oculta todo, entonces es la hora propicia de la filosofía. Su preguntar debe entonces tornarse sencillo y esencial. La elaboración de cada pensamiento no puede ser sino ardua y severa. El esfuerzo por acuñar las palabras se parece a la resistencia de los enhiestos abetos contra la tormenta. Y el trabajo filosófico no transcurre cual apartada ocupación de un extravagante, sino que tiene una íntima relación con el trabajo de los campesinos.” Más que un parapeto contra el mundo, la cabaña era, por el contrario, una apertura: la mejor oportunidad de entrar en amplio y denso contacto con él. Además de un espacio, la cabaña también era un método de vida y de pensamiento. El rectángulo de la residencia y el rectángulo de la página vueltos ambos pura habitación.
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Hay ciertamente una serie de peculiares pensadores de la montaña (Thoreau en Walden Pond, Wittgenstein en Noruega, Jung a las orillas del lago Zurich) que desdeñaron la vida agitada y superficial de las ciudades, optando por la vida ruda del campo. No todos conservaron la fe en la vida de provincias, como la denominara el autor de Ser y Tiempo (son legendarias las quejas de Wittgenstein después de su experiencia como maestro rural, por ejemplo) y, juzgando por la temprana relación de Heidegger con el nazismo, la vida campirana no salvó a nadie de (¿o condujo a?) la estupidez política. Pero queda de esa cabaña a los pies de la selva negra una experiencia vital e intelectual que, dese sus inicios en 1922, volviera visible la estrecha y productiva relación que va del espacio doméstico —de la habitación— al espacio de la página —la habitación.
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Hay, por supuesto, otra larga lista de autores citadinos para quienes, al contrario de los pensadores de montaña, el ruido y el anonimato son centrales (Charles Baudelaire y Walter Benjamin son emblemáticos aquí). Están los escritores de hotel (Sartre, por ejemplo) que uno imagina encorvados sobre minúsculos escritorios a un lado de las ventanas. Y están, incluso, los no-lugareños —aquellos que, aunque cuentan con un sitio donde guarecerse, resisten cualquier noción de albergue o morada. Y existen, por supuesto, los que verdaderamente no pueden tener un techo estable sobre la cabeza. Los escritores de la intemperie. En todo caso, los espacios habitables que caracterizan a una era de errancias fortuitas o forzadas ofrecen, lo sospecho así, métodos de vida y de pensamiento —contactos con el lenguaje— que divergen de la experiencia heideggeriana de mediados del silgo XX. En artículos subsecuentes (he aquí un serio propósito de año nuevo) pondré a prueba esta idea con lecturas e imágenes y entrevistas con algunos autores contemporáneos tanto de México como de Estados Unidos. Los mantendré al tanto.

lunes, enero 12, 2009

Y contra toda tempestad, sigues aquí.
Fina transparencia del amor.
Fuerte espada de la razón.

Hablo de lo que puedo ver.
¿Cómo será aquello que no veo
debido a mi ceguera?

De barbas y otras taras

Diario Milenio-México (12/01/09)
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El edén insolvente
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Recuerdo a la mujer del restaurante en Miami no tanto por el relato de sus peripecias para salir de Cuba —que era entretenidísimo, había llegado en balsa, sin mascar dos palabras de inglés— como por un detalle que me dejó tieso. Una vez que se había enseñado algo de inglés y era al fin admitida en su primer empleo, al llenar los papeles de la seguridad social la chica se topó con una palabra rara. ¿Que es un mortgage?, preguntó a una de sus nuevas compañeras, quien simplemente le tradujo el término. ¿Y qué es una hipoteca?, contraatacó sólo para toparse con una de esas expresiones de extrañeza que dan al forastero la sensación de ser extraterrestre. ¿De verdad no sabía lo que era una hipoteca? Claro que no, si allá en Cuba no hay eso, se defendió, sin hacerse una idea todavía de qué tan grave podía ser en Estados Unidos tener veinticinco años y jamás haber visto una hipoteca, ni saber todavía qué bicho sería aquél.
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Nunca tanto como hoy suena paradisiaca la idea de vivir en una isla donde no se conocen las hipotecas. Cualquiera entiende que los damnificados de un incendio sientan la tentación de volver a las épocas previas a las invención del fuego, pero de ahí a mimar delirios pintorescos al respecto hay alguna distancia. Tal vez incluso no fuera mala idea regresar a la máquina de escribir y proscribir los faxes, por el crimen de lesa humanidad de quitarle el trabajo a la gente. Debe de haber millones de ideas similares aflorando ahora mismo de las cabezas de otros tantos niños, para quienes jugar a despojar a la realidad de sus ingredientes habituales resulta un pasatiempo delicioso. Solamente cuando se es niño puede uno irse a vivir a los lugares que ha imaginado, pues de la misma forma se ha ocupado en confeccionarles un destino, cuyas calamidades se arreglan asimismo a golpe de inventiva. No recuerdo jamás haber jugado a un mundo en el que no hubiera hipotecas, pues ya de hecho no las había, si yo mismo escuchaba esa palabra de labios de mi padre sin saber bien a bien si esa tal hipoteca era quizás un almacén de hipos. Aunque tampoco me preocupara el tema. ¿Para qué quiere un niño entender de hipotecas? ¿Qué puede hipotecar, si legalmente nada podría ser suyo?
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Comandante imperial
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Los isleños que todavía eran niños el día que Fidel Castro entró en La Habana con sus huestes triunfantes, hoy andan cerca de la sesentena y siguen sin saber qué es y para qué sirve una hipoteca. Conozco la respuesta de los decepcionados: se trata de una estafa, que el dueño del dinero instrumenta a costillas de quien lo necesita. Es posible que todas las hipotecas sean injustas en esencia, como el mismo sistema que las sustenta, pero hasta ahora nadie las ha hecho obligatorias, y lo cierto es que suelen ser tan útiles para los impulsores del sistema como para sus enemigos jurados. Unos pierden su casa, otros despiertan dueños de tres ranchos. No es un juego de reglas justas, ni equitativas, ni seguras, pero todavía menos lo serían si dependieran de un poder paterno que las hiciera más chicas o grandes, de acuerdo a su concepto personal de justicia; donde quien jugaría no sería el individuo, sino el Estado Padre que le exige obediencia de pensamiento, palabra, obra y omisión, y de acuerdo con ello le reprende o le premia. Un padre con su propio sistema de hipotecas, armado con las más invasivas técnicas de investigación de crédito moral.
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En desafío a las mentes más imaginativas, Fidel Castro ha logrado ser ese padre durante cincuenta años. Una marca que se celebra poco, si ya la sola mención de un hombre que se instala en el poder por medio siglo férreo e incontestable suena por fuerza chusca. Es demasiado, para cualquier estándar. Cincuenta años de infancia prorrogada donde el gran padre sabe más de sus hijos que cualquier otro padre del mundo, si sólo de él depende que cada uno tenga esa casa que ningún gringo va a poder hipotecar. Cincuenta años de cada noche enviarlos a todos a dormir y recorrer la casa con vela y escopeta para estar bien seguro de que no hay un gringo escondido por ahí. Cincuenta años: Adolfo López, Gustavo Díaz, Luis Echeverría, José López, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón. De ese tamaño son los tiempos de Fidel. Algo más de los años necesarios para pasar de la infancia a la tercera edad.
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Papá es un control freak
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De niño, me gustaba abrumar a mi madre con airados discursos contra las jeringas, según los cuales no habría un mundo justo ni tolerable mientras no se prohibieran las inyecciones. A una semana de haber bombardeado a un catarro con 1,200 unidades de penicilina, calculo que el origen de aquella vieja tara anti-jeringa tiene que ver con una enfermera cuya mano pesada me excluyó para siempre del bando de los masoquistas. No es que hoy me diviertan las inyecciones, pero me aburren menos que las dolencias. La edad adulta me ha enseñado que un hipotético mundo sin penicilina sería infinitamente más doloroso, y de paso que un mundo sin hipotecas sería más precario y todavía menos justo. Puede que me equivoque, pero una de las grandes prerrogativas de ser adulto consiste en otorgarse ese derecho, que a ojos de ciertos padres parece escandaloso.
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Ser niño es aceptar lo inaceptable, aunque sólo sea en nombre de esa edad adulta que algún día tendrá que llegar. A menos que una tara se encargue de impedirlo. Durante cincuenta años, Fidel Castro ha sido una tara no solamente para sus compatriotas. Toda la izquierda lucha por librarse de esa disentería apostólica. Y hoy día es una tara tan voluminosa que no es posible pretender que no está ahí, larvando los orgullos de los últimos boy scouts de la revolución. Cincuenta años de tara. Papá está en todas partes. Papá es tu compañero. Tara o muerte.

Tormenta en un vaso de agua

Diario Milenio-México (12/01/09)
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Mucho he aprendido y mucho me he divertido a partir de la lectura de las entrevistas a escritores publicadas en la mítica Paris Review, revista literaria francoestadunidense fundada en 1953. Ahí —en sus páginas y en su archivo en internet, disponible en theparisreview.com— están Paul Auster y Paul Bowles, Harold Pinter y Harold Bloom, Claude Simon y Neil Simon, sometido cada uno a un interrogatorio pertinente y pertinaz, detonador de respuestas que resultan de manera invariable en una mezcla de cándido anecdotario personal, esbozo veloz pero conceptuoso de teoría literaria y fascinante visión entomológica de su proceso de trabajo.
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En algunos de los diálogos, el interrogador da en preguntar sobre los hábitos de escritura. ¿Escriben a mano o a máquina? ¿De corrido o con pausas? Y, lo más importante para los efectos que aquí nos ocupan, ¿beben algo mientras escriben? Así ha quedado establecido para el museo de las minucias —ese derrotero pedestre pero delicioso de la posteridad— que Truman Capote comenzaba el día ayudándose de café para escribir, para después pasar al té de menta, luego al jerez y finalmente a los martinis (a partir de lo cual se antoja plausible que, en sus últimos años, el borrachín paradigmático de la literatura estadunidense escribiera ya sólo de noche) y que William Faulkner —otro alcohólico literario de cepa— consideraba herramientas básicas del trabajo de escritor “el papel, el tabaco, la comida y un poco de whiskey”. (“¿Quiere decir bourbon?”, revira el entrevistador, conocedor de los hábitos del caballero sureño; “No soy tan quisquilloso”, responde un Faulkner parejero en cuestión de licores. “Entre el escocés y nada, me quedo con el escocés”.)
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La lectura de tales confesiones cotidianas, emprendida durante las vacaciones navideñas, me llevó a reflexionar sobre mis propios hábitos de escritor: un vicio “malo” (cuando menos eso dicta la moda higienista), que es el tabaco, y uno “bueno” (otra vez según los cánones de estilo de vida à la page), que es el agua. (Decía W.C. Fields, borracho por antonomasia del vodevil estadunidense, que no bebía agua por miedo a que se le volviera hábito: de haberme conocido, no habría dado crédito a la encarnación de su más aciaga pesadilla.)
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Bebo agua mientras escribo esto y lo mismo hago cuando me ocupo de un capítulo de libro, una entrada de blog, una carta de amor o un presupuesto. Lo que es más, mi consumo de agua no se limita a mis empeños de escritura: bebo agua en las antesalas, en las juntas, en los camerinos televisivos, en la cama (pero sólo mientras veo televisión, y es que cuando me entrego a otros lances prefiero otras humedades) y, claro, a la mesa, acompañe o no mis alimentos con otra bebida.
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Bebo, en suma, alrededor de tres litros de agua al día, es decir uno más de los recomendados por médicos. Bebo, pues, tanta agua, que un nutriólogo al que acudí hace poco a fin de controlar mi problema de sobrepeso arqueó las cejas al enterarse de mis hábitos en la materia, antes de detallarme una rara condición llamada hiponatremia o intoxicación por agua, en que los niveles de sodio descienden al punto de provocar la muerte. (“Bájele a dos litros”, me advirtió preocupado; “No puedo con menos de tres”, respondí desafiante; “Ni usted ni yo: dos y medio”, fue su conclusión dizque generosa. Aun así sigo bebiendo tres al día… y mintiéndole al respecto en mi cita mensual.)
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Ha quedado, pues, establecido que necesito mucha agua y que la necesito en todo momento y lugar. Así la obtengo, por fortuna (vaya aquí un agradecimiento a mi mujer, que siempre me lleva una jarra cuando me ve instalarme frente a la computadora, y otro a la generosa recepcionista que corre hacia mí, botellín de Santa María en mano, no bien me ve hacer mi entrada habitual a mi centro de trabajo.
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No pido ya volver al viejo estándar estadunidense, en que no bien tomaba uno asiento ante una mesa, fuera ésta del Four Seasons o del más modesto de los figones, se materializaba un vaso de agua helada ante cada comensal. Ni siquiera clamo por los tiempos en que uno pedía un vaso de agua con hielo a un mesero y éste lo traía ipso facto tal cual, salida de un filtro y no de una botella y sin costo adicional al de los alimentos. Estoy dispuesto, pues, a que el agua me llegue en un restaurante sólo a petición, embotellada y a un costo. A lo que no estoy dispuesto es a la misteriosa tendencia de los meseros de todo el país a no responder sino después de tres o cuatro reclamos desesperados a cualquier solicitud de agua, máxime cuando siempre están dispuestos a servir vinos, licores y refrescos sin chistar.
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Como lo he dicho, carezco de explicación para tan oprobiosa conducta. (A no ser, claro, que se trate de una conspiración urdida por mi nutriólogo en confabulación con la cámara de la industria restaurantera.)

domingo, enero 11, 2009

XXXIII

Edna quisiera ser como Roberto, tan lleno de un no sé qué, indescifrable. Nunca le han gustado las cosas que contienen una obviedad agresiva, para agresiones grotescas, las que profiere su madre cada que recuerda a su esposo-padre que los abandono por otras caderas más frescas.
Edna necesita saber que es capaz de proteger a alguien, Roberto necesita sentirse protegido. El dúo perfecto, piensa ella. Pero Roberto la ningunea, la omite, la regaña, la corrige. Para Roberto sólo existe la imposibilidad que le concede la imagen de Lucía.
Edna llora en cada una de sus entrañas. Sus ojos aprendieron a fingir hace ya varios años. Ahora sonríe para Roberto y agradece la corrección, para proseguir con la narración de sus amores fallidos.
¿Entrará Roberto en la cuenta?, se pregunta Edna. Sabe la respuesta, pero fingir demencia le resulta más sano.

Sin musicalidad no hay poeta

Por la noche me preguntaron
si no había visto al poeta
que impresionó a la crítica
en el bar que atiendo cada noche.

Respondí que no,
la poesía no es lo mío,
pero ¿qué les puedo servir?, pregunté.
Pidieron un trago de ron
que bebieron decepcionados.
Ellos buscaban al poeta,
el ron no era parte de su plan.

Horas después encontré,
detrás del espejo del baño,
a un joven delgado y taciturno:
parecía poeta.

Lo mire sin atreverme a preguntar,
entendió mi silencio y mi miedo.

No digas que me viste,
sucede que soy el que buscas,
pero extravié la música, la poesía.
Ahora soy el reflejo de lo que fue un poeta.

Un miserable poeta.